Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

lunes, 26 de noviembre de 2012

DEUDA PÚBLICA






Con una pena tan grande
como para ocultar el odio al sol
camino.

En el cielo
cientos de pájaros coordinados
danzan en perfecta unidad,
como un ballet,
tan sencillo,
tan sincero,
que he de apartar la mirada.

Nosotros,
reptamos,
nosotros,
la humanidad,
nos deslizamos,
a una muerte evidente.
Todos juntos sin saberlo
hacia el rojo crepúsculo
caminamos.
Un matadero inmenso ante mis ojos,
maquinas deglutidoras de hombres,
ojos vacíos en cascaras roídas,
seres licuados 
perdiendo todo a cada paso,
bolsillos repletos de agujeros,
horarios que despedazan sus articulaciones,
¡Moloch!
¡Moloch!

No puedo soportarlo
y escapo temblando de angustia.
Maldita cobardía que no me permite
ser libre y reír
ante la ceguera y la evidencia,
disfrutar del espectáculo
en mi privilegiado palco.
La hora se acerca.
Quién tenga oídos que oiga.

Ubres como conchas resquebrajadas,
injurias, maldiciones y automutilación,
patetismo que me hace
arrancarme la cara
sentado en el escalón de tu portal,
despreciado,
golpeado,
llorando piedras como puños.

Praderas de huesos porosos.
Meadas de absenta manchando mis pantalones
al amanecer.
Otro yo en mí
violando a la arrogante
de sobacos peludos.
La cohorte cocainómana
temblando ante el cajero.
La lucha sin cuartel de mi sangre
en mi sangre.

He intentado ser sincero
y aún cuando no era consciente
todo ha sido para pagar mi deuda
contraída con Dios.
Sólo intento dar las gracias
de manera odiosa y honesta,
tal como merece el páramo infinito.

Y
para vosotros,
que el miedo os impide
pagar el tributo
y saborear la bendita maldición
de la existencia,
para vosotros
¡panda de Judas!
Cuyas riquezas tienen menos valor
que una montaña de oro
y diamantes,
para vosotros
van mis maldiciones.

Castígalos señor
pues bien saben lo que hacen.

Camino.

Con estas letras
que no cambian ni el color de tus ojos
siquiera.
Un fracaso honesto.
Otro anhelo sacrificado
al gran volcán.
Saboreo
la derrota más dulce de la historia.
Brindando con los poetas de alcantarilla.
Buscando ojos abiertos en la oscuridad.
El bastión,
la esperanza desesperada de la carne
y el alma.

Vosotros.
Reptiles.
Tranquilos como jueces,
en vuestros tronos de sangre y cráneos,
cucarachas que quisieron ser hombres.
Vosotros,
maquinando ocultos en aquelarres nocturnos,
besando el ano del diablo,
frotando vuestras huesudas manos,
alevosos.
Vosotros,
tristes criaturas,
no os merecéis chupar
mi polla,
y aún así
es mi único deseo esta noche.


Chupad

                     pues esta es mi carne.

Leed

                     pues esta es mi sangre.


lunes, 12 de noviembre de 2012

HISTORIA DE UNA IDA Y UNA VUELTA







Había cientos de ratas asesinas por todas partes, salían furiosas de detrás de las paredes, surgían a millares de las alcantarillas, chillando, con los ojos inyectados en sangre. Eran como una riada peluda, una marea negra y apestosa que se extendía por las calles. La gente gritaba histérica presa del pánico, pero nada podían hacer contra su furia. No había sitio alguno al que huir, eran demasiadas. Inevitablemente acorralaban a los incautos y pasaban por encima de ellos como una gran ola y entonces el cuerpo desaparecía debajo de ellas y cuando volvías a verlo sólo quedaba algún jirón de ropa que temblaba agarrado a los huesos ensangrentados. Era el Apocalipsis, la naturaleza no había aguantado más. Podrían haber sido las cucarachas, o las abejas, incluso los canarios, seguramente todos los seres de la naturaleza nos despreciaban, pero habían sido las ratas las que decidieron poner orden. Durante siglos habíamos despreciado a esos bichos acorralándolos y ellos habían crecido a millares ocultos a nuestros ojos, preparando su venganza. Y su momento había llegado. Yo había conseguido librarme por los pelos pero sabía que solo era cuestión de tiempo. Me había encerrado en la azotea del edificio y desde allí observaba el caos en el que se había sumido la ciudad. Las escuchaba arañando la puerta y correteando tras las paredes, podían olerme y se excitaban con el festín que les proporcionaría mi carne. Estaba sentenciado, solo era cuestión de minutos que me alcanzaran, ¿qué podía hacer? No quería morir. Siempre hablando sobre el suicidio y el deseado fin del mundo, pero ahora que había llegado mi hora no quería morir, y menos aún siendo devorado por miles de ratas. Lo lograron. Abrieron un hueco en la puerta y venían hacia mí con sus ojos brillantes. Retrocedí, me encaramé al balcón y me arrojé al vacío. Abajo había más, pero el golpe me mataría y solo podrían alimentarse de carne muerta. Cerré los ojos sintiendo el aire en mi rostro hasta que sentí como mi cráneo chocaba contra el suelo abriéndose como una sandía podrida.


