Nunca fue fácil ser un dios.
El dios de los pollos no era
consciente de ser una deidad cuando atravesó por primera vez la
puerta de la granja. Estaba perdido y confuso, arrastrado por las
despiadadas olas de este mar enfurecido que llamamos vida,
naufragando durante años sin ningún puerto en el que reposar sus
jóvenes huesos. En el mundo de los humanos no había llegado a ser
nada, una insignificante pieza cebada y adoctrinada desde sus
primeros días para recorrer el panteón sirviendo dócilmente a
todas sus pequeñas deidades, la educación, la sociedad, la
industria, el capital... todas comandadas con puño de hierro por el
único e indiscutible gran dios de los humanos, el Dinero.
Su paso por la escuela de esclavos
no fue especialmente meritoria y no se veía con fuerzas para seguir
adelante en su camino a esclavo armado, pero habiendo realizado las
ofrendas y rendido la debida pleitesía al gran dios se ganó el
derecho a comenzar su peregrinación por las tierras desoladas de la
industria, un vasto y oscuro páramo plagado de templos erigidos
sobre carne y sangre, una tierra marchita y sin piedad en la que los
esclavos marchaban juntos, tal como se les había enseñado, como una
gran masa deglutidora bajo el sol abrasador. Una masa unida por los
lazos de sus penas, sin descanso, agotados y resecos, mirando
ocasionalmente al cielo e implorando a su dios para que se
manifestase en sus bolsillos y poder ascender por la pirámide, aun a
costa de pisar los cráneos de sus hermanos.
Los esclavos se contaban por
millones, eran cifras sin rostros, y su paso por las ciénagas
industriales eran la prueba de fuego en la que solo los más fuertes
y despiadados podían luchar para ganarse los favores del gran dios y
poder reclamar su derecho a tener un nombre y ser considerados
personas, con lo cual recibirían su ejército de esclavos y podrían
saborear las mieles de los favores del gran dios. Este hecho era la
excepción, reservado como he dicho para unos pocos escogidos, la
mayoría estaban destinados a un mendigar eterno sin ninguna
posibilidad de redención, pero el gran cerebro había ideado con el
caer de los siglos todo un sistema para controlar sus mentes e
inculcarles el espejismo de la esperanza a base de mensajes de
pertenencia e ilusión para hacerles creer que luchaban por un bien
común. Sus mentes eran bombardeadas con ideas de necesidades
superfluas y engaños para drenar sus vidas y alimentar al gran
engranaje evitando su inevitable oxidación, de esta forma el veneno
poco a poco vertido sobre los sentidos de los esclavos los hacía
caer en un estado de letargo y sumisión anulando su razón y
eliminando de sus mentes cualquier acto de rebeldía que pudiese
destronar algún día al gran hacedor.
El dios de los pollos contaba no
obstante con una pequeña ventaja para recorrer sus primeros pasos
por estas tierras industriales, otro esclavo, mayor que él y con el
que compartía lazos de sangre, que le sirvió como comodín y le
ahorró parte del camino elevándolo ligeramente de la masa esclava,
así pudo adentrarse en uno de los templos de la industria con un
trato de favor y conseguir un puesto de pequeña deidad menor que en
principio estaba destinado a esclavos de más experiencia.
Así es como se convirtió en el
dios de los pollos.
Los pollos eran pequeños seres
emplumados de escasa inteligencia que también eran criados para
servir los propósitos del gran hacedor. En el fondo no eran muy
distintos de los esclavos humanos pero ya que su labor era meramente
alimentaria requerían de una menor atención por parte de los medios
del gran engranaje. Su destino era de servir de combustible a los
esclavos humanos y hacia tal fin eran conducidos sus destinos.
Cuando el dios de los pollos
aceptó su nombramiento fue conducido a uno de los templos de carne y
sangre para regir el destino de una masa de pollos esclavos. Ahora
ante él se erigían 50000 cabezas emplumadas, chillando y
revolviéndose.
Ahora él controlaría sus vidas.
Ahora él era su único dios.
