Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

martes, 23 de diciembre de 2014

POEMA CURSI (II)








Despierta.


La bendición de la inconsciencia
se desvanece...

Vuelves a estar aquí.
Recoge los pedazos,
si puedes.

Me giro.

Tu lado de la cama
es un desierto
hostil
a mi lado.
Ya nada puede vivir
ahí.

Me levanto.

Me tambaleo
entre escombros.

La resaca
la paranoia
la tristeza

Golpean.

¿Qué pasó anoche?

Billetes
por el suelo
arrugados tirados despreciados
su lugar.
Bolsitas sospechosas
de agonía.

Recuerdo poco,
algún flash,
el portero del garito:
“¡No vuelvas por aquí
nunca más!”

Sustituí una amante
por otra.
La de ahora es despiadada,
te arrastra por callejones
y te besa nariz
y cerebro
mientras te empuja al abismo.

No hay destino,
solo errores.
Nunca un eco
fue tan triste.

Duelen los recuerdos,
lo que nos perdimos,
pero “no supimos hacerlo mejor,
y la vida siempre cambia.
No se puede
volver atrás.”

Me tambaleo.

Hay restos
sobre el libro de Gabi
tarjeta y turulo al lado,
prestos.
Volvemos a mirarnos de nuevo.

Tú y yo.

¡Volvemos a mirarnos de nuevo!

Me dejó:

Una herida abierta
que no desinfecta
ni el más fuerte alcohol.

Un vacío inmenso
que se va llenando
con dolor.

Un alma a la deriva
en el mar infecto
de los vicios.

Y un consejo:



Cuídate.



