Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

sábado, 28 de agosto de 2010

PATATAS FRITAS



Sonia estaba mirándose fijamente en el espejo del baño. En su habitación ya estaba todo preparado.
Llevaba un buen rato mirándose, en trance, no era la primera vez que lo hacía, mirarse, a pesar de los consejos de los psicólogos.
En la esquina inferior izquierda del espejo había colocado una foto suya, una foto tomada el año pasado, una foto bastante vulgar, que ahora le parecía hermosa, hermosa y triste. En ella se le veía de los hombros para arriba, mirando a la cámara, con una leve sonrisa que hacía ver que no estaba del todo contenta por ser fotografiada, el pelo mecido por una ligera brisa. Miraba la foto, y luego al espejo, y luego la foto, en trance, pensando, realizando comparaciones, su pelo seguía ahí, su rostro seguía ahí, pero todo había cambiado para siempre. Comenzó a sollozar, le faltaba el aire, tenía calor.


Ocurrió una tarde de agosto, la temperatura era infernal en la ciudad, una ciudad sumida en una terrible ola de calor que servía de introducción a todas las conversaciones. El asfalto ardía desdibujando las superficies. Personas y animales merodeaban enloquecidos buscando la sombra. La gente hervía en sus vehículos, aturdidos e inquietos, sudorosos, confundidos, haciendo sonar frenéticamente los claxon al menor contratiempo, soñando con llegar a casa para desnudarse, beber agua helada y, en el mejor de los casos, poner a tope el aire acondicionado y esperar la muerte, o lo que sea.
En uno de esos coches viajaba Víctor, con las ventanillas bajadas y las gafas de sol puestas, sudando como un cerdo, apestando como un cerdo, gruñendo como un cerdo. Venía de una entrevista de trabajo para mozo de almacén, era la segunda entrevista del día, y la octava en lo que llevaba de mes. Estaba agotado, siempre era el mismo ritual, una y otra vez, como un bucle infernal:
Entrar en la oficina, anunciarse a la secretaria, recibir su mirada altiva y cansada.
-Rellene este impreso y espere ahí por favor, le llamaremos enseguida.
Rellenar el impreso, siempre el mismo impreso. Nombre, dirección, teléfono, trabajos anteriores... A veces le sorprendían con alguna pregunta inesperada, ¿cómo ha conocido la oferta? ¿Cuales son sus aspiraciones económicas?..... Era como estar haciendo siempre el mismo examen, un examen que conocía a la perfección pero que nunca aprobaba. Llevaba en ese infierno seis meses, medio año de incontables formularios, de secretarias, de locura, de esperas, oficinas, sonrisas falsas, apretones de manos, siempre sin éxito, cada vez con menos ánimos, observando cómo poco a poco su realidad, que creía tan estable, se resquebrajaba como un trozo de madera vieja, podrida y cansada.
Primero buscó un empleo de lo suyo, ahora le valía cualquier cosa, y ni con esas. Ya es un infierno dejarte esclavizar por una actividad absurda y mal remunerada, pero querer esclavizarte y no encontrar amo era absurdo, era triste, era cómico, como ir a la guerra, arrojar tu arma y correr entre las lineas enemigas sin que nadie te dispare, o como querer suicidarte arrojándote a la vía del tren y que este, al llegar a tu altura, te esquive de un salto, era algo que no debía ocurrir.
Víctor se sentó en una silla y empezó a rellenar el formulario, había otros cinco tipos sentados en sendas sillas, lo examinaron durante unos segundos, y el a ellos, buscando información de los rivales, pedazos de carne muerta, inservibles hasta para ser comida de perro, al menos en la antigüedad tenías una oportunidad de abrirte paso con un hacha, aquí no.
Desenfundó su boli y comenzó a rellenar las hojas.
Una puerta se abrió, apareció un tipo bajo, con camisa y corbata, abatido pero con empleo.
-Mmmm......¿Carlos Salcedo?
-Si, soy yo.
-Pase por aquí por favor.
-Si.
Un tipo con coleta se levantó de su silla y siguió al de la camisa al interior de una oficina, desapareció tras la puerta con su formulario en la mano.
Víctor continuó con el suyo, lo terminó y lo repasó, todo estaba correcto, guardó su boli y se acomodó en la silla a esperar, odiaba esperar, toda una vida de esperar para nada.
Al rato salió el tipo de la coleta, todos se levantaron ligeramente de sus sillas y le miraron atentamente, intentando adivinar cómo le habría ido, si sería el elegido, era imposible saberlo, simplemente andaba hacia la salida mirando al suelo. Cuando hubo salido volvieron a mirarse entre si durante un segundo y luego miraron de nuevo al vacío.
La puerta se abrió nuevamente, volvieron a incorporarse ligeramente, tensando el esfinter, el señor camisa y corbata miró su lista y habló.
-Mmmm...... ¿Javier Molano?
-Si, soy yo.
-Pase por aquí por favor.
-Si.
Y vuelta a empezar, el bucle, el bucle....
Un tipo llegó con un formulario, saludó y se sentó, el bucle, el bucle.....
El tiempo goteaba, avanzaba y, a veces, incluso retrocedía, la vida se escapaba, la silla se fundía con el culo.
-Mmmm..... ¿Sergio Iván Díaz?
-Si, soy yo.
-Pase por aquí por favor.
-Si.

