1.
La definición más precisa sería:
Al borde del colapso.
Y no era para nada una sensación
nueva, era el puto pan de cada día. El-puto-pan-de-cada-día. Un
mendrugo mohoso y duro, sin nada líquido para pasarlo. El puto pan
de cada día...
El caso es que me estaba muriendo,
cada día un poco más, como tú sin ir más lejos. Era un hecho. Era
la única certeza. Por dentro se iban averiando cosas, se rompían
conexiones, se ennegrecían las paredes, se me caía el pelo, se me
caía la piel, se me roían los huesos.
Polvo somos y en polvo nos
convertiremos.
Me levanté de la cama siendo
consciente de que poniendo el pie en el suelo entraba automáticamente
en la partida, en la guerra, en la lucha sin cuartel. En realidad no
había escapatoria, solo saltabas de un nivel a otro, cambiabas de
tablero, a veces de reglas, nada más. Solo cambiaba la situación,
el decorado, los objetivos, los cadáveres. Pero seguía siendo la
lucha eterna.
Me esperaba un día agotador de
miseria cotidiana, otro más, intentando atravesar la pared de
granito. La partida en ese momento consistía en escapar del
Engranaje y, joder colega, la cosa se estaba poniendo chunga, chunga
de verdad, casi podía sentir las ráfagas de aire que provocaban sus
afiladas garras tratando de agarrarme, así de cerca estaba. Llegaban
facturas, las mismas facturas en nuevos avisos, más despiadados que
los anteriores, terceros avisos, cuartos avisos, avisos de embargo,
se acumulaban en la mesita, ahí, al lado de los libros, las colillas
y la mugre.
Me levanté, no había
escapatoria. Abrí la ventana y miré al exterior. Míralos. De un
lado para otro, ¿a dónde irán? Frenéticos y alocados, perdidos,
atrapados... Me fijé en las chicas del instituto, también eran unas
miserables como nosotros, pero en el espejismo de sus carnes podías
soñar con algo y evadirte de las bocinas y las voces.
Repasé mentalmente los
quehaceres, la lista de objetivos. Todo se reducía, como siempre, al
puto dinero, a la forma de conseguirlo con el mínimo esfuerzo para
estar dentro sin estar totalmente
dentro. Tenía que ir a un par de sitios a mendigar, no me refiero a
extender la mano en la calle con un cartel de cartón, todavía no,
tenía que acudir a sitios oficiales a llorarle a la burocracia para
que dejase caer un par de migas, ¿habría suerte? Joder, lo
necesitaba, maldita sea, ya había ido con mi currículo a pedir
curro al matadero de pollos, eso era lo último, el no va más, para
que veas que la cosa iba en serio, estaba a punto de perderlo todo.
Comprendí que
una leche con cola cao y un cigarro me ayudarían a lanzarme al
océano, lavarse la cara también activaría zonas útiles, y
necesitaba mear, así que, muy a mi pesar, salí de la habitación.
Lo más
urgente era la meada así que atravesé el pasillo de los horrores en
cuyo final me aguardaba el retrete redentor, sed partícipes del
horror que observé.
Al empujar la
puerta me encontré a Manuel sentado en la taza, dormido, roncando.
Manuel
era uno de los inquilinos de la pensión, el tío de la habitación
5, tenía cincuenta y tantos pero aparentaba al menos una década y
media más, no se cuidaba mucho, nadie lo hacía en el hogar de los
malditos, eramos el bastión de la miseria. El cabrón tenía
sobrepeso, yo le echaba unos 130 kilos, así, a ojo. Y allí estaba,
en la taza, como una jodida ballena varada, con la cabeza colgando
hacia atrás, emitiendo profundos mugidos. Su calzoncillo acartonado
a la altura de los tobillos. Sus órganos sexuales ocultos bajo la
panza, no se por qué miré allí, fue inevitable. También lo
acompañaba allí donde fuera una película de hedor espeso, solido,
casi tangible, formaba parte indisoluble de él, salía en
despiadadas oleadas de su cuarto repleto de basura, y si su olor ya
era desagradable en cualquier situación cotidiana imagínate allí,
varado en la taza, era una peste más allá de la literatura, podría
dar rienda suelta a todas mis artes literarias sin conseguir que te
aproximases a ese olor casi místico, legendario, no lo intentaré.
