Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

domingo, 24 de marzo de 2013

UNDERGROUND BOYS





ya está disponible UNDERGROUND BOYS!!! La antología literaria traumática de vara y odklas. En ella encontrarás 432 páginas de pura literatura underground, una apestosa ración de poesía y prosa enfermizas a cargo de: Jorge M Molinero, Jordi capde, Iván Romero, carlos alabedra, Ricard Millàs, Felipe Zapico Alonso, Jorge Tamatz, Carlos salcedo odklas, Ruben Jaular Perez, Mikel Garcia Santos, Mario Rodríguez, Andres Mauricio Cabrera, Trevor King, José Manuel Vara Fernández, Lechedevirgen Trimegisto y Alberto Trinidad.
ha sido un placer poder dar forma a este engendro, ahora es libre para infectar a los demás, espero que haga todo el mal que pueda.
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viernes, 8 de marzo de 2013

CUNNILINGUS (DIONEA PARTE 1)




Notaba que algo no iba bien... bueno, esa sensación no era nueva, toda la vida algo había ido mal, las piezas del puzzle no encajaban, no encajaban ni siquiera recurriendo a la violencia, no importaba lo que hicieses, el dibujo nunca se parecía al de la caja... pero ahora pasaba algo más, los cambios de humor, las depresiones, los accesos de violencia, los accesos de violencia contenida... crecían como un tumor. El contenido estaba superando al continente. Lo notaba palpitar ahí dentro, pum... pum... pum... pum...
Me había creado un buen refugio en el que estar a salvo, aislado, aislado del mundo, aislado de esas malditas caras que regresaban una y otra vez a mi memoria, esa maldita noche, el sabor de la hierba mojada una vez más en mis labios... Intentaba luchar contra todo eso a base de aislamiento y meditación, buscando respuestas en la soledad... en algunos momentos creía estar llegando a algo, pero el dibujo no se parecía al de la caja.
Cuatro paredes, un colchón en el suelo, una radio, la guitarra, la lamparita, un banco regulable, las mancuernas oxidadas, el par de colchones en la pared que usaba como saco de boxeo donde descargar esa rabia... soñaba con volver a aquella noche y que todo fuese distinto, soñaba con esa oportunidad que se me negó, pensaba en sus caras y golpeaba los colchones, pum... pum... pum... pum... tenía ahí mi universo, podía meditar, podía escribir, podía entrenar, podía tocar, podía crear y moldear y destruir y moldear... ¡Dios! Lo tenía todo, todo estaba ahí, en mi santuario, lejos de todos esos seres que solo me habían brindado dolor y frustración y para los que solo tenía rabia y odio, podría morir allí... o transformarme, pero había un mundo fuera que no paraba de reclamarme, de joderme, era imposible obviarlo, como un trozo de carne pudriéndose entre los dientes, incordiando... las voces, los ruidos, las risas... el mundo exterior me estaba convirtiendo en uno de ellos, no quería que se cerrase el círculo, necesitaba huir, huir de esos pensamientos, de esas personas, de esos recuerdos... los mantenía a raya a base de dormir de día. Por la noche todas esas molestias sensoriales eran menores, por no hablar del alivio ante la ausencia de luz solar, no obstante, a veces, conseguían arrastrarse a mi puerta, ellos, la golpeaban, toc... toc... toc... entonces intentaba esconderme, no hacía ruido, intentaba no respirar. A veces se iban, pero a veces no, toc... toc... toc... toc... entonces tenía que salir, mostrarme... toc... toc... toc... toc... Era Iván.
-¿Sí?
-Eh tío, soy yo.
Abría la puerta de la habitación lo necesario, no más.
-¿Sí?
-¿Qué tal?
-Bien ¿Qué quieres?
-Nada.
-...
-¿Sabes? Me concedieron la ayuda.
-¿Ah sí? Me alegro.
-Sí, por medio año, prorrogable.
-Qué bien, me alegro por ti.
-Ya te digo. Y oye, también me han dado mazo de comida los del ayuntamiento.
-Ah...
-Sí, pasta, arroz, leche, conservas, queso... de todo. Lo he dejado en el armario de la cocina, si necesitas algo coge lo que quieras.
-Te lo agradezco.
