Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

jueves, 10 de octubre de 2019

WRESTLEMANIA





     Supongo que era la típica aula de escuela secundaria, como tantas otras en tantas otras partes. Nos encerraban ahí por las mañanas y nos hacían asistir a una serie de aburridas e interminables clases.
      A pesar de que llevábamos poco más de una década en este mundo ya se empezaban a formar las distintas personalidades, y podías apreciar los primeros arquetipos: estaba el empollón, el gordito, el tímido, el malo... También estaba ella. Se llamaba Laura.
      No tengo claro qué era, si sus gestos, su sonrisa, su mirada... Quizás fuese su pureza... Sí, podría ser eso: la pureza. Tanto la que irradiaba su ser como la que desprendían mis sentimientos hacia ella. No era como ahora, no estaba la idea del sexo invadiéndolo todo. No estoy seguro, pero es posible que de aquella ni siquiera conociese la masturbación, al menos no en su forma manual e impulsiva, aunque creo que ya entonces me frotaba contra las sábanas y toallas de vez en cuando. Tampoco tenía sobre mis hombros todo el peso de las decepciones y amarguras. En aquellos días todo era puro, y ella simplemente era la chica que más brillaba en toda la clase.
     Me tenía hipnotizado, aprovechaba cualquier ocasión para mirarla de forma furtiva, y si por un casual nuestras miradas se cruzaban me invadía un escalofrío y un nerviosismo que me hacían apartar la mirada de forma inmediata. Era una sensación nueva y extraña en la que se fundían el deseo y el miedo.
     A veces en los cambios de clase se iba la profesora unos minutos y aquello se desmadraba, nos poníamos a gritar y lanzarnos bolas de papel unos a otros. Como ya he apuntado había un tipejo por ahí, el malo de la clase. Era bastante más corpulento que los demás, y aprovechaba esa cualidad para intimidar. Yo por regla general pasaba desapercibido y me dejaba en paz, pero tenía amargado a otro chavalillo de clase, un pobre chico delgado y poco agraciado, de carácter tímido y asustadizo, que llevaba un peinado a la taza y unas gruesas gafas sobresaliendo de su rostro que solían ser motivo de burla. El malo como siempre la emprendió con él.
     -Gafotas de mierda. Tu madre huele a culo, igual que tú.
     Era curiosa esa afirmación por parte del malo, ya que precisamente una de sus características era que, absolutamente todos los días del año, vestía un jersey de lana color tierra que desprendía un olor a sudor rancio bastante profundo. Pero claro, a ver quién era el listo que se lo decía...
     -Déjame por favor.
     -Déjame por favor -dijo el malo con tono de burla-. Eres más tonto que las piedras.
     Entonces le soltó una colleja con bastante fuerza que hizo que el pobre chaval golpease con la cabeza el pupitre. La mayor parte de la clase explotó en carcajadas, unos pocos permanecimos en silencio. El chico levantó la cabeza lentamente e inspeccionó sus gafas con ojos llorosos, una de las patillas se había desprendido de la montura.
     -Me has roto las gafas, se lo voy a decir a la profe.
     El malo dejó de reír y agarró al chico por el cuello con un movimiento rápido y brutal. Las risas de los demás también cesaron.
     -Tú no vas a decir nada atontao -gruñó mirando fijamente al chaval-. ¿Me oyes? Como te chives te vas a enterar.
     El chico, con la cara desencajada, no contestó. Tampoco hacía amago de defenderse, aceptaba completamente su destino, su lugar en esta historia.
     Por mi parte he de decir que nunca me he considerado un justiciero, así que no sé muy bien explicar ese repentino impulso. El caso es que, en mitad del silencio reinante, me levanté y encaré al tipejo.
     -Eh tú, déjale ya en paz.
     -¿Como dices? -preguntó el capullo con cara de incredulidad- Nadie te ha pedido tu opinión.