sábado, 29 de noviembre de 2014

SERVICIO DE LAVANDERÍA





-No puedo más, estoy harta.
-Ya...
-Esto es una mierda. Odio estar aquí.
-Ya, bueno.
-Yo tenía un negocio, una familia, tenía dinero, ¿sabes? Tenía dinero... Y un negocio.
-Sí.
-Y todo a la mierda. Siempre se va todo a la mierda, estoy harta.
-Ya...
-Estoy harta de esto, de estar aquí, de esta maldita cola.
-Bueno, venga, tranquila.
-Estoy harta de venir aquí todos los días. Yo tenía dinero... Y mi casa. Tenía una casa. Era pequeña, pero era mía, con mis cosas.
-Sí. Lo sé, lo sé.
-No aguanto estar aquí, todos los días igual... Bueno, ¿qué pasa ahí? ¿Avanzamos o qué?
-...
-Joder, estoy harta, harta de esta mierda, de que todo salga mal.
En ese momento se puso a sollozar. El tipo que estaba a su lado la rodeó con el brazo, intentando calmarla. Esa yonki siempre estaba igual, quejándose de su vida constantemente. Ya me sabía la cantinela, todos los días era la misma puta historia. Yo estaba un poco más atrás en la fila, mirándome las manos y los pies fijamente. Llevaba dos días sin dormir por culpa del puto speed. El speed era una droga de mierda, no se por qué me metía, supongo que porque era barata. El pedo estaba bien, pero la resaca era horrible, tenías que abandonar la esperanza de poder dormir y cada vez te ibas volviendo más y más loco, los pensamientos psicópatas se te aferraban al cerebro mientras miles de pequeños espasmos invadían tu cuerpo constantemente, por no hablar de que la polla se te transformaba en un pequeño cacahuete.
Mientras temblaba embutido en aquella fila de gente podía oír las conversaciones a mi alrededor. Eramos unos 60 allí, en rigurosa fila india, las caras eran un mapamundi del fracaso, podías ver todas las llanuras, valles y océanos del país de la desesperación.
Un tipo detrás mío despotricaba.
-Unos demonios es lo que son. Ojalá, ojalá oh dios mío, que nunca acabe siendo abogado. Y podría, claro que podría, tengo el título, pero dios me libre. Esa gente, esos malditos hijos de puta, están podridos. ¡Podridos todos ellos!
Otro un poco más atrás conversaba.
-Sí hombre, el idiota ese, el que estaba siempre conmigo, medio calvo. Pues no se le ocurre otra cosa que cargarse el cristal para entrar, a plena luz del día. Claro, a la media hora ahí estaban los locales. Ahora han tapiado todas las putas puertas, nos ha jodido el chamizo el muy cabrón.
Flotaba en el ambiente el recuerdo de Constantino, alias el General, un tipo ya mayor, gordo y poco sociable, que había aparecido muerto por la mañana a las puertas de un cajero.
Yo temblaba y me mordía las uñas mientras miraba fascinado mis zapatos, intentando descifrar el universo y encontrar a dios. No parecía avanzar mucho en mi objetivo, la verdad. En ese momento el universo a mi alrededor se combó, se escuchó un golpe seco y la fila de gente se rompió. Se oían voces y gritos. Me acerqué al vórtice de la acción. Un tipo había abierto la cabeza a otro con un bastón de madera. Conocía a ambos. Me acerqué al agresor y lo saqué fuera de la entrada.
-¿Pero qué coño te pasa tío? -le dije.
-Ese hijo de puta... ¡¿Te crees muy valiente con las mujeres eh?! Pues sal pa fuera maricón que esto no ha hecho más que empezar.
-Relájate joder, ¿qué ha pasado?
-Ese cabrón le pegó a mi mujer ayer, a ver si ahora es tan valiente, a ver si ahora es tan valiente -decía blandiendo el garrote ensangrentado -. ¡Te estoy esperando aquí maricón!
-Oye tronco, si le ha pegado a tu mujer tienes todo el derecho, pero piensa un poco, seguro que ya están viniendo los maderos hacia aquí, pírate antes de que te metas en un lío.
Me miró, temblando y desencajado.
-Pírate anda.
Echó el último vistazo al remolino de gente, lo entendió y se largó a la carrera por una callejuela.
Yo volví a la entrada del comedor. Estaba todo lleno de una sangre roja, brillante y espesa que no parecía real. El agredido, un rumano que pedía a las puertas de una iglesia, estaba sentado en el suelo, presionando la herida con un manojo de papel higiénico. Apareció la policía, la cola volvió a formarse y continuamos nuestra peregrinación hacia la entrada esquivando los charcos de sangre. Ya había algo más de lo que hablar.
Éramos escoria, todos, los pobres fracasados que aguardábamos pacientes la cola para comer algo y los que en esos mismos momentos disfrutaban de una gran mariscada a orillas de alguna playa paradisíaca. Para la mayor parte de la gente la diferencia entre tener dinero o no tenerlo es el tiempo que pasan dando vueltas en centros comerciales comprando basura en potencia. La culpa de convertir el mundo en un gran retrete era de todos, daba igual la clase y posición social. Todo se reducía a la incapacidad de los seres humanos en ponerse de acuerdo en algo, en la incapacidad de todos los individuos de ver más allá de su arrugado y flácido órgano sexual. No había ningún orgullo ni romanticismo en la pobreza, ni en el proletariado, ni, desde luego, en las élites. Éramos todos unos tristes seres rosados y temblorosos que pataleaban y rompían cosas al paso de su frustración. Y el dinero era la gran manzana agusanada que nos tenía a todos pillados por las pelotas al borde del abismo.
En la tele estaban poniendo La ruleta de la fortuna, y hacia allí mirábamos por inercia mientras la cola avanzaba a paso lento hasta la entrada del comedor. Las azafatas de interminables piernas sonreían al girar las letras del panel, los concursantes giraban la ruleta de los premios, 100 euros, 200 euros, 1000 euros, bancarrota, el público aplaudía al unísono, la sonrisa inmaculada del presentador iluminaba el plató con su brillo cegador. Veíamos eso mientras avanzábamos, pasito a pasito, con nuestras mochilas y bolsas de plástico, con nuestras ropas de color gastado y aroma agrio, cargando con nuestras historias y penurias que no interesaban a nadie.
Finalmente llegué a la segunda puerta, en la que te sellaban una tarjeta de cartón que te daba derecho a la comida, y entré en el comedor. Aún quedaba una fila más para coger las bandejas, pero ahora al menos podías mirar a la gente que estaba ya sentada comiendo y adivinar el menú, que ese día consistía en macarrones y filetes de pollo con puré de patatas. Casi la totalidad de la gente que ocupaba las mesas del comedor aparentaban exactamente lo que eran, personas que vivían en la calle o al borde del abismo. Un dentista podría desarrollar la totalidad de su carrera sin salir de esas cuatro paredes. Muchos venían borrachos y todos estaban majaretas. Era divertido, desde luego mejor que ver la tele. Se veía que la mayor parte de la gente estaba resignada e institucionalizada y que nunca saldrían de esa rueda de miseria. Ya me lo dijo un tipo los primeros días: “Aquí es muy sencillo entrar, pero muy difícil salir”. Y era cierto, notaba la resignación también creciendo en mí, alimentada por el desolador panorama social. La resignación afectaba a todos, de lo contrario era inexplicable cómo un mundo tan desigual podía seguir manteniéndose en pie. Cualquiera con quien hablases llegaba a la conclusión de que el mundo estaba podrido, de que las grandes corporaciones y fortunas manejaban todo el cotarro y se quedaban con el pastel y de que los poderes políticos eran ineficaces y corruptos, toda esa cantinela la escuchabas a diario entre la población indignada, pero no dejaban de ser eso, conclusiones a las que llegabas mientras caminabas sin dilación hacia la picadora de carne junto al resto de idiotas.
Al fin me dieron la bandeja con la comida y busqué un sitio medianamente apartado. Al sentarme y coger el tenedor me di cuenta de que en realidad comer era una acción imposible y absurda en esos momentos de resaca. La comida no era mala, pero las drogas que había tomado sí, y en ese momento tenía el estomago replegado sobre sí mismo y cerrado totalmente a cualquier elemento exterior. Lo intenté no obstante. No había manera. Jugué un poco con los macarrones moviéndolos de un lado a otro del plato, inspeccioné los filetes de pollo por ambos lados y finalmente me rendí y le di mi comida al tipo de en frente, con cuidado de que no me vieran las monjas y me echasen la bronca. Me largué de allí igual que había llegado, arropado por la estridente voz de la yonki, que esta vez discutía con uno de sus compañeros de mesa.
A la salida del comedor la realidad me golpeó con todas sus fuerzas y me dio el bajón. Simplemente mirar a mi alrededor, a mis iguales y sus mecanismos, hacía que caminase por la calle con el culo encogido, los puños apretados y los pelos de punta, ansioso por llegar a la cueva, esconderme y morir.
Llegué al piso, me encerré en la habitación, bajé las persianas y me tumbé en la cama temblando. No había nada que hacer, nada que esperar, nuestros sueños y miserias no eran nada. Notaba las corrientes eléctricas atravesando la espina dorsal. Eramos excrementos de ratón en un universo infinito. Algún día acabaría todo y no habríamos conseguido ser nada más que una triste anécdota, una pequeña nota a pie de página. No había nada que hacer. Estaba cansado.
Intenté dormir. Mi cuerpo se desmoronaba pero mi mente iba a mil por hora, desperdigada en todas direcciones como un vaso de cristal roto. No conseguía encontrar las llaves para apagar el contacto, la colisión era inminente e inevitable. Empecé a masturbarme como intento desesperado por relajar los sentidos. Bendita masturbación. Por muy mal que fuese el mundo, por muy torcidas que se pusiesen las cosas, siempre podías recurrir a ella. Siempre estaba ahí, la masturbación, al alcance de la mano.
Estuve dándole durante horas, era una lucha titánica debido a los efectos del speed que alimentaban la excitación a la par que dificultaban la erección. La droga de los idiotas. Acabé lesionándome el frenillo. Luego caí en un estado de letargo, a medio camino entre la realidad y la ficción, como ahora. Llamaron a la puerta de mi habitación en varias ocasiones, pero me hice el orejas, no estaba preparado para tener ningún tipo de contacto personal, por muy intrascendente que este fuera. La soledad y tranquilidad de los muertos. Así debía ser la felicidad. Tenía microsueños que hacían todo más confuso. Tuve una visión de los seres humanos como si fuesen una inmensa barrera de coral, miles de seres sin importancia, modificando su entorno con la acumulación de sus huesos, miles de cadáveres amontonados, generación tras generación, muriendo y siendo reemplazados constantemente, dando forma con sus restos a una nueva e imparable super estructura que ya ni ellos mismos entendían.
Poco a poco fui regresando. Cuando tuve energía suficiente encendí al móvil para mirar la hora. Llevaba 12 horas tumbado en la cama, girando de lado a lado como un pez fuera del agua, delirando, encerrado en la penumbra de mi habitación. Me había perdido la cena en el comedor.
Me incorporé y me comí una galleta. Me acerqué a la ventana y subí un poco las persianas. Era un aburrido día de entre semana y no se apreciaba mucho movimiento. La oscuridad y el silencio eran ya un manto que arropaba la ciudad, ahora era cuando surgían las cucarachas, de entre las sombras, y maquinaban sus maldades. Me comí otra galleta y pegué el oído a la puerta de la habitación. No se oía ningún ruido, seguramente la gente del resto de habitaciones estaba ya durmiendo, el momento ideal para echar una meada sin riesgo de establecer contacto.
Abrí con cautela y me aventuré por el largo pasillo intentando hacer el menor ruido posible, caminando despacio. Oía las respiraciones. Estaban allí. Tras las paredes. Solo me atreví a encender la luz una vez ya en el váter, y al enfocar, para mi asombro, una pequeña luz brillante y plateada me llamaba desde el fondo del retrete. Me acerqué atraído cual urraca. Parecía que hoy era mi día de suerte ya que una flamante moneda de dos euros reposaba plácidamente en el fondo del retrete, ¿cómo llegó hasta allí? Mejor no saberlo. Solo había que sumergir la mano en el agua apestosa, por suerte parecía que el anterior usuario no había olvidado tirar de la cadena. Me sumergí y regresé con la propina.
Atravesé el pasillo y volví a tumbarme en la cama. No tenía dinero, ni nada que hacer, nada que me llevase a alguna parte. Me masturbé de nuevo hasta que eyaculé un triste escupitajo. Limpié la vida de mi mano con un trozo de papel higiénico usado y encendí el ordenador. Tenía varios correos de mi editor, debía haberle entregado el libro hacía semanas, se supone que era a lo que aspiraba todo escritor, a ser editado, a mi me importaba más bien poco. Abrí una página de contenido gore y me puse a ver vídeos reales de decapitaciones. Las sesiones nocturnas de vídeos de decapitaciones (y sus respectivos comentarios de los internautas) me estaban enseñando más sobre el ser humano que muchos de los libros que había leído, la conclusión siempre era la misma: estamos en un estercolero. La mayoría eran vídeos de ajustes de cuentas entre cárteles de la droga sudamericanos. Los degollaban como a cerdos, de una manera terriblemente chapucera, serrando la carne poco a poco. Las víctimas tardaban bastante en morir, me imaginaba su agonía.
Cuando estaba inmerso en mi viaje a los bajos fondos del ser humano escuché que la puerta de la casa se abría. Mi habitación era la más cercana a la puerta de la calle y podía enterarme de quién salía o entraba. Era bastante tarde para que hubiese movimiento en el piso y, debido a la curiosidad, silencié momentáneamente los gritos de los decapitados y pegué la oreja a la puerta de mi habitación. Pude escuchar pasos y risas. Parecían dos personas, un hombre y una mujer. Seguramente, por las horas, debían de venir pedo. Empecé a oír golpes, como si se chocasen contra las paredes, estaban armando un escándalo considerable. Finalmente decidí salir a poner orden. Lo que me encontré a mitad del pasillo fue a Agustín. Agustín era el inquilino de la habitación 6. Un viejo delgado que parecía tener 200 años, le faltaban la mitad de los dientes y una enorme barba canosa cubría las arrugas de su rostro. Tenía síndrome de Diógenes y vivía rodeado de basura. En el piso todos estábamos hartos de él y del hedor que desprendía su puta habitación. En ese momento arrastraba por el pasillo a una chica joven, morena y de buen cuerpo, que yacía inconsciente a sus pies. La imagen, en mitad de la noche y con resaca, resultaba sumamente perturbadora.
-Agustín, cabrón, ¿se puede saber qué cojones estás haciendo?
-Nada.
-Estáis montando un escándalo de puta madre, algunos intentamos dormir -mentí.
-Lo siento, ya casi he llegado a la habitación, ¿me echas una mano?
-Ni de coña. ¿Quién cojones es esa chica?
-No, nada, es una amiga.
-¿Una amiga?
-Sí.
-Tú no tienes amigas.
-Sí hombre, es una amiga.
-¿Qué le pasa? ¿Está pedo?
-No hombre, está cansada.
-Parece inconsciente.
-No, solo está cansada, de tanto bailar jejejeje.
Agustín me miró con ojos de corderito, jodido viejo.
-Dejad de hacer ruido ya hostia.
-Sí, lo siento.
Me largué a mi habitación. Era una situación extraña. Me tumbé en la cama y me fumé un porro pensando en ello. Al rato escuché gritos y golpes que surgían del final del pasillo, de la habitación de Agustín, volví a incorporarme echo una furia, salí de mi habitación y fui hasta allí.
Antes de que llegase a su habitación vi cómo se abría su puerta y salía de ella la chica. Estaba descalza y caminaba apoyándose en las paredes. Cuando me vio ahí, en mitad del pasillo, me miró fijamente a los ojos y vino corriendo hacia mí, me agarró fuertemente del brazo y se escondió detrás mío, usándome de escudo. Acto seguido salió Agustín de la habitación, estaba en pelotas, con su piel flácida y amarillenta pegada al esqueleto por unas mínimas capas de carne. Al verme ahí se detuvo en seco.
-Agustín, hijo de puta, ¿se puede saber qué coño está pasando?
-Bah, no es más que una puta, una puta borracha, que os jodan a los dos.
Se metió en su habitación y cerró de un portazo. Me giré y miré a la chica, estaba temblando, no apartaba su mirada de la puerta de la habitación de Agustín.
-Oye, ¿estás bien?
No contestaba.
-Tranquila, ven, por aquí.
Me la llevé a mi habitación, la chica casi no podía caminar. La senté en un viejo sofá que tenía en una esquina y me arrodillé frente a ella.
-Oye, ¿cómo te llamas? ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
La chica no contestaba, se veía que estaba muy borracha. Tenía el pelo negro, largo y rizado, debía tener más o menos mi edad y era bastante atractiva, lucía un escote claramente prometedor
-Tranquila, ahora estás a salvo.
Me miró a los ojos fijamente, fascinada, como si yo fuese un ángel caído del cielo. Esbozó una sonrisa, pero seguía sin hablar.
-Oye, ¿quieres que llame a alguien?
No apartaba sus ojos de los míos, empezaba a ponerme nervioso. Entonces extendió su mano y empezó a acariciarme la mejilla, tenía la mano helada. Por fin habló.
-Dios... eres guapísimo.
-Sí, me lo suele decir mi madre -dije mientras apartaba su mano de mi cara. -Oye, he visto que traías un bolso, quédate aquí, voy a buscarlo, y a buscar tus zapatos.
Salí nuevamente de la habitación y atravesé el pasillo. Llegué a la habitación de Agustín y llamé a la puerta.
-¡Qué!
-¡Abre!
Agustín abrió su puerta solo un poco y se asomó por la rendija.
-¿Qué quieres?
Empujé su puerta con todas mis fuerzas haciendo que cayese de culo contra el suelo. Seguía en pelotas. Entré en su habitación, el hedor era insoportable, montañas de basura hasta el techo surgían desde cada esquina. Me acerqué a él, pude ver el terror en su rostro, lo agarré del cuello y lo estampé contra la pared, emitió un quejido, apreté un poco más, sus manos huesudas se aferraron a mi muñeca, clavándome las uñas, acerqué mi cara a la suya, su apestoso aliento me golpeaba.
-Maldito hijo de puta, debería matarte ahora mismo. No quiero movidas cabrón, no voy a llamar a la policía, estoy cansado y de los nervios, pero te aseguro que como me toques las pelotas un poco más, solo un poquito más, volveré aquí y te cortaré la cabeza poco a poco cabrón, ¿me oyes?
No contestó.
Lo solté y cayó al suelo, jadeando.
-Dame el bolso y los zapatos de esa pobre chica.
-Están ahí -dijo a duras penas.
-¿Y los calcetines?
-No lo sé.
Miré a mi alrededor, no pensaba bucear entre toda esa mierda para buscarlos.
-Me largo cabrón, y te estoy haciendo un favor, no lo olvides.
Cogí el bolso y los zapatos y caminé nuevamente por el pasillo. Me preguntaba si el resto de inquilinos no se habrían enterado de nada o si simplemente se la sudaba, me decantaba por la segunda opción.
Al llegar a mi habitación vi que la chica se había movido del sofá y ahora estaba tumbada en mi cama.
-Toma, tengo tu bolso y tus zapatos, póntelos, te acompaño a la calle.
-¿No puedo dormir aquí?
-Ni de coña, vístete.
Comenzó a desabrocharse la camisa, tenía unos pechos estupendos, todo su cuerpo era estupendo.
-No, no hagas eso, vístete.
-Ven aquí.
Cogí unos calcetines de mi armario y se los di.
-Venga, vístete, nos vamos.
Me agarró de la mano y me atrajo hacia sí.
-¿Qué pasa? ¿No te gusto?
-Tienes que irte.
Me miró fijamente, con cara de pena. De repente su expresión cambió, dejó de mirarme y giró su rostro hacia un lado. Empezó a vomitar, sobre mi cama. Intenté buscar una bolsa mientras una enorme masa amarilla y apestosa abandonaba su cuerpo para reposar sobre mis sábanas.
-¡Me cago en dios!
-Lo siento... Bruuurr...
No había nada que hacer, esperé a que acabase. Luego la levanté por los hombros y la volví a sentar en el sofá, le puse una manta encima y le limpié los labios con un trozo de papel higiénico.
-Hija de puta.
-Lo siento...
Cayó inconsciente. Yo miré el estropicio. Agarré las sábanas por las puntas y formé un hatillo. Lo cogí con cuidado y salí de nuevo de la habitación. Atravesé el pasillo, otra vez, maldiciendo. Había un ser superior, lo había, podía escuchar perfectamente sus risas. Tiré las sábanas en la bañera y abrí el agua, intenté quitar toda la pota con la presión de la ducha. Cuando estuvo listo dejé las sábanas ahí y regresé a mi habitación.
La chica seguía en la misma postura, inconsciente en el sofá, no había vuelto a vomitar. Preparé un par de bolsas de plástico por si acaso. Me senté en una silla, me encendí un cigarro y abrí su bolso. Busqué la cartera. La abrí. Miré su documentación: Estefanía, 28 años, hija de Roberto y Águeda, salía bastante guapa en la foto. Dejé el D.N.I en su sitio. Tenía también un carnet de la facultad de medicina. Abrí otra cremallera, había un billete de 50 y otro de 10, cogí el de 50 y me lo metí en el bolsillo, por el servicio de lavandería, pensé.
Me terminé el cigarro y me acerqué a Estefanía, empecé a zarandearla.
-Vamos tronca, espabila.
-Nooooo...
-Sí, hay que largarse.
Comencé a vestirla, le puse los calcetines y los zapatos, le abroché la camisa y la levanté.
-Venga, vamos, vamos.
-Estoy cansada.
-Te jodes, yo lo estoy más.
Salimos a la calle. Nos dirigimos hacia la zona de bares, la chica iba haciendo eses, dejé que se agarrara de mi brazo. Poco a poco pareció volver al mundo de los vivos, dejó de balbucear y empezó a decir cosas más coherentes, intenté sacarle algo de información.
-¿Eres amiga de Agustín?
-¿De quién?
-Del viejo.
-¿Qué viejo?
-Joder, el que estaba en casa.
-¿Qué casa? No se de qué me hablas.
-Venga ya, ¿en serio? Te hablo de hace un rato.
-Joder, eres guapísimo, pero creo que estás un poco loco, eso me pone ¿sabes?
-Estupendo.
-¿Vamos a tomar una cerveza ahí?
-Yo paso de cervezas, me voy a casa.
-¿Puedo ir contigo?
-No, prefiero estar solo.
-No es eso lo que me habías prometido.
-¿De qué coño hablas?
-En el bar.
-¿Qué bar?
-En el que nos hemos conocido.
-Oye, ¿me estás vacilando? ¿No recuerdas lo que ha pasado?
-Estábamos en un bar bebiendo y me has dicho que me llevarías a tu casa.
-Joder, esta sí que es gorda. Mira, yo solo te digo una cosa, ten cuidado con los pedos que te pillas tronca, eres una chica muy atractiva y algún día podría acabar pasándote algo.
-¿Crees que soy atractiva?
-Joder, claro, pero esa no es la cuestión, la cuestión es que tienes que controlar un poco, el mundo está lleno de depredadores, te podía haber pasado algo muy malo, ¿en serio no sabes de lo que te hablo?
-Ni idea.
-Joder, alucino. En serio tía, esto ha sido un aviso, ¿por qué no te acompaño a coger un taxi o algo? Vete a casa y descansa.
-No me rayes tronco, quiero otra cerveza.
-Vale, tomemos esa cerveza.
Entramos en uno de los garitos abiertos, ponían música de moda para los cuatro gatos que había allí. Me acerqué al camarero y pedí dos pintas, nos las sirvieron, di un largo y refrescante trago.
-Joder, me gustas, eres el chico más guapo con el que he ligado desde hace mucho tiempo, y pareces buena persona, debajo de esa fachada de tipo duro y desagradable, puedo verlo.
-Estupendo.
-No tienes que hacerte el borde conmigo, te he calado, en realidad eres bueno.
-Sí, deberían beatificarme.
-Oye, voy a mear, ahora vuelvo.
-Vale.
La observé dirigirse al baño, buen culo. Llamé al camarero. Pagué las pintas. Me bebí la mía de un trago. Me levanté. Cogí dos gominolas con forma de corazón que había en un cuenco en la barra. Me metí una en la boca y me largué de allí.
Volvía a casa. Hacía buena noche. Un barrendero regaba la calle. A saber qué cosas extrañas estarían ocurriendo en ese mismo momento en este planeta de mierda. Me comí la otra gominola. No podía sacar ninguna conclusión o moraleja de lo ocurrido, simplemente estaba cansado. Al día siguiente era mi cumpleaños y tenía que echar las sábanas a la lavadora.