-Pilla lo que quieras, no te cortes. Joder, deberías ir a hablar con mi asistenta social, seguramente a ti también podrían darte algo ¿Cuanto llevas sin currar?
-Unos años.
-Joder, pues para eso están ¿no? Es un coñazo, te piden muchos justificantes, hay que rellenar mil impresos, pero bueno, tampoco haces nada ¿no? Pierdes unas cuantas mañanas, pero mira, joder, 470 pavos durante seis meses, prorrogables, y mogollón de comida.
-Sí, ya me pasaré un día de estos.
-Deberías.
-Sí.
-...
-...
-Oye, ¿has visto al de la cuatro?
-No, pero he oído sus pasos, esta tarde.
-Qué cabrón, a ver si lo veo, me debe 5 euros.
-...
-¿Tienes algún porro?
-No
-¿No?
-No. Quiero dejar de fumar, no tengo dinero.
-A mí me quedan un par de ellos, si quieres pásate por mi habitación y nos los fumamos, podemos ver una peli o algo.
-Sí, quizás me pase.
-¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
-No, no necesito nada.
-...
-...
-Bueno... pues ya sabes, estoy en mi habitación por si quieres pasar. Y coge lo que quieras de la cocina.
-Gracias tío.
-Chao.
-Chao.

Era lo que no entendían, no necesitaba nada, nada era realmente necesario, las cosas iban y venían sin preguntar, una vez tuve una casa, ahora solo tenía una habitación, una vez tuve dinero, ahora tenía deudas, las cosas iban y venían, pero ninguna era realmente necesaria. Si algo me enseñó aquel incidente fue que todo lo que crees seguro puede cambiar en una noche, en unos minutos, tu cuerpo, tu mente, tu concepción del mundo, tu humanidad.
Me sentaba en el colchón, apoyaba la espalda en la pared y miraba al frente. Podía mirar a las cortinas, o a las paredes, o al sofá... eran tan perfectos, inmutables, sin necesidades, sin sentimientos de venganza, quería fusionarme a ellos, sentir lo que no sienten. Y el silencio... el silencio era precioso, inmutable, eterno. Por contra los ruidos eran innumerables, diversos, te asaltaban y te obligaban a pensar en ellos, en su causa, su origen, simplemente venían y te jodían, de repente, sin avisar, ras... ras... ras... ras... ras... te sacaban del precioso vacío y te arrastraban de vuelta a tu mundo, a tu cuerpo herido, intentabas evitarlo pero... ras... ras... ras... ras... y se formaba la imagen en tu cabeza, aunque no quisieras te veías obligado a imaginar la causa del ruido, y lo veías, veías al barrendero en mitad de la noche, con la colilla humeante atada a su labio, la vista cansada, las patas de gallo, su uniforme verde, arrastrando su carrito con el cubo y la manguera, lo veías barrer la calle, ras... ras... ras... ras... ras... o de repente mrruuuuuuuuuuuuiiiiiuuuuu.... y te imaginabas el coche doblando la esquina, haciendo la rotonda y perdiéndose en la noche.
O, lo peor de todo, escuchabas una puerta abrirse tímidamente, wriiiiii... iiii... y unos pasos cansados, agotados, apaleados, vencidos, arrastrándose por el pasillo, tum... tum... tum... tum... y otra puerta abrirse, wriiiiii... y cerrarse, cruck, y escuchabas el momento exacto en el que se sentaba, y, al poco, cuando lo expulsaba, plosh... plosh... plosh... y un suspiro, ffffff... y luego la cisterna que hacía un ruido ensordecedor, monstruoso, cacofónico, que lo llenaba todo... y te veías obligado a imaginar todo eso, la imagen se metía en tu mente y casi podías olerlo y parecía no haber escapatoria posible.
Pero, a veces, en mitad de la noche, durante un breve momento, no oías nada... nada en absoluto... nada... y era maravilloso, y veías la cortina no moverse y la pared amarillenta a la luz de la lamparita te devolvía la mirada y te sonreía y tu mismo dejabas de existir y era maravilloso. En esos momentos no podía evitar llorar. Llorar y pensar que quizás estuvieses cerca de la salida.