TIC........TAC........

-Mmmm......¿Emilio Rica?
-Si, soy yo.
-Pase por aquí por favor.
-Si.

TIC........TAC..........

Este último salió de la oficina con una leve sonrisa en el rostro, esto puso nervioso tanto a Víctor como al resto de aspirantes al puesto, no obstante camisa y corbata continuó llamando a gente.
-Mmmm......¿Sergio....mmm....suck....such?
-Suchodolski.
-Si, pase por aquí por favor.
-Si.

TIC..........TAC..........

Nombres, nombres desesperanzados
Y así fue.
-Mmmm.....¿Víctor xxxxxx?
-Si, soy yo.
-Pase por aquí por favor.
-Si.
Entró en la oficina, una de tantas, el aire estaba viciado, era espeso, agónico, el astro rey se filtraba por una ventana al fondo, sonriendo burlón, había una estantería con carpetas, también un par de enormes fotos enmarcadas de niños jugando felices con el logotipo de la empresa en cuestión, se ve que no curraban allí, un escritorio con papeles, dos sillas. Camisa y corbata se sentó en una, Víctor en la otra.
-¿Me permite su formulario?
-Si, por supuesto.
-Mmmm.....bien.....bien......veo que no tiene experiencia de mozo de almacén.
-No, pero creo estar capacitado para el puesto.
-Preferiríamos a alguien con experiencia previa.
-Aprendo rápidamente.
-Eso está bien.
Camisa y corbata continuó ojeando el formulario, paso las páginas hacia adelante y luego hacia atrás, quizás las estaba leyendo, quizás no, depositó las hojas en su mesa, tomó aire y habló.
-Bien, el puesto consiste en estar en el almacén junto a otro operario y un supervisor, se encargaría de atender los pedidos así como de recoger y distribuir el stock.
-Parece sencillo.
-Lo es. ¿Sabe manejar el toro hidráulico?
-No.
-Bueno, recibiría un curso. ¿Cual es su disponibilidad?
-Inmediata y absoluta.
-¿Le supone un impedimento trabajar los fines de semana?
-En absoluto.
-Bien, el salario es el mínimo según convenio pero tendría la posibilidad de hacer horas extra.
-Me parece bien.
-¿Se encuentra capacitado para el puesto?
-Absolutamente, como ya le he dicho aprendo rápido y me considero una persona disciplinada.
-Bien, ya le llamaremos.
-¿Eso es todo?
-Si, ya le llamaremos.
-Bien, gracias.
-Gracias a usted, puede irse.
Se estrecharon las manos y esbozaron una falsa sonrisa.
Víctor salió de la oficina y caminó hacia la salida mirando al suelo mientras era observado por el resto de pretendientes. Siempre era la misma historia, estaba convencido de que su relación con esta empresa empezaba y terminaba aquí, ¿como podría nadie saber algo acerca de su capacidad con esas preguntas?
Al salir se despidió de la secretaria, no obtuvo respuesta, salió y el infernal calor del mundo exterior lo abofeteó de nuevo. Se puso en marcha, esquivó el cadáver de una paloma muerta que se fundía con el asfalto y consiguió arrastrarse hasta su desvencijado coche, lo abrió y se arrojó dentro, era como entrar en un microondas, el asiento ardía, el volante ardía y su sangre ardía.
Abrió las ventanas para que corriera algo de aire, resopló y se miró en el espejo retrovisor, por alguna razón en su mente se habían incrustado las fotos de los niños jugando que había visto en la oficina de camisa y corbata. El también había sido un niño, en los veranos como este se pasaba el día jugando al fútbol con los amigos, le gustaba ser portero, todos querían ser delanteros y meter goles, el quería ser portero y pararlos, y era bueno, ganó un par de campeonatos escolares, uno de ellos en los penaltis, ese día fue un héroe, sus compañeros lo llevaron en volandas por el campo y alzó la copa escolar entre gritos histéricos, pensaba que algún día jugaría en la selección nacional y triunfaría, éxito, reconocimiento, dinero, mujeres, ¿qué coño había pasado? Su barriga cervecera golpeaba el volante, su calvicie absorbía los rayos del sol, ¿qué coño había pasado? En algún momento las cosas debieron torcerse, bajó la guardia, no estuvo atento a las señales. Se supone que podría haber hecho cualquier cosa, haber sido cualquier cosa, se había dejado atrapar y engañar, había caído en la trampa del conformismo, había renunciado a sus sueños y ahora se veía deambulando en la desesperación, atrapado en la tela de araña, quizás si hubiese luchado por sus sueños tampoco habría llegado a nada, pero al menos conservaría el amor propio, el orgullo del guerrero vencido, y lo que es mas importante, conservaría su libertad espiritual, aquella a la que había renunciado sin darse cuenta dejándose atrapar por obligaciones, rutinas y objetos que ahora mostraban su verdadera e inservible cara.
Le pesaba la cabeza, se la sujetó con ambas manos, la notó latir, respiró hondo unas cuantas veces y se colocó las gafas de sol, encendió la radio e intentó no pensar, la clave era no pensar pero, ¿como hacerlo?
Arrancó el coche y huyó de ahí.
¿Qué coño había pasado?
Condujo rumbo a casa intentando no perderse, todas las calles eran iguales, los edificios altos e impersonales, la gente caminando con paso ahogado. Se encendió un cigarro y arrojó el humo a la humanidad. A medida que conducía por las calles notaba que las fuerzas le abandonaban, se evaporaban por el calor, necesitaba gritar, matar, morir, no podía continuar con esto.
Un semáforo se puso en rojo. Una anciana cruzaba la calle acompañada de un pequeño yorkshire que arrastraba su lengua por el asfalto. Una pareja discutía en la acera.