Cerré la
puerta y me alejé unos pasos intentando en vano olvidar, pero
necesitaba realmente mear joder, podría hacerlo en la bañera, no
sería el primero, en un par de ocasiones había pillado al de la
habitación 6 haciéndolo, otro viejo apestoso, pero estaba mal, ¿qué
hacer? ¿qué demonios hacer? La lucha había empezado mucho antes
que otras veces, la derrota era inminente.
En ese momento
se materializó Iván al otro extremo del pasillo como un serafín
alado.
Iván también
vivía allí, en la habitación 4, era más joven que yo, para
variar, y también estaba gordo, el cabrón. Era el rey de los
escapistas, conocía y usaba todas las ayudas estatales habidas y por
haber, llevaba años sin currar, viviendo del tarro. No había sido
fácil, pasó una temporada en la calle, durmiendo en el parque y
pidiendo en una iglesia cercana. Ahora había conseguido que la
beneficencia le pagara la habitación durante unos meses, pero se le
había acabado el chollo, no obstante estaba pendiente de que esa
labor la continuase una asociación religiosa. Todo su volumen rodó
hasta mí con pasos sonoros y torpes.
-¿Que tal
tío?
-El puto
Manuel está tirado en el váter, está ahí, roncando el muy cabrón.
-Jajajaja, no
jodas.
-Sí.
-¿A ver?
-No te lo
aconsejo.
Se asomó al
barranco y empezó a reírse, se tomaba las cosas con humor el Iván,
no le afectaban como a mí, no era tan lúgubre y melancólico, no
escribía poesía por las noches, podía adaptarse, salvarse.
-Jajajajaja
-golpeó la puerta -¡vamos Manuel, cabrón! Levanta de la taza
joder. Jajajajaja.
Escuché
sonidos guturales a modo de respuesta.
-Venga coño,
¿Cuanto llevas ahí? Levanta hombre.
Iván abrió
la puerta de par en par y se aproximó a Manuel, me giré para no
verlo, pero lo escuchaba.
-Venga coño,
levanta, ¿Estás bien? Carlos, échame una mano.
“No, no dios
mío, no”
-Como pesa el
cabrón, ¿estás gordo eh Manuel? ¿las cervecitas eh? Venga, por un
poco de tu parte.
-Grueeee,
gñaauh.
-Carlos coño,
échame una mano.
Era
inevitable.
Por suerte
cuando llegué ahí ya le había subido los calzoncillos. Iván y
Manuel se mecían de un lado a otro como si bailaran, mis dos
ballenas. Era peligroso, extremadamente peligroso. Agarré
tímidamente a Manuel por un brazo, no se por qué miré al interior
de la taza, no pude evitarlo. Lo transportamos hasta su cuarto, que
afortunadamente estaba cerca del baño.
La habitación
de Manuel era como un enorme contenedor, había montañas de ropa, la
mesita rebosaba de objetos, envases y papeles tirados por todas
partes, moscas revoloteando, manchas en las paredes, vasos y platos
sucios... El hedor antes mencionado nos abrazaba, nos arropaba. Una
pequeña tele sobre una mesa emitía anuncios de gente perfecta
envuelta en una claridad irreal. Lo sentamos en la cama sobre sábanas
sudadas. No tenía buen aspecto, ninguno lo teníamos, la realidad no
tenía buen aspecto.
-¿Estás bien
Manuel? ¿Cuánto llevabas ahí?
Tardó un poco
en arrancar, balbuceaba, aún estaba sobado. Finalmente lo consiguió
y nos abofeteó con su aliento.
-¿Que hora
es? -fue lo que dijo.
-Er... las
11:15 -le contesté.
-No se... una
hora.
-Joder, ¿te
has tirado una hora durmiendo en el baño? -dijo Iván.
-Sí, no se...
-Jajajajaja.
-¿Pero te ha
pasado algo? -pregunté.
-No... no
se... me he dormido...
-Tienes mala
cara.
-Estoy...
cansado...
-Nah, pues
tumbate a dormir un rato.
-Sí.
-Joder macho,
que peste coño, Manuel tío no puedes tener la habitación así, nos
estás atufando la casa.