                                                         MAÑANA


Me desperté sobresaltado, empapado en sudor. Me palpé la cabeza para ver si seguía siendo una unidad. Busqué ratas entre las sábanas. Me llevé un susto tremendo al ver un calcetín, negro y sucio, apestoso, en una esquina de la habitación, por un momento pensé que era una de ellas. Cuando me hube aclimatado a la realidad pensé que quizás debería de dejar de fumar porros antes de acostarme, existía la posibilidad de que ellos fueran la causa de estas jodidas pesadillas.
Salí de la cama muy a mi pesar, aún con las pesadillas era el sitio más seguro y confortable del mundo, fuera de allí me esperaba otro día de pesadilla, quizás no con ratas mutantes, pero sí con otros animales, peludos y hediondos e igualmente hostiles, los humanos.
Atravesé el pasillo rumbo a la cocina y me preparé un café, no se oía nada, no había nadie ya en la pensión, todo el mundo madrugaba menos yo. Era ya un poco tarde y tenía que hacer un par de trámites mañaneros que había estado evitando durante demasiados días, debía darme prisa en ponerme en marcha o habría perdido la mañana. Volví a mi habitación con el café humeante, lo posé en la mesa y me fijé en la chusta que había dejado a medias en el cenicero la noche anterior, dudé, tenía cosas que hacer y ya se sabe: “porro mañanero, fumado el día entero”, pero acto seguido pensé: “¿a quién le importa?” y me lo encendí.
Descorrí las cortinas. El día era soleado y acogedor. Frente a mi ventana había un instituto, me bebí el café y apuré la chusta mirando a los jovenzuelos apostados a las puertas del instituto, miraba sobre todo a las niñitas. Cómo había pasado el tiempo... Hace no tanto yo estaba en la misma situación que ellos, si hubiese sabido entonces lo que sé ahora...
Me vestí y salí de allí. En el exterior la gente seguía a lo suyo, todos parecían tener cosas que hacer, parecía que seguían algún tipo de coreografía que se me escapaba, los esquivé hasta llegar al edificio de asuntos sociales. Nunca había estado allí. Era un edificio moderno y brillante que contrastaba con la miseria de la gente que se agolpaba a sus puertas. Allí estábamos lo peor de lo peor, negros, moros, yonkis, gitanos, artistas... Por fin había descendido hasta lo más bajo de la sociedad, ahí estaba mi sitio. Esta gente se desparramaba en las escaleras de la entrada, revisando papeles o simplemente mirando a su alrededor, bebiendo vino, fumando, meditando. Me dejé engullir por el edificio, avancé hasta información, me puse a la cola y esperé. Los yonkis eran los más graciosos, eran como niños pequeños. Había una pareja de ellos al lado mío, no esperaban en la cola, estaban apoyados contra una pared, intentando explicarse el mundo, ella era pequeña y pelirroja, con el pelo como un matojo de hierbas resecas, el era alto y moreno, de envidiable melena, estaban delgadísimos, podía apreciarse incluso bajo el enorme número de capas de ropa que les cubrían, tenían los ojos acuosos y perdidos, sus caras se caían a pedazos. Miraban incrédulos un puñado de folios color amarillo llenos de indescifrables jeroglíficos. Los miraban una y otra vez, por delante y por detrás, buscando respuestas. Entonces la chica del pelo de paja habló a su compañero.
-Pero cari, te lo han dicho, teníamos que haber venido antes.
-No lo entiendo, ¿qué más dará?
-Sí cari, lo pone en la tarjeta.
-¿Dónde?
-Mira, aquí. Lo pone en la tarjeta, hay que hacer lo que pone en la tarjeta.
-¿Qué pone?
-El día 2, se te acababa el plazo el día 2, teníamos que haber venido antes del día 2.
-¡Pero si todavía estamos a 29! Estamos a 29 ¿no?
-Sí cari, pero de hace dos meses, estamos en Septiembre.
-Ah ¿Septiembre ya?
La chica entonces se puso a llorar, algunos se giraron para ver el espectáculo.
-Pero cari, te lo dije, teníamos que haber venido antes ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡¿Qué vamos a hacer ahora?!
-No lo sé.
-¡¿Qué vamos a hacer ahora?!
-Schhh, tranquila cariño, pequeña, tranquila.
-Teníamos que haber venido antes.
Se abrazaron cariñosamente y se fueron, derrotados. Al menos se tenían el uno al otro.
Tuve que esperar un buen rato por culpa de una gitana escandalosa que estaba delante de mí y que caldeó los ánimos de la chica de información, estuvieron gritándose la una a la otra hasta que los de seguridad la echaron de allí a empujones, siguieron gritándose en la distancia hasta que la gitana desapareció. Era mi turno.
-Hola, buenos días, he venido para solicitar la renta garantizada de ciudadanía.
-Bien, tiene que rellenar estos impresos y traerlos para que estudiemos su caso. ¿Conoce los requisitos?
-Creo que sí, pero recuérdemelos.
Me los fue recitando, cumplía todos, pero al llegar al punto de mi residencia habitual la cosa se complicó.
-¿Pero dónde vive usted?
-En una pensión.
-¿Tiene recibos que lo demuestren?
-Bueno, verá, en realidad es una especie de piso compartido, no me dan recibos, no es totalmente legal.
-Pero tiene que demostrar que vive ahí, ¿está empadronado en ese lugar?
-No, estoy empadronado en casa de mi madre.
-Ah, entonces no tiene derecho a la ayuda.
-Pero no vivo con ella, solo estoy empadronado allí porque no me llega el correo a la pensión y ya tuve problemas al respecto con hacienda por eso.
-No es nuestro problema, a efectos legales si usted está empadronado con su madre significa que ella lo mantiene.
-¿Que me mantiene? Mi madre está jubilada, cobra 600 euros y paga 500 de hipoteca, ¿cómo se supone que me mantiene con eso?
-Le repito que ese no es nuestro problema, si usted está empadronado con su madre a efectos legales ella lo mantiene.
-Entonces si me empadrono de nuevo en la pensión todo solucionado ¿no?
-Debe usted estar empadronado allí durante al menos dos años.
-¡Dos años!
-Sí, hasta entonces no tiene derecho a la ayuda.
-Pero es absurdo.
-Así son las cosas. Rellene los impresos y cuando los traiga exponga su caso que será estudiado, pero no creo que tenga usted derecho a nada. ¡Siguiente!