"Maldita sea", "maldita sea".
El semáforo cambió a verde, inmediatamente el coche de atrás pitó furioso, Víctor arrancó.
"¿Cómo podía haber ateos?", se preguntó, el infierno era real, vivía en el.
No soportaba la idea de volver a casa, las cosas estaban cada vez peor con Sonia, su mundo se desmoronaba. Ella también había perdido su empleo hacía unos meses y las deudas se los estaban comiendo vivos, dentro de poco no quedarían ni los huesos. Ya no podían estar en la misma habitación mas de diez minutos sin discutir, la de anoche fue muy gorda. Sonia se había visto obligada a pedirle dinero a sus padres para poder comprar algo de comida, ella odiaba a sus padres y tener que arrastrarse hasta ellos para mendigar había supuesto un trauma para ella, para su orgullo. Sus padres le dieron el dinero, pero el dinero no era gratis, a cambio tuvo que escuchar toda la charla sobre su vida, las oportunidades perdidas, los fallos cometidos. Sus padres enumeraban todos sus supuestos errores haciéndola creer que ellos lo predijeron desde un principio "si nos hubieses hecho caso", "te lo dije", "te lo dije", meneaban la cabeza, miraban al suelo, suspiraban, hacían ruiditos con la boca y hablaban y hablaban, como si remover la mierda hiciese que esta no oliese, cuando, evidentemente, era al contrario. Víctor por su parte había tenido otro día de entrevistas sin éxito y deambular por las calles y antes de irse a casa no pudo soportarlo más y se metió en un bar a tomarse un par de tercios. El dinero ahora era increíblemente más valioso y sabía que no debía hacerlo pero era eso o el suicidio así que lo hizo, no tenía opción. Cuando, ya en casa, Sonia olió lo que había pasado, la cosa estalló de nuevo en gritos y llantos.
-¡¡Sabes lo que ha sido para mi, tener que humillarme de esa forma, tener que aguantarles, aguantar sus putos comentarios y gestitos, callada, implorando como una mendiga, como una puta mendiga, humillada, y tu mientras bebiendo en un bar!!
-Lo siento.
-¡¡Como que lo siento, joder, piensa un poco en mi, por dios, gastándote el dinero en alcohol!!
- Joder, solo han sido un par de cervezas!
-¡¡¿Pero no lo entiendes o que, eres retrasado?!!, ¡¡NO TENEMOS DINERO!!
-No me insultes ¿vale?
-Es que no me cabe en la cabeza, estamos jodidos y parece que no te enteras.
-¡¡Mierda, lo necesitaba, solo han sido dos putos tercios!!
-¿Lo necesitabas? ¿Lo necesitabas?....¡¡Y que hay de lo que yo necesito, que hay de MI!!
-Quería sentirme normal.
-¡¡Si tanto necesitas beber, puto alcohólico, haberlas comprado en el super!!, pero no, el señorito tiene que ir al bar, ¿qué querías? ¿Ver mujeres?
-Mierda, no sigas por ahí por favor.
-¡¡¿Crees que alguien se va a fijar en ti?!! ¿El señorito cree que va a ligar? Por dios mírate, gordo, calvo, y ni siquiera puedes traer dinero a casa.
-Cállate, por favor.
-¡¡Ya beberás vino bajo el puente cuando nos echen!!
-¡¡¡CALLATE YA PUTA!!!
-¡¡Si, venga, insultame, eso hace que te creas como un hombre ¿verdad?!!........Yo, que lo he dado todo por ti, siempre.
-¿Que lo has dado todo por mi? En vez de apoyarme me machacas mas y mas, no puedo soportarlo, voy a explotar.
-¿A explotar?
-Si, mierda, se me acaba la paciencia, estoy mal, lo noto.
-¿Y que vas a hacer, vas a dejarme verdad? Seguro que tienes a otra por ahí.
-Pero a que viene eso, joder, deja de rayarte, además tu misma lo has dicho, ¿quién podría fijarse en mi?
-Claro y te conformas conmigo ¿no? Solo estás conmigo porque no tienes otra cosa.
-Maldita sea, le das la vuelta a todo joder, no se que decir.
-No digas nada, anda vete, vete al bar a beber y a ver a tu amiguita.
-¿Qué amiguita?
-Vete, dejame sola, eso se te da bien.
Sonia se dejo caer y comenzó a llorar ocultando su rostro entre las manos, Víctor giraba sobre si mismo preso de tics nerviosos.
-Oye, tranquila, lo siento, todo se solucionara.
-Nada se va a solucionar.
Víctor la vio ahí tirada y sintió compasión por ambos, quería abrazarla, calmarla y decirle que todo sería como antes, pero no podía hacerlo, la estaría mintiendo, en realidad ahora la odiaba, querría verla muerta y ser libre por fin. Pensaba en ello y se asustaba de sus propios pensamientos, ¿qué había pasado? Esa chica era la única persona a la que había querido, se habían reído, habían hecho el amor miles de veces, fueron felices un tiempo, ¿como habían podido llegar hasta este punto? Hasta el punto de odiarse, de desearse la muerte, de hacerse daño a diario, ¿por que no habían tenido el valor de acabar con todo cuando aparecieron los primeros síntomas? ¿Por que seguían sin tener valor? ¿Miedo a la soledad? Mierda, era imposible que la soledad fuese peor que esto.
Víctor volvió a mirarla, sentada en el suelo, con la cabeza oculta elevando los hombros al compás de su llanto, no la abrazó, en lugar de eso cogió sus llaves y huyó de ahí.
Cogió su coche y dio un par de vueltas sin rumbo fijo hasta que se dio cuenta de que estaba gastando gasolina inútilmente, ¡maldito dinero! No podía hacer nada, no podía huir, estaba atrapado, había caído, aparcó y se encendió uno de los tres cigarros que le quedaban, dio unas cuantas caladas, la noche era oscura y tranquila, comenzó a llorar, y a pensar, luego intento serenarse, al día siguiente tenía una entrevista.