-Sí, sí.
-De este finde
no pasa, me vengo con el Iván y te echamos una mano, mira a ver qué
es lo que necesitas y el resto a la puta basura.
-Ya... lo
se...
-¿Necesitas
algo?
-Sí. Azúcar,
traed algo con azúcar.
-¿Un bollo?
-Algo con
azúcar, azúcar...
-¿Algo más?
-Unas
manzanas.
-¿Y algo más?
-No, azúcar y
manzanas, eso es...
-Pues venga,
danos pasta... ahora venimos.
-Estoy
cansado...
Lo dejamos
ahí, con la cabeza baja, en su habitación, rodeado de mierda, con
su cuerpo meciéndose como el de un flan, con chicas en bikini
comiendo cereales en la televisión.
La calle, la
gente, la nausea.
Fuimos hasta
el supermercado, cientos de colores y productos bañados por una luz
cegadora, gente dubitativa entre frutas del bosque o melocotón,
cestas de plástico verdes con ruedas surfeando los pasillos,
señoras, dependientes vestidos como payasos, queriendo escapar,
señoras, productos de limpieza que Manuel nunca usaba, ni Iván, ni
yo, cerveza (me agencié un par de litros), señoras, dulces,
pescados de grandes ojos, monedas, nunca billetes, monedas, la
tarjeta del club ahorro, monedas, menos que antes, bolsas de
plástico, señoras, colores, carteles, la salida al fin.
De nuevo en la
pensión Manuel seguía sentado en la cama acompañado por su hedor y
un par de moscas juguetonas embriagando sus sentidos.
-Toma,
manzanas y unos bollos de chocolate, ¿estás mejor?
-Sí, mejor
mejor, un poco cansado aún, pero bueno, me echaré una siesta.
-Pero no te
sobes en el váter otra vez. Venga, yo me piro, si me necesitáis
llamadme.
-Venga tío,
hasta luego, ¿te veo luego en el comedor? -dijo el Iván.
-Sí.
La calle, la
gente, la nausea.
Me estaba
muriendo, era la única certeza, al igual que todos estos capullos,
dentro de cien años ni uno solo, ni esas niñas risueñas de ahí,
mira que culito, pues nada, en cien años solo huesos, puede que ni
siquiera huesos, polvo.
El percance
del retrete me había retrasado, tuve que correr, cruzar en rojo,
esquivar personas. La burocracia como siempre implacable, agotadora,
como un bostezo, me da pereza hasta escribirlo, ya lo he hecho antes,
no lo haré ahora, me aburre, me harta, impresos, miradas, esperas,
preguntas, respuestas, callejones sin salida.
Cabreado
y con la certeza de encontrarme en el mismo punto muerto que antes de
sacar el pie de la sábana me encaminé al comedor social. Para
hacerlo tuve que atravesar la zona turística. Hacía un día
cojonudo, las terrazas rebosaban de apestosa humanidad. Los ingleses,
con sus miradas de lerdos, sus colores suaves, disfrutando de la
spanish tapa. Los
alemanes, grandes y rosados, luciendo pantorrilla, enrojeciendo como
termómetros, ¿no se supone que estos cabrones perdieron la guerra?
¿Por qué les va tan bien? Me los cargaba a todos. Y mis
compatriotas, país de bandoleros y capullos, míralos, con la
camiseta de la selección y las zapatillas blancas. Mujeres, hombres,
niños y niñas, estupidez, inercia. Estábamos todos atrapados,
jodidos de veras, pero no sentía compasión porque no eramos más
que unos capullos chapoteando en un caldero de mierda. Estábamos
todos muriéndonos, el planeta entero, unos más rápido, otros más
lentamente, algunos agonizaban más que otros, pero muriéndonos y
con los ojos cerrados.
Pasé por la
catedral, que bonita la jodía, la verdad es que, de vez en cuando
habíamos hecho cosas hermosas, pero hacía mucho tiempo y por
razones equivocadas.
Al lado de la
catedral, en una callejuela, estaba el comedor social, pasabas de los
guiris a los yonkis desdentados como el que va de la cocina al
pasillo, no dejaba de resultar curioso.