-Gracias maja.
Me largué de allí yo también, derrotado. Mi primera misión del día, que consistía en intentar sacarle algo de dinero al estado para asegurar mi subsistencia, parecía abocada al fracaso. Al salir me encontré con los yonkis sentados en la escalera de fuera, seguían abrazados.
Seguí mi peregrinaje burocrático mañanero, ahora tenía que ir a otro edificio. Revisé mientras andaba los impresos que me habían dado, hojas de diversos colores, llenas de amenazantes espacios que había que rellenar, redactadas por psicópatas. Se suponía que estos impresos debían ser rellenados por perdedores, por desechos sociales al borde de la locura que buscaban una frágil balsa a la que aferrarse, temblorosos, en medio de la tempestad, gente como la pareja de yonkis, los vagabundos dementes que se apostaban en las escaleras abrazados a un brick de tinto o extranjeros perdidos, sabiendo eso ¿no podrían redactarlos de tal forma que se simplificara su explicación en lugar de oscurecerla? ¿Sería un retorcido método de criba para probar la determinación del solicitante? He leído a Kant y a Heidegger pero me costaba descifrar algunos párrafos de las instrucciones. Suspiré y continué mi camino aquella soleada mañana.
Pasé por la calle comercial. Estábamos en crisis, pero de las tiendas de ropa no dejaban de salir chicas y mujeres cargadas de bolsas, al salir se encontraban con los mendigos, que cada vez eran más, y no les daban ni una mirada compasiva, ni una de desprecio, no hablemos ya de dinero, la mierda que cargaban en sus bolsas las bastaba para vestir su indiferencia, su ceguera, su inevitable condena. Era triste y fascinante verlo tan claramente, ver su estado de indiferencia ante su propia descomposición. Yo intentaba echarles alguna moneda cuando podía, a los vagabundos, pero cada vez podía menos, ahora los miraba como quien mira hacia un futurista espejo, no me costaba verme sentado al sol con la mano extendida, no me costaba nada imaginarlo.
Llegué a otro edificio oficial cuya mera visión ya daba pereza, además este era menos brillante que el anterior, sin el colorido de los locos despojos sociales su frialdad era absoluta, era un monumento al absurdo tallado en un bloque de metal oxidado. Para entrar en esta fortaleza tuve que despojarme de todos mis objetos metálicos ante la perezosa mirada de una vigilante de seguridad, luego me metí en un ascensor y apreté un botón que decía “3”. Ascendí, salí de ahí y me dirigí a una ventanilla desde la cual unos fríos ojos me miraron encerrados en unas feas gafas.
-¿Qué desea?
-He venido a entregar esto -dije enarbolando una hoja.
-Déjeme ver... Pero... ¿Esto para qué es?
-Para denunciar un impago.
-¿Un impago de una empresa?
-Sí.
-Vamos a ver, por lo que veo usted reclama una cantidad no percibida por un trabajo.
-Sí, verá, estuve trabajando en...
-Esto no le va a servir.
-¿Cómo dice?
-Que esto no le va a servir, este impreso es para mandar una inspección de trabajo a la empresa en cuestión.
-Pero en la primera planta les conté mi caso, me dieron esta hoja y me dijeron que la entregase aquí debidamente cumplimentada.
-Hombre, puede presentarla si quiere, pero no va a servir de nada, usted lo que tiene que hacer es pedir una conciliación.
-¿Y eso cómo se hace?
-Vaya a la segunda planta, ventanilla B, pida un impreso y rellénelo.
-¿Entonces este no me sirve para nada?
-No. Vaya a la segunda planta y pida un impreso para una conciliación.
El tipo se giró y me olvidó para siempre. Me monté en el ascensor y apreté el botón que decía “2”. Una vez allí me dirigí a la ventanilla B desde la que el tipo H me miró con cara de ?
-¿Qué desea?
Mujeres, dinero, paz de espíritu... Pensé, no obstante dije:
-Quería un impreso para una conciliación.
-¿Un impago verdad?
-Sí.
-Vaya panorama.
-¿Cómo dice?
-Están viniendo muchos últimamente, por lo visto nadie paga.
-Pues qué bien.
-Tenga, rellene esto y preséntelo en la cuarta planta.
Miré la hoja, era prácticamente igual que la que ya había rellenado previamente, la que no me sirvió de nada, las diferencias entre ambas eran casi imperceptibles, el encabezado, la tipografía y la disposición de un par de huecos a rellenar, por lo demás eran idénticas. Me senté en una mesa, cogí un bolígrafo y vertí a mano los datos de una hoja a la otra. Entré en el ascensor y apreté el botón que decía “4”. Volví a precipitarme sobre otra ventanilla, esta vez al otro lado había una mujer, fea, marchita.
-¿Qué desea?
-Me han dicho en la planta dos que entregue esto aquí.
-Por triplicado.
-¿Cómo dice?
-Tiene que entregarlo por triplicado.
-¿No podría usted hacerme unas fotocopias?
-Aquí no estamos para eso.
-Está bien, ahora vuelvo.
-Dese prisa, cerramos a en punto.
Salí corriendo de allí, tenía diez minutos para hacer las fotocopias y volver. Salí del edificio y corrí por las calles, jadeando, hasta llegar a la tienda de fotocopias. Estaba cerrada. Me encendí un cigarro y me encaminé a mi casa vencido por la burocracia.
Estaba rabioso. Todos estos trámites eran inútiles para la consecución de mis fines. Lo que me había llevado hasta ese último edificio infernal era un trabajo que me salió montando el escenario en el que actuaría Julio Iglesias, el cantante hispanohablante con más éxito comercial de todos los tiempos, más de 300 millones de álbumes vendidos, 2.600 discos de oro y platino certificados. Curré como una mula montándole el chiringuito durante cuatro días, el último de ellos, el día de la actuación, trabajé durante veinte horas seguidas, cargando y descargando camiones, colocando equipo, al final de la jornada sufría de múltiples alucinaciones ópticas y auditivas que me asaltaban desde todos los flancos, gente que no estaba allí me susurraba al oído. El tipo que me contrató, a mí y a otros treinta perdedores, nos llevaba dando largas desde hacía semanas hasta que en un momento dado desapareció sin dejar rastro. Ninguno cobramos. Una vez más se