Víctor estaba cansado, casi no había dormido, solo una ligera cabezada dentro del coche, eso le había provocado un dolor punzante en la parte izquierda del cuello, le dolía bastante al girar la cabeza. Cuando al amanecer regresó a casa a cambiarse de camisa y tomarse un café ella estaba tumbada en la cama, en posición fetal, vestida solo con las bragas y una camiseta de tirantes, estaba aparentemente dormida. Víctor la miró, se fijó en su espalda, sus hombros, su culo, su pelo, estaba seguro de que fingía, de que en realidad estaba despierta, pero no se molestó en comprobarlo, no quería hablar con ella, solo quería tomarse un café, lavarse la cara y cepillarse los dientes para acudir a la maldita entrevista.
Recordaba todo esto como si hubiese sido un sueño, pero no lo era, eran los sucesos del día anterior. Ahora estaba otra vez en las mismas, aparcado frente al portal, sin ganas ni valor para subir y verla de nuevo, cogió el paquete de tabaco, quedaba uno, "mierda", lo encendió, estrujó el paquete vacío y lo arrojo por la ventanilla. Se sentía miserable, no tenía nada que hacer, los amigos habían huido hacía bastante tiempo, era su culpa por haberlos dejado de lado cuando todo estaba bien con Sonia, cuando al estar con ella no necesitaba nada más, a nadie mas, ahora necesitaba a cualquiera menos a ella. No podía ir a ningún sitio, le avergonzaban sus bolsillos vacíos, no podía ir a su casa porque ya no era su casa, no podía ver a su mujer porque ya no era su mujer, ¿y quién era el?....Hacía mucho que no paraba un penalti.
Finalmente decidió que lo mejor era subir, se estaba asando en el coche, al menos en casa podría agonizar en calzoncillos.
Al entrar en casa se descalzó, sus pies olían mal. La televisión estaba encendida, personas en torno a una mesa hablaban acaloradamente sobre la vida de los famosos, no hablaban sobre Víctor, el no importaba. Sonia estaba en la cocina, unas patatas se freían en una enorme sartén, chisporroteaban y humeaban, Sonia cortaba unos tomates.
-Vaya, ya estás aquí, no sabía si vendrías a comer, cortaré mas patatas. - Dijo sin mirar a Víctor que se dejaba caer sobre un taburete.
-No te preocupes, no tengo hambre.
-¿Qué tal te ha ido?
-Psche, como siempre.
-Que novedad.
-Ya.
-¿Donde estuviste anoche?
-Di un par de vueltas con el coche, luego aparqué y me quedé ahí, pensando.
-Vaya, que divertido.
-Divertidísimo.
-Haberte ido a tomar una cerveza.
Víctor empezó a sentir de nuevo aquello, "otra vez no, por favor, no creo que pueda aguantarlo", su alma comenzó a freírse a la par que las patatas, intentó serenarse.
-Por favor no empieces, estoy agotado.
-¿Agotado por que si no hiciste nada?
-Primero por no dormir.
-Yo tampoco he dormido.
-Haberlo hecho, tu estabas en la cama.
-¿Y tu no?
-¿Como?
-No te creo.
-¿Qué?
-No creo que estuvieses toda la noche en el coche.
-¿Y que podría hacer de noche y sin dinero?
-Quizás ir a ver a tu amiguita.
-No hay ninguna amiguita.
-Escucha, no soy tonta, pasas mucho tiempo fuera y ya ni recuerdo la última vez que me tocaste.
-No estoy de humor.
-Eres un hombre, el humor no tiene nada que ver, si no haces nada aquí es porque lo haces en otra parte.
-Interesante razonamiento, por esa regla de tres tu también estarás haciendo cosas por ahí.
-¿Quizás?
-Si, seguro.
-Yo sigo siendo atractiva, ni te imaginas la de veces que me piropean por la calle.
-Felicidades, deberías irte con alguno de ellos.
-Esta claro, no se que hago con un fracasado como tu.
Víctor notaba el encogimiento de su ser, la rabia a punto de estallar, toda la frustración, todo el odio, golpeándole, estrujándole, ahogándole. Su respiración se aceleraba, sus piernas temblaban frenéticas presas de los tics, veía extrañas luces. Las patatas saltaban en la sartén, el cuchillo golpeaba la mesa al cortar los tomates, cayendo como una guillotina, los tomates sangraban.
-Mira tía, no puedo mas, si tan mal estás lárgate por favor, hazlo antes de que me arroje por la ventana.
-Yo ya he tirado mi vida por la ventana, pensar podría estar con cualquiera...
-Yo no tengo la culpa.
-¿Entonces quién?
-¡Déjalo joder! ¿Es qué nunca te cansas? ¡Deja de machacarme!
-¡Te lo mereces!
-¡No me lo merezco, yo no tengo la culpa, también estoy jodido, estoy pensando en matarme joder!
-¡¿Y a que esperas?! ¡HAZLO! ¡Haz algo bien por una vez en tu vida!
La discusión subió de tono y llegado un momento, entre los gritos y reproches Víctor se desdobló.
Una parte de el discutía y gesticulaba, atragantándose y tartamudeando, moviendo los brazos, empujando la silla y gritando pero otra parte de el, la mas importante, lo veía todo desde fuera, en un lugar sin espacio ni tiempo, consciente de todo a la vez, los gritos, el calor, el tomate sangrando, el cuchillo, la sartén, las patatas, la cortina, los tipos de la tele, el camión en la calle. Vio su cuerpo defendiéndose de los golpes, vio las lágrimas. Las voces sonaban distorsionadas y lejanas, un agudo pitido cubría la mayor parte del espectro sonoro, veía todo esto como un espectador alucinado, entonces el pitido ceso bruscamente y el hilo se rompió al fin.
La realidad, todo lo que creemos obvio y seguro no lo es, la realidad pende de un hilo finísimo, un hilo que se puede deformar, que se puede tensar, y que se puede romper. El de Víctor se rompió en ese momento.
Recordándolo ahora lo ve como lo que fue, un extraño sueño, un sueño en el mundo real, una situación que se produjo por si sola, inevitable, con vida propia. Se vio a si mismo sangrando, la vio a ella gritando y pegándole, se vio a si mismo cogiendo la sartén y arrojándola, los gritos, el olor, el cuerpo de ella tendido en el suelo, chillando. La ventana. Se vio caminando hacia la ventana, hacia la libertad, pero no pudo y se vio derrumbándose en el suelo de la cocina.
El resto no lo recuerda, sabe que llamó a la policía y que esta se lo llevó, le gritaron, le hacían preguntas, no sabe lo que contestó, tampoco le importaba demasiado ahora, ya no le importaba nada, todo parecía tan lejano e irreal. En algunos momentos pensaba que nunca había ocurrido, que siempre había estado aquí, en esta fría celda, esperando, la eterna espera.