Me puse a la
cola, todos estos capullos indigentes, aún con todo parecían
personas más vivas que los de las terrazas del centro, sí, alguno
que otro veías abrumado por la culpa, cavilando torturado, con ojos
vidriosos, como esa pareja mayor a los que habían desahuciado por
avalar a su hijo, joder, se ve que les costaba, el tío estaba
destrozado, podías sentirlo, eran gente mayor que, tras una vida de
sacrificios de repente, sin saber muy bien cómo, se veían aquí, a
mi lado, al lado de los vagabundos, la vida les había tomado el
pelo, se ve que el tipo conservaba un orgullo, una culpa que lo
estaba devorando por dentro de forma despiadada, seguramente ya se
habría suicidado si no fuese por su mujer, que lo llevaba todo con
más firmeza y cargaba con el cuerpo semi-inerte de su compañero.
Pero bueno, el caso es que casi todos lo llevaban con más entereza y
alegría, hablo de los pobres profesionales, con años de
experiencia, bromeando entre ellos, despreocupados, también había
algún que otro zumbado total que estaba por encima de las
preocupaciones cotidianas y simplemente se mecía en su universo
particular de espera eterna. Me percaté de que cada vez eramos más,
¿dónde nos llevaría todo esto? Con lo fácil que sería crear un
ejército de perdidos, de hartos. Cada día sueño con una pirada de
olla global que lo derrumbe todo y construir sobre las cenizas un
mundo de alegres vagabundos, currando lo mínimo, sin el yugo del
consumo inútil, parques atestados de gente ebria, tumbados al sol
enfrentando la resaca, sin neveras, comiendo en comedores sociales,
hablando y bromeando, fumando canutos, desplazándonos a pie, con
calma, niños jugando entre las ruinas, bibliotecas abiertas 24
horas, con todos los volúmenes habidos y por haber para los que
quieran cultivar el espíritu, con salas para fumar y debatir y camas
para echarte la siesta, gimnasios gratuitos con grandes saunas
mixtas, que nadie tenga nada pero disponga de todo, sin propiedades
que te esclavicen, habitaciones con cama y sillones donde poder
quedarte un día, o un año, y luego largarte, sin más. Quimeras...
quimeras... Nos encanta controlar y ser controlados, seguimos
embobados creando pirámides para algún faraón inútil bajo el
restallar de los látigos, cagados de miedo, y muriendo, siempre
muriendo...
Me senté en
una mesa con una yonqui y un artista (también yonqui). Combustible.
Dirás lo que quieras de la religión, pero esas jodidas monjas me
daban comida y cena a diario, y ya es mucho más de lo que la mayoría
hacía por mí. Benditas sean.
Corrí a casa
esquivando a los guiris. Fui a ver a Manuel. Ahí estaba, sus 130
kilos, vencido totalmente, tumbado en la cama, roncando como una
morsa. Se había comido un bollo y un par de manzanas. De este finde
no pasaba lo de ordenarle el cuarto, la peste y el desorden eran
abrumadores. El cabrón se había dejado, le pasaba a mucha gente
mayor, lo veía en la pensión, era inevitable, la soledad, el
cansancio, la derrota, la realidad abriéndose paso, el paso del
tiempo... acumulaban cosas mientras se transformaban en cosas, se
mimetizaban con esa mugre. Abandono. Habían sido abandonados por
todo y por todos y no podían evitar abandonarse también ellos
mismos... me pasaría a mí también, me pasaba a mí también. No
hay tregua y las fuerzas son limitadas, hay un momento en que no
sueñas, ya solo esperas.
Cerré su
puerta. Seguía roncando.
Por suerte yo
la tenía a ella y podía seguir soñando.
La quería de
verdad. Era preciosa. También se estaba muriendo pero era hermosa,
su cara cuando sonreía, cuando dormía espatarrada dejándome la
franja justa para no caerme de la cama, cuando sentía que estaba a
mi lado. Me jodía tanto no poder ofrecerle nada más que delirios,
no soportaba el inevitable ocaso, el despiadado reloj de arena y el
choque de locuras, no obstante aquella noche soñamos.
Aquella noche
soñamos.
Juntos.