El cambio de entorno sufrido en
tan corto periodo de tiempo fue un shock para el dios de los pollos,
él había recibido su aprendizaje en una de las academias de
esclavos de mayor prestigio y allí no le habían aleccionado para
soportar el irrespirable olor reinante en el templo de carne polluna.
Un olor que embotaba sus sentidos, un olor a muerte, a heces y a
miedo que impregnaba toda la realidad del templo y al que tardó
bastante en acostumbrarse.
La vida de los pollos esclavos era
una vida breve y triste, eran traídos a millares en los monstruos de
hierro rodantes. Los pollos llegaban a su templo destinado con tan
solo 20 horas de vida. El templo de carne en el que se encontraba el
dios de los pollos recibía sus victimas desde las lejanas tierras de
Orense, allí se encontraba una de las mayores madres de pollos del
reino desolado de España, LA MEGAINCUBADORA, de la que salían en
torno a 1000000 de huevos incubados al día. De las entrañas de LA
MEGAINCUBADORA partían 20 monstruos de hierro rodantes diariamente,
cada uno llevando en su interior 50000 pequeños pollos esclavos que
eran repartidos por los distintos templos de carne para completar su
destino como aceite engrasador para el gran engranaje.
Una de las misiones como dios de
los pollos, la más básica y esencial, consistía en llenar los
comederos de estos abriendo los silos de pienso. En ese momento era
cuando el dios de los pollos era consciente de su poder como soberano
y designador de destinos, también era el momento en el que su
voluntad declinaba y sentía piedad hacia esas pobres criaturas
marcadas. Solo los dioses más despiadados y experimentados tenían
la capacidad de abstraerse de la piedad, capacidad que se conseguía
con el tiempo. El tiempo borraba todo rastro de inocencia y la
costumbre siempre llevaba al conformismo y al olvido. El engranaje lo
sabía y obligaba a los esclavos a actividades mecánicas para anular
su voluntad y llevarlos, poco a poco, a la nula respuesta ante el
horror. Con el debido tiempo hasta el infierno podía ser un lugar
apacible, con el debido tiempo... todo era cuestión de tiempo.
Nuestro pequeño dios aún no
podía alejar esa sensación de cariño alimentada por el poder de
tener miles de vidas en la palma de su mano. Sí, les cogía cariño,
pero era de una manera grupal, hacia la masa, esa sensación de
plenitud e importancia cuando llegaba jodido a las 9 de la mañana y
al abrir la puerta veía como miles de pequeñas pupilas brillaban de
dicha en su dirección esperando que apretase el botón que activaba
la comida. Toda esa gratitud irracional hacia el incomprensible ser
superior. Podía sentirla, podía sentir su poder. Podía sentirse
como un dios.
Sí, al principio no podía evitar
responder con cariño a esa adoración incondicional, el tiempo aún
no había anulado por completo su humanidad. Y es que, al llegar, los
pequeños pollitos resultaban unas criaturas entrañables, tan
pequeños e indefensos, pero, con el paso de las horas, de los días,
se iban volviendo una especie de monstruos enajenados, y era extraño
ver ese cambio tan rápido en sus mentes y cuerpos. Este fue el
segundo y terrible shock que sacudió al dios de los pollos en su
camino como divinidad.
Gracias a la alimentación basada
en los piensos compuestos, compuestos, para el que no lo sepa,
principalmente de vísceras de otros animales (aún cuando se supone
que los pollos son animales granívoros) los pequeños pollitos
pasaban de 40 gramos a 2,5 kilos en tan solo 50 días, tiempo de
duración de la crianza y por tanto de la vida preparatoria de los
pollos antes de ser consumidos por el engranaje. Estamos hablando de
una especie de pollos culturistas, pollos Schwarzenegger,
sobrealimentados, gigantescos, seres deformes y asexuados que debido
a la alimentación con este tipo de piensos pueden desarrollar
enfermedades propias de mamíferos y diversas malformaciones.
Una de las malformaciones más
típicas consistía en un enorme bulto en el cuello de los pollos que
hacía que no pudieran soportar el peso de su propia cabeza,
imagínate tener los huevos como pelotas de baloncesto y arrastrarlos
a ras de suelo, pues algo así.
