Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

domingo, 23 de diciembre de 2012

BLANCA NAVIDAD







No se bien qué había pasado, simplemente se me estaba escapando de las manos, estaba perdiendo totalmente el control. Me encontraba totalmente atrapado en multitud de jaulas, tanto físicas como mentales. Dicen que todo tiene un porque, traumas infantiles, malos recuerdos... Quizás sólo era el boleto que me había tocado, la marca en mi frente, la sangre en mis venas, mi lotería no premiada.
Vivía atrapado en una fábrica de tuberías. El principio había sido una auténtica pesadilla pero poco a poco me había labrado un camino hasta un puesto más cómodo y mejor remunerado, lo peor había pasado, no obstante a pesar de ser un puesto indefinido, respetado y bien pagado sentía que no era el lugar en el que desperdiciar mi tiempo, mi vida. No quería morir allí, entre polietileno y antioxidante, no quería esa vida, una vida vulgar siendo una pieza más de un gran engranaje defectuoso. Una vida de turnos rotativos, de fichar cinco minutos tarde todos los días y recibir luego mails de mis superiores quejándose por ello... Aun con eso se me podría considerar afortunado, mucha gente ni siquiera tenía un trabajo, mucha gente vivía en la calle, alimentándose de embutido y cartones de vino, viviendo en cajeros y hablando solos. Sí, a la vista de la sociedad creada a mi alrededor era una persona medianamente respetable, una persona con un contrato indefinido. Me había buscado un sitio seguro en el que aposentarme, ahora podría pedir dinero al banco, comprarme un coche, una casa, buscarme pareja y procrear, era lo que los demás estaban haciendo, pero por más que lo pensaba no lo veía, no lo veía en absoluto, me resultaba tan tremendamente triste... ¿Era esa la finalidad para la que fuimos creados? ¿Era eso con lo que soñaban los demás, a lo que aspiraban?
Un universo eterno e ilimitado... Millones de estrellas y planetas... En un rincón un pequeño planeta azul, ni muy grande ni muy pequeño... El milagro de la vida (algo que no ocurría en todos los planetas, algo bello e inusual)... Truenos, lava, miles de años, millones de años... Especies barridas por la adversidad, extintas para siempre... Ceniza, polvo... Una especie que supera retos, que esquiva a depredadores, que evoluciona, que avanza, que crea y descifra, que se mata, guerras, catástrofes... Cientos de años, miles de años, evolución... Y todo, ¿para qué? ¿Para levantarse tembloroso a las 6 de la mañana, lavarse la cara, tomarse un café y correr hacia una fábrica, llegar tarde, fichar poniendo la mano en una máquina introduciendo una clave personal y sentarse frente a un ordenador a medir tuberías y realizar ensayos químicos durante horas, días, meses, años? No lo veía, no podía verlo... Cada mañana deseaba la muerte, pensaba en ello, se me ocurrían maneras de hacerlo, pero algo dentro de mi me lo impedía, me gusta pensar que era fuerte, que no quería rendirme del todo, aunque también puede que fuese sólo miedo, miedo a lo desconocido, a una vida de ultratumba aún peor que la presente.
Por unos días tenía una tregua de todo eso, estaba de vacaciones, estábamos en navidad.
A mi empresa, como gran multinacional que era, le gustaba el rollo sectario, nos hacían reunirnos a menudo para maquinar nuestros planes de dominación, se celebraban seminarios y juegos para fomentar la camaradería y el sentimiento de hermandad. La cena de navidad era el colofón anual a todo eso y nunca se escatimaban medios.
Se celebró una enorme y fastuosa cena de empresa en un restaurante de lujo, se fletaron autobuses para llevarnos a todos hasta allí. Mi empresa era importante, tenía fábricas y sucursales por todo el mundo, miles y miles de empleados, miles de vidas sacrificadas a la causa. Teníamos una importante misión, vital para la historia de la humanidad y su carrera hacia la inmortalidad: llevar los grandes avances en el campo de la fontanería, la calefacción y la refrigeración radiante hasta todos los hogares del planeta. Y estábamos en el buen camino, eramos los primeros del sector, el puto number one, había que celebrarlo por todo lo alto.
Teníamos barra libre, cena y baile. Todos acudimos con nuestras mejores galas. Al principio, durante el coctel, se formaban los inevitables corrillos, los de producción y almacén no gustaban de mezclarse con los de oficinas, los supervisores de producción hacían todo lo posible por acercarse y lamer los anos de los directivos, todo seguía su curso, pero según avanzaba el tiempo y la gente se emborrachaba la situación se volvía más abierta y graciosa, empezaban las escapadas al baño donde corría la cocaína, la gente se empezaba a desmelenar.