miércoles, 29 de octubre de 2014

HABITACIÓN CON VISTAS


1.




La pequeña Claudia se sorbió los mocos. Pero no debía de estar haciéndolo con suficiente fuerza ya que inmediatamente volvía a notar esa masa acuosa taponando su nariz. Probó de nuevo. El mismo resultado. Ya estaba cansada del jueguecito, levantó el brazo y se limpió con la manga.
Volvió a fijar su atención en la mesa y continuó donde lo había dejado.
El Gato Atigrado estaba protegiendo a la Princesa Champiñón. Habían escapado de la cueva y habían atravesado el lago a nado. Ahora estaban empapados, pero a salvo, en la orilla.
-Muchas gracias Gato, sin ti no habría podido romper la cuerda y no habría podido salir de la cueva y no habría podido venir hasta la arena.
-Me gusta la arena, a los gatos nos gusta la arena y nos gusta la Princesa Champiñón.
El Gato Atigrado se tumbó sobre la arena y comenzó a girar sobre sí mismo bajo la atenta mirada de la princesa que no paraba de reír viéndolo girar. De repente de las profundidades del lago surgió el Pez Negro. El Pez Negro era en realidad la caja de un teléfono móvil, pero su aspecto exterior no era lo importante ahora.
-Hola, ¡os voy a comer! -dijo el Pez Negro.
-No, no nos comas ahora -dijo la Princesa.
Claudia volvió a notar algo bajando por su nariz. Sorbió.
-Sí, tengo mucha hambre y os voy a comer a los dos -dijo el Pez.
-Pero yo estoy muy duro, no soy de nata -replicó el Gato Atigrado.
-Pero eres de leche y chocolate.
-No, mira -el gato comenzó a golpearse contra la mesa-. Soy duro, muy duro.
-Vaya, es verdad -dijo el Pez con desilusión-. A mi me apetecía leche con chocolate.
Las tripas de Claudia rugieron, hermanándose con los pensamientos del Pez Negro. Claudia se limpió la nariz con la manga y dejó a los protagonistas de la historia sobre la mesa. Bajó de la silla y se acercó a su madre que estaba en el otro extremo del salón revisando las facturas.
-Mami -dijo tirando de su brazo.
-Dime.
-Quiero leche con colacao.
-¿En serio?
-Por favor.
-¿Tiene que ser ya?
-Sí, tengo hambre -las tripas de Claudia rugieron-. ¿Ves? No es mentira.
-Ay cariño... mira como tienes el pelo, ¿qué has hecho?
-Nada.
-Con lo bien que tenías las coletas... ven aquí anda.
Eva dejó la factura de la luz sobre la mesita y arregló las coletas de Claudia. La pequeña Claudia tenía un montón de pelo negro, rizado y rebelde.
-Quiero leche con colacao.
-Ahora vamos a ver qué hay, espera un poco.
-¡Ay!
-No te quejes tanto.
-Jo.
-Ya está. ¿Ves? Mucho mejor.
-Aha.
Eva besó a Claudia en la frente.
-Venga, vamos a la cocina.
Eva abrió la puerta del frigorífico, estaba casi vacío. Agarró el cartón de leche, pudo notar que aún quedaba la mitad. Lo posó en la encimera. Cogió un vaso limpio del fregadero y lo llenó.
-Un vasito de leche.
-Sí, con colacao.
-Con colacao.
-¡Yo lo cojo!
Claudia se acercó corriendo hasta el mueble y cogió el bote de colacao.
-Jo, parece que no hay mucho.
-A ver cariño, traémelo.
-Toma.
Al abrirlo Eva comprobó que estaba casi vació. Cogió una cucharilla y raspó como pudo, echó todo en el vaso de leche y removió.
-Jo mamá, no había casi nada.
-Espera.
Eva volvió a abrir el bote y echó en su interior la mitad del vaso de leche.
-¿Por qué haces eso mamá?
-Mira, si echas un poco de leche aquí dentro y remueves... Consigues despegar todo eso que se queda en los bordes.
-Aha.
Volvió a echar el contenido en el vaso.
-¿Lo ves?
-Es verdad.
-Toma cariño.
-¡Gracias!
Claudia cogió el vaso con las dos manos y le dio un buen trago.
-Mmm, qué rico -dijo sonriente y con la boca manchada, luego la sonrisa desapareció-. Jo mamá, ayer se acabaron las galletas.
-Ya lo sé cariño.
-Tienes que comprar cosas.
-En eso estaba pensando.
-¿Ah sí? ¿Vas a ir a comprar cosas?
-Sí, pero necesito dinero.
-¿Y tienes dinero?
-No, ya se acabó.
-¿Y cómo vas a comprar cosas?
-Tendré que conseguir más.
-¿Más dinero?
-Exacto.
Claudia dio otro trago al vaso de leche.
-Oye mamá.
-Dime.
-¿Por qué has sacado los frascos?
-Me ayudan a pensar.
-¿Te ayudan a pensar?
-Así es.
-¿Esas cosas?
-Sí. A veces... Como ahora.
-Aha.
-Oye cariño, ¿por qué no te llevas el vaso de leche a la mesa y sigues jugando un ratito mientras mami hace cosas?
-¡Vale!
Claudia se alejó hasta la mesa, dejó el vaso sobre ella y se subió a la silla. Allí la Princesa Champiñón estaba en un serio aprieto.
Eva volvió a la mesita, se sentó en la silla y se encendió un cigarro. Expulsó el humo y abrió otro sobre. Era del administrador, amenazaba con emprender acciones legales si no se ponía al día con la mensualidad. Dejó la carta junto a la factura de la luz. Dio una calada y encendió el ordenador. Había guardado tres anuncios en favoritos. No sabía por cual decidirse, eran similares, pero había que pensarlo bien, elegir el adecuado. Volvió a leer los tres un par de veces. Finalmente se decidió por uno de ellos. Dio una profunda calada y arrojó el humo contra la pantalla.


Se alquila habitación a chica joven, en piso nuevo, zona centro. Habitación muy amplia y soleada, con baño propio y wifi. Se alquila a cambio de sexo al menos dos veces por semana. Hombre maduro, agradable y limpio. Interesadas contactar a partir de las 20h.




2.