Nos
emborrachamos, lo pasamos bien, escapamos todo lo que pudimos, todo
lo que nos dejaron, malditos cabrones. Luego nos fuimos
tambaleándonos ebrios hasta mi habitación. Su cuerpo alimentando mi
alma. Combustible. Me corrí sobre la vida y la muerte, abrace su
cuerpo caliente y me dormí. Las facturas seguían sobre la mesa, la
habitación de Manuel seguía siendo un desastre, las monedas habían
rodado de mi bolsillo al de otro cabrón, había perdido los filtros,
el papel y un par de porros de hachís, los vagabundos dormían en
los cajeros y los ricos dormían en casas de 15 habitaciones vacías,
nos seguían dominando, nos seguían matando, pero no llegaban a la
cama en la que, abrazados, dimos carpetazo a otro día de lucha de la
mejor forma posible.
2.
No recuerdo lo
que soñé pero sí lo que viví, esa sensación de ir caminando
rozando apenas el suelo, esa sensación de que pasaba algo, de
saberlo, estaba como en trance, lo achaqué a la resaca y a las
escasas horas de descanso, y si bien todo eso estaba allí también
había algo más, algo inexplicable pero certero.
Me levanté y
la observe, su cuerpo desnudo, suave, frágil, lleno de vida, su pelo
cayendo por su espalda. Me acerqué y la besé en un hombro, emitió
un pequeño gemido, sentí deseos de penetrarla mientras dormía,
pero me estaba meando. Salí de la habitación. El pasillo. Me
preguntaba si Manuel estaría otra vez dormido sobre la taza, pero
sabía que esta vez no estaría allí, pude corroborarlo al pasar
junto a su puerta, la había dejado un poco abierta y al pasar pude
ver por la pequeña abertura su panza en la cama, exactamente igual
que la última vez que lo vi. Continué por el pasillo y entré en el
baño, levanté la taza y expulsé una abundante y satisfactoria
meada, mientras el chorro caía supe que era el final, lo sabía
perfectamente, no sabría explicar cómo ni por qué, simplemente lo
sabía. Me tiré un pedo y me la sacudí. Tiré de la cadena y salí
del baño.
El pasillo.
Al realizar el
camino inverso hacia mi habitación me detuve un segundo a la altura
de la puerta de Manuel, empujé la puerta y entré, el par de moscas
y el olor me dieron la bienvenida. Me acerqué hasta su cama y me
quedé mirándole desde arriba.
Ahí estaba,
sus 130 kilos, vencido totalmente, tumbado en la cama, ya no roncaba.
Los
que alguna vez hayan visto un muerto sabrán de lo que hablo, los
demás lo imaginareis hasta que llegue el día, el caso es que la
falta de vida, aunque sea inesperada, se reconoce perfectamente, esa
persona sigue ahí, sus rasgos, su volumen, pero ya no es una
persona, es como un traje, por supuesto lo compruebas, te fijas en si
el vientre se mueve, si hay signos de respiración, puede que te
asegures físicamente, en mi caso le di una pequeña hostia en la
cara, lo llamas, pero sabes que es inútil, lo haces por inercia
porque al primer vistazo sabes y sientes, sin lugar a dudas, que no
hay nadie allí, quizás eso pruebe la existencia del alma, o quizás
solo percibas inconscientemente los cambios químicos, en cualquier
caso lo sabes perfectamente.
-Maldito
cabrón -fue todo lo que dije.
Cerré su
puerta y caminé hasta mi habitación. Abrí la puerta. Ahí estaba
ese otro cuerpo, tan distinto, tan hermoso, lleno de vida.
-Levanta
tronca, tienes que largarte... ¡Vamos coño, despierta, vístete!
-Mmmm...
-Venga coño,
levanta, tienes que largarte.
-¿Qué pasa?
-Vamos joder,
toma -empecé a tirarle su ropa -fuera de aquí.
-¿Pero qué
pasa?
-Tienes que
irte ya, va a haber movida, venga, rápido, vístete. -me dejé caer
en el sofá. Ella empezó a desperezarse, me miró preocupada.
-¿Qué coño
pasa Carlos?
-Manuel, el
viejo, la ha palmado, está muerto.
-Venga ya, no
jodas.
-Está ahí,
en la habitación, muerto.
-...
-Está más
tieso que la mojama, jajajaja, ¡jajajajaja! ¡¡JAJAJAJAJA!!