El caso es que a veces mi voluntad también flaqueaba y me veía obligado a salir... afuera... a la calle... con ellos... Las razones eran múltiples, pudiera ser que necesitase comida, o tabaco, o ver a mi pobre madre que, preocupada, me traía tuppers con puré de patatas y carne guisada. Ella tampoco había vuelto a ser la misma, yo tampoco se lo ponía fácil, pero ¿cómo explicarles que necesitaba esto? La gente del pasado no lo entendía, creían entenderlo pero no tenían ni idea, ¿Cómo explicarles que había muerto esa noche? Que había cambiado para siempre más allá de lo evidente, que me habían fecundado con odio y el vástago crecía dentro de mi vientre, dándome violentas patadas, y que yo solo intentaba encerrarlo junto a mí, en mi aislamiento, intentando evitar que viese la luz, porque si algún día lo dejaba salir ya no habría vuelta atrás, para nadie.
A veces la flaqueza era mayor, ya que no respondía a la necesidad o la obligación, sino al ocio, a la pura desesperación, me daba cuenta de que llevaba horas mirándome fijamente al espejo mientras ponía todo tipo de caras sobreactuadas, o dando pequeños saltos alrededor de la habitación mientras emitía extraños sonidos, y entonces pensaba “mierda, tengo que salir, me estoy volviendo loco”. Era la voz de la conciencia social, la parte asustada de la mente tras años de alienación, la parte que quedaba que me unía a ellos y que me obligaba a abandonar cuando estaba a punto de lograrlo. O cuando la magia se había ido y no salían ni las palabras ni los actos y los ruidos te atrapaban más y más hasta que al final no podías evitar enfrentarte a ellos como en un rabioso duelo de poderes. Otras veces era tras pasar horas dando puñetazos a los colchones de la pared y haciendo flexiones, ciego de rabia e ira. En esos momentos me embargaba una energía desbocada que me hacía salir al exterior en busca de alguna mujer, para intentar sentir algo de nuevo. Por suerte eso no pasaba casi nunca, pero a veces no podía evitarlo y tenía que afrontar el exasperante rito de vestirme, peinarme y lavarme las partes, pero esa energía desbocada me permitía hacerlo con determinación.
Encontrar una mujer era sencillo, solo tenía que entrar a uno de los tres garitos habituales, pedirme una cerveza y apoyarme en la barra a esperar, nada más, y tarde o temprano venían. Sí, ya se que puede parecer un vacile, pero te lo juro, solo tenía que hacer eso. La postura en la barra era importante, hacia afuera, nunca hacia adentro, de espaldas al camarero, con los codos apoyados, como si estuvieses en tu trono viendo un triste espectáculo. Entonces llegaban. A veces solo se acercaban y se ponían junto a mí, haciéndose las despistadas, dejando que yo iniciase la conversación, otras veces la iniciaban ellas, en cualquier caso la conversación era siempre la misma.
-¿Sabes? Te he visto varias veces por aquí, llamas la atención, te quedas ahí mirando a la gente como si supieses algo.
-Yo no sé nada que no puedan saber los demás con algo de esfuerzo.
-¿Te crees mejor que los demás?
-¿Por qué dices eso?
-No sé, por tu pose, tu porte, la manera en la que te apoyas en la barra.
-Yo no me creo mejor que nadie, soy la misma escoria que todos vosotros.
-Joder, ¿ves? A eso me refiero.
-Si tu lo dices.
-Se te ve muy seguro de ti mismo.
-Estoy seguro de estar en el camino correcto.
-¿Y qué camino es ese?
-El mío.
-Eres un poco borde ¿no?
-No pretendo serlo, disculpa si te he ofendido.
-Eres raro.
-Verás, me preguntas si me creo mejor que los demás. Bien, el caso es que considero a todo el mundo escoria, yo incluido, pero por otra parte soy consciente de estar vislumbrando la verdad de todo esto y eso me proporciona cierta confianza, si quieres llamarlo así, no me importa ser mejor o peor que algunos porque no me importan los demás, solo intento tener los ojos abiertos y los sentidos alerta para descifrar las situaciones, ver los avisos imperceptibles que intentan guiarnos y a los que no prestamos atención, cuando aprendes a hacerlo sabes que estás por encima del azar, en cierto modo.
-Vaya. No me he enterado muy bien pero tiene sentido. ¿Sabes? Yo siempre he sido muy insegura.
-No deberías, yo malgaste mi juventud en esa mierda, no lleva a ningún sitio.