Eva comprobó la dirección un par de veces antes de llamar al timbre.
-¿Si?
-Soy Eva.
-Sube.
El portal era enorme. Se dividía en tres apartados, ella tiró hacia la izquierda. Llegó a los ascensores, llamó y esperó. Al abrirse la puerta del ascensor vio que había un enorme espejo en su interior. Entró y pulsó el 7. Las puertas se cerraron y ella se giró para mirarse en el espejo. Estaba radiante. Se había maquillado a conciencia para la ocasión, había conseguido disimular totalmente sus ojeras gracias a un corrector beige bastante bueno. Dudó un poco con los ojos, pero optó por una linea de ojos discreta. Los labios rojos, por supuesto. Un ridículo pitido le alertó de que estaba llegando al piso indicado, se giró. Se retocó un poco la apretada falda antes de salir del ascensor.
Cuando llamó a la puerta el tipo abrió enseguida. Rondaría los 50, era alto y corpulento, conservaba el pelo, aunque con unas profundas entradas. Iba vestido de forma informal pero se notaba que la ropa era cara, y parecía nueva. Se había pasado un poco con la colonia, pero Eva se lo tomó como un halago.
-Hola, por fin nos vemos. Pasa por favor -dijo él mostrando una amigable sonrisa.
-Gracias.
Eva entró en la casa. Simplemente viendo el tamaño de la entrada se imaginaba que el piso sería bastante grande. El tipo cerró la puerta.
-Bueno, yo soy Enrique, encantado de conocerte.
-Igualmente -Se dieron dos besos.
-¿Quieres ver el piso?
-Claro.
Enrique la llevó primero al salón, era lo más impresionante, grande y luminoso. Estaba decorado con gusto pero con poca personalidad. La limpieza era extrema, eso podía significar que el tipo era muy ordenado o que se había hecho una limpieza a fondo en la casa recientemente, seguramente las dos opciones eran correctas. La terraza era grande y con unas excelentes vistas de toda la ciudad, Enrique recalcó este aspecto e insistió en salir fuera para mostrárselo. Sin duda no mentía. Eva se apoyó en la barandilla y miró a lo lejos, hacia las afueras, hacia la zona en la que se encontraba su pequeño piso intentando adivinar qué estaría haciendo Claudia en ese momento.
-¿Te gustan las vistas?
-Sí, la verdad es que esta terraza tiene que ser una pasada en verano.
-Lo es.
Siguió enseñándole el piso. La cocina era moderna, había pocas cosas, se ve que Enrique no era muy de cocinar. Ella podría preparar de todo ahí, se imaginó una buena vida familiar, con un asado dorándose al horno y con Claudia correteando por el pasillo. Salieron de allí. Continuaron por el pasillo y Enrique abrió una puerta.
-Bueno, y esta sería tu habitación.
-Vaya, qué grande...
-Sí, es casi tan grande como la mía. Como verás hay de todo, por supuesto puedes cambiar la disposición de los muebles si te apetece.
-Así está bien.
Eva miró a su alrededor y se dirigió hacia la ventana, miró hacia el exterior. Notaba perfectamente la mirada de Enrique a su espalda recorriendo lascivamente su cuerpo. Se giró. La mirada de Enrique volvió apresuradamente a una posición neutral.
-¡Me encanta! -dijo Eva luciendo su mejor sonrisa.
-Me alegro, me alegro mucho.
-Sí, la habitación está genial, y el piso es una pasada.
-Me alegra oírte decir eso. Si quieres vamos al salón y hablamos un poco de las condiciones, tranquilamente.
-Perfecto.
Volvieron al salón, Enrique le hizo un gesto para que tomara asiento en el sofá. Ella lo hizo, se sentó y cruzó las piernas de manera bastante sexy mientras miraba a Enrique con sonrisa maliciosa, él respondió con una sonrisilla nerviosa. Lo tenía en el bote y le encantaba esa sensación.
-¿Quieres que te traiga algo? ¿Vino? ¿Cerveza?
-¿Tienes zumos?
-Sí, ¿de naranja o de melocotón?
-Mmmm... melocotón por favor.
-Ahora mismo.
Enrique fue hasta la cocina, intentando no caminar demasiado deprisa, se escuchó como abría la puerta del frigorífico. Eva aprovechó ese momento de intimidad para abrir su bolso y asegurarse de que todas las cosas estuviera a mano. Enrique regresó con el zumo y un botellín de cerveza para él.
-Aquí tienes.
-Muchas gracias.
Abrió su botellín, le dio un trago, lo posó en la mesa y se sentó frente a Eva. Sus miradas se cruzaron y ambos soltaron una risita nerviosa.
-Bueno, ahora hablemos -dijo Enrique tomando la iniciativa -. Verás, nunca he hecho algo así, jajaja, no sé muy bien cómo empezar.
-Tranquilo. Yo ya he estado en esta misma situación un par de veces.
-¿Un par? -dijo si ocultar su asombro.
-Así es.
-Bueno... perdona, no pretendo juzgarte, pero... como ya te digo esto es nuevo para mi.
-No te preocupes, dime simplemente qué es lo que quieres.
-Bueno, verás, soy un hombre ocupado. Trabajo mucho. No me quejo por ello, me gusta mi trabajo y gano bastante dinero. Pero... ya sabes, luego llego a casa después de un día duro y me siento solo. Busco un poco de compañía, alguien que me de vidilla por así decir jajaja.
-Ya, te entiendo.
-No tengo tiempo ni ganas de salir a conocer gente, ya voy para los 50 y todo ese rollo me cansa. Quiero una compañera de piso con la que pasar algo de tiempo, charlar y esas cosas.
-Ya, pero no buscas solo conversación, ¿verdad?
-Bueno, claro, también tengo mis necesidades. Pero como ya te he dicho dispongo de dinero, podría recurrir a la prostitución si quisiera. Pero no es eso lo que busco, quiero algo más íntimo, más personal.
-¿Buscas una pareja?
-No, no, tampoco es eso... No sé bien cómo explicarlo... No busco una pareja, ni nadie que me cuide, no te asustes. Tú... bueno, tú o la que sea, podrías tener tu vida, quedar con quien quieras y hacer lo que quieras. Solo me gustaría encontrar alguien a veces por casa, otra persona que ponga algo de color en mi monotonía. Ya sabes, otro aroma, otro desorden incluso jajaja... Y el tema del sexo... bueno, me avergüenza un poco pedirlo así, está claro, pero creo que un par de veces a la semana es algo normal, tampoco quiero abusar. No busco cosas raras, no soy un pervertido, de hecho soy un tipo normal, de gustos sencillos, romántico, atento, limpio... ya te digo que intentaría que fuese algo natural y placentero para ambos.
-Suena bien.
-Entiendo que puede ser violento para ti, pero quiero dejar claro eso, que no soy ningún pervertido ni un tipo raro, me encuentro solo, eso es todo.
-No pareces mala persona.
-No, no lo soy, te lo aseguro. Bueno, me has dicho que ya has hecho esto antes ¿no?
-Sí, unas cuantas veces.
-¿Y qué tal?
-Me he encontrado de todo.
-Vaya.
-Así es.
-Yo ya te digo, aquí vas a estar a gusto, puedes disponer de la casa como quieras, yo trabajo todo el día, tampoco te exijo que me esperes como un ama de casa, puedes hacer tu vida, nos vemos de vez en cuando, charlamos de nuestras cosas, podemos cenar juntos si se tercia, conocernos.
-¿Ha venido alguna más?
-Eh... sí, bueno, vino otra chica hace un par de días.
-¿Y qué tal?
-Sinceramente no me gustó, parecía una yonki.
-Bueno, yo no soy una yonki por si te lo estás preguntando.
-Ya ya, no lo pareces. Verás, tampoco estoy desesperado, no voy a meter a cualquiera en mi casa, espero encontrar una persona normal, tampoco pido mucho.
-¿Podría ser yo?
-Claro, de momento pareces bastante normal, y ni que decir tiene que eres muchísimo más atractiva de lo que podría esperar, pero... permíteme una pregunta que espero no te ofenda.
-Claro.
-¿Por qué haces esto? ¿Problemas económicos?
-Claro, la crisis, la maldita crisis, ya sabes...
-Sí, lo sé. Lo siento... Aunque eso me hace ver que eres una persona normal. Ya te digo que intentaré hacer esto lo más agradable posible para ti, por supuesto si no te gusta puedes marcharte cuando quieras, sin rencores de ningún tipo.
-Nada hombre, tranquilo, me he visto en situaciones mucho peores.
-Vaya, lo siento. Pero, entonces, ¿te interesa?
-Por supuesto.
-Vaya, me alegro. Me alegro. -Enrique agarró el botellín y dio un trago victorioso mientras se reclinaba en el sofá.
-Ponte de pie.
-¿Perdón?
-Levantate.
-¿Que me levante?
-Sí. Levántate, por favor.
-Sí, claro -Enrique dejó el botellín en la mesa y se puso en pie.
-Jajaja, ven hacia aquí anda, no muerdo, te lo aseguro.
Enrique obedeció como un perrillo y comenzó a acercarse tímidamente hasta ella. Cuando estuvo a su alcance Eva lo agarró del pantalón y lo atrajo hacia sí con un poco más de energía. Ya junto a él puso el rostro a la altura de su entrepierna. Acarició un poco el bulto del pantalón con su mano, luego empezó a desabrocharle el cinturón despacio, mientras lo miraba fijamente.
-Vaya, supongo que esto significa que estás de acuerdo con el tema de la habitación.
-Claro, solo quiero echar un vistazo a lo que tenemos por aquí.
Eva le desabrochó completamente el pantalón y se lo bajó un poco, continuó acariciándosela sobre el calzoncillo. Aquello empezaba a crecer. Enrique suspiró. Eva le bajó el calzoncillo y la miro con ternura, luego a él. La acercó a sus labios y le dio un par de besitos cariñosos en la punta. Él se dejó hacer. Eva comenzó a pasar suavemente su lengua a lo largo del miembro que empezaba a palpitar y levantarse, luego, suavemente, deslizó la piel hacia atrás y se la metió en la boca. Comenzó a succionar poco a poco. Enrique soltó un profundo gemido y echó la cabeza hacia atrás, acercó una mano temblorosa hasta la cabeza de ella y se puso a acariciarle el pelo cariñosamente mientras disfrutaba del momento.




3.