-¡Hijo de
puta, me has asustado! -se levantó de un salto y vino hacia mí con
intención de darme una hostia, agarré su mano antes de que
impactara.
-Jajajajaja,
está muerto jajajaja, no se por qué coño me río, pero te juro que
es verdad jajajajaja.
-Joder.
-Mierda,
maldita sea, mierda.
-Que movida.
¿Qué hacemos? ¿Habrá que llamar a alguien no?
-Vístete y
vamos a tomar un café.
-¿Un café?
-Sí, estoy de
resaca, no puedo enfrentarme a esto todavía y el cabrón no va a
moverse.
La calle, la
gente, la nausea.
Nos fuimos a
tomar un café y un pincho de tortilla, nuestros cuerpos moribundos
mecidos por el sol siguiendo la implacable cuenta atrás. Manuel no
era el único, la naturaleza era implacable y eramos muchos, mucha
gente fallecía a cada giro de la cucharilla en la taza del café, y,
en realidad no pasaba nada, la vida seguía su curso, unos
reemplazaban a otros, nada cambiaba.
Ella se largó
y me quedé con el marrón. Era la hora de comer. Los fines de semana
no servían cena en el comedor social, en su lugar tras la comida te
daban una bolsa con un bocata, una naranja y una bebida energética
para que cenases, si no acudía al comedor significaba que me
quedaría sin comer todo el día, todavía no quería enfrentarme al
horror que me esperaba en el piso, y menos aún con el estómago
vacío, y como ya he dicho Manuel no iba a irse a ninguna parte, así
que me fui hasta allí, atravesé la zona turística apretando los
puños y me puse a la cola con los yonkis, mendigos y perdedores.
Iván había llegado antes que yo, lo miré desde mi posición.
-Tenemos que
hablar -sentencié.
Cogí mi
bandeja, había espaguetis de primero y carne de pollo muerto de
segundo. Me senté en la misma mesa que Iván.
-¿Que pasa
tío?
-¿Has visto a
Manuel?
-Lo vi ayer.
-¿Cuando?
-Estuve un
rato con él después de irte tú, luego me largué, hoy no dormí en
casa, ¿por?
-Está muerto.
-¡No jodas!
-Sí.
-¡Venga ya!
-Está muerto,
lo he visto al levantarme, está en la habitación, tumbado en la
cama.
-¿Y no has
llamado a nadie?
-Aún no.
-Pero, ¿seguro
que está muerto?
-Sí, estaba
azul.
-Jajajajaja.
-Jajajajaja.
-Joder, joder,
mierda, ¿qué hacemos?
-Yo que se.
-Jajajajaja,
mierda, no es para reírse pero... jajajaja.
-Ya, me pasó
lo mismo, supongo que son los nervios.
-Mierda, pobre
Manuel, mira que me imaginaba algo, no se cómo, pero me imaginaba
algo.
-Ya, también
noté algo al levantarme, bueno, desde ayer de hecho.
-Mierda, ¿qué
coño hacemos? ¿había alguien en casa?
-Creo que no.
-Joder, qué
asco, pobre Manuel, joder, joder.
-Ahora vamos
para allá.
Salimos del
comedor, nos dieron la bolsita con la cena, decidí que antes
pasáramos por el super para agenciarnos unas cervezas, las
necesitaba. Llegamos a la pensión, efectivamente no había nadie
allí, solo un cuerpo sin vida. Nos metimos en mi cuarto y nos
abrimos las cervezas, por suerte tenía algo de marihuana así que me
hice un par, seguíamos demorando el momento e intentando que nos
pillara medianamente colocados para hacerlo más llevadero. Estuvimos
hablando de Manuel, el cabrón era un buenazo, nunca se quejaba de
nada, recuerdo cuando llegaba del bar por las noches y traía
palmeras y ensaimadas que le daba el dueño porque iba a tirarlas,
siempre nos llamaba para repartírlas, rememoramos su falta de
higiene, su generosidad, a Iván siempre le prestaba algún que otro
euro cuando lo necesitaba, a mí me jodía mucho pedir pasta a la
gente, pero seguro que me habría dejado lo que le pidiera. Era un
pobre hombre, no se merecía morir allí solo, entre basura. Pensaba
en todos esos hijos de puta, gente cruel y despiadada que ahora mismo
estaría disfrutando de una buena vida, políticos, banqueros,
pseudoartistas, mercenarios, cardenales, empresarios, todos con su
cohorte de lameculos orbitando a su alrededor, estarían ahora
tumbados en algún sitio soleado mientras algún pobre esclavo les
limpiaba la casa y otro pequeño esclavo les chupaba la polla, riendo
sonoramente como hienas escandalosas, toda esa gente que merecía
morir pero que se aferraban a la vida pisando cráneos y a los que el
destino nunca alcanzaba, el mundo era injusto, tremendamente injusto.