Los días 18 al 26 de la crianza
eran los designados por el gran hacedor para localizar y sentenciar a
estos seres deformes. La manera de sacrificarlos era simple, se les
cogía de las patas y se les golpeaba contra el suelo, delante de sus
congéneres, intentando que resultase un golpe único y certero en la
nuca que acabara para siempre con su vida. Esa también era la labor
del dios de los pollos como responsable de sus destinos. Las primeras
veces fueron lamentables, el dios de los pollos no poseía aún la
técnica adecuada y los golpes contra el suelo no resultaban
eficaces, causando gritos y sufrimiento en la víctima a la par que
un miedo y nerviosismo descontrolado en los compañeros cercanos, que
se revolvían y piaban descontrolados, eso acompañado de la
sensación de desagradable brutalidad hacía mella en la aún latente
humanidad del dios causándole terribles depresiones que se fueron
mitigando con el tiempo, la costumbre y el perfeccionamiento de la
compleja técnica de “hostia contra el suelo”.
El tiempo y la costumbre, como
hemos apuntado, era una de las técnicas del engranaje para controlar
las mentes de los esclavos haciendo que sucesos terribles acabasen
careciendo de importancia a base de repetirlos indiscriminadamente.
Transformar lo aborrecible en inevitables costumbres es una de las
ruedas básicas que hacen girar las pesadas ruedas del gran
engranaje, es uno de sus viejos trucos de dominación, uno de los
importantes.
Para el gran engranaje vale todo,
crece con la reducción de medios y el aprovechamiento de materia, y
por lo tanto aún la vida de estos pobres pollos lisiados sigue
siendo útil como engrasador, así sus cuerpos se mutilan para varias
funciones, los pequeños brazitos son consumidos en forma de alitas,
y ahí vemos que el engranaje a veces es totalmente sincero ya que se
venden como “alitas” y no “alas”, por otra parte los cuerpos
deformes y enfermos se pulverizan para crear el aglomerado que
posteriormente será servido en forma de nuggets, pastillas para
caldo y polvo para sazonar.
A pesar del esfuerzo diario del
engranaje por destruir su humanidad a base de costumbres, el dios de
los pollos no podía evitar sentirse mal con su función y plantearse
los métodos y designios tanto del engranaje como del gran hacedor.
Numerosas preguntas acudían en tropel a su mente por las noches
incapacitándolo para conciliar el sueño. Empezó entonces a ir más
allá de las doctrinas, empezó a hacerse preguntas y ver la realidad
más allá de lo inculcado tras años en la academia de esclavos y el
incesante bombardeo de los dioses de la publicidad. Llegó a la gran
pregunta, a la gran verdad, y vio la luz:
“¿Y si todos nosotros no somos
mejores que los pollos para el despiadado engranaje?”
Mientras tanto en el templo de
carne continuaba la crianza con paso firme.
Los pollos tenían a su
disposición comida y agua las 24 horas del día, una temperatura
agradable y suelo de paja mullida, pero nunca llegaban a conocer la
oscuridad en sus 50 días de vida. Eso minaba sus mentes de forma
irremediable. Eran habituales las siestas grupales, en grupos de unos
200 ejemplares, que dormían plácidamente solo hasta el momento de
digerir lo que tenían en el estómago para luego, bañados por la
luz eterna, dirigirse a comer más ya que, privados de un horario
biológico, su vida se había reducido a un incesante comer y
engordar. Su mente enferma les creaba accesos de violencia y cambios
de humor. Los pollos dementes se cebaban con los individuos
diferentes, y el hecho de ser de un color extraño, de ser un miembro
ajeno a la masa o poseedor de un olor peculiar hacía que se
dirigiesen hacia ellos los accesos de violencia de la masa. Varias
veces el dios de los pollos pudo ver cómo un grupo de exaltados
descuartizaban a picotazos a estos miembros diferentes del resto
entre espeluznantes chillidos provocados por la locura.
Pero aún nada había preparado al
dios de los pollos para el terrible suceso ocurrido aquella tarde de
agosto.