La Princesa Champiñón y el Gato Atigrado estaban tumbados en una verde colina mirando las nubes.
-¿Has visto esa? Es igual que una gallina montando en bicicleta.
-Sí, y esas pequeñas de ahí son sus polluelos que la siguen andando.
-Los tiene vigilados porque es su mamá y nunca los dejaría solos.
-Con esos pollitos se podrían hacer nuggets, muchos nuggets.
-¡Gato! ¡Como dices esas cosas! Son sus pollitos, no te los puedes comer.
-Lo siento Princesa, pero es que tengo hambre.
-Yo también.
Claudia escuchó en ese momento como abrían la puerta de casa, debía de ser mami. Dejó al Gato y La Princesa sobre el alfeizar de la ventana para que siguieran contemplando las nubes y corrió a su encuentro. Mami llegaba cargada de paquetes.
-¡Mami! ¡Mami!
-Hola cariño.
-¡Mami! ¡Que de cosas!
-Quita un poco cariño que me voy a caer, déjame entrar.
Eva fue hasta la cocina y dejó todas las bolsas en el suelo con un profundo suspiro, luego se dejó caer sobre una silla. Claudia empezó a meter la cabeza en las bolsas y revolver su interior.
-¡Claudia! Estate quieta, espera a que lo guardemos todo.
-¿Qué has traído?
-Comida, que teníamos el frigorífico temblando, ahora me ayudas a guardar todo y lo ves.
-¡Hala! ¡Galletas! ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo?
-No. Espera a que lo guardemos todo.
-Por favor, por favor, por favor, por favor.
-Bueno venga, pero solo un par que vas a merendar ahora en un rato.
-¡Bien!
Mientras Claudia abría el paquete de galletas Eva abrió su bolso. Sacó dos bolsas de plástico de su interior, la grande la metió en la lavadora, la otra la posó al lado del fregadero, la abrió y sacó un pequeño paquete de su interior.
-¿Están ricas las galletas cariño?
-Sí, son las de canela que me gustan.
-Ya lo sé, por eso las he comprado.
-¡Te quiero mami!
-Jajajaja. Oye cariño, ¿puedes acercarme un frasco vacío del mueble?
-Claro mami.
Claudia fue trotando hasta el mueble. Eva abrió el paquete, cogió el trozo de carne de su interior, abrió el grifo y comenzó a limpiar la sangre reseca.
-¿Este te vale mami?
-Sí cariño, ese está bien, cuidado no se te caiga.
-No.
Claudia le dio a su madre el frasco de cristal.
-No comas más galletas que te hinchas y voy a hacerte cruasanes de jamón y queso para merendar, ya verás qué ricos.
-Hala, ¿cuando?
-Ahora mismo, cuando acabe con esto.
Eva abrió el armario sobre el fregadero y de la parte de atrás cogió una botella, la abrió y vertió el liquido semitransparente en el frasco de cristal, cuando estuvo lleno cogió el trozo de carne ya lavado y lo metió en su interior. Observó cómo se sumergía y cerró el frasco con fuerza. Lo alzó hasta la altura de su rostro y volvió a observarlo.
-Cabrones.
Eva se colocó el frasco en el regazo y fue caminando hasta su habitación, Claudia se pegó a su espalda y la siguió mientras se comía una galleta.
-Te he dicho que dejes las galletas.
-Esta es la última.
Cuando llegó a su habitación Eva colocó el frasco en la mesa junto a los otros, abrió su armario y comenzó a colocar todos los frascos en su interior. Claudia se acercó a la mesa y se puso de puntillas para poder mirar el nuevo frasco de mami. Lo observó atentamente, esta era un poco más pequeña que las demás.
-Mami, ¿por qué guardas estas cosas?
-Son trofeos.
-¿Qué es un trofeo?
-Da igual, no los mires, ¿Quieres el cruasán o no?
-¡Sí! ¡Sí! Quiero el cruasán.
-Pues ale, vete poniendo la mesa mientras guardo esto.
-Voy.
Claudia se alejó al trote hacia la cocina. Eva continuó guardando los frascos en el armario. La Princesa Champiñón y el Gato Atigrado continuaban en la ventana, mirando las nubes.

sábado, 13 de septiembre de 2014

PIE DE FOTO





     ¿Qué empuja a alguien a escribir? Supongo que las razones serán diversas. En mi caso en concreto responden a una necesidad de expresar algo, ¿el qué? Eso ya es más complicado.
No me puedo meter en las mentes de los demás, pero la experiencia me hace sospechar que la gente siente una necesidad intrínseca de expresarse, de plasmar su individualidad de alguna forma y, por supuesto, una necesidad de ser aceptados para (erróneamente) aceptarse a sí mismos. Eso podría explicar el auge de las redes sociales donde la gente publica entradas sobre lo que va a comer hoy o suben fotos de ellos mismos en cualquier tesitura, buscando expresarse, reafirmarse y buscando de paso el comentario, el “me gusta”, buscando en definitiva la atención, la aceptación.
La manera de expresar una angustia interior de una manera un poco más compleja suele ser el arte, de cualquier tipo.
En mi caso todo empezó en el cole. Me dio por dibujar. Fueron mis primeras creaciones. No lo hacía por la aceptación, ya que casi nadie veía mis dibujos ni yo me molestaba en enseñarlos, era esa ebriedad de crear, de hacer surgir algo que antes no estaba allí, algo que me expresase de algún modo, que reafirmase mi existencia en este plano de la realidad por así decir. Al principio solo dibujaba lo que me venía a la mente, sin conexiones, más adelante intenté hacer cómics. Recuerdo la primera vez que maté a un personaje. Joder, lo recuerdo como si fuese ayer, y yo debía tener 11 años. Fue una sensación extraña, había creado un personaje que venía a ser el prototipo de maestro del héroe de la historia y en un determinado momento aparecía el malo de turno y con un fulminante rayo láser surgido de su dedo le atravesaba el pecho provocando el dolor y la ira del héroe, vamos, la típica historia de venganza. Recuerdo estar dibujando esas viñetas. Mientras lo hacía no le di importancia, pero cuando acabé y admiré mi obra me sobrevino un peso moral, ¡yo era un asesino! Revisé las páginas. Sí, me había cargado al pobre viejecillo. Ahí estaba, tan tranquilamente en una viñeta y en la otra ¡zas! Rayo atravesando el pecho, su cara de incredulidad, la sangre... Por una parte me sentí poderoso, pero también culpable. Fue un inesperado trauma que me enseñó el poder de la creación.
Lo de buscar la aceptación vino más tarde, con los primeros picores de entrepierna provocados por esa chica que parecía ser transportada por la divinidad. Ni siquiera recuerdo ya su nombre, algo que me habría parecido imposible en aquella época en la cual seguramente el mero sonido de su nombre en cualquier contexto me habría hecho suspirar profundamente, encogiéndome el estómago. Un nombre por el que habría matado, un nombre que ya ni siquiera recuerdo. Sí, yo era un chavalillo de 13 años profundamente enamorado de una chica de clase a la que apenas conocía. Era un chico tímido, delgado, feo, sin interés. ¿Cómo podría alguien fijarse en mi?
Estamos hablando del año 93, y por aquella época el no va más tenía un nombre: Guns n' Roses. Sí, a aquella chica le encantaban, como a todos. Lo extraño es que no babeaba por Axl, el cantante mojabragas, sino que babeaba por Slash, el monstruo peludo encargado de la guitarra. En mi mente infantil la cosa estaba clara, para ligarme a esa chica, para tenerla a mi lado, necesitaba ser Slash. Por aquella época visioné una entrevista al susodicho por la tele y aprendí otra lección aún más valiosa, aunque no lo pensé en aquel momento. Resulta que el tipo, Slash, acudió a la entrevista con un pedo de escándalo, con una botella de Jack Daniel's en la mano, fumando Marlboros, con una maraña de pelo que impedía que vieses su rostro, pantalones ajustados, camiseta roída de vagabundo. La entrevistadora no sabía donde meterse, pero resulta que ÉL era la estrella, y podía hacer lo que le saliese del nabo. Nunca había visto tanta desfachatez por la tele, ese medio que era como algo mágico e inalcanzable a los ojos de un niño inseguro a comienzos de los 90, época más inocente que la actual, sin la sobrecarga de información y la inmediatez que ha dado Internet. Lo que me enseñaba Slash de manera inconsciente era: “Se puede ser relevante sin dejar de ser uno mismo”. Pero bueno, como digo eso vendría luego, yo solo quería estar con esa chica de nombre desconocido, simplemente estar con ella, que me aceptase, era algo más allá del sexo, algo mucho más inocente y puro. Resumiendo: me compré una guitarra e intenté aprender a tocarla.
Cayeron los años, esa chica nunca me hizo caso, vinieron otras, también desaparecieron sin mirarme. Pero todo eso importaba menos porque había encontrado algo, la música, que me llenaba de una forma que no había sentido antes porque me permitía, en tiempo real, expresar todas mis angustias e inquietudes simplemente poniendo unas notas tras otras, y escuchando el resultado conocerme de alguna extraña manera, en una especie de bucle conmigo mismo.
Me obsesioné con la música y con llegar a hacer algo relevante. Ahí cometí un gran error. El arte ha de nacer de la necesidad y la honradez. En el momento que te obsesiona el reconocimiento y lo ansías prostituyes tus aspiraciones y, por lo general, el regalo que viene con eso es la frustración. Sería muy bonito pensar que cada uno tiene lo que merece y que el trabajo duro da resultados, y aunque eso, en cierto modo, es cierto, no implica para nada el reconocimiento. El reconocimiento depende de la suerte y de la gente, y ambos se mueven por el caos. El hecho de que haya tantos genios desconocidos como artistas mediocres adorados por las masas reafirma mi teoría. Si tus aspiraciones a la hora de crear son el reconocimiento en plan mediático y monetario amigo, te sugiero que lo dejes, por tu bien y por el nuestro.
Total, que la música me salió rana por obsesionarme, por buscar el reconocimiento y al no lograrlo frustrarme.
Vino una época de cambios. Cambio de ciudad, de estado laboral. Y pensé que me vendría bien un cambio en mi manera de crear para airearme y no acabar quemado. Aparqué la música un poco y me puse a escribir, algo que me había llamado la atención hacía tiempo. Llevaba unos años leyendo, primero me aficioné a la filosofía. Algunos me gustaban, como Nietzsche, Hume, Schopenhauer, La Rochefoucauld, Marco Aurelio... Otros no los entendía en absoluto, como a Kant o Heidegger, pero en cualquier caso me resultaban lecturas estimulantes por cómo hacían que me plantease las cosas. Tiré tanto por el lado “oficial” como por la vertiente ocultista y mística: Levi, Ouspensky, Jodorowsky, Blavatsky, Crowley... También textos religiosos, sobre todo orientales, el Tao, los Upanishad, el Baghavad Guita, toda esa mierda. Comprobé el afán por buscar un significado al mundo. La gente llevaba siglos buscando respuestas, sacando conclusiones y plasmándolas y seguramente todos estos pensadores no eran más que unos zumbados, unos locos al margen, unos tipos del underground como se puede comprobar en las divertidas anécdotas del libro Vidas de los más ilustres filósofos de Diógenes Laercio. La narrativa vino luego, empujado por los existencialistas: Camus, Sartre, Unamuno, que cultivaban la filosofía pero también la narrativa. Llegó Dostoyevski, el único escritor que me ha hecho llorar. Pero fue con Bukowski cuando cambió todo. Por aquel entonces yo comenzaba mi romance con el alcohol y las drogas, estaba atrapado en curros de mierda, odiaba a la gente y leía a filósofos. En Bukowski encontré un alma gemela, alguien que había recorrido esos mismos caminos décadas antes y que encima hablaba de ello sin tapujos, ¡y resultaba interesante! No eran necesarios personajes complejos ni estructuras enrevesadas, no eran imprescindibles giros sorpresivos ni escenarios de fantasía, de hecho todo aquello comenzaba a revelarse para mi como algo superfluo, incluso nocivo. Se podía escribir sobre la calle, sobre el bar de abajo, sobre los vecinos discutiendo, sobre el vagabundo de la esquina que habla solo. Se podía hablar de todo ello y reflexionar, siguiendo con esa búsqueda del significado, incluso se podía emocionar. La literatura se me reveló como un medio perfecto de expresión de inquietudes y a la vez de búsqueda de respuestas. No era algo meramente contemplativo y etéreo como la música, aquí podías plantearte preguntas concretas sobre la gente y el mundo y plantear teorías al respecto. A los aspirantes a escritores les asusta la falta de imaginación para crear situaciones, historias, pero lo importante no es la forma sino el fondo, se puede escribir sobre cualquier cosa, incluso sin ningún hilo narrativo aparente, se puede meditar sobre lo cotidiano y hallar lo universal en los detalles, de eso es un maestro Carver, otro que me ayudó. El caso es que me vi con posibilidades de hacerlo, y como quería alejarme un poco de la música pero seguía teniendo inquietudes me puse a darle a las teclas a ver qué pasaba. Escribí unas cuantas historias, cultivaba la ficción y la autobiografía, al igual que Bukowski, pero aunque fuesen historias de ficción intentaba que expresasen la realidad, me basaba en cosas que me contaban, que leía, no quería fantasear demasiado porque al fin y al cabo se trataba de buscar el significado de las cosas para poder entenderlas y manipularlas. Le pasé las historias a los colegas, me decían que no se me daba mal, así que seguí.
Un día buscando en la biblioteca algo interesante que llevarme a casa di con un libro que no sabía que existía, Resaca/Hank Over, una antología de autores españoles actuales que rendían homenaje a Charles Bukowski. Como admirador de la obra de Hank no dudé en llevarme el volumen para ver qué se estaba cociendo en el mundillo. Como en cualquier antología había de todo, algunos textos me parecieron muy buenos, otros mediocres. Pero la sorpresa vino cuando al leer los créditos resultó que uno de los artífices de la antología era Vicente Muñoz Álvarez, un leonés. Como dije antes yo estaba en época de cambios, de inflexión. Había dejado el grupo, el trabajo y me había cambiado de ciudad. Había huido de Madrid para volver a León, mi lugar de nacimiento, aquí me había dado por empezar a escribir, y resulta que de repente encontraba un libro perdido, una antología sobre mi autor favorito de narrativa y estaba perpetrado por un paisano. Eran señales demasiado claras como para pasarlas por alto. Volví a la biblioteca y busqué algún libro del tipo, tenían varios. Miré las fotos de la contraportada, no me sonaba la cara del menda, pero intenté recordarla porque estaba seguro de que en una ciudad tan pequeña acabaría encontrándolo por algún bar y tenía intención de que viese mis cosas y me diese su opinión. Por supuesto así pasó poco después. Resultó que Vicente era un tipo muy cercano y amable, me dio su dirección para que le mandase mis cosas. Le mandé un relato bastante sórdido, autobiográfico, de mi época más jodida con la cocaína, puro realismo sucio. Resulta que le encantó, lo subió al blog de Hank Over y me animó a seguir.
El poder de alcance y accesibilidad de Internet y las redes sociales también han sido muy importantes, casi determinantes, para expandir mi visión. Creé un par de blogs, un grupo en Facebook, les mandaba mis cosas a otros escritores que iba descubriendo, ellos me mandaban las suyas, se hacían proyectos digitales, se tramaban antologías, me pedían textos para fanzines, compartían otros en blogs... Me metí en lo que llaman underground. Ya escribí sobre el underground en otro texto titulado Underground Manifesto, está en mi libro y mi blog, si te interesa búscalo, paso de contar lo mismo otra vez. La cuestión es que la bola siguió rodando hasta que un día me escribió Ricardo Moreno Mira para proponerme editar mi primer libro en su recientemente creada editorial. Y bueno, ahora estoy tumbado en la cama en calzoncillos, ligeramente resacoso, son las 17:48, no he comido aún (me desperté a las 13:00) y tengo que acabar este texto ya que es un encargo que debí entregar hace tres días. En un rincón de mi habitación alquilada, en medio del desorden y la mugre, tengo una caja de cartón con varios de mis libros que intento vender a los incautos que me encuentro por los bares, siempre que me presentan a alguien intento colarle un ejemplar, y bueno, a grandes rasgos esa es la vida del escritor, o al menos es la manera en que yo he llegado a ser un escritor, signifique lo que signifique eso, suponiendo que signifique algo.
Me hacen preguntas a veces, que cómo he conseguido publicar, que cuáles son mis técnicas de escritura, que de dónde viene la inspiración... Yo qué sé colegas, yo solo intento expresar algo, intento crear historias entretenidas, fáciles de leer y que tengan algún significado, doy mi visión del mundo y saco a la luz toda la miseria humana para que nos avergoncemos de nosotros mismos e intentemos cambiar esta sociedad enfermiza y nociva que hemos creado, no creo que sirva de mucho, pero algo es. Me tomo la literatura un poco a coña, no quiero obsesionarme como con la música, puedo pasar grandes temporadas sin escribir, me hacen encargos a los que siempre llego tarde y pasado de extensión, y me importa un bledo, de momento me ha salido bien y no hay una explicación clara y determinante para dicho fenómeno.
Si planeas escribir hazlo desde el corazón y no te preocupes de nada más, no te obsesiones, te vas a comer los mocos seguramente. Que escribir no sustituya al vivir porque entonces no tendrás nada que contar y lo que cuentes no tendrá trasfondo, será una sombra, un castillo de cartón. Olvida la pasta, aquí no la encontrarás, ni siquiera su rumor, los escritores son unos muertos de hambre. Puede sonar la flauta, claro, pero también puede tocarte la lotería algún día y si tus motivaciones artísticas son la pasta mejor compra lotería, tienes las mismas posibilidades y es menos agotador. Prepárate a penar y a ser visto como un tío raro. Preparate para el nihilismo, el pesimismo, el odio, la frustración, las facturas, la resaca, la promiscuidad, la soledad, el vacío, el alcoholismo, la enfermedad, la drogadicción, la locura, la angustia, el nerviosismo, el hambre, las preocupaciones... Pero bueno, esas cosas te iban a tocar de todas formas, lo que distingue a un creador es que sabe qué cojones hacer con todo eso.
¿Lo sabes tú?