habían reído de los perdedores. Menuda cuadrilla estábamos hecha, jovenzuelos que solo podían trabajar de pascuas a ramos en mierdas como ésta, un par de expresidiarios, un rumano... Ninguno cobramos, ni cobraremos, los que tengan la paciencia de meterse en recursos y peregrinajes jurídicos interminables puede que vean la pasta, sus putos cuatro duros raquíticos, su mínimo sueldo posible, dentro de tres, cuatro o cinco años. Recuerdo ese día. Recuerdo al bueno de Julio. Llegó una hora antes de la actuación, su mercedes se introdujo por la parte trasera del estadio y aparcó en los camerinos, bajó del coche escudado por dos top models y nos dedicó su famosa sonrisa y un leve gesto con la mano antes de desaparecer por la puerta de los camerinos. Seguramente él y su cohorte habían cobrado una suma insultante con anterioridad, ahora para los curreles no quedaban ni las sobras del cátering. Días de angustia y de mirar los movimientos de mi raquítica cuenta bancaria, rumores, llamadas, y el desenlace más triste a la velada, el silencio, la huida, imaginar la sonrisa del ladrón, sentirte como un puto estúpido. El dinero ya no importaba, únicamente conseguiría poner paz en mi alma inflando a hostias al tipo que me contrató. Es triste, “no es el camino” dicen por ahí “la venganza y la ira no llevan a nada” dicen. Pero ¿qué hacer? ¿cómo remendar esta sensación de burla sin consecuencias? Todos estos papeles no servían de nada, miles más se acumulaban en los escritorios de funcionarios hastiados. Los de abajo siempre tendríamos las de perder. Los reptiles estaban blindados. Conocía varios casos, un colega tenor al que un ayuntamiento de Madrid le debía su actuación desde hacía meses. Una empresa de estructuras metálicas a la que el ayuntamiento de León debía miles de euros desde hacía años. Multitud de conocidos que trabajaban sin cobrar desde hacía meses para, al final, encontrarse con un patrón que se declaraba insolvente y huía con el botín a un país más cálido. Todo eso estaba a la orden del día mientras nuestro ridículo presidente blindaba los bancos y amnistiaba a los corruptos entre cortinas de humo. Una justicia leeeeeeeenta e inútil. Un panorama desolador, surrealista, en el que los ladrones llevaban corbata y tenían total impunidad para reírse de una masa asustada e idiotizada despojada por completo de su dignidad. La jugada maestra de los poderosos seguía su curso imparable entre risas de un bando y llantos del otro. Y la gente que permanecía al margen de la situación continuaba dormida, en su burbuja de excusas, sin admitir la inviabilidad del sistema. Típico del ser humano, el no ser consciente del fuego hasta que te quema los pies. El cuestionamiento de nuestro sistema de valores solo llegaba cuando te salpicaba la mierda, ahora la gente se echaba a la calle y se hacía preguntas, era triste que no se las hubiese hecho en las épocas de bonanza, pero es lo que pasa, nunca se ve más allá de nuestras narices. Egoísmo. Egoísmo infinito, intrínseco al ser humano, tan fácilmente alimentado por las quimeras capitalistas. La crisis económica europea que tantos ojos ha abierto no deja de ser una broma comparada con la que ha sufrido Sudamérica con anterioridad, por no hablar de África, nada ha cambiado en la historia de la humanidad, coge lo que puedas y corre, corre, y pisa a quién sea necesario, esas son las directrices grabadas a fuego en una especie capaz de destruirlo todo y luego a sí mismo y que luego pone cara de incredulidad ante el espectáculo de su obra. Ya no hay salida, no hay vuelta atrás, el fin de todo nos espera y caminamos hacia el con paso firme. Somos una especie que se lo ha currado muy mal, ante la inmensidad del cosmos y la certeza de la muerte uno no puede por más que preguntarse cómo las aspiraciones del ser humano medio no pasan de levantarse por la mañana y dirigirse a algún trabajo estúpido que le proporcione la dudosa posibilidad de comprarse alguna gilipollez inútil. Entidades ajenas a todo mientras su culo repose en lugar mullido.
Recuerdo cuando tenía un trabajo fijo bien remunerado, cómo me gastaba la pasta en objetos absurdos... El único dinero que empleé bien fue el destinado a desfasar con los colegas, por suerte lo hice con asiduidad. ¿Cómo es posible que haya personas que trabajen en turnos de 12 horas habiendo una tasa de paro del 25%? ¿No sería mejor que tres personas currasen 4 horas y se repartieran la pasta? Claro, en tal caso el poder adquisitivo de esas personas sería menor y les imposibilitaría el tener acceso al último gadget tecnológico y cuando se ha lavado el cerebro de la gente a base de publicidad y luces de colores esa posibilidad es inviable, porque el cáncer está muy extendido y ya solo se ve el último objeto brillante que nos dará la felicidad, aquel que manufacturan esclavos en países a miles de kilómetros de nuestros culos cuya lejanía les confiere un aura irreal, intangible, hablar de China es como hablar del país de Oz, algo lejano que quizás no exista, pero existe, y allí hay un chaval currando por 70 céntimos ahora mismo para que tú tengas tu puto iPod.
Necesito más. Quiero más.
¿Cómo podemos reproducirnos sin medida minando los recursos de nuestro planeta sin siquiera haber averiguado la manera de salir por patas cuando no haya vuelta atrás? Bah, no importa, yo no lo veré... Pero llegará un día en que serás testigo amigo, ese día quizás esté cerca. Es fácil decir que nos han engañado, que tenebrosas manos manejan los hilos, cuando en realidad cosechamos lo que sembramos. La historia de la humanidad siempre se ha escrito con sangre, sangre derramada hacia las cloacas. Estamos corriendo ciegos hacia muros de hormigón, nada ha servido, nada se ha hecho correctamente, cagada tras cagada en un viaje alucinado y alucinógeno hacia la destrucción total. Dame la mano, iremos juntos y por fin podremos derramar unas lágrimas totalmente sinceras, por primera vez en nuestras tristes vidas.