Pasado el coctel llegaba la cena, a la que muchos llegaban ya bastante tocados. Aunque yo era de calidad me llevaba mejor con los peones ya que habían sido mis compañeros, era el único que había llegado al laboratorio proveniente de la fábrica así que me respetaban. Yo prefería su compañía porque me resultaban personas más auténticas, menos presa de las apariencias. Me senté con ellos.
Empezaron a traer la comida, bandejas repletas de lujosos embutidos y mariscos, sopa de pescado, coctel de gambas, solomillo con salsa roquefort... Era fácil distinguir a los cocainómanos terminales como yo porque eran los que no paraban de jugar con la comida sin decidirse a llevársela a la boca en ningún momento... De momento me alimentaba de vino... La gente reía sin parar, las conversaciones se superponían estruendosas e ininteligibles, veías a la gente masticar y deglutir a tu alrededor, trozos de gamba caían de sus bocas mezclados con saliva y salsa rosa, empecé a sentirme mal, me levanté y me fui al baño. No era el único en esa tesitura, me encontré con un compañero del almacén y otro de producción encerrados en uno de los retretes, golpeé la puerta furioso.
-¡Policía! ¡Salgan inmediatamente!
-¡Maldito hijo de puta! -Contestó uno de ellos mirándome con ojos de psicópata por entre la rendija de la puerta -No ha sido gracioso.
-Calla de una puta vez y echa más material ahí.
Lo que iba a ser un tirito rápido se transformó en tres gruesas rondas, era lo que pasaba en estos sitios, cada vez que acudías al baño ya había alguien allí haciendo lo mismo y, como buenos caballeros, cada uno invitaba a los demás. A pesar de lo romántico de estar encerrado con dos hombres en el mismo retrete decidimos concluir la reunión rápidamente y volver a nuestras mesas.
Al salir del baño agarré del brazo a uno de los camareros de nuestra zona, ya había reparado en el, un tipo joven con cara de estar harto de servir a otros.
-Hey, ¿qué tal el currele amigo?
-Bueno, podría ser peor.
-¿Te apetece una pausa para refrescar la velada? -Dije rascándome la nariz.
El tipo miró a su alrededor, luego a mí, dudó.
-Está bien. Pero rápido, estoy trabajando.
Volví a entrar al baño con el, me incliné en el retrete y serví otro par sin escatimar, enrollé un billete de 10, esnifé mi parte y se lo tendí. El tipo la hizo desaparecer con un sorbo fuerte y preciso, era un profesional.
-Muchas gracias colega, lo necesitaba. Mmm... Es buena.
-Sí, lo es.
-Toma, guárdate el turulo.
-No, quédatelo como propina por tu buen trabajo.
-¿En serio? Joder, gracias de nuevo.
-Sí, oye, quizás podrías hacer algo por mí a cambio.
-¿Algo como qué?
-Bueno, tu y yo sabemos que el vino que nos estás poniendo no es exactamente el mismo que en la mesa de los directivos, ya se que te habrán dado orden de ello, pero no pasaría nada si los pobres esclavos saboreáramos un poco de los placeres reservados a los de arriba, ¿no crees?
-Claro amigo, veré que puedo hacer.
Volví a mi mesa eufórico, tenía ganas de desnudarme y retozar sobre los platos de las hermosas chicas de recepción, pensé seriamente en hacerlo, la gente estaba muy pedo ya a esas alturas y seguramente mi acto sería recibido entre vítores y aplausos. Mi nuevo amigo el camarero se acercó a mi mesa.
-Señor -Dijo mientras llenaba mi copa de un fantástico tinto.
-Mmmm... Excelente -Paladeé.
-Le dejo aquí tres botellas, cuando las terminen les traeré más.
-Gracias caballero, un gran servicio.
-Es un placer señor -Dijo mientras se retiraba.
Vacié mi copa y la volví a llenar, serví a mis compañeros. Era el puto amo, el rey, incluso me aventuré a probar el solomillo. Tras la octava botella un compañero y yo empezamos a lanzar gambas hacia las mesas de los directivos, se estima que unas 24,000 personas mueren al día de hambre o de causas relacionadas con el hambre, pero esos infelices estaban muy lejos ahora y en un golpe magistral conseguí acertarle al director general en su reluciente calva con una gamba voladora cargada por el mismísimo diablo.