martes, 29 de julio de 2014

SOLO ESTA VEZ





1.



Ricardo estaba mirando fijamente la naranja. Hoy sin duda todo tenía un aspecto especial. Todo tenía una historia, un recuerdo. Incluso esa insignificante naranja apoyada en la mesa.
-Vamos Ricardo, que ya solo quedas tú.
-¿Eh? Sí... Disculpe hermana.
Ricardo salió de su ensimismamiento cítrico y reparó en que, efectivamente, era el último que quedaba en el comedor social. Todas las mesas estaban ya vacías y las monjas y voluntarios terminaban de recoger los platos sucios y colocar las sillas. Sor Teresa, la monja que le había dirigido la palabra, una señora mayor, bajita, de pelo corto y canoso, se acercó hasta él.
-¿Te encuentras bien?
-Sí hermana, ya acabo.
-Tienes mala cara.
-No. Estoy bien. Estoy... bien.
Ricardo cogió el cuchillo frente a él y partió la naranja por la mitad. Antes nunca se comía la naranja que casi siempre daban de postre en el comedor, le revolvía el estómago, pero desde que cogió la costumbre de exprimirla para hacerse un zumo la cosa había cambiado, y fuese sugestión o no el caso es que no había cogido un solo catarro en todo el invierno.
Se bebió el zumo y se levantó de la mesa. Los pantalones se le caían, así que se los ajustó un poco antes de recoger su bandeja y salir por la puerta del comedor.
Llevaba casi una semana lloviendo sin parar. Pero hoy, sin saber cómo, había salido el sol. Era una señal. Estaba claro. La gente, presa del entusiasmo, abarrotaba las calles como si fuesen monos a los que hubiesen abierto la jaula. Bueno, al fin y al cabo eran justamente eso: paseaban, corrían, se sentaban, se lanzaban cosas unos a otros y se olisqueaban el culo.
Ricardo los atravesó, dejó atrás la catedral y continuó calle abajo rumbo a su pensión. La verdad es que comprendía el entusiasmo de la gente, algo tan simple como la salida del sol tras varios días lluviosos hacía que todo se impregnase de un aura diferente, eso y la certeza del cercano final hacían que detalles inesperados en el entorno le fascinasen como si fuese un niño pequeño. Entusiasmado por este nuevo nivel de percepción decidió dar un rodeo para no llegar tan pronto hasta la pensión.
Bajó por Ordoño fijándose en personas y cosas, acudiendo a recuerdos. Cada vez que pasaba por una sala de juegos intentaba apretar el paso y mirar al suelo, aún así no podía evitar que le llegasen tímidamente y lejanos los sonidos estridentes de las tragaperras. Se conocían. Cruzó Guzmán y bajó hasta el río. Se sentó en un banco y simplemente se quedó allí, escuchando el agua, reclinado en el banco. Sí, la verdad es que era una pasada que se hubiese acabado la maldita lluvia. No obstante intentó no entusiasmarse, tenía cosas importantes que hacer.
Sonó su móvil rompiendo la armonía del momento. Miró la pantalla. Era su hermana. Descolgó.
-¿Si?
-Soy yo.
-¿Qué tal?
-Mal. ¿Y tú?
-Aquí, aguantando.
-¿Conseguiste la pasta?
-Aún no.
-¡Joder!
-Ya.
-¿Y ahora qué?
-Me han dicho que seguramente cobre a final de mes.
-¡Pero eso no es mi puto problema!
-Lo sé, lo sé. Pero no sé qué hacer, no puedo hacer otra cosa salvo esperar, no sé dónde conseguir dinero.
-Pues tendrás que buscarte la vida, nosotros no podemos esperar más.
-Ni yo puedo hacer otra cosa, se supone que me iban a pagar eso, pero nos están dando largas.
-¡Pues roba un banco! ¡O vende el culo! Mira, te juro que como nos echen por tu puta culpa te mato, ¿Me oyes? Te mato.
-Venga venga, tampoco te pongas así.
-¡Me pongo como me sale del coño! Mira Ricardo, estás enfermo, ¿me oyes? Enfermo. Y hemos hecho todo lo posible por ayudarte, todos nosotros, y mira... yo ya no puedo más. No, puedo, más. Solo quiero que me devuelvas el dinero, el dinero que tú me robaste, tú, a tu propia hermana. Quiero que me lo des y pagar el puto alquiler y olvidarte, y olvidarte ya, y me da igual lo que te pase.
-Lo siento, lo siento de veras. Te juro que te daría lo que fuese si pudiera, pero sabes que no tengo nada, no he levantado cabeza, entiéndeme, entre lo del divorcio de Clara...
-¡Bendita santa!
-Lo del divorcio de Clara, luego el curro... estoy en la ruina, deberías ver dónde vivo.
-¡Me importa una mierda! Seguro que es más de lo que mereces.
-Tranquila, ya no os voy a hacer más daño, a nadie.
-Claro que no.
-No, te lo digo en serio, muy pronto os dejaré en paz, para siempre...
-No te me pongas sentimental, tienes lo que te mereces y lo sabes, ¿qué pasa? ¿Que te vas a tirar al río? Mira, me parece estupendo. Pero antes consigue el puto dinero. ¡Consigue mi dinero joder! Te juro por Dios que como pierda la casa, como echen a mis hijos a la calle, a mis hijos, te lo juro Ricardo, no vas a tener planeta para correr.
-Lo siento.
-Hijo de puta.
Colgó. Los rayos de sol seguían ahí, pero ya no alumbraban.
Guardó el teléfono en su bolsillo y continuó mirando al río, cavilando. Sabía perfectamente que no iba a cobrar ese trabajo, el tipo había desaparecido sin dejar rastro. Sí, claro, todos los pringados como él hablaban acaloradamente sobre ir a buscarle y hacer que pagase a la fuerza, todo ese rollo. Pero el tipo no iba a aparecer. Estaría en las Bahamas, o vete tú a saber, ya lo había visto otras veces, conocía el percal. Y aunque pagase daba igual, la pasta que le debía no daba ni para empezar a pagar su deuda. Tampoco sabía cómo iba a sobrevivir. Se veía como todos los tipos del comedor, completamente zumbados, arrastrándose como leprosos, hablando solos y recolectando las monedas que le sobraban al resto. En fin. Que tampoco era ningún drama, un insecto menos, sin más, el mundo seguiría girando, en un mes a nadie le importaría ya una mierda. Ya estaba más que decidido. Lo único que le preocupaba era la pella con su hermana. Les había jodido bien. Pero no podía hacer nada al respecto. No había ninguna forma, ninguna en absoluto, de conseguir la pasta. Al menos iba a ahorrarle a su hermana el tener que matarlo.
Miró hacia el puente y se imagino precipitándose al río desde allí arriba. No le convenció la imagen. Hoy acabaría todo, sí, pero sería a su manera. Que para algo había perdido toda la semana preparando la soga de los cojones.