Sonia tardó bastante tiempo en volver a su casa. Se pasó una temporada en el hospital, no sabe cuanto, parecían meses. Meses de operaciones, el dolor del vendaje, el doctor explicando la situación, las visitas de su familia, las sesiones con los psicólogos. La primera vez que se miró en el espejo después de aquello se desmayó, luego no pudo hablar durante un tiempo, se pasaba el día durmiendo, seguramente estaba sedada, cuando no dormía lloraba, cada vez que cerraba los ojos veía aquella cosa en el espejo, mirándola con esa extraña expresión.
Su único pensamiento en esos momentos era el suicidio, los psicólogos lo sabían y la ayudaron bastante, consiguieron que ese pensamiento se mitigara, aunque volvía a menudo.
Los médicos le hablaron de injertos y trasplantes, la informaban de los nuevos avances en cirugía, dándole esperanzas.
Los días pasaron y finalmente le dieron permiso para ir a casa, debía intentar volver a la normalidad, adaptarse a su nueva situación, a no olvidar el tratamiento, las pastillas rojas, la negra, la redonda grande y las redondas pequeñas, también debía visitar al medico y al psicólogo, todas esas nuevas obligaciones. Ella se veía capaz de hacerlo, la habían ayudado bastante a prepararse para ese momento.
Fue a casa, todo estaba igual, pero se sentía como en casa de un extraño, todos esos objetos encerraban recuerdos de una vida anterior y lejana, paseó un rato por las habitaciones sin saber que hacer, quería irse, pero tampoco tenía valor para ir a la calle y enfrentarse a las miradas de la gente. Se sentó en la cama y comenzó a pensar.


