Indianápolis,
Indiana. 26 de Octubre de 1965.
John,
de trece años, observa como su amigo Greg, el menor de los hermanos
Baker, surge de uno de los extremos de la enorme y oxidada tubería
que han encontrado tirada en mitad del campo. «Y así es como
entraba en el castillo, detrás de los guardias, y luego ¡zas!
¡zas!» Greg da golpes al aire con su palo. John deja de mirarle y
dirige su vista hacia el cielo. Ve un par de gorriones pasando
velozmente de un árbol a otro. Baja la cabeza y escupe, se levanta y
da un par de golpes en el suelo con su palo. «Oye Greg, esto es un
rollo, vámonos ya de aquí.» «Vale.» Greg da una patada a la
tubería y camina hasta donde está John, luego ambos continúan la
marcha. Atraviesan el riachuelo y pasan por detrás de la granja de
los Vonnegut hasta llegar a la carretera de tierra, allí un pequeño
montículo llama su atención y deciden acercarse para inspeccionarlo
más de cerca.
«¡Oh vaya, mira eso!» exclama John.
Greg observa con la boca ligeramente abierta. A sus pies se
extiende el cadáver de un perro arrollado. El cuerpo, partido en
dos, se extiende a lo largo de varios metros. Ambos observan la mitad
superior, más cercana a su posición. Tras unos segundos John camina
siguiendo el rastro de las vísceras hasta la mitad inferior del
cuerpo. Greg continúa observando la mitad superior fascinado por la
mueca de terror que aún se observa en el cráneo del animal. John
vuelve a la carrera y se sitúa de nuevo junto a Greg.
«Está destrozado, ¿eh?», le dice. «Sí», contesta Greg.
John acerca su palo y lo introduce por el ojo del cadáver
haciéndolo reventar. Al retirar el palo la punta está cubierta de
un líquido marrón.
«¡Qué asco!» dice Greg.
«Ya», contesta John dando un par de golpes con el palo a la
cabeza del perro. Luego da un par de pasos y vuelve a introducir el
palo, esta vez por la parte segada, revolviendo entre las vísceras.
Intenta enrollar en el palo lo que parece parte de un intestino.
Finalmente lo consigue y levanta el palo con la víscera enrollada.
Se aproxima con ello a Greg y se lo pone frente a la cara, este da un
gran salto hacia atrás.
«¡Quítame eso de la cara!»
«¿Qué pasa, no te gusta?» John vuelve a aproximarse, Greg se
aleja.
«¡Qué asco! ¡No me acerques eso!»
«¡Jajajaja! ¿no tienes hambre Greg?»
«Te lo digo en serio.»
«Jajajaja. Vale. Tranquilo.»
Ambos continúan observando el cadáver durante un rato. Greg
también le da un par de golpes con su palo. De repente John levanta
su palo, el que tiene la víscera enrollada, y dice: «Oye, ¿y si le
damos esto a Sylvia?» «¿A Sylvia? ¿Para qué?» contesta Greg.
«Para ver si se lo come.» «¿Tú crees que se lo comerá?» «No
sé, siempre dice que tiene hambre.» «Bueno, vamos.» John y Greg
se ponen en camino, esta vez caminan más aprisa que antes.
No se habían alejado demasiado y en algo menos de quince
minutos divisan la casa de John a lo lejos dibujándose junto a los
árboles. Se dirigen directamente a la parte de atrás, abren la
verja y atraviesan el jardín hasta llegar a la puerta del sótano.
Abren la puerta y descienden por las escaleras. Aún llega bastante
luz del exterior así que no consideran necesario encender la
bombilla.
El
cuerpo de Sylvia está ahí, como siempre, desnudo y atado a uno de
los postes. Su pálida piel está cubierta de cortes y quemaduras,
además de diversas manchas de sangre reseca y suciedad. John y Greg
se acercan a ella. Sylvia parece dormir, tiene la cabeza ladeada
hacia un lado y su pelo impide verle el rostro. Cuando están a su
altura se percatan del mal olor y apartan sus caras con una mueca de
asco.
«Jo, qué mal huele», dice Greg. «Sí, huele muy mal»,
contesta John, luego apunta con su dedo y dice: «¡Mira, es que se
ha cagado!» «¡Qué guarra!», contesta Greg.
John acerca el palo con la víscera enrollada hasta el rostro de
Sylvia, lo coloca junto a su boca. «Mira Sylvia, comida», susurra.
La chica no reacciona. John acerca el palo un poco más. Nada. Otro
poco más, a la expectativa. «Syyylvia, comiiiida...». Nada.