     -Eres un imbécil -dije balbuceando-, y ese jersey que llevas huele a mierda.
     Se escucharon un par de tímidas carcajadas a lo lejos, pero la mayor parte de la clase permanecía en un silencio sepulcral, en un estado de tensa expectativa, sin creer lo que estaban viendo. La cara del malote se puso roja de furia mientras me clavaba una mirada de odio como nunca había visto, parece ser que mi comentario había acertado en toda la diana de su orgullo. Soltó al chico de las gafas y vino hacia mí como un búfalo furioso. Levanté ligeramente los brazos a modo de escudo, pero el chico me sacaba veinte cabezas y doscientos kilos, así que no pude hacer nada cuando me rodeó con su enorme brazo. Ahora mi cabeza estaba a la altura de su sobaco, y os puedo asegurar que el hedor allí era inenarrable. La clase, excitada, prorrumpió en gritos de toda índole. Supe de inmediato que era mi fin, pero justo cuando iba a golpearme en la cabeza se abrió la puerta y apareció la profesora.
     -¿Qué está pasando aquí? Todos a vuestros sitios.
     Todos en clase obedecieron y regresaron a sus pupitres rápidamente. El gorila aflojó la llave de presa, pero antes de regresar a su silla se agachó y susurró en mi oído.
     -Te espero a la salida en el foso. Como no aparezcas te vas a enterar.
     Volvió a su asiento y yo al mío. Recuerdo que caminaba en trance, como en una nube, y así permanecí el resto de la mañana, aguardando mi hora en mitad de un extraño limbo. Hubo un momento en que me giré y observé a Laura, me dedicó una bonita sonrisa.
     Cuando llegó la hora fatídica retrasé lo más posible mi salida del aula, me habría quedado ahí si me hubiesen dejado. Pensé en irme a casa corriendo, pero si lo hacía seguramente al día siguiente fuese peor, era una situación de la que no podía huir en modo alguno. Acepté mi destino y me encaminé hacia el foso.
     El foso era un pequeño recinto con arena que estaba al fondo del patio, detrás de las canchas de baloncesto. Caminé hacia allí cabizbajo, como un animal rumbo al matadero. Se había corrido la voz como la pólvora en el colegio y todo el mundo acudía al foso para presenciar la pelea. Yo por mi parte seguía en mi nubecilla, ajeno al tumulto y las muestras de apoyo. A mi lado iba uno de mis amiguetes de clase, en plan entrenador de boxeo, aunque sus palabras no resultaban demasiado inspiradoras.
     -Te va a destrozar -dijo el cabrón.
     -Sí, ya lo sé.
     En medio de mi resignación fatalista tuve un momento de revelación. Puede que tuviese una oportunidad, solo tenía que idear un plan. Veía bastante lucha libre por la tele, y también era muy bueno en los video juegos de lucha, especialmente en el Mortal Kombat. Me sabía los movimientos de los personajes de memoria y, aunque yo no poseía los poderes del rayo o el hielo, quizás esos conocimientos me fuesen de utilidad. Había un movimiento en concreto, el barrido bajo, que podría utilizar. Se trataba de agacharse y barrer el suelo de forma circular con la pierna, si con eso conseguía desestabilizar a mi rival y conseguir que su cabeza quedase a la altura de mi pecho podría agarrar ese cabezón infecto y aplicarle un DDT, el movimiento final de uno de mis wrestlers favoritos: Jake «The Snake» Roberts. Lo había visto cientos de veces por la tele y era un movimiento fatal, del que ningún rival, fuese cual fuese su envergadura, podría librarse. Ahí estaba mi oportunidad.
     Memoricé la técnica y, renovado por el rayo de esperanza, llegué al foso, donde tanto el malo como una pequeña y vociferante multitud me estaban esperando.
     Ahí estábamos, frente a frente. Era David contra Goliath. Tenía mi plan grabado a fuego en la mente, no podía permitirme fallar. Esperaría a que viniese y aprovecharía su impulso para desestabilizarlo con el barrido bajo, luego el DDT y a saborear las mieles del éxito. No era difícil, solo requería concentración y movimientos rápidos.