-Sí, tienes razón.
-La clave está en no tener, en no querer, en no ser. El apego, el puto apego, ellos lo sienten, lo envidian y lo roban, si no hubiese tenido nada, si no hubiese sido más que una sombra nadie habría reparado en mí. Creo que ese fue mi gran fallo aquella noche.
-¿Qué noche?
-Olvídalo. La única forma de ser mejor que los demás es no siendo nadie.
-Ya pero yo no soy mejor que los demás.
-Eso no puedes saberlo, y aunque lo sospeches nada ganas con ello, esto es una jungla y cuanta menos debilidad muestres mejor, la nada es fuerte, lo absorbe todo, la fortaleza está en el vacío porque ellos siempre están ahí, están escondidos en los matorrales, acechando en la oscuridad.
-Sí, en eso tienes razón.
-Siempre están ahí, esos malditos hijos de puta, buscando al débil para darle por culo, para darle por culo joder.
-Hey, tranquilízate.
-Lo siento... es que... no se, olvídalo, olvídalo todo.
-¿Estás bien?
-No te preocupes por mí, no necesito que nadie se preocupe por mí.
-Joder tío, estás jodido de la cabeza, y eres un puto borde, pero... no sé, me resultas interesante, ¿puedo invitarte a una cerveza?
-Claro.

Luego simplemente se trataba de desenredar el hilo, abrir el envoltorio, a veces costaba más, otras menos, por suerte ya conocía los atajos, las reglas y las trampas.
Mi relación con las mujeres, evidentemente, también había cambiado tras aquella noche. Primero porque ninguna de estas zorras podría sustituir nunca a Paula. Todavía la recuerdo a cada instante. Ella también pasó un infierno con toda esa mierda, le dimos muchas vueltas tratando de comprenderlo, de superarlo, intentábamos ayudarnos mutuamente, apoyarnos el uno en el otro, pero era todo inútil, nada volvería a ser igual, nunca más. Tuve que echarla de mi lado, no quería que se marchitase junto a mí. No íbamos a superarlo estando juntos, nunca podría volver a mirarla con los mismos ojos que antes.
Recuerdo cómo lloraba cuando la dejé, fui cruel, pero no había otra forma. Pasamos por aquello juntos y decía que saldríamos de ello juntos, pero yo sabía que no había vuelta atrás. A mí también me costó hacerlo, pero era lo que debía hacerse, sobre todo por su bien, yo ya estaba perdido, no podía hacer una vida normal, no podía reír, ni disfrutar, ni siquiera podía fingir hacerlo, por no hablar del sexo que, evidentemente, estaba vetado para mi. Ella pensaba que podría volver a ser el de antes, había posibilidades de superarlo, pero en el fondo, muy en el fondo, y de manera inalterable, yo sabía que llegaría el día que explotase y entonces no habría vuelta atrás, para ninguno de los dos. Ella me llamaba y me mandaba mensajes, suplicaba que lo hablásemos, me costó mucho ignorarla, pero finalmente todo siguió su curso, sencillamente sus llamadas dejaron de llegar. No volví a verla nunca más. Espero que su camino haya sido mejor que el mío.
La primera con la que me acosté tras ella fue una antigua conocida que siempre había estado detrás mío tirándome los tejos, por supuesto ella no sabía nada, muy pocas personas saben lo que pasó aquella noche. Fue un fracaso total, al principio todo iba relativamente bien, pero de repente me empezaron a entrar las nauseas, todo aquello me parecía asqueroso, el olor, los gemidos. Acabé vomitando sobre ella. Le eché la culpa a la bebida. Ella se mostró comprensiva, pero era solo por cordialidad, una pose, el caso es que nunca volvió a hablarme, no la culpo.
Pasó mucho tiempo hasta que tuve fuerzas para volver a intentarlo. La segunda vez fue algo mejor, no obstante ya no sentía placer, solo era un asqueroso trámite con la naturaleza, otro más, exactamente igual que cagar, algo que deseabas quitarte de encima cuanto antes, nada del placer que una vez sentí haciendo todo aquello.
Incluso lo intenté con un hombre, un chaval afeminado de 17 años que conocí en un chat, no sé, una parte de mi pensó que quizás era la solución, pero fue mucho más horrible de lo que nunca imaginé. No volví a probarlo.