Terminada la cena nos tambaleamos hacia el gran salón para el baile. Ya se habían roto todas las normas del decoro y la decencia, la gente se caía al suelo y rodaban sobre sí mismos, los hombres se arrancaban las corbatas y se abrían las camisas sudorosos, las mujeres se subían las faldas y abrían sus escotes, eramos cientos de esclavos borrachos y drogados disfrutando de nuestros miserables logros. Las pocas personas grises que se mantenían sobrias miraban el panorama a su alrededor aterrorizados. Un tipo del almacén, con una borrachera descomunal, agarró de la cintura a la responsable de recursos humanos y empezó a zarandearla violentamente al ritmo que su cabeza hervida en vino creía que era el que marcaba la orquesta, la gente se bebía los cubatas de un trago, algunos salían a los enormes jardines con fines malévolos, corría el rumor de que la jefa de calidad se estaba follando a uno de los peones encargados de pegar las cajas de cartón, se supone que estaban encerrados en una pequeña caseta del jardín, el rumor me parecía fiable, estas jodidas arpías triunfadoras cuando se tomaban cuatro copas se volvían locas por el salami de los pobres obreros desgraciados, les daba morbo, por otra parte el peón de las cajas era un enorme y fornido senegalés, saca tus propias conclusiones. Yo por mi parte trataba de escapar de una responsable de marketing que quería violarme, a cada paso que daba para huir de ella me encontraba con alguien que me tendía una copa o me invitaba a ir al baño.
Lo siguiente que recuerdo es despertarme en mitad de un jardín a las once de la mañana, a varios kilómetros de donde se había celebrado la cena, ni el más leve atisbo de qué hacía allí ni por qué. Por suerte no había perdido la cartera, pero sí la corbata y la americana, conservar la cazadora me había librado de una lipotimia mortal. Alguien, seguramente yo, había vomitado sobre mi camisa y mis zapatos. La resaca era brutal, completamente increíble, estaba seguro de estar a las puertas de la muerte. Intentaba vomitar sin éxito metiéndome los dedos en la boca cuando reparé en una señora acompañada de un perrito terrier que me miraban incrédulos a unos metros de distancia, supe que era el momento de salir de aquel jardín y esconderme en alguna parte. Busqué un taxi y le rogué que me llevara a mi casa.
No podía dormir a causa del dolor, por suerte siempre tenía algo de droga en casa y acudí a ella buscando su comprensión, fue entonces cuando me llamó mi madre por teléfono.
-¿Qué tal?
-Bien.
-¿Cuando coges el tren para venir?
-Verás mamá, no se si voy a ir a la cena.
-Pero es navidad.
-Da igual, es sólo una fecha.
-Es uno de los pocos días del año en que podemos estar todos juntos, en familia.
-Pero ya sabes que a mi no me gustan esas cosas.
-Nunca has faltado a la cena de navidad, ¿cómo voy a explicarlo?
-No se, di que tenía que currar o algo.
-¿Qué pasa? ¿Estás haciendo algo muy importante, algo como para no poder venir a ver a tu familia el día de nochebuena y cenar con ellos?
-No, no es eso, es que son tres horas de viaje y no me apetece.
-Por favor, hazlo por mi, por tus hermanas, llevamos trabajando desde ayer para tenerlo todo listo, vendrán amigos y familiares, tu hermana lo ha organizado todo, seremos unos 15, estarán los primos, los niños... ¿No quieres ver a tus sobrinitos? Tu hermana no para de preguntar a qué hora llegas. Y yo... Yo tengo muchas ganas de verte, te echo mucho de menos hijo.
-Bien... Ya... Ya te llamaré cuando sepa a que hora llego.
-Sí, haz un esfuerzo, es lo que tienes que hacer, ya verás que bien... Luego nos vemos. Te quiero.
-Te quiero mamá.
No podía moverme, estaba destrozado física y mentalmente, pero sobre todo estaba triste, muy triste. No tenía nada preparado, no había comprado ningún regalo para nadie, lo había intentado hacía unos días, pero tuve que escapar del centro comercial debido a las nauseas. Esta mierda, todo este rollo no era nada más que una fecha inventada para hacernos gastar más y más y no provocaba más que traumas.
Siempre había odiado las navidades desde que era pequeño, eramos muy pobres en casa y no solía haber dinero para los regalos, yo no entendía nada de la situación, sólo sabía que a mis amigos les traían muchos regalos y a mí no. Recuerdo una vez en la que sólo recibí un pequeño spiderman de goma, era un muñeco feo y tosco, de esos que vendían antes en las pastelerías, no estaba articulado, ni siquiera su estática postura estaba lograda, la pintura no tenía brillo y se desprendía con el tiempo. Bajé al parque con mi spiderman de goma y allí estaban todos esos hijos de puta, traían bicicletas, muñecos articulados con sus vehículos, armas de tamaño real que producían sonidos y luces y siempre la puta pregunta una y otra y otra vez: “¿Y a ti qué te han traído?” “¿Y a ti qué te han traído?” Y yo nunca quería contestar porque me avergonzaba mi miseria.