Apuramos las
cervezas y las caladas.
-Bueno Iván,
¿estás preparado?
-Mierda, sí.
El pasillo.
Abrimos su
puerta, allí seguía, sus 130 kilos, vencido totalmente, tumbado en
la cama.
Lo miramos en
silencio. Desde que lo había descubierto al despertarme se había
puesto más azul, cada vez se asemejaba más a un muñeco de cera y
menos a una persona. Noté el estremecimiento de Iván, no había
gran cosa que decir ante esa bofetada de realidad, no obstante Iván
dijo algo, algo tremendamente sensato.
-¿Tendrá
algo de valor escondido por aquí?
-No se, pero
este es el momento de comprobarlo.
-Espera, tengo
guantes de látex en la habitación.
Nos calzamos
los guantes y comenzamos la rapiña buceando por entre los escombros,
en fin, nosotros eramos pobres y él estaba muerto, así es la vida,
así es la muerte... Abrimos cajones, revolvimos papeles, husmeamos
en abrigos, de vez en cuando el olor circundante y la visión del
cadáver embotaban mis sentidos y me hacían marearme y perder el
equilibrio como si fuesen chupitos de algún oscuro licor, también
acudían a mi mente recuerdos y meditaciones inesperadas, la vista de
todos aquellos trastos era una perfecta metáfora de nuestra vida, al
final lo único que certificaba nuestro paso por este valle de
lágrimas era un puñado de objetos inútiles, un puñado de basura y
una mancha de mierda en el calzoncillo producto de la relajación del
esfinter (última bocanada de miedo). Notaba que mis nervios se
derrumbaban, en un determinado momento abrí un cajón y vi un
pequeño cuento infantil ilustrado, era una versión de la bella y
la bestia, sin saber muy bien por qué me eché a llorar, luego
continué con mi tarea.
-Venga Manuel,
cabronazo, ¿no nos has dejado algún último regalo?
Tras un buen
rato y habiendo escudriñado la totalidad de la habitación el botín
había ascendido a la friolera de 1,5 euros para cada uno (en monedas
de 5 céntimos) una colonia y un par de navajas. Encontramos la
cartilla del banco, se confirmaba que Manuel era un pobre hombre
pobre, estaba prejubilado y su pensión ascendía a unos escasos 500
euros, de los cuales 200 iban destinados al pago de la habitación,
el resto se lo pulía religiosamente cada mes en su totalidad, hoy
10, mañana 20, pasado otros diez etcétera hasta llegar a cero y
volver a empezar.
-Bueno, creo
que podemos dejarlo ya tío, aquí no hay nada -dije dándome por
vencido.
-Joder, habría
estado guapo encontrar un buen fajo.
-Eso solo pasa
en las películas Iván.
-Aquí está
su móvil.
-Píllalo,
habrá que localizar a los familiares.
Volvimos a mi
habitación y me lie otro canuto, cogí mi móvil y marqué el 112.
-Emergencias,
¿qué desea?
-Err... sí,
le llamo desde León, de la calle Ortega y Gasset, hay un cadáver en
mi piso.
-¿Un cadáver?
-Sí.
-¿Quién es
el fallecido, un familiar?
-No, es un
compañero de piso.
-¿Cuál es su
nombre?
-¿El mío o
el del muerto?
-El suyo por
favor.
-Carlos,
Carlos Salcedo.
-¿Está
seguro de que la persona ha fallecido?
-Sí.
-¿Cuál es la
causa de la muerte?
-No lo se.
-De acuerdo,
no toque nada, enviaremos un equipo médico cuanto antes.