                                                         TARDE


Con la risa de los ladrones martilleando mi cerebro, presionándolo hasta el extremo, volví a la pensión, intentando mirar al suelo durante todo el camino, agotado, hastiado de miradas vacías y elucubraciones tormentosas. Para mí es importante matizar que todo esto no son lloriqueos, no voy de víctima de la crisis, ni de víctima de nada, no quiero que nadie se compadezca de mí. Dada la situación y mi devenir por la vida puedo afirmar que en estos momentos me siento hasta cierto punto privilegiado y realizado, encontré una rendija por la que ver y escapar ¡He visto la luz! Soy yo el que se compadece del mundo, mi dolor siempre está provocado por terceros, por poder ver y sentir lo que mis iguales están haciendo consigo mismos y con los demás, en ambos bandos, de una forma o de otra. Toda esta estupidez, avaricia y egoísmo me pesan como una terrible mochila, pero es una mochila con las cargas de otros, sus putas piedras lapidarias. No siento pena ni dolor por mí mismo, quizás pereza, me da pereza existir, existir aquí y ahora, eso es todo. Es mirar a mi alrededor lo que me angustia y aflige, ver tan claramente reflejada la tristeza y la derrota en los débiles, sentir la indiferencia y el egoísmo de los fuertes. Hay que acabar con este sistema desde los cimientos. Pocos, muy pocos, merecen ser salvados (quizás ninguno), ninguna reforma parcial es válida, se necesita una revolución total, tanto del sistema como de las mentes, la enfermedad está demasiado extendida, hay que amputar. Tabula rasa.
Entré en mi habitación y me dispuse a alimentarme, guardaba la comida en el armario, miré el menú y opté por una lata de fabada. Salí de la habitación, atravesé el oscuro pasillo y llegué a la cocina. Vacié la lata en un plato y le dí una pequeña dosis de radiación no ionizante a una frecuencia de 2,45 gigahercios (Ghz) para hacerla más apetecible. Volví por el pasillo rumbo a mi habitación. Escuché una tos moribunda que salía de una de las habitaciones y no pude evitar pegar la oreja a la puerta, escuché de nuevo la tos y percibí el olor nauseabundo del interior. Me retiré a mi cuarto. Puse el plato humeante sobre la mesa, encendí la radio y me senté. Nunca había nadie en la pensión a esas horas, pero la tos moribunda me había indicado la presencia de otro ser humano tras una de las puertas, una persona que, como yo, como todos, se debatía en soledad en una lucha perdida contra la vida. Pensaba en el pobre Blas.
En mi pensión casi todos los habitantes eran hombres jubilados solitarios, era el ambiente más agradable al que un misántropo podía aspirar ya que nunca estaban en casa. Salían pronto, al alba, rumbo a alguna cafetería y no les volvías a ver el pelo hasta entrada la noche, cuando regresaban del bar o de las salas de juego. Eran personas afrontando el final de una vida de penurias. Vivir allí, entre ellos, me había enseñado grandes cosas acerca de la vida. Esta gente, los pobres viejos, habían sido completamente abandonados por todos y finalmente se habían rendido llegando incluso a abandonarse a sí mismos, alcanzando con ello, quizás, la santidad. Era la última estación. Por alguna extraña razón les gustaba acumular cosas, a veces alguno estaba en el baño y se dejaba la puerta abierta de su habitación y si, casualmente, pasabas por allí podías asomarte a su interior, a su mundo, a su psique. Allí el hedor era insoportable, un aire espeso y viciado, similar al que surge al abrir un cubo de basura, te abofeteaba el rostro. Tras este bofetón inicial echabas una tímida mirada al interior de sus habitaciones y veías miles y miles de cosas tiradas por todas partes, un caos absoluto y sórdido, montañas de revistas y ropa que llegaban a tocar el techo, y estoy hablando de un edificio antiguo, de techos altos. Papeles, cartones, envases, colillas, botellas, figuras, emblemas, libros, basura y más basura, una vez llegué a ver en una de las habitaciones una cabeza de ciervo disecada. Si mirabas al suelo veías una especie de alfombra oscura, era la mugre que se había fundido al suelo, mierda traída pegada a la suela del zapato durante años que se había depositado allí, acumulado y fermentado, para dar lugar a una especie de moqueta. En estas habitaciones nunca entraba la luz del sol, y si entraba era absorbida y anulada como por arte de un agujero negro. De repente oías el ruido de la cadena del váter y debías dejar de husmear y perderte por el pasillo rumbo a tu morada, donde pensabas sobre ello. Supongo que la reacción más previsible en un primer momento era la incredulidad “¿cómo puede una persona vivir así?” Pero no había más que entender el contexto. Eran personas solitarias al borde de la muerte y todo había fallado, todos les habían abandonado. Envejecer es así, es ir perdiendo todo, como un árbol en otoño. Ya no interesas a nadie, a tu familia le importas una mierda y solo ansían el día de tu muerte elucubrando sobre tus posibles posesiones y la parte proporcional que les corresponderá tras tu muerte, las risas se han ido junto a los dientes, los achaques afectan a todas las zonas, la demencia senil que hace que no recuerdes si vas o vienes o qué desayunaste (si es que desayunaste) o qué cojones está pasando, el sabor de una mujer es ya como el sabor de la juventud, un recuerdo lejano que no volverá jamás. Schopenhauer alababa la vejez como la mejor etapa de la vida, por la tranquilidad que proporciona la falta de pasiones, quizás sea así, nunca he visto a ninguno de estos jubiletas quejarse por nada, nunca he escuchado discusiones ni risas ni llantos saliendo de sus puertas, son gente de rutinas sencillas, levantarse y disfrutar de su pensión dilapidándola en cafés, vinos, o en las tragaperras, la charla en el bar, la partida... Quizás alguno continúe viendo a alguno de sus familiares, algún nieto al que dará algo de pasta a cambio de una sonrisa. Todo se ha marchado, ya no hay objetivos, simplemente esperas la muerte, inevitable y tan cercana que casi puedes oírla y soñar con el calor de su abrazo.
Las habitaciones de estos hombres podrían resumir la vida de la mayoría de la gente, una constante acumulación de basura inútil que a nadie le interesa, hasta el momento en que te mimetizas con ese entorno y pasas a ser un desecho más. Eso es la vida y ese es el futuro que nos aguarda a todos, variará la escala de grises, pero puede resumirse a eso. Y supongo que no es malo, es la ley del cosmos, el problema viene cuando te ves ahí y te das cuenta, echando la vista atrás, que todo ha sido una pérdida de tiempo, que no has disfrutado de aquello que se te ofreció. El tiempo, tan escaso y etéreo que sólo lo percibes cuando lo has perdido. Mierda, esas cosas nunca se piensan, estamos aquí, siempre hay alguien que nos ríe los chistes, somos jóvenes, y aún no siéndolo creemos que nos queda un gran camino por delante, se dejan las cosas para mañana, se pierde el tiempo en estupideces, pero nuestro futuro ya está marcado, es una habitación oscura llena de mierda hasta el techo.
Blas vivía en la habitación número 3. No era el que tenía mayor síndrome de Diógenes, las veces que pude asomarme a su habitación tenía más bien pocas cosas, el hedor era insoportable, eso sí, esta gente espera la muerte, cosas como lavar las sábanas pertenecen ya a otra dimensión. Tenía un problema de incontinencia, el pobre Blas, la mayoría de las veces no llegaba al retrete y dejaba un intermitente reguero de orín por el pasillo, era una de las razones por las que no convenía caminar descalzo por el pasillo de la pensión.
Nadie sabe cuantos días llevaba muerto cuando lo encontraron, allí dentro, solo. Ese fue el final de su historia. Hoy su habitación la ocupa otro jubilado, un tipo tuerto y ludópata que se pasa la mayor parte de tiempo sedado por la enorme cantidad de pastillas que ingiere para la esquizofrenia, hace días que no le veo, por cierto.
Muchas veces, al pasar por alguna de esas puertas, cuando me llega el olor, pienso si en su interior se encontrará otro cadáver solitario abandonado a la putrefacción. Y me pregunto cuándo será mi turno. Estos viejos, descomponiéndose en sus habitaciones, son el producto de toda esta sociedad de mentiras, lo han dado todo, han sido exprimidos, para al final acabar así, sin nadie que les eche de menos excepto la casera a fin de mes. Esto no es la excepción, es la regla, el sustrato del mundo lo conforman los cadáveres de los malditos, esas pobres víctimas solitarias, y si tengo alguna misión como narrador es contar su historia, esa es la razón de que me decante por escribir sobre la sordidez y los personajes solitarios y creo que ha de ser la misión de todo narrador honesto.
Blas, colega, seguro que estás en un lugar mejor así que no voy a apenarme por ti, y me alegro mucho de no tener que volver a fregar tus meados viejo de mierda. Descansa en paz.