¡Que se metan su puta navidad por el culo!
Me eché a llorar, sólo, en medio del salón. La resaca, los recuerdos, tenía los nervios destrozados. Tras el llanto vino la ira, me incorporé, di puñetazos a las puertas, giré sobre mí mismo, me estaba volviendo loco, volví a sentarme, traté de calmarme, la cabeza me daba vueltas, quería vomitar, corrí al baño, no salió nada, sólo arcadas, volví al salón y me lié un porro enorme, apagué el móvil y me puse a fumar como loco, en algún momento, no se cuando, me desmayé.
Cuando me desperté todo era confuso, miré por la ventana, había anochecido. Busqué mi móvil para comprobar la hora, estaba apagado, lo encendí. Miré aterrado. Las 10,38 de la noche. Había perdido el tren hacía horas. Empezaron a llegarme llamadas perdidas, alrededor de treinta eran de mi madre, otras tantas de mis hermanas, seguían llegando avisos cuando volví a apagar el móvil presa del terror y la angustia. Medité la situación. La había cagado. Otra vez. “Bien, ¿no querías pasar las navidades solo? Pues ahí lo tienes”
Volví a pensar en acabar con todo este sufrimiento, el mío y el que provocaba en los demás. Me agarré la cabeza intentando colocar todo en su sitio. Reparé en una colilla que reposaba a medias en el cenicero, la encendí.
Cuando fui consciente de la situación fui corriendo a la habitación y abrí el cajón de la mesita, cogí los dos gramos de reserva y me marqué una bien gorda, aspiré y miré al cielo mientras una lágrima se me caía del ojo izquierdo, no se si por la coca o por la desesperación, poco importaba.
Salí a la calle. Frente a mi casa había una tienda de ultramarinos regentada por dos chinos, padre e hija. Estaba abierta, ellos tampoco celebraban la navidad. Saludé al padre que como siempre estaba en la puerta fumando cigarrillos sin parar. Cogí dos botellas de ron, un pack de 12 latas de cerveza, patatas fritas y tres pizzas precocinadas, me dirigí al mostrador. Siempre me atendía la hija, una chinita de unos 13 o 14 años, siempre te atendía ella, daba igual la hora a la que fueses, trabajaba en la tienda en turnos de 15 horas, sin infancia, sin amigos, al calor del horno donde calentaban el pan, a veces te la encontrabas dormitando. Cogió el billete, me dio la vuelta.
-Glasias, felí navidá.
-Sí... Feliz navidad.
Subí a mi casa y di buena cuenta de todo aquello y de las drogas que tenía, celebrando la noche en soledad, a mi sórdida manera. Me asaltaba el recuerdo de mi familia, pero lo ahogaba en cuanto venía a base de ron o lo que tuviese más a mano.
     Cuando avanzó la noche decidí salir a la calle en busca de humanos. La ciudad de Móstoles era un puto aparcamiento gigante, una ciudad dormitorio gris donde nunca había nada interesante que hacer. Me encaminé a uno de mis locales habituales, un garito de música metal ya desaparecido. Me encontré con amigos y conocidos, la puta pregunta no paraba de salir de sus bocas: “¿Y a ti qué te han traído?” “¿Y a ti qué te han traído?” Me di cuenta que hay cosas que nunca cambian. Yo intentaba ahogar la pena haciéndome el simpático, “coca” les contestaba y luego les invitaba a un tirito.
La noche siguió su curso lógico, copas, cigarros, porros, tiros, risas, tropiezos, buscar chochitos, llamar al camello, música, abrazos, chupitos...
Cuando volví a mi casa, ya entrado el día, estaba otra vez solo y las paredes volvían a juntarse peligrosamente, intentando alcanzar mi cuello. Cogí el móvil de la mesa y lo encendí, empezaron a llegar avisos de llamadas perdidas, decenas, de mi madre la mayoría... Saqué la bolsita, quedaba poco ya pero me hice una. Fue entonces cuando me llamó mi madre al teléfono.
-¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡¿Dónde estabas?!
-Verás... Lo siento.
-¿Dónde estabas? ¿Por qué no lo cogías? Pensábamos que te había pasado algo, algo malo.
-Lo siento, tuve un problema, yo... Verás, me dormí...
-¡Dios mío! ¡Dios mío!
-Lo siento...

El tiro de coca estaba puesto encima de la mesa. El y yo nos miramos fijamente mientras oía a mi madre llorar a través del teléfono.




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