Estaba mirándose fijamente en el espejo del baño. En su habitación ya estaba todo preparado.
Llevaba un buen rato mirándose, en trance.
Miraba la foto, y luego al espejo, y luego la foto, pensando en todo, realizando comparaciones, su pelo seguía ahí, su rostro seguía ahí, pero todo había cambiado para siempre. Comenzó a sollozar, le faltaba el aire, tenía calor.
Las lágrimas descendían por su rostro, pero no era un descenso regular, no descendían por una superficie lisa y suave como la de antes, ahora se abrían paso entre cicatrices, protuberancias, curvas, salientes. Ella lo notaba, notaba como recorrían esa cara deforme, podía no mirarse, podía no tocarse, pero eso no podía evitarlo, la conciencia del propio cuerpo, no quería volver a sentirlo, no quería volver a llorar mas.
Entró en su cuarto, se subió a la mesa y colocó la soga en su cuello. Miró hacia abajo y pudo ver sus pies, su cuerpo parecía normal desde ahí.
Tuvo un pequeño momento de duda, quizás no era la solución, ¿y si lo que venía luego era peor? Al separarse de su séptimo principio en ese estado quizás todo se desmoronaría en una agonía aun peor, había leído historias sobre eones de desesperación inimaginable. La duda le asaltaba.
Estaba a punto de desestimarlo e intentarlo un poco mas pero entonces de su ojo brotó una nueva lágrima. Esta comenzó a descender por su desfigurado rostro, ella lo notó. Cerró los ojos y se dejo caer deseando que fuese la última.