Finalmente pasa la víscera por la boca de Sylvia, la restriega
contra los labios de la niña, esta sigue sin reaccionar. «¿Qué
pasa? ¿Está dormida?» pregunta Greg. «Sí... No sé», contesta
John. «Ahora verás.»
John deja el palo a un lado y saca el paquete de cerillas que
tiene en el bolsillo trasero del pantalón. Enciende una y la acerca
hasta uno de los muslos de Sylvia. Se oye un chisporroteo. Un olor a
carne y pelo quemados comienzan a inundar el aire. La chica no emite
ningún sonido. La piel comienza a burbujear. John se ve obligado a
tirar la cerilla antes de quemarse los dedos. «¿Qué pasa John?»,
pregunta Greg intranquilo. «No lo sé... Voy a avisar a mamá».
John sube corriendo las escaleras y sale del sótano. Bordea la
casa y entra por la puerta principal. «¡Mamá! ¡Mamá!», exclama.
Se dirige al salón. Gertrude está sentada en un desvencijado sillón
marrón fumando un cigarrillo, un fino hilo de humo envuelve su
delgado cuerpo. John se acerca a ella. «¡Mamá! ¡Mamá!» «Por
Dios John, no grites. Me duele la cabeza», dice Gertrude
acariciándose la frente. «Mamá, Sylvia no se mueve.» «Estará
durmiendo.» «No mamá, la he quemado y no hace nada.» Gertrude da
una calada al cigarrillo y observa la pared ante ella. Coge el vaso
de cristal de la mesa y se bebe su contenido de un trago. Se levanta
del sofá. «¡Maldita puta desagradecida!», exclama mientras apaga
con violencia el cigarrillo. Sale de la casa con paso firme y se
dirige hacia el sótano, John la sigue. Descienden las escaleras.
Gertrude se acerca a Sylvia: «A ver, ¡despierta niña!» La
zarandea del pelo. Sylvia no reacciona. Gertrude le da un par de
sonoras bofetadas. «¡Venga, despierta pequeña zorra!» Le da otra
bofetada con más violencia. Greg se asusta con el sonido del golpe.
Gertrude observa a Sylvia. Aparta el pelo de su rostro. Le
levanta los párpados y observa sus ojos. Suspira y se coloca la mano
sobre la frente, dándose un masaje en las sienes. «John, vete a
buscar a tu hermano», dice. «¿Dónde está?» Pregunta John. «¡No
sé dónde esta! ¡Búscalo!» grita Gertrude. «Voy mamá.» Jonh
sale a la carrera. Greg lo sigue. Gertrude se masajea la frente con
movimientos circulares.
El agente Montgomery se acerca a la ventana mientras exhala el
humo de su octavo cigarrillo de la mañana. Deja que el sol se pose
en su rostro y observa el exterior. Ve un par de gorriones pasando
velozmente de un árbol a otro. El inspector Letterman se sirve otro
café, derrama parte del contenido de la jarra al hacerlo mientras
exclama: «¡Joder! ¡Es que de verdad no lo entiendo! ¿Cuánta
gente había pasado por allí? ¿A nadie se le ocurrió decir nada?
¡¿Por qué siempre tenemos que ser la última mierda en enterarse?!
¡Maldita sea!» «Tranquilizate Wes. Estás asustando al chaval»,
le indica el agente Montgomery.
John tiembla sentado en la fría silla. No sabe lo que va a
pasar. Se agarra los pulgares y mordisquea su labio inferior. Quiere
irse a casa.
El agente Montgomery arroja el cigarrillo por la ventana y gira
sobre sus talones. Comienza a caminar. Bordea a Letterman, que en
esos momentos limpia los restos de café de la mesa, y se acerca
hasta John. El niño no le devuelve la mirada. Montgomery flexiona
sus rodillas y pone su cara a la altura de la del chico. Este lo mira
al fin. «Tenías miedo de tu madre, ¿verdad? Ella te dijo que os
haría algo malo si lo contabais», pregunta con voz suave
Montgomery. «No señor», contesta John asustado. «¿Entonces? ¿Por
qué no dijiste nada a la policía?» «No... No sé señor...» «¿No
te dabas cuenta de que le estabais haciendo algo malo a esa chica?»
«Yo... Yo... Solo.. Solo estábamos jugando...», contesta John
mientras baja la mirada de nuevo.
Relato breve escrito como colaboración para Vinalia Trippers Nº15 Healter Skelter. Número especial en el que más de 60 autores dan su visión sobre los asesinos en serie, psicópatas, políticos y demás fauna similar. Puedes informarte sobre cómo conseguir un ejemplar siguiendo este enlace:
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