Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

jueves, 26 de septiembre de 2013

POLVO DE ESTRELLAS






Las pillábamos a cien
pesetas,
y las pasábamos a un
talego.
El margen de beneficios era
enorme.
Los efectos secundarios
asombrosos:
sequedad en la boca,
espasmos musculares,
temblores,
taquicardia,
arritmia,
hipertensión,
desorientación,
excitación
y
sobre todo
una inmensa sensación
de plenitud,
de felicidad,
de amor.

Eramos los reyes
en esos antros nocturnos,
oscuros
como mazmorras,
donde cuerpos sudorosos
bailaban hasta el amanecer
o se abrazaban
tumbados entre cojines.
Conversaciones esotéricas,
temblores de mandíbula,
droga,
mucha droga,
y amor,
mucho amor.

Nunca nos pillaron,
a pesar de caminar
ante la policía
completamente volados,
delirando,
y con bolsas de 100
escondidas en los huevos.

Nos amábamos tanto
tanto
tanto
que la bajada,
la vuelta a la realidad,
era
cada vez
más
insoportable.
La necesidad de escapar de nuevo
cada vez
más
apremiante.
Y la felicidad
cada vez
más
esquiva.

Alcanzar la plenitud
requería
cada vez
de más
dosis,
de más
dosis.
Pero,
como ya he dicho,
el margen de beneficios
era enorme.
Con un puñado que vendieras
cubrías la inversión
y podías disfrutar
tranquilamente
del resto.

Las tirábamos.
Las regalábamos.
Hacíamos amistades eternas
que duraban una noche.
Nos rodeaban.
Nos amaban.
Y nosotros
les dábamos lo que querían.
A ellas se las pasábamos
de lengua a lengua.
Amores eternos
de una sola noche.
La bolsa de sueños
no se acababa.
Había plazas para todos
en el bólido al paraíso.

En una de esas fiestas
del fin del mundo
uno de nuestros colegas
reinició el contador,
llegó a la meta,
se pasó de rosca,
y cayó
en medio de la pista
de baile.
Ojos en blanco.
Espasmos.
Pánico.

Recuerdo la sala de espera
del hospital.
Puesto hasta los ojos.
Deslicé mi mano temblorosa
hacia el bolsillo
y me comí otra,
¿la décima?
¿la onceava?
Qué más da.

Frente a mi,
sentados,
un matrimonio
y su hijo
pequeño.

Los adultos evitaban mirarme,
pero el niño
buscaba mis ojos
y yo
se los dí.

Lo miré
fijamente
y él
se echó a llorar.

Entonces apareció el doctor
y nos dijo
que nuestro colega
había muerto.

Muerto

de tanto amor.

Pensé
que era momento
de dejarlo
o
de llegar hasta el final.

En estos días grises
solo espero
haber elegido
la opción
correcta.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

CARNE PICADA





Está el Belga ese
de la plaza.
Por lo general
mira al vacío,
pero,
de repente,
se pone a gritar
e insultar
al aire.

Y está el tipo ese
que pide limosna
tocando la guitarra
en playback.
Mueve el dedo índice
del traste 3 al 5
y suena una
de Paco de Lucía.

Y está el filósofo.
Lleva abrigo
en pleno Agosto
y debajo
una camiseta de Nietzsche.
Dibuja
y habla solo,
quizás hable
con Nietzsche.

Y está el punki,
que persigue a los curas,
“Eh follaniños
dame una monedita”
Se tambalea ebrio
a cualquier hora
y hace calvos a la gente
a la menor ocasión.

A ellos
y a muchos otros
los conozco
del comedor,
donde se junta
lo mejor
de lo mejor.

Luego están los locos,
con sus bolsos de marca,
sus coches relucientes,
sus armarios repletos,
su música a tope,
sus trajes brillantes,
sus maletines,
sus chanclas,
sus cestas de la compra,
sus sonrisas,
sus fiestas,
sus colonias,
sus tarrinas de helado.

No se quién me da
más asco,
ni más pena,
si ellos,
vosotros,
o yo.

Esperando el tren
cuando ya no hay vías.

Parto una albóndiga por la mitad
y pienso en Dios limpiándose el culo
con una nube.
Aquí hay poco que rascar.

Somos
carne picada,
descansamos en la bandeja
y nos deslizamos al mostrador.