-Gracias...
Bueno Iván, comienza el show.
Los
médicos tardaron un buen rato en llegar, y eso que venían en taxi.
Solo pudieron constatar lo evidente. Me sorprendió que no viniese
ningún policía con ellos. Estuvieron husmeando por la mesita y
encontraron medicamentos que hacían adivinar que Manuel tenía
problemas de corazón. Nos dijeron que localizáramos a los
familiares, que los mandásemos al ambulatorio y que no tocásemos
nada hasta la llegada de los del tanatorio. Lo de localizar a los
familiares fue bastante patético, ni Iván ni yo teníamos saldo en
el móvil y llamar desde el de Manuel nos parecía de mal gusto así
que tuvimos que ir a una cafetería cercana y explicar toda la
película para que nos dejasen llamar. Al final localizamos a algunos
y les dimos la noticia y luego esperamos sentados en la calle.
Llegaron los familiares, no los había visto en mi vida, ni
siquiera sabían donde vivía Manuel, por supuesto lloriqueaban, pero
¿dónde habían estado todo este tiempo? ¿Por qué no vinieron
antes a verlo, a estar con él, a limpiar su habitación? ¿Donde
estaba yo cuando murió mi viejo? ¿Donde estuvo él toda mi vida?
Eramos unos cabrones egoístas, todos nosotros, putos llorones de
mierda, no merecíamos nada, no merecíamos una puta mierda, porque
siempre llegábamos tarde, a todas partes. Al final no somos nada,
cadáveres andantes, y nos queda tanto por sufrir... La muerte nos
rodea, nos aguarda en cada esquina, y no se nos ocurre otra forma
mejor de esperarla que siendo burlados y explotados, acumulando
chorradas y pisando huesos, nuestra pequeña parcela de realidad,
nuestro pequeño contenedor, con herramientas pero sin manos,
rodeados de miseria, de vanidad, la implacable realidad, cruel,
agónica, el pensamiento constante al caminar por la calle y mirar a
tu alrededor: “esto va a acabar mal”.
Los familiares nos dieron las
gracias y se largaron al ambulatorio, ninguno quiso subir a ver el
cuerpo.
Los del tanatorio también
tardaron bastante en llegar, eran dos tipos, uno mayor y otro más
joven, vestidos con elegantes trajes negros, muy serios, el joven
llevaba en el dedo un enorme anillo con una calavera bastante chulo.
Mientras subían con la camilla yo ya sabía lo que iba a pasar, pero
no dije nada, les conducí a la habitación y abrí la puerta.
-¡Jooooder! -dijo el del anillo
-no vamos a poder con él, tendremos que llamar a unos compañeros.
-Ya.
Llamaron a otros dos y entre los
cuatro lo levantaron y lo metieron a una bolsa de plástico blanca,
vi por última vez el rostro céreo de Manuel mientras la cremallera
se cerraba sobre él, luego lo pusieron en la camilla y lo llevaron a
trompicones hasta la furgoneta. Y así acabaremos todos, metidos en
una bolsa de plástico. El coche se alejó por la calle y desapareció
en el horizonte.
-Iván, gracias por comerte el
marrón conmigo.
-Joder, no hay de qué, pobre
Manuel, qué rabia, era un buen hombre.
-Sí, lo era.
Muy bueno, mamón. Se respira realismo en cada palabra.
ResponderEliminargracias pepe.
ResponderEliminarTal vez quitaría el último bloque, el 3. Creo que el relato queda más directo si lo terminas con" Sí, lo era."
ResponderEliminarAunque hay cosillas en este último bloque que molan, pero creo que sobran.
joder pepe, no sabes lo que me he comido la cabeza justo con eso, ya sabes que me gusta meter ese tipo de reflexiones a modo de epílogo... pero supongo que lo quitaré en la versión final...
ResponderEliminarHe estado dudando si te lo decía porque yo mismo no lo tenía claro, quiero decir que hay cosas en el último bloque que me gustan como están escritas, pero luego, reflexionando, me he dado cuenta que hay que pensar en el relato como unidad y al relato le viene bien suprimir ese último párrafo.
ResponderEliminarPor cierto, este relato es de lo mejorcito que has escrito.
ResponderEliminar