LA LEYENDA DEL REY MONO

Estoy sentado frente al ordenador pensando en algo que escribir, mirando la pantalla vacía del ordenador, una enorme cafetera electrónica de la época medieval, sorbiendo una lata de una desconocida marca alemana de cerveza barata que, sorprendentemente, sabe muy bien, el humo del tabaco flota en el aire a mi alrededor. Miro hacia arriba y ahí está esa pequeña urna de barro, encima de la estantería, esperándome.
Me reclino. A mi derecha, tumbado sobre la cama, esta uno de mis gatos, durmiendo, ajeno a todo esto, a la angustia del escritor. Ajeno a las hipotecas, los curros de mierda y las resacas, una raza superior. ¡Maldito cabrón peludo! Me acerco a el con la intención de molestarle un rato. Empiezo a frotarle la barriga, se estira enérgicamente, tensando todo su cuerpo. Froto con mas violencia, me agarra y empieza a morderme la mano, no se anda con tonterías.
- ¡Maldito cabrón peludo!
No es el primer gato que tengo, siempre he tenido gatos, recuerdo especialmente uno de ellos.
No se como ese pequeño bastardo llegó a mi vida, yo debía tener unos trece años. Creo que una de las gatas de mi hermana había tenido cachorros y, como suele ocurrir en estos casos, los pequeños suelen ser endosados a familiares o amigos. A nosotros en concreto nos endosaron dos, una hembra y un macho, el macho estaba muy delgado, por lo visto era el débil de la camada y sus hermanos le pegaban y no le dejaban mamar, era un jodido perdedor, le cogí cariño al instante. Cuando les trajimos a casa estaban asustados, dormían en el garaje, abrazados, metidos en una caja de frutas. La hembra se escapó unos meses después y no volvimos a verla nunca, espero que tuviese una vida feliz.
Bauticé al enano con el nombre de Goku, en homenaje a la serie dragon ball de Akira Toriyama de la que yo era un gran seguidor, mi personaje preferido de la serie siempre fue Piccolo, un alienigena de color verde que empezó como villano pero después se unió a los buenos. Era apático, amargado, serio, intentaba no mostrar afecto por nadie, lo cual era una pose ya que también tenía su corazoncito y siempre acudía cuando se le necesitaba, era frío e inteligente, me identificaba bastante con este alienígena. No obstante decidí llamar al gato Goku porque me parecía mejor nombre para un gato.
Goku era un cagón, tardó mucho en coger confianza y cuando lo hizo, por alguna razón, me cogió cariño a mi, es bien sabido que los gatos suelen escoger a su amo, no al contrario. Era bastante tranquilo y bueno, no era uno de esos gatos locos que siempre están liándola, siempre fue muy calmado, excepto en sus gustos musicales. Al cabrón le gustaba la música, especialmente el metal, era un gato metalero, siempre que estaba en mi habitación tocando la guitarra venía y se sentaba en la cama a escucharme, yo me peleaba con las partituras de Megadeth o Metallica y el se quedaba ahí sentado escuchando con atención, incluso me recriminaba cuando paraba, se ponía a maullar y empezaba a mordisquear las púas, luego yo seguía y el se sentaba a escuchar.
Un día la llamada de los instintos se apoderó de el como nos pasa a todos los machos, entró en celo, empezó a marcar la casa, se meaba en las esquinas y en el sofá poniendo histérica a mi madre.
- ¡El puto gato se ha vuelto a mear en el salón!
Por aquel entonces vivíamos en un chalet, Goku se largaba de fiesta por las noches y a veces tardaba un par de días en volver, yo me ponía de los nervios, pero siempre volvía, supongo que tuvo descendencia en esas noches de desenfreno.
Un día me levanté de la cama, Goku no había venido a casa en los últimos dos días y me tenía preocupado, salí de la habitación y allí estaba, tranquilamente sentado en un sofá, yo respiré aliviado, pero la calma duró solo hasta que me acerqué a acariciarlo. Cuando estuve frente a el vi que tenía la cara cubierta de sangre, se me aceleró el pulso.
- ¡Joder, joder, que te ha pasado enano, joder!
Lo cogí presa del pánico y le limpié la cara, tenía una herida encima del ojo, le puse hielo para bajar la hinchazón, el no decía nada, no se quejaba, nunca perdía la calma.
Varios días después vi que de la herida asomaba algo, al principio pensé que era la costra pero cuando me acerqué mas vi que era algo metálico, cogí y tiré, era un perdigón, un puto perdigón, alguien había disparado a mi gato.
- ¡Me cago en todo, hijos de puta, quien ha sido, quien ha sido el cabrón!
Nunca llegué a averiguarlo, pero me pasé unos días hecho una furia, no me cabía en la cabeza que alguien pudiera disparar a un pobre gato seguramente solo por diversión, aunque por contra no me costaba imaginarme a mi mismo torturando a ese cabrón y disfrutando con ello.
Pudo quedarse tuerto pero, por suerte, se salvó por unos milímetros.
Debido al olor general de la casa mi madre decidió que había que castrarlo, yo como hombre me opuse, pero mi opinión no tenía ningún peso y al final lo llevaron al veterinario, cuando lo trajeron estaba sedado, me entristecí mucho. Después de aquello se volvió mucho mas tranquilo, una parte de su alegría por la vida se fue junto a sus pelotas, y yo lo entendía perfectamente, mi madre se alegró porque dejó de mearse por la casa.
Intenté darle todo mi apoyo en esos duros momentos.
En una ocasión nos fuimos varios días de vacaciones, otra cosa buena de los gatos es que no hay que sacarlos a pasear y puedes ausentarte tranquilamente unos días siempre y cuando les dejes comida y arena limpia, así lo hicimos, pero por lo visto alguien tuvo un descuido y le dejamos cerrado el baño con la arena. Cuando regresamos el gato se había cagado en el salón, pero todos nos asombramos de su comportamiento, el pobre había cogido arena de las plantas y había tapado cuidadosamente sus heces, nunca he visto a un gato hacer algo parecido, que listo y que limpio que era mi pequeño cabrón.
Empezó a engordar y acabó echo una bola, por lo visto eso es normal en gatos castrados, llegó hasta los nueve kilos de peso. Todos los días dormía en mi cama y si yo tenía la puerta cerrada empezaba a arañarla y maullar hasta que le abría, fue muy útil en invierno, como una bolsa de agua caliente en los pies.