2.




Fue haciendo el camino inverso para llegar a su habitación de mierda. Las sensaciones no eran las mismas tras la charla con su hermana, había hecho que se sintiera como la mierda que era, y estaba bien que se lo recordaran. Al pasar por la sala de juegos se detuvo ante la puerta y miró al interior. Recordó las horas, los días, todas esas victorias y derrotas, el amor y el odio, las caras de los parroquianos, las visitas al cajero. Le llegaban los sonidos, el olor. Recordaba las cagadas que le habían llevado al pozo en el que se encontraba pero que también, por otra parte, le habían dado algo de vida en el desierto. “¡Malditos hijos de puta! ¿Quién habrá inventado esa mierda?” Seguramente siempre había estado ahí, intrínseco al ser humano, bajo diversos disfraces, acompañándolo siempre.
Sus manos comenzaron a temblar, sabía que no tenía nada, pero aún así lo comprobó rebuscándose en los bolsillos. No hubo suerte. Estuvo tentado de pedir alguna moneda a los transeúntes, no sería la primer vez. Tenía la sensación de que si lo intentaba sacaría un buen premio, como despedida, como broche final. Pero al rato se le pasó el entusiasmo, se dio cuenta de que siempre se estaba contando las mismas milongas a sí mismo. Echó un último vistazo a la puerta del salón de juegos y prosiguió su camino hacia la pensión. El día empezaba a nublarse. Las cosas poco a poco se iban poniendo en su lugar.
No se encontró con nadie mientras subía las escaleras. Abrió la puerta de la casa y caminó por el pasillo hasta su habitación, tampoco parecía haber nadie allí, no había nadie en ninguna parte, nadie iba a interrumpirle o disuadirlo, el destino estaba de acuerdo. Abrió la puerta de su habitación y cerró por dentro.
La soga colgaba del techo, inerte, esperando pacientemente. Ricardo suspiró, se acercó a la mesita y abrió el cajón. Rebuscó en su interior y sacó un paquete de tabaco a medias. Llevaba ocho meses sin fumar, había sido su intento de dejarlo que más éxito había tenido en décadas, pero claro, ahora ya no tenía mucho sentido. Sacó uno y lo encendió.
Revisó la soga. Estaba perfectamente tensa. La había atado fuertemente al radiador y luego la había llevado hasta el techo donde la había asegurado con tres argollas de acero, las más fiables que había encontrado en la ferretería, no era cuestión de escatimar con estas cosas. Se subió a una silla para revisar el nudo, los nudos siempre se le habían dado bien, aguantaría. Desde la silla se imaginó la caída. Dio una calada y se bajó de la silla. Apagó el cigarro en el cenicero y se encendió otro, estaba seco y asqueroso, pero era lo que había. Se acercó a la ventana y miró al exterior en busca de señales. El panorama de siempre, gente andando bajo el sol, nada relevante.
Mientras fumaba le apeteció un último chupito de Jack Daniel's. Solo tenía el whisky del mercadona. Se sirvió. Joder, habría sido mucho mejor un Jack, ¿por qué no pensó en ello? Empezaron a apetecerle un montón de cosas: un último chuletón con patatas fritas, un último chupito de licor de hierbas, un último paseo por el pueblo, una última carcajada... Se dio cuenta de que empezaba a flaquear. Nunca había sido una persona demasiado espiritual, pero le aterraba que las habladurías fuesen ciertas, de haber vida de ultratumba estaba jodido, había arruinado a su familia, desperdiciado su vida y se disponía a ahorcarse como colofón a su miseria, se iba por la puerta de atrás tras cinco putas décadas de deambular torpemente por esta roca y ansiaba el vacío eterno porque si no se veía arponeado por demonios burlescos hasta el maldito día del juicio.
Estaba remoloneando, era el momento más difícil, pero ya lo había pensado y planeado, era inútil darle más vueltas. Tiró el cigarro al suelo, lo pisó, se subió a la silla y se colocó la soga al cuello.
Se hizo el silencio, notaba el palpitar de su corazón en la sien. “Joder, ojalá que al menos sea rápido”. Temblaba y sudaba, empezaba a faltarle el aire. Se le metió en la cabeza la famosa frase de Armstrong: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. Se la repitió a sí mismo como un mantra.
Respiró profundamente, cerró los ojos, dio el paso y se dejó caer.
Las argollas que sostenían la soga, al notar los 93 kilos de Ricardo sin el apoyo de taburete alguno, decidieron darse por vencidas también y, junto con un considerable pedazo de techo, se dejaron caer con él. Lo primero que llegó al suelo fueron las rodillas de Ricardo, luego la panza, y finalmente su cabeza medio calva que impactó contra el suelo de madera con un sonido seco y potente, como de campanada.
Ricardo gimió. No estaba muerto.
El dolor en las rodillas y la sien era punzante y profundo. Su corazón corría tanto que parecía dispuesto a explotar en cualquier momento.
La soga no le permitía respirar bien, alzó sus manos temblorosas y la aflojó un poco mientras jadeaba contra la madera del suelo. Intentó incorporarse un poco, pero el dolor en las rodillas y su prominente panza no se lo permitieron. Probó a girar sobre sí mismo, pero, tras un par de patéticos balanceos se reveló también un objetivo destinado al fracaso.
Así que se quedó tumbado en el suelo de la habitación, a lo largo, vencido y derramado como un vaso roto. Observó su cuarto desde esa perspectiva, los calcetines sucios en el rincón, las capas de pelusa por todas partes. Comenzó a llorar.
-Joder... Mierda... Me cago en la puta... -alcanzó a balbucear.
En ese momento empezaron a aporrear la puerta de su habitación.
-¡Ricardo! ¡Ricardo!
-Un... momento...
Volvió a intentar la verticalidad, tuvo que concentrar toda la energía que le quedaba, apoyar las manos y separarse del suelo, parecía que iba a conseguirlo, aunque apoyarse sobre las rodillas era un acto de masoquismo total. Gimió.
-¡Ricardo!
-¡Ya va joder!
Dio el último empujón mientras se le escapaba un pedo. Lo logró.
Ya en pie comenzó a marearse, se apoyó en la mesa para evitar una nueva caída. Se miró al espejo, un pequeño hilo de sangre brillante caía por su rostro desde algún lugar por determinar en su frente. Cogió una toalla cercana y se la pasó por la cara. Intentó caminar hacia la puerta, pero algo tiraba de él. Se dio cuenta de que aún llevaba puesta la soga al cuello, se la quitó y la arrojó contra el suelo. Abrió la puerta solo lo justo. Era Carlos.
-¿Estás bien tío? He oído un golpe.
-Me he caído.
-Joder, estás pálido.
-Sí... no... no sé...
-¿Llamo a alguien?
-¡No!
-Vale vale, ¿pero estás bien?
-Solo me he caído. Pensé que no había nadie.
-Estaba ahí en la habitación, intentando escribir. Mierda, estás sangrando.
-Oh, vaya. -Ricardo se palpó la frente.
-Espera... toma. -dijo Carlos acercándole una servilleta usada.
-Mierda, joder.
-Dejame que lo vea.
-No, tranquilo, no es nada, estoy bien.
-¿Seguro? Tienes muy mala cara.
-Sí, sí, tranquilo, no quiero molestar.
-Bah, tampoco estaba haciendo una mierda.
-No, no te preocupes. He tenido un mal día, esto solo ha sido la guinda.
-Bueno, tú verás. Si quieres algo estoy aquí, ¿vale?
-Vale. Gracias.
-¿Estás bien no?
-Sí.
-Pues venga.
Carlos desapareció por el pasillo. Ricardo cerró la puerta y se arrojó sobre el sofá. Miró al techo, había un par de agujeros bastante grandes y una grieta alargada en torno a la cual la pintura se había descascarillado. La casera se iba a cabrear. Observó la soga tirada en el suelo, la cabrona no había aguantado. Se sintió patético. ¿Ni siquiera eso iba a salirle bien? ¿Acaso era tan inútil? ¿O era que la suerte no le acompañaba ni cuando intentaba ahorcarse?
Hizo un repaso, intentó descifrar el por qué. ¿Existía la suerte? Cuantas veces habría meditado sobre ello. ¿Cómo era posible que la suya fuese tan mala? ¿O en realidad no había tal cosa y todo era culpa suya? No. Había algo, algo que hacía que unos se revolcasen en el fango y otros entre flores. Por supuesto que contaban las capacidades, pero no lo eran todo. ¿Sería Dios? ¿Existía ese mamón? ¿Por qué la había tomado con él? No era lógico, ni siquiera había podido suicidarse, era absurdo, parecía ficción. ¿O acaso significaba algo? ¿Cómo interpretarlo? Estaba claro que él había sido muy torpe con sus cartas, pero no tanto joder, no tanto.
Se encendió un cigarro.
¡Que le jodan a la suerte! ¡Y a Dios! No podía depender de ellos. Cavilaciones. Excusas. Esto sería un renacer. Iba a ser otro, iba a esforzarse, a hacerlo todo bien. Solo necesitaba una cosa, solo una, con ella de nuevo sería capaz, todo sería distinto, sí, solo necesitaba volver a tener ese apoyo, y entonces resurgiría, y todo sería de otra forma, todo sería mejor. Solo necesitaba eso.
Decidió hacer una última prueba. Confiar por última vez en el destino. Iba a jugar su última carta. Si le salía bien intentaría con todas sus fuerzas que las cosas fueran perfectas. Si le salía mal entonces a la mierda con todo. Solo esperaba tener suerte, solo esta vez.
Cogió el móvil. Sabía que no podía llamarla así que escribió un mensaje:

“Hola, soy yo. Sé que no quieres hablar conmigo ni volver a verme, pero he estado pensando mucho, he pensado mucho en ti, en todo. Voy a cambiar. Te lo juro. Por favor, espero que me creas. He tocado fondo, no sabes hasta que punto, y quiero salir, y solo puedo hacerlo contigo. Todo será distinto, soy capaz de ello, lo sé. Todo será distinto, seremos felices, te lo juro. Dame otra oportunidad, solo esta vez, por favor. Te quiero.”