Esa tarde se unieron dos
desdichas, como planeadas de antemano por un ente superior. Por una
parte fallaron los sistemas de ventilación del templo y por otra se
vivió una ola de calor en la región. Esto provocó que casi 1000
pollos murieran por asfixia de manera casi simultanea debido al calor
y al exceso de calorías. Los mandamases del templo se vieron
sobrepasados por el hecho, sin tiempo de reaccionar y sin medios para
aprovechar los cuerpos tomaron una decisión drástica y ordenaron al
dios de los pollos realizar un enterramiento colectivo a las afueras
del templo, por supuesto las autoridades sanitarias no habrían
permitido esto pero, bueno, no se veía ninguna autoridad sanitaria
por los alrededores así que un poco de arena y cal viva dieron por
zanjado el asunto.
Los 50 días de crianza pasaron y
el dios de los pollos se despidió de sus fieles compañeros,
aquellos primeros pollos que le habían acompañado en su bautismo
como dios superior. Estos fueron enviados rápidamente al matadero
más cercano, sin ninguna posibilidad de redención. Una posibilidad
que jamás habían tenido.
Tras ellos llegaron otros, y luego
otros. Se realizaban 5 crianzas al año, una cada 2 meses, chillidos,
luz, comida, demencia, golpes contra el suelo, cadáveres,
enfermedad, orines, heces, miedo... eternamente... eternamente...
Finalmente, con el propósito de
salvar su mente de esta espiral sin sentido, el dios de los pollos
renunció a su estado de deidad y abandonó el templo buscando
refugio en la industria de la construcción, en ese momento en auge,
pero la pronta llegada del terrible monstruo de nueve cabezas llamado
crisis le imposibilitó para haber llegado algún día a ser el dios
del ladrillo.
El dios de los pollos está ahora
sentado frente a mí, y ya no es el dios de los pollos. Se bebe mi
cerveza y se fuma mis porros mientras me cuenta su última estrategia
para hacerse rico, porque en el fondo de su enfermedad inculcada por
el engranaje sigue adorando al gran dios y ansía, como todos
nosotros, enfermos, sus favores. Tiene varias de esas estrategias,
pero siempre chocan con el escollo de la inversión inicial, que
siempre es de varios miles. El dios de los pollos vive con sus
abuelos y dispone de la friolera de 100 euros al mes para sus gastos.
Y estamos sentados aquí, arreglando el mundo. Ay amigo, tenemos
grandes ideas, si tan solo nos dejasen las riendas...
Cada vez que me cuenta su pasado
como deidad o incluso cuando pienso en mi propio pasado como dios de
los tubos no puedo evitar que mi mente se oscurezca y vague por los
terrenos de la depresión, no puedo evitar que mi aliento se corte
desesperado por la angustia y la vergüenza, por este tremendo peso
en mis hombros, por tener que cargar con el pecado original, que no
es aquél que nos dicen las escrituras sino aquel que escribimos
todos a diario, la terrible vergüenza de mi raza, los seres humanos.