     Como había previsto el enemigo corrió a mi encuentro, seguro de la superioridad que le confería su tamaño, su excesiva confianza sería su error. Esperé el momento adecuado y, casi cuando estuvo a mi altura, divisé el hueco. Me agaché y ejecuté el barrido bajo. Mi golpe con la pierna ni siquiera lo inmutó y en cambió consiguió que yo cayese hacia atrás. Entonces me agarró del cuello con su enorme mano para levantarme y me soltó un puñetazo en toda la cara. Los ojos se me llenaron de lágrimas mientras notaba el sabor de la sangre en los labios. El plan había fallado. Agarró mi cuerpo, poco más que un pelele en sus manos, lo elevó sobre su cabeza y ejecutó un suplex perfecto, por lo visto él también veía la lucha libre por las mañanas. Mi espalda se arqueó por el impacto contra el duro suelo. Indefenso y panza arriba recibí una patada en el estómago que me sacó todo el aire del cuerpo.
     -No eres más que un mierda -dijo el malo mofándose.
     Me dio la vuelta y se agachó sobre mi, colocando su rodilla sobre mi espalda. El dolor era tremendo. Me agarró del pelo y hundió mi cara en la arena.
     -Come tierra payaso, que estás muy delgado.
     La tierra se me metió en la boca, la nariz y los ojos. Resoplaba intentando coger aire, pero solo conseguía empeorar la situación. Escuchaba los vítores de la gente. ¿Es que nadie iba a frenar esta matanza?
     -¿Qué diablos está pasando aquí? ¡Ya está bien!
     Era la voz de Tomás, el profesor de educación física. Agarró al malo de clase por la espalda y lo arrancó de mi cuerpo.
     -Siempre tienes que ser tú, ¿verdad? Anda tira, vamos a llamar a tus padres.
     -Pero profe, empezó él.
     -Que tires te he dicho.
     Lo agarró del brazo y se lo llevó de ahí. Mi colega junto con otro par de compinches corrieron hacia mi cuerpo inerte, que continuaba boca abajo hundido en la arena. Me agarraron de los hombros y me levantaron. Me dolía todo el cuerpo, casi no podía moverme, y ante mí solo veía una mancha borrosa mientras mi boca masticaba una mezcla de sangre y tierra. Me froté los ojos intentando ver algo. Lo primero que pude distinguir fue la cara de Laura. Estaba frente a mí, observándome con gesto preocupado.
     -¿Estás bien? -dijo clavando sus ojos en los míos.
     -No es nada -balbuceé.
     -Odio a ese chico, ye era hora de que alguien le dijese algo.
     Tras decir eso puso sus manos a ambos lados de mi cara arenosa y enrojecida, y sonrió. Yo no sabía qué decir, quería decirle tantas cosas... pero me quedé sin habla, sus manos eran tan suaves y cálidas...
     -Venga tío, vamos al baño a lavarte la cara -dijo mi colega mientras me enderezaban del todo y me ponían en movimiento. Me arrastraron rumbo a los baños mientras la gente se dispersaba. Laura se quedó de pie en el foso, giré la cabeza para volver a verla. Me miraba mientras me alejaba, y seguía sonriendo.
     -Ey, te ha acariciado la cara, y te ha sonreído -observó mi colega.
     -Sí, ha valido la pena -dije yo escupiendo tierra.

     Poco después de ese incidente mi familia tuvo problemas económicos y tuvimos que mudarnos nuevamente de domicilio. Yo cambié de colegio una vez más. No volví a ver nunca a esa gente.


   


Extracto de la novela Los Cuadernos Negros, de Carlos Salcedo Odklas. Próximamente.

Si quieres leer un poco más sigue los siguientes enlaces:

Los Cuadernos Negros. Arranque de la novela: 
http://odklas.blogspot.com/2015/05/los-cuadernos-negros-arranque.html

Los Cuadernos Negros. Extractos:
http://odklas.blogspot.com/2017/05/los-cuadernos-negros-extractos.html

Los Cuadernos Negros. Capítulo 59: La historia de Javier.
http://odklas.blogspot.com/2019/02/los-cuadernos-negros-capitulo-59-la.html

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