Con el tiempo las malas sensaciones y las paranoias mentales se calmaron e incluso volví a correrme de nuevo, pero como ya he dicho era solo un trámite, una sumisión a mi estado animal que me hacía sentirme derrotado tras cada orgasmo.
Por lo general tras correrme sobre ellas quería que desapareciesen inmediatamente, me alejaban de mi objetivo, me alejaban del vacío y el silencio. Si alguna se quedaba a dormir no podía abstraerme del ruido de su respiración, nghaaah... pffffff... nghaaah... pfffff... nghaaah... pffffff... nghaaah... pfffff... lo pasaba muy mal, me destrozaba las uñas, daba vueltas por la habitación, me tiraba de los pelos... nghaaah... pffffff... nghaaah... pfffff... nghaaah... pffffff... nghaaah... pfffff... sentía deseos de matarlas, o de arrojarme por el balcón. Acabé por impedir que alguna se quedase a dormir, me corría sobre sus caras y las echaba de una patada en el culo lo antes posible, de la manera más cruel. No era por machismo, aunque ellas y vosotros penséis que soy un cabrón lo hacía para evitar males mayores, no eran conscientes de la lucha en mi interior, del terrible sufrimiento al que me arrojaba oír sus respiraciones, notar su cuerpo en el mismo cubículo que el mío, su olor flotando por el aire tras haber sucumbido al impulso natural, a la voluntad. La claridad de mi derrota en el camino hacia la nada era insoportable. Necesitaba estar solo, mediar y buscar alguna forma de canalizar todo mi odio, a través del arte, o de lo que fuera, o ahogarlo todo en la más absoluta nada, era a lo que me había aferrado tras mis lecturas y meditaciones y donde, en mis días optimistas, creía ver una posible salida, en cualquier caso no podía hacerlo con alguien cerca, no podía tener personas a mi lado, cuanto más cerca estaban más consciente era de lo alejadas que estaban en realidad de donde yo estaba, de este horrible lugar al que me arrojaron aquella maldita noche.

Pero había vuelto a caer, había vuelto a rendirme a mis instintos primarios y ahí estaba yo, encaminándome hacia mi mugrosa habitación con esta zorra que acababa de conocer, para cumplir con el trámite de la voluntad, burlado de nuevo, manejado de nuevo, escuchando las risas y cuchicheos del cosmos.
Habíamos bebido bastante y si bien ella se tambaleaba de lado a lado de la calle yo me sentía terriblemente sobrio, sus torpes balbuceos hacían que me avergonzase más de mí mismo, que me odiase más aún, y a ella, y al mundo.
Por fin llegamos a mi cuarto tras el horrible peregrinaje. Cerré la puerta tras de mí. Notaba cómo mis queridos objetos sin vida me observaban y juzgaban, la pared, las cortinas, sabían que había vuelto a fallar, que les había vuelto a fallar, sus miradas eran como puñaladas en mi alma.
-¿Huele un poco a encierro aquí no?
-Cállate zorra.
-Mmmm, me pone cachonda que seas un borde.
La arrojé sobre la cama.
-Hey, cuidado.
-He dicho que te calles.
Me coloqué sobre ella y me bajé la bragueta, no estaba dura, la agarré del pelo y dirigí su cabeza hacia mi polla, la engulló sin rechistar y empezó a succionarla entre gemidos, había dado con una a la que le gustaba la dominación, eso lo hacía todo más sencillo. La chupaba con bastante habilidad pero no conseguía que mi erección fuese plena, no podía dejarme llevar notando la mirada atenta de las paredes sobre mi nuca y las sonoras burlas del universo entero hacia mi debilidad. Volví a cogerla del pelo y la arranqué de allí, se aferraba como una sanguijuela.
-¿No te gusta?
-Que te calles.