A pesar de estar castrado tuvo un idilio con la gata del vecino, iba a verla todos los días y se tumbaban juntos en el patio, el echo de no poder consumar su relación lo hacía mas romántico, mas puro, se lavaban, jugaban.
También le dio por cazar, muchas mañanas nos traía murciélagos y pájaros que cazaba por la noche, los dejaba en la puerta como regalo, era su aportación a la economía familiar, supongo que pensaba que los cocinábamos y nos los comíamos, que majo, los traía sintiéndose orgulloso, yo le felicitaba y luego tiraba los cadáveres a la basura sin que me viera.
Su vida transcurrió tranquila con nosotros, soportó las mudanzas y la locura habitual de los humanos, me conocía perfectamente y cuando estaba abatido por discusiones familiares o de otro tipo siempre venía a animarme, también cuando llegaba a casa borracho y vencido, se me subía encima y empezaba a restregarme su cara hasta que conseguía cambiar mi humor, y el cabrón lo conseguía siempre, día tras día, movida tras movida, resaca tras resaca, durante once años.
Un día le dio por dejar de comer, al principio ninguno se dio cuenta, luego se hizo evidente porque empezó a adelgazar y estaba mas apagado de lo habitual. Lo llevamos al veterinario, no consiguió decirnos las causas y me dijo que tendría que alimentarle a la fuerza. Compré una jeringuilla de plástico, todos los días cogía su comida enlatada y la batía hasta transformarla en un puré, metía el puré en la jeringuilla y luego cogía a Goku e intentaba que se lo tragase, no quería hacerlo, la mayoría acababa por los suelos o sobre mi, a veces me ponía de mal humor, aunque luego la preocupación y la incertidumbre me abatían aun mas.
- ¿Que te pasa tío?, ¿por que no comes?, venga hombre, hazlo por mi joder, si no puedes enfermar.
- .........
- Venga tío, por favor, solo un poquito.
- .........
Pero no comía y seguía adelgazando, el veterinario no sabía la causa por mas pruebas que le hacía.
Goku estaba cada vez mas delgado y apagado.
Ya no vivíamos en el chalet, ahora estábamos en un frío piso, yo pensé que quizás estaba deprimido, que echaba de menos el aire fresco, el césped y la tierra, todas esas cosas que nosotros los humanos hemos aprendido a perder sin preguntarnos cómo ni por qué. Le compré un arnés y me lo llevaba al parque, noté que se emocionó bastante cuando le bajé, olisqueaba todo, no se acostumbraba muy bien al arnés y estaba bastante débil pero se que le gustó, incluso echó una pequeña cagada, llevaba mucho tiempo sin cagar, soltó un gemido cuando lo hacía, un gemido de dolor que me entristeció bastante. Lo cogí en brazos y le acaricié.
Me lo llevé al fondo del parque, era en el extremo de la ciudad y había un enorme descampado, era el único sitio al que podías mirar sin ver enormes edificios, ya no existe ese lugar, han levantado infinidad de pisos ahí, me senté con Goku en brazos y nos pusimos a mirar el horizonte, estaba atardeciendo.
- Mira tío, ¿lo ves?, la inmensidad, la libertad, ahora estamos jodidos, pero aguanta, por favor, ¿lo harás?, te prometo que cuando pueda, cuando las cosas vayan mejor, te prometo que viviremos en un chalet, podrás volver a cazar y a tumbarte al sol, te lo prometo colega pero aguanta, tu y yo contra el mundo, no me dejes.
Siguieron las visitas al veterinario, los paseos al parque y la alimentación con jeringuilla pero no había mejoras, solo empeoramiento, al haber estado tan gordo y ahora tan delgado su aspecto era horrible, lleno de pellejos colgando, además había empezado a ponerse amarillo, los ojos, la boca. Yo también agonizaba, la impotencia me comía por dentro, casi siempre que intentaba alimentarle con la jeringuilla acababa llorando.
Estaba ahí, tumbado en mi cama, como siempre, una sombra de lo que fue, derrotado, me senté en la cama a su lado y le acaricié, me miró, sus ojos eran muy tristes.
- Tío, ponte bien joder, te quiero.
Entonces en una de mis caricias le desprendí la piel, como si quitara una camiseta, su piel se abrió, pude ver los músculos debajo, sanguinolentos, salté presa del horror.
- ¡¡Joder, dios mio, dios mio, joder, joder!!
Empecé a andar en círculos, presa del pánico y la confusión, llorando, Goku me miraba, no se quejaba.
- ¡¡Joder, no, joder, no!!
Supe que habíamos perdido.
A la mañana siguiente, sin dormir, fui con el al veterinario, ambos sabíamos a qué.
Cuando abrí la gatera Goku no se movió, tuve que sacarlo en brazos de ahí, lo puse en una fría camilla de hierro, el veterinario y su ayudante menearon la cabeza, uno de ellos fue a por la inyección, yo me agaché y me puse a la altura de Goku, acaricié su cabeza.
- Ya está colega, ya está, se acabó, tranquilo, ahora a descansar, te lo mereces, has sido el mejor, el puto amo tío, el mejor, adiós amigo.....
Me miraba, estoy convencido de que el cabrón entendía todas y cada una de las palabras. Miré al veterinario y asentí.
Pude ver el segundo exacto en el que la vida lo abandonaba, en su mirada lo noté perfectamente, seguía con los ojos abiertos pero ya no había nada tras ellos, besé su cabeza y todo se puso borroso, mis ojos se empañaron y empecé a llorar como un niño pequeño.
Cuando salí de ahí estaba en estado de shock, había gente sentada con sus mascotas, perros y gatos de diversos colores y formas, todos me miraron, supongo que mi cara era un poema.
Salí al exterior, hacía un bonito día, el sol estaba alto, yo me arrastré hasta casa.
Hay un echo cuanto menos curioso, ese día, a esa misma hora, mi padre, al que casi no conocí fallecía a miles de kilómetros de allí por una enfermedad relacionada con los gatos, he pensado mucho en ello, evidentemente no he llegado a ninguna conclusión.
Cuando llegué a casa Marcos, mi otro gato, estaba en la puerta esperándome, nos miramos.
- Se acabó, ya se fue.
- ...........
Fui a la habitación y me senté en la cama.
Unos días después regresé al veterinario y me entregó la urna con las cenizas, puse encima el collar que le había comprado para bajarle a la calle, un pequeño collar de color verde, y coloqué la urna en la estantería.
Ahora, mientras escribo esta mierda y se me empañan los ojos miro hacia arriba y ahí sigue la urna, esperándome.
- Ya queda poco colega, ya queda poco.