La terrible forma en la que hemos creado un engranaje que ya escapa a
nuestro control y nos devora y que no es más que el acto de
devorarnos a nosotros mismos, y nada importa una mierda. Somos una
masa enferma y egoísta, un destructor de mundos. Individualmente
algunos pueden salvarse, pero como ente no tenemos remedio. Soy un
depredador carnívoro, no me avergüenzo de ello, pero este engranaje
que he construido para mi bienestar es un cáncer de mi propio
espíritu. No hace falta dejar de comer chuletas, pero, ¿en serio es
necesario matar a las vacas a martillazos? ¿Hemos creado una
tecnología capaz de crear artefactos inútiles que nos dan los
buenos días pero no podemos mitigar este sufrimiento? Por no hablar
de todo ese sufrimiento sin razón ni destino, todos esos alimentos
que no se consumen y acaban en la basura porque son únicamente
vehículos para perpetuar un consumo desbocado alejado por completo
de la función de cubrir una necesidad vital, unicamente destinados a
la acumulación inútil e infantil. Miles de millones de cadáveres,
ríos de sangre sin sentido. Y la fábula sobre los alimentos no es
más que un mísero ejemplo, una vulgar excusa, pero el vacío lo
cubre todo, todas las áreas, todas las esquinas del día a día y el
miedo me impide, ahora mismo, adentrarme en el terreno del espíritu,
que también hemos infectado. Estamos enfermos como sociedad, el
engranaje nos devora y pide más y más porque su oxidación cada vez
es más rápida y necesita más aceite, aceite que le damos abriendo
nuestras venas en canal, sacrificando por completo nuestras vidas,
nuestro tiempo, nuestro espíritu, nuestra humanidad, y la mayoría
ni siquiera es consciente, y esa es mi labor, siempre he sido un
aguafiestas y solo sonreiré si os hago avergonzaros de la misma
forma en que me avergüenzo yo cada día que me levanto y salgo a la
calle y os miro, cada día que me limpio el culo y en el papel solo
veo mi reflejo. Esta estupidez que se propaga sin descanso dentro de
las jóvenes mentes cuya educación se basa en los programas de la
mtv destinados a crear seres atormentados por infinidad de
necesidades inútiles que encima no serán saciadas ni en un millón
de años. Consumidores impulsivos. Seres perdidos. Soledad infinita.
Piedad amputada. Oigo gritos por todas partes y me estoy volviendo
loco, mis clavículas se astillan por el peso abrumador, pero no me
iré sin antes señalaros con el dedo, malditos hijos de puta, es mi
deber, es el vuestro aunque lo hayáis olvidado. Esta es la triste
historia del ser humano, que tuvo la capacidad de crear un mundo
justo y habitable pero se dedicó a arrojar las cabezas de sus hijos
al becerro de oro y bañarse ebrio en la sangre de sus iguales para
luego, embriagado de poder, fornicar y reproducirse sin medida
olvidando el hecho de que nunca fue nada más allá de un puñado de
polvo. Nunca fuimos más que un puñado de polvo. No lo olvides.
Aquí estamos, como he dicho, el
dios de los pollos y yo, en mi habitación de 180 euros al mes, que
obviamente no he pagado aún, con nuestra cerveza de supermercado, en
medio de ninguna parte, intentando escapar del engranaje y señalados
por él como escoria, sin nada que hacer o desear, a un paso de la
mendicidad, como todas esas personas que se agolpan en las calles
extendiendo la mano hacia los indolentes desconocidos que caminan
hacia sus templos paganos. El engranaje es un ente sin piedad, no la
tiene para con sus adeptos y menos aún para aquellos que buscan
otras vías en su camino hacia la inevitable putrefacción.
No hay salida.
El humo flota a nuestro alrededor,
nos abraza y se mezcla con el olor a ropa sucia y repito, tenemos
grandes ideas para el mundo, el dios de los pollos y yo, dos
fracasados, dos fumetas. Si nosotros llegamos a ciertas conclusiones
¿no llegan a ellas personas con más poder social y una mente menos
embotada por los vicios y la depresión? Claro que llegan, pero las
desentierran de su mente porque no son más que esclavos del
engranaje a los que no les importamos ni tú ni yo, ni se importan a
sí mismos, pero no lo ven porque viven en la mentira, porque sus
ojos están cegados con monedas, y si pones tu vida en sus manos, con
la cabeza agachada y el culo encogido, solo conseguirás ser lo mismo
que ellos, un montón de aceite para engrasar este oxidado engranaje
que se desmorona por momentos como un gigante leproso.
Y quizás ya no sirva de nada,
quizás ya no haya remedio.
Quizás nunca lo hubo.
Y el mundo gira y gira.
Y todo va bien
para unos pocos humanos
y muy pocos pollos.
te "enlazo" si no te importa
ResponderEliminarimportarme? no jodas astrostrich, te lo agradezco. un abrazo.
ResponderEliminarSublime, como siempre... un abrazo desde las tierras bajas
ResponderEliminargracias mol, tu ahí apoyando desde el primer día. un abrazo!!
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