La fabada estaba deliciosa, pero me provocó gases, me tiré un par de pedos apestosos mientras me masturbaba. Cuando conseguí correrme me limpié, me lié un peta y me arrojé de nuevo al mundo con energías renovadas. Ya no miraba al suelo ¿Por qué evitar las miradas? Cada uno es responsable de sus actos y el despertar acabaría llegando para todos con alguno de los posibles finales.
Me introduje en un supermercado, esquivé rápidamente los estantes llenos de utensilios inútiles, esquivé a los enfermos terminales que pululaban por allí y llegué a la estantería de los productos razonables, pillé un pack de seis latas de cerveza tostada, hice la transacción lo más rápido posible y me largué de allí rumbo a casa de mi colega Emilio. Abrimos unas latas y nos liamos unos porros mientras en la tele mirábamos incrédulos los incidentes que el día anterior se habían producido en el centro de Madrid con motivo de la concentración del 25-S, una concentración que respondía al lema “ocupa el congreso” y que reflejaba el creciente malestar de la sociedad con sus gobernantes y sus métodos. Era una chispa de esperanza para el cambio social, pero los perros guardianes de los poderosos sabían bien lo que debían hacer y pronto desenfundaron las porras para dispersar a la masa descontenta. Ahora el debate se abría sobre si había sido correcta la actuación policial, y con ello se tapaba el verdadero tema de debate que es “qué hacía toda esa gente allí”. Se tachaba de ilícito el movimiento ya que no se podía intentar derrocar a un gobierno elegido en democracia, algunos incluso lo llamaban golpe de Estado. Bien, derrocar a un gobierno que ha ascendido hasta ese puesto a base de mentiras es totalmente lícito. Si compras una televisión de última generación, con HD, 3D y todas las estúpidas mierdas que se supone que traen, y al sacarla de su caja resulta que te han vendido una tele en blanco y negro que se sintoniza con una ruedecita y con un culo del tamaño de un camión, es lícito que la devuelvas y recuperes tu dinero. Por esa regla de tres un gobierno que pide el voto prometiendo una serie de cosas y luego se dedica a hacer todo lo contrario solo se merece una patada en el culo que lo envíe a pudrirse al octavo círculo del infierno de Dante. Y esto es así, no hay tu tía. El problema es la manga ancha de la gente, su permisividad y su estoicismo. Se les ha dejado tener demasiado poder sobre nuestras vidas y sociedades, se les ha dejado cortar y repartir, concentrarse en silencio y hermandad para mostrar el descontento no es suficiente, la gente está muriendo, se están volviendo locos, se suicidan, hay víctimas. El egoísmo es el que ha dado a luz toda esta situación, nuevamente el egoísmo, el querer tener, el querer tener cosas y más cosas y más cosas, eso ha hecho que las desigualdades se hayan hecho cada vez más evidentes, porque una balanza no asciende si la otra no cae. Antes, inmersos en la mentira de la bonanza, estábamos ciegos y despreocupados porque parte de nuestro egoísmo y afán de posesión estaban cubiertos. Recuerdo cuando cobraba mi amplio sueldo y corría al Media Markt a comprarme gilipolleces, gilipolleces que aliviasen el terrible trauma que me había supuesto conseguir un sueldo “digno”. Otros cientos y yo nos arremolinábamos allí, bajo un enorme cartel que ponía “yo no soy tonto” y comprábamos y comprábamos como si se fuese a acabar el mundo. Ahora todo ha petado y nosotros, tontos del culo, solo tenemos lo que nos merecemos. Los poderosos son como nosotros, humanos, y por tanto solo quieren tener más y más, y, mientras que ahora estamos en lo más bajo de la balanza, ellos siguen ascendiendo y su ceguera hace que nuestra vida o muerte se la sude ya que su situación no ha hecho más que mejorar, por tanto no hay crisis, todo va bien, todo sigue su curso. Ahora la parte baja de la balanza ha visto el sufrimiento de cerca, lo viven ellos o sus familiares, o sus amigos, ahora ven la injusticia y quieren cambiar el modelo, hacer un mundo más sostenible y justo, y está bien, lo malo es que ahora el enemigo es más poderoso que nunca. Por tanto el fallo general del movimiento indignado se puede resumir en un gesto, en un símbolo, las manos blancas. Las manos blancas no sirven para intimidar al enemigo, para hacerlo hay que mostrarle unas manos ensangrentadas que sujeten la cabeza cercenada de sus compinches, de otra forma lo único que se logra es que el enemigo siga brindando con la sangre de tus hermanos. “La violencia no es la solución” dirán algunos, pero no es violencia gratuita, es defensa propia, la violencia ya se ha usado con nosotros, la tortura no está prohibida, se nos aplica a diario, en interminables turnos de trabajo por cuatro duros para que, al llegar agotado a casa, encima te enteres que te han recortado mil derechos y han dado una inyección de capital a la banca mientras abres, aterrado, la factura de la luz.
Es normal huir de la violencia, pero los partos son dolorosos y esto es una guerra, como bien dice el artista Velpister en su poema Declaración:


                     Es una guerra

                     Lo es

                     Por mucho que
                     nos engañen

                     Por mucho que
                     censuren

                    Lo es

                   Una guerra
                   incruenta

                   Y ya tiene de todo
                   esta guerra

                   Tiene tiranos
                   Tiene soldados
                   Tiene perros
                   Tiene propaganda
                   Tiene sangre
                   Tiene daños colaterales
                   Tiene ruina