Dejó que pasaran unos cuantos minutos. Releyó el mensaje unas cuantas veces. Acarició la pantalla a sabiendas de la trascendencia de ese momento. Apretó “enviar” y observó cómo partía. La suerte estaba echada. Solo esperaba que fuese buena. Solo esta vez. Solo esta vez.
Escondió la cabeza entre los brazos intentando minimizar los estímulos sensoriales y controlar su respiración.
Pasados tan solo unos segundos su móvil sonó. Había recibido un mensaje. Ricardo se sorprendió ante la rapidez casi inmediata de la respuesta y, con manos temblorosas presas de la excitación, pulsó “leer”.

“Error al enviar mensaje. Su saldo está agotado. Recargue 5 euros o más y aprovéchese de nuestra oferta LA VIDA UN POCO MÁS CERCA con llamadas de 16 a 8h y fines de semana por solo 2,63cts IVA incluido.”

El mundo se detuvo. Ricardo leyó el mensaje de nuevo y dejó caer el móvil al suelo. Las lágrimas volvieron a asomarse por su rostro. Mientras la primera caía por su mejilla Ricardo apretó fuertemente los puños, su respiración se hacía densa, notó que perdía el control y que una rabia sobrenatural se apoderaba de su ser. Se levantó del sofá. Era un géiser, un volcán. Se acercó al espejo de la mesita y observó. Odió a ese cateto de ojos llorosos que le devolvía la mirada. Estuvo cerca de soltar un furioso puñetazo a su reflejo, pero se contuvo. Al rato una sonrisa demente transformó su rostro. Vio cómo el reflejo se transformaba en un demonio de ira hirviente. Empezó a reírse ya libre de todo y le dijo:
-La vida es un juego. Y hemos venido a jugar, ¿no?




3.




-Buenas noches señor.
-Buenas.
Ricardo atravesó la puerta del casino y entró al templo. Eran casi las dos de la mañana y el casino jadeaba como una entidad propia, boyante de actividad. La locura y el dinero flotaban desbocados de unos a otros. Ricardo hizo el reconocimiento completo de la zona en menos de un minuto. Divisó a los habituales, a los menos habituales y a los casuales. Se acercó a una mesita cercana sorteando a un par de casuales. En la mesita había canapés y pequeñas copas de champán. Se bebió una y se comió uno de chorizo y queso. Luego atravesó las mesas de poker para llegar hasta donde estaba el Catalán. El Catalán por supuesto también había visto a Ricardo en cuanto este entró y esperó a que estuviese a su altura para tenderle la mano.
-Hombre Ricardo, cuanto tiempo.
-¿Qué tal?
-Bien hombre, bien, ¿y tú?
-No estoy mal.
-Jajaja, y que lo digas, vienes muy elegante hoy, joder, trajecito y todo, ¿qué vienes, de una boda?
-Más bien de un bautizo.
-Bien, bien, y qué, ¿te sientes afortunado?
-Eso nunca se sabe.
-Jajaja, y que lo digas amigo, y que lo digas...
-Oye, tengo que hablar con Monty.
Al escuchar esto la cara del Catalán cambió por completo, perdiendo ese falso gesto amistoso. Se acercó a Ricardo y cogiéndolo del brazo lo apartó un poco de la multitud.
-¿A Monty? ¿Y para qué quieres ver a Monty?
-Para un préstamo.
-Pero para eso me tienes a mi Ricardo, no hay necesidad de que veas a Monty.
-Creo que esta vez no puedes ayudarme.
-¿Y eso?
Ricardo se acercó al Catalán y le susurró algo al oído.
-Estás loco. Ni de coña.
-Lo necesito, necesito esa cantidad.
-¡No te jode! Y yo, y todos los imbéciles que hay aquí metidos.
-Lo necesito, y tú me vas a ayudar.
-¿Se te ha ido la olla? ¿Qué garantías das? He oído que tu mujer se ha llevado hasta tus calzoncillos sucios.
-Eso es asunto mío. El dinero se devolverá en el plazo habitual.
-Sí, claro hijo de puta, como la última vez... Mira, vete a cagar, tengo cosas más importantes que hacer.
El Catalán hizo amago de alejarse, Ricardo lo agarró con fuerza del brazo.
-Oye, habla con Monty, necesito el dinero, me lo debéis, lleváis sangrándome años.
-Nadie te debe una puta mierda.
-Lo devolveré, con los intereses, perdéis una pasta.
-No tienes ninguna garantía.
-Siempre he pagado.
-No estas sumas. Mira Ricardo, lo hago por tu bien, te voy a hablar ahora como amigo, veo esto a diario, la gente nunca gana, jamás, por eso estoy yo aquí, para hacer negocio de su desesperación, soy el único que tiene alguna posibilidad aquí, el resto estáis todos perdidos. No te metas en ese marrón. No lo hagas.
-No es ningún marrón, no tienes de qué preocuparte.
-Claro, tienes algún método infalible ¿no? O no, espera, resulta que justo hoy y solo hoy la estrella de Orión está alineada con la de tu puta madre, ¿es eso no?
-Catalán, tú lo has dicho, estáis aquí para hacer negocio, y sois los únicos que tenéis las de ganar en este sitio, ¿no? Pues déjate de putos rollos y consígueme la pasta hostia.
El Catalán miró fijamente a Ricardo, este no le apartó la mirada, pasaron unos segundos. El catalán suspiró.
-Voy a hacer una llamada.




4.




El Catalán llamó al timbre. Les abrió un tipo alto y ancho.
-¿Qué tal Tino?
-Pasad.
Entraron. Tino cerró la puerta con llave y les condujo al salón. Allí estaba Monty, recostado en el sofá jugando a un video juego de superheroes con un amigo. Monty era un treintañero de complexión normal, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, pelo corto, bien afeitado, con gafas. Tenía pinta de ser un inofensivo informático, nada en su aspecto resultaba intimidante o peligroso. Desde luego no se correspondía para nada con la imagen que Ricardo se había hecho de él.
-Pasad, pasad, sentaos -dijo sin apartar la vista de la pantalla-. Esperad un momento a que machaque a este inútil.
Ricardo y el Catalán se sentaron en un sofá cercano y observaron en silencio a Monty que gesticulaba aferrado al mando de la consola. De repente se levantó del sofá de un salto, en éxtasis.
-¡Muere cabrón! ¡Muereeeee! Jajajaja ¡Y con el ataque especial! ¿Lo habéis visto no? ¿Quién es el amo de los juegos de lucha, eh? Jajajaja.
Monty tiró el mando de la consola sobre el sofá y agarró una botella de dos litros de fanta de naranja, dio un largo trago, volvió a dejar la botella en la mesa. Se sentó en el sofá y miró a Ricardo.
-¿Así que este es el tipo no?
-Sí -dijo el Catalán.
-No te voy a dejar la pasta.
-¿Entonces para qué coño he venido? -preguntó Ricardo.
Monty se recostó en el sofá y volvió a mirar a Ricardo en silencio durante unos segundos.
-Voy a dejarte la mitad. Y lo quiero en el plazo habitual con los intereses. Cata me ha dicho que eres de fiar, y más te vale, porque como me falles eres hombre muerto, ¿me oyes? Y me la suda si eres uno de esos idiotas a los que les da igual todo porque de todas formas ibas a suicidarte o algo así, como no esté la pasta lo pagarás, tú y la gente a la que quieras, porque no dudes de que los voy a encontrar. ¿Entiendes lo que te digo?
-Escucha hijo -dijo Ricardo-, te saco 20 años, no hace falta que te pongas en plan el Padrino conmigo, ya sé cómo va esto.
Monty se incorporó un poco, dio otro largo trago a la fanta y miró fijamente a Ricardo durante unos segundos.
-Está bien. Tino, dales la pasta. Y espero por tu bien que sea tu día de suerte. Ahora largo de aquí, los dos. Y tú, idiota, coge el mando que te voy a dar la del pulpo.
Monty agarró el mando de la consola y dejó de prestarles atención. Ricardo y el Catalán se levantaron. Tino les acercó una bolsa de plástico, Ricardo la cogió.
-Un placer -dijo Ricardo con una ligera reverencia.
-Fuera de aquí.
Así hicieron. Se montaron en el coche de el Catalán y Ricardo revisó la bolsa. Efectivamente era la mitad de lo que había pedido, pero aún así nunca había visto tantos billetes juntos, ahora la cuestión era multiplicarlos. Pusieron rumbo al casino.
-Bueno Ricardo, espero por tu bien que no la cagues -dijo el Catalán una vez ya en el templo-. Yo me largo a ver si hago algo de negocio.
-Que tengas suerte -contestó Ricardo.
-Mejor que la tengas tú.
El Catalán desapareció entre las mesas.
Ricardo se acercó hasta la barra y se encendió el último cigarro del paquete mientras esperaba al camarero. La ley anti tabaco era algo ambiguo en el casino, y más a esas horas. Cuando llegó el camarero se pidió una copa, Jack Daniel's con Coca-Cola, pidió que se la cargaran. Estrujó el paquete de tabaco vacío y lo tiró a la papelera. Cogió la copa y fue con ella hasta la mesa de la ruleta. Ahí estaba su vieja amiga, como siempre, menuda hija de puta.
Dio una amplia calada y apagó el cigarro en un cenicero. Observó la mesa. A lo largo de los años había desarrollado múltiples y variadas técnicas para garantizar el éxito. Si por él fuese se apostaría toda la pasta de una vez para acabar cuanto antes, pero en este casino de mierda había límites en las apuestas. Dejó de lado todas sus técnicas e hizo la típica jugada de alguien desesperado y con dinero. Apostó al 5, al 10, al 23, al 8, al 30, al 11, al 13 y al 36, con ello se cubría las espaldas, puso el máximo, 250 a cada número, aparte de otros 900 a negro y 900 a la 1ª docena. 3800 pavos de una tacada, la apuesta máxima de la mesa. Los tipos que estaban por allí lo miraron, algunos con asombro, otros excitados y sonrientes, uno le hizo un gesto de aprobación y respeto.
-¡No va más! -dijo el crupier.
Todos en la mesa tensaron el esfinter y miraron la ruleta con atención. Ricardo miró su reloj. Eran las 4:15. Eso le dejaba 40 minutos antes de que el crupier dijese eso de “hagan juego para las 3 últimas bolas de la noche” la frase mágica que solía desencadenar la locura, en la que ya nada importaba y se ponían sobre la mesa sueldos, sueños y miserias. Pero para eso aún quedaba tiempo, y le quedaba un montón de pasta en la bolsa. Recordó que estaba sin tabaco. Dio la espalda a la mesa y se alejó rumbo a la barra a por una cajetilla. La siguiente hora se presentaba emocionante e iba a necesitar fumar, seguramente se pidiese otro Jack también.
Mientras se alejaba de ahí la bola comenzó a girar por la ruleta. Giró y giró y giró. Y se detuvo.