La tumbé de un empujón y le bajé los pantalones, los arrojé tras de mí, puse mi mano sobre sus bragas y noté todo aquel calor, estaba ardiendo. Agarré las bragas por el borde y las arranqué con violencia, ella emitió un gemido de placer. La miré fijamente a los ojos y no aparté la mirada mientras mi cabeza se iba deslizando hacia abajo, lentamente, al encuentro de su ardiente coño, ella se mordía los labios ilusionada por lo que me disponía a hacer, cegada por la lujuria, nada le gusta más a las mujeres que una buena mamada, da igual que sean unas zorras o unas niñas asustadas, en cuanto te metes su coño en la boca todas saben que están en el lugar idóneo y ya nada importa. Ahora podía notar el calor y el olor golpeándome el rostro, seguíamos mirándonos a los ojos pero en cuanto mi lengua rozó su clítoris su cabeza cayó hacia atrás como si la hubiese dado un puñetazo. Empecé a lamer lentamente, rodeando la carne con movimientos circulares de mi lengua, luego de arriba a abajo, introduciendo la punta, y vuelta a los movimientos circulares. Ella gemía y se convulsionaba. Introduje su clítoris en mi boca y succioné un poco, solo lo justo, para volver luego a los movimientos circulares. Ella no podía más y me agarró del pelo intentando hundir mi boca entre su coño, pero yo me resistí, haciéndola sufrir mientras seguía lamiendo suavemente por los bordes. Ella dejó de mirarme y echó la cabeza hacia atrás, en ese momento formé un círculo con mis labios y me introduje el clítoris en la boca, sorbiendo con fuerza, y cuando estuvo dentro comencé a darle rápidos golpes utilizando la lengua como si fuese un pez enloquecido debatiéndose entre la vida y la muerte, ella no se lo esperaba y empezó a desvanecerse de placer.
-Joder... oh dios... joder...
Me aparté brevemente para respirar y limpiarme los flujos vaginales que caían de mi boca, me limpié con sus bragas y se las arrojé en la cara antes de sumergirme de nuevo. Volví a meterme el clítoris en la boca, volví a sorberlo y a lamerlo, recreándome en cada sorbo, estaba hinchado, era como un pulgar, palpitaba y ardía mientras continuaba sorbiendo su alma.
-¡Oh mierda!... joder... métemela por favor... métemela por el culo...
No se si esa frase fue el detonante o es que simplemente había llegado la hora, el caso es que ahora, por fin, me dejé llevar...
Apreté los dientes y se lo arranqué de cuajo. Ella instintivamente dio un salto y me pegó una patada en la frente apartándome de su cuerpo. Levanté la cabeza y lo escupí como si fuese el hueso de una aceituna, la sangre salía en un potente chorro del vacío que antes fue su clítoris trazando una espiral como si fuese una fuente, ella gritaba y me miraba incrédula.
-¡¡¡AAAAHH HIJO DE PUTAAA!!!
Agarré una mancuerna que tenía a mi izquierda, la de 15 kilos, y me abalancé sobre su cuerpo. La pobre intentó cubrirse con las manos temblorosas y ensangrentadas, pero nada pudo hacer cuando la dejé caer sobre su cráneo como un furioso martillo de la venganza... Craaaassh...
Siempre pensé que el cuerpo humano, especialmente el cráneo, era más duro, pero el caso es que estalló al primer golpe como si fuese un huevo, un ojo salió volando y cayó por el borde del colchón y su cuerpo empezó a retorcerse entre espasmos, dejé caer la mancuerna otro par de veces para asegurarme... Crajjjjj... proooosh... al final a ese cuerpo solo lo coronaba una informe masa de carne, pelo y huesos astillados, la gama de colores era asombrosa, de modo que así eramos por dentro...
Me aparté y observé el cuerpo hasta que dejó de temblar. Escuchaba las paredes, las risas del sofá y los comentarios de los cajones.
-¿Ésto es lo que queríais verdad hijos de puta? Era ésto ¿no?
-jijiji jijiji
Me incorporé y me acerqué a la puerta de la habitación, pegué la oreja a la puerta y analicé el exterior. Oía las respiraciones de la gente en el resto de las habitaciones... nghaaah... pffffff... nghaaah... pfffff... nghaaah... pffffff... algún leve movimiento en algún colchón... grwiii... grwiii... pero nada grave, todos continuaban durmiendo como perros, parece ser que este pequeño percance no los había sacado de su frágil refugio onírico.
Acerqué una silla a la ventana y me senté mirando al exterior, me encendí un cigarro esperando el amanecer, pensando en la consecuencia de mis actos. A tomar por culo la meditación, a tomar por culo Krishnamurti, a tomar por culo Cristo, y Buda, y todas las mierdas redentoras, al final el mal había vencido, estaba claro que tarde o temprano se me iba a ir la pinza.