                   Y muerte

                   A esta guerra
                   ya sólo le falta
                   una cosa:
                  Que los enemigos
                  Los rebeldes

                  Nosotros

                 Pasemos
                de una vez por todas

               A la ofensiva






Llegaron unos cuantos colegas más, se abrieron birras y liaron porros, hablamos de varias cosas, de la situación del mundo y nuestro lugar en él. A veces, al dar un trago y pasar la vista sobre mis colegas, me asaltaba la lástima al ver a toda una generación perdida. Ninguno de mis colegas curraba, muchos de ellos no lo habían hecho jamás, no podían acceder a nada, ni planear nada más allá de reunirse para beber en algún oscuro rincón. Eso no es del todo malo ya que el trabajo, tal como se entiende actualmente, no puede ser por más que calificado como “El mal”. Sé de lo que hablo, no soy un hijo de papá, no soy un burgués que teoriza desde el sillón sobre el fin del capitalismo. He estado en las barricadas, más de una década desperdiciada en curros de mierda. He hecho de todo: peón de la construcción, albañil, peón de fábrica, dependiente, jardinero, enterrador, reponedor, técnico de control de calidad, segurata... Horas, horas y más horas robadas, desperdiciadas. La felicidad está en la libertad, y la libertad en la independencia, y es difícil equilibrar esto ya que la sociedad actual sólo te proporciona independencia tras trabajar, que es un acto que por definición roba tu libertad. La solución está en hacer que el golpe sea lo menos doloroso posible. ¿Cómo puede una persona ser feliz, sentirse libre y realizada si tiene que estar 12 horas en una cadena de montaje despiezando pollos? Eso solo crea psicópatas y suicidas. Nadie debería trabajar más de 5 ó 6 horas al día, ni una larga temporada realizando la misma actividad, de la misma forma no debería recibir exagerados sueldos por ello. El egoísmo, el afán de posesión, no conoce límites. Si tienes una casa querrás también una casa en la playa, ¿la necesitas? Pero es la sociedad capitalista, con su mejor arma, la publicidad, la que nos lava el cerebro y alimenta nuestras ansias de posesión, transformando a las personas en seres consumistas de ansias inagotables. Yo me he dado cuenta ahora de que no es necesario tener tanto, soy mucho más feliz ahora, con mis cuatro duros, pero con todo mi tiempo disponible para dormir, o leer, o emborracharme con los colegas, que cuando cobraba 1300 euros al mes metido todo el día en una fábrica de tubos y gastándome la pasta en mierda, una vez salía de allí, para aliviar mi vacío existencial. Había allí, en la fábrica, gente que echaba horas extra, tras turnos agotadores, sólo para tener más pasta y poderse comprar más mierda, estábamos atrapados en una demente espiral descendente que no llevaba a ninguna parte, como bien ha demostrado el tiempo, que nos ha dejado sin ninguna de esas absurdas posesiones, y a los más atrapados, endeudados de por vida. El trabajo es el mal. Bukowski lo ve de manera impecable en toda su obra, y concretamente en uno de sus mejores poemas:

              esta noche no he podido ir a trabajar
              porque no podía
              dejar de vivir



Trabajando un número razonable de horas, que no te hagan mirar el reloj deseando la muerte, y recibiendo un número razonable de pasta, que no te haga caer en el pozo de la avaricia, crearíamos una sociedad de seres más realizados, y no el apestoso engendro que somos ahora mismo, una sociedad más justa e igualitaria, y no la puta montaña rusa de desequilibrios en la que nos zambullimos cada día. Pero siempre el egoísmo, siempre hay alguien que desea más por menos y lo contagia por donde pasa. ¿Cuándo aprenderá la gente que lo único verdaderamente necesario es follar con regularidad, pillarte un pedo de vez en cuando con los colegas y, sobre todo, ser dueño de tu maldito tiempo? El egoísmo, ese cabrón hace que todo esto no sean más que utopías ya que siempre habrá quien desee dominar a los demás y joderlos, y exprimirlos, y sentirse superior. De esa forma tenemos a las personas desesperadas por encontrar un mísero trabajo, recorriendo las calles arriba y abajo en busca de uno, sin éxito, y si, por la gracia divina, encuentran uno, esta situación de desesperación y desamparo social hará que sea un trabajo en el que les metan una enorme polla por el culo, y deberán sonreír y aparentar disfrutar de cada embestida, y se correrán en su culo ensangrentado y a cambio les darán un mísero sueldo que no les llegará ni para pagarse los puntos.
¿Tendrá redención el ser humano? ¿Podrá salvarse?
Tras unas horas de agradable compañía alrededor de la cerveza y el humo me despedí de los compañeros que quedaban en pie y me encaminé de vuelta a la pensión cuando la noche se espesaba.


                                                          NOCHE

Algunas cosas se ven más claramente al amparo de la oscuridad.

El camino de vuelta a la habitación fue triste. Podías ser consciente de la miseria actual al pasear por las calles y ver todos los cajeros con algún indigente en su interior intentando conciliar el sueño. Era una postal extraña. Las sucursales de aquel gran monstruo que les había quitado todo les servían ahora de hogar ante el frío y la desolación nocturnas. Muchas de esas personas no tenían el aspecto arquetípico de un indigente, eran personas como tú y como yo, algunos solos, otros con su pareja o algún compañero, algunos con mascotas. Y los ladrones seguían riendo y brindando. Sus risas acabarían si este ejercito de malditos despertara, pero no terminaban de despertar, se resignaban a su suerte.
Llegué al portal pero fui incapaz de entrar, quería que el frescor de la noche me purgara un poco más así que di un paseo nocturno. Llevaba puesta la música a toda hostia, sonaban Meshuggah, toda esa violencia sonora empezó a tejer imágenes en mi mente, imágenes de dolor y sufrimiento, imágenes desesperadas y extrañas. Comencé a visualizar a los seres humanos como cucarachas de ojos brillantes, rodeados de mierda, apareándose en los rincones, emitiendo extraños gemidos. Seres horribles y deformes que ingerían todo a su paso. Seres famélicos que reptaban por las paredes y comían otros insectos. Seres gordos como ballenas con extraños cables y conexiones enraizados en sus cerebros, babeantes, cagándose encima. Una noche eterna, maldita, de furiosos relámpagos. Huracanes y lluvia ácida. Padres devorando a sus hijos, violando a recién nacidos. Ancianas esqueléticas maquilladas como payasos y llenas de joyas cabalgando sobre musculosos afroamericanos. Engendros de dos cabezas sobre púlpitos aleccionando a huestes de seres sin ojos, boca ni oídos. Señoras ciegas y aterrorizadas andando a cuatro patas y alimentándose de restos humanos como carroñeros. Vi el futuro y supe que la humanidad no merecía salvarse, no de este modo.