Comenzó a amanecer. La gente empezaba a recorrer las calles, los veía a través de los cristales, siguiendo con sus absurdas rutinas, paseando al perro, comprando el pan y el periódico, yendo en sus coches de un lado a otro, completamente perdidos y alienados, siguiendo con su peregrinaje, ajenos al horror de mi habitación, supongo que era normal, cada segundo en alguna parte ocurrían cosas así, y mucho peores, y el mundo no obstante seguía girando de manera implacable hacia el vacío. Caí en trance.
No sé cuantas horas pasé deambulando por esas extrañas regiones cósmicas pero cuando volví a mi cuerpo me dí cuenta de que la habitación apestaba. Cuando la movilidad volvió a mi ser me levanté de la silla y busqué la causa del olor. Resulta que el cuerpo sin vida tirado en mi cama había perdido el control de sus músculos y la orina y la mierda habían decidido escapar de allí mezclándose con la sangre y destrozando definitivamente mis sábanas.
Me encendí un cigarro y abrí la ventana. Me acerqué a la puerta y pegué la oreja, aún había gente en el piso. Decidí largarme de allí. Al fin y al cabo el cuerpo no se iba a mover y estaba claro que me esperase lo que me esperase al volver lo iba a afrontar mejor con un par de cervezas en el cuerpo. Dí dos vueltas a la llave de mi habitación ocultando sus secretos de los ojos curiosos y me arrojé a la calle.
Hacía mucho que no salía a la luz del día, tardé en poder ver con claridad ante tanto brillo, los ruidos eran ensordecedores pero no tardé en acostumbrarme, me sentía aliviado, tranquilo, no era tan horroroso como había supuesto, debo reconocer que había incluso algo de belleza en todo aquello.
Dí un pequeño paseo y me metí en una cafetería a hacer tiempo. Me pedí una caña. Había bastante gente allí, estaban viendo las carreras de formula 1. Todo era normal, todo seguía su curso, los snacks de queso sabían exactamente a snacks de queso. Me tomé un par de cervezas, vi las carreras, escuché a la gente y cuando fue la hora indicada volví a mi habitación.
El cuerpo seguía allí, solo era una cascara rota, un montón de desechos y fluidos expandiéndose de nuevo. Me miré al espejo y lo vi, el círculo se había cerrado, era previsible, irremediable. Me pregunté si siempre había estado en mí todo esto y si no estaría utilizando el “accidente” como catalizador. No. ¡No! Yo antes no era así, yo antes era bueno, inocente, fue culpa de ellos, ellos me crearon... pero, ¿había habido un antes alguna vez?... En cualquier caso no había redención posible, nunca la había habido, yo nunca sería Jesucristo, no podía perdonar a la humanidad por sus pecados. La enfermedad era mortal, implacable, terminal, y debía seguir su curso, ya no tenía fuerzas para seguir luchando contra ella, para intentar dominarla, ya había salido, el vástago bastardo había nacido.

Sabía los horarios de la gente, los había memorizado de manera inconsciente, sabía que no había nadie en la pensión y que seguiría así al menos durante un par de horas, no tenía mucho tiempo.
Arrastré el cadáver por el pasillo. Al principio no sabía por donde cogerlo, era tan extraño ese cuerpo con la cabeza reventada, ni siquiera recordaba su cara, había perdido por completo su humanidad, había dejado de ser, lo había logrado. Opté por cogerlo de las axilas y lo arrastré procurando mirar hacia las tetas, que continuaban botando, en lugar de a ese amasijo en el que un día hubo una sonrisa. Finalmente llegué hasta el baño y lo metí en la bañera, volví sobre mis pasos y fregué el reguero de sangre del pasillo. Regresé al baño y me puse a ello, comencé a trocear el cuerpo. Fue horrible, asqueroso, torpe, una auténtica película gore demencial, creí que no podría hacerlo, flaqueé, grité, vomité varias veces mientras rasgaba la carne, los trocitos desprendidos atascaban el desagüe, un desastre, un puto desastre. Estuve a punto de rendirme y entregarme, o arrojarme por la ventana y acabar con todo de una vez, vamos, un auténtico trauma... por suerte con los años fui puliendo mi técnica.