Al entrar en la pensión vi luz en una de las habitaciones, al final del pasillo, me pareció extraño pero supuse que uno de los jubilados se había dormido con la luz encendida y no le di mayor importancia. Saqué la llave y me metí en mi cuarto, me tumbé en la cama y escribí un par de poemas, luego tomé apuntes para un futuro relato. Los poemas y el relato trataban sobre mí mismo y empecé a cuestionármelo, ¿de veras a alguien le interesaban mis mierdas? ¿Tenían valor literario? ¿Me estaré exponiendo demasiado, poniendo mis miserias en bandeja de plata para el disfrute de desconocidos? A veces estoy harto de pasearme tan en pelotas por las praderas de la literatura, me gustaría escribir sobre elfos y duendes y no volverme loco mientras tecleo embadurnado en nicotina a las 4,52 de la mañana. Pero era un acto inevitable, un acto de rebeldía, mi manera de gritar desde el silencio de la palabra impresa. “Escribirlo es soportarlo” escribí una vez, borracho y loco, en una servilleta arrugada. Este momento es mío y lo hago con total honestidad, ¿pueden acaso todos decir lo mismo? Es una lucha solitaria contra mi propio vacío y quizás pueda enseñar algo a alguien. Por otra parte cumplo una labor de archivo y reflejo social, leyendo esto los habitantes de otros mundos que se paseen por las ruinas podrán hacerse la idea de por qué sobrevino el desastre. Ese pensamiento me relajó al respecto de las dudas sobre la creación literaria. Me relajé y me puse a mirar al techo mientras fumaba. Entonces oí una puerta que se abría y unos pasos por el pasillo, quién los realizaba llevaba zapatos de tacón, aquello sí que era una novedad. Tras los zapatos de tacón sonaban otro tipo de pisadas, menos vivaces, ambas se pararon cerca de mi puerta, afiné el oído.
-¡Te he dicho que por follar son 30 euros!
-Schh, calla por favor, es tarde, aquí vive gente.
-Pero te lo he dicho antes de venir, lo sabías.
-Vale, vale, tranquila, ven a la habitación, por favor, aquí vive gente.
-Encima eres un cerdo, ¿no tenéis duchas aquí?
-Schh, por favor, ven a la habitación.
-Por follar son 30 euros.
-De acuerdo, de acuerdo, tranquila.
-¡Joder qué asco!
Tras un breve silencio los pasos se alejaron nuevamente por el pasillo y escuché una puerta cerrarse. Por lo visto uno de los viejos todavía se negaba a morir, al menos esta noche, bien por él.
Me tiré un sonoro pedo para reafirmar mi existencia, en ese momento una buena ración de metano era todo lo que podía aportar al cosmos. La fabada había hecho su trabajo, me tiré otro y dejé que me arropara. Sólo esperaba no soñar otra vez con las putas ratas.


viernes, 2 de noviembre de 2012

SALIR DE NOCHE (3 POEMAS)






TIMADORES Y TIMADOS



“¡Me han matado!”
decía
“¡Me han matado!”

Le habían metido
15 cm
de acero.
Las manos
ensangrentadas.

“¡Ayuda!”
decía.

Pero nadie le ayudó
cuando se desplomó
en medio
de la zona
de copas.
Pánico,
supongo.

“¡Me han matado!”
decía.

Y tenía razón,
a los pocos minutos
estaba
criando malvas.

24 años
comida de gusanos
pasaba coca
una vida breve
de trapicheos.

Otra noche,
cerca de allí,
yo estaba borracho,
muy borracho,
y me dio por pillar
coca.
Encontré a un gitano
parlanchín
que me dio
medio pollo
a 25.
Me timó,
no se qué me dio
pero desde luego
no era
coca.

Un truhan
un pillín
un timador
viviendo al día, despreocupado
ajeno al hecho
de que seguramente
no soy el único
con ganas
de matarlo.

Y así

por los siglos

de los siglos

amén.







ILUMINACIÓN



Era un día de fiesta
y estaba en una fiesta
rodeado
de gente.

Había razones
para la diversión
la despreocupación
la alegría
y las risas.
Razones
como el alcohol
o
sin ir más lejos
el mero hecho
de estar vivo
que si lo piensas
es algo
sumamente
extraño.

Pero se habían alineado
las galaxias
o qué se yo
y el caso
es que nadie se divertía
NADIE

En medio de la música
y las copas
     y los juegos
          y las drogas
               y las distracciones
                    y las luces bajas
todos se habían dado cuenta
a la vez
de su vacío
                 existencial
del absurdo
                 social
de lo inútil
                 de sus ilusiones
y el arraigo
                 de las mentiras.

Y nadie se divertía
NADIE

Se veía en sus caras,
sobretodo
en sus ojos
derretidos por la espera
y la angustia.

Fue doloroso
pero mágico,
un maravilloso
y extraño
momento
de lucidez
colectiva
que hacía albergar
esperanzas.

Me emborraché
hasta estar bien
jodido.
Me fui a casa.
Me desmayé.
Y al despertar
me hice
5 pajas.


El universo seguía su curso.







ESFUERZO



La otra noche
estaba sentado
en el suelo
en la calle
fumando

y un jodido borracho
se me cayó encima.

90 kilos de beoda frustración sobre mi mano.

Me rompió un dedo,
el meñique,
fractura oblicua falange primera 5 dedo mano izquierda.
Me han puesto una férula
y vendado
hasta el codo.

Y aquí estoy
intentando hacerme un porro
con una mano.

Intensos esfuerzos físicos,
esotéricas conjeturas mentales
y extraños malabarismos dementes
para conseguir
algo muy sencillo.

Vamos,
lo que viene siendo
un perfecto resumen
de mi vida.