Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

miércoles, 20 de febrero de 2019

LOS CUADERNOS NEGROS. Capítulo 59. La historia de Javier.





     Aunque el pesado abrigo tapaba su figura daba la impresión de tratarse de una chica joven, en torno a los veinte años de edad. Evidentemente tenía prisa por ir a algún sitio. Al llegar al paso de cebra solo miró hacia su izquierda y cuando, totalmente confiada, dio un par de pasos al frente para seguir su camino... ¡Boom! El cuerpo elevándose en el aire y girando de forma alocada tras el brutal impacto, como si se tratase de un muñeco de trapo, el golpe contra el suelo, el cráneo abriéndose sobre el asfalto como una sandía madura. Fin de la historia. 
     El siguiente vídeo era bastante parecido. Al estar grabado por una cámara de seguridad el plano era prácticamente idéntico. Esta vez se trataba de una mujer acompañada de un niño pequeño, seguramente su hijo. No caminaban con el ímpetu de la chica anterior y fueron más cuidadosos al llegar al paso de cebra, deteniéndose totalmente ante el tráfico. Un coche frenó para que pudieran pasar. El niño, que hasta entonces había permanecido aferrado a la mano de su madre, se soltó de repente y emprendió la carrera hacia adelante en solitario. Superó sin problemas el primer coche, pero cuando lo hubo rebasado... ¡Boom! Esta vez el golpe fue tan violento que el cuerpo del niño desapareció por completo del plano. La madre, petrificada, tardó un par de segundos en reaccionar y correr hacia donde presuntamente había aterrizado el cuerpo de su hijo, desapareciendo también ella del encuadre. Se observaba a los transeúntes llevándose las manos a la cabeza ante la desgarradora escena que presenciaban. 
     Alex agarró su paquete de tabaco y se encendió un cigarro. No se recreó con este vídeo como sí había hecho con los anteriores, era demasiado jodido. En su lugar se reclinó en el sofá y fumó en silencio. El mundo estaba lleno de peligros. Un ligero descuido y todo se iba a la mierda, para siempre. Era todo demasiado frágil y absurdo: te levantabas una mañana un poco más tarde de lo normal, tenías que apretar el paso para no llegar tarde al trabajo y evitar la bronca, al llegar al paso de cebra mirabas hacia el lado equivocado y... ¡Boom! Fin de la historia. 
     Llevaba un buen rato merodeando en la sección de atropellos y estaba ya cansado, la descripción de uno de los vídeos en los márgenes de la pantalla llamó su atención: «jóvenes maníacos se graban a sí mismos apuñalando a indigentes».
     -A ver esta mierda... 
     Era un vídeo grabado en primera persona con un teléfono móvil, se oían dos voces distintas de lo que parecían unos chicos jóvenes hablando de forma apacible mientras se acercaban a un hombre que reposaba tumbado sobre unos cartones. Los chicos se acercaban por la espalda, y al llegar a la altura del indigente, sin mediar palabra, le propinaban una tremenda patada en la cabeza a modo de presentación. El hombre, aturdido, intentaba incorporarse para ver qué demonios estaba pasando. En ese momento uno de los jóvenes se abalanzaba sobre él y comenzaba a apuñalarlo repetidas veces con un cuchillo de tamaño medio. Eran cuchilladas rápidas y furiosas en el pecho, el cuello, la cara... El pobre hombre intentaba en vano protegerse mientras la sangre manaba de su interior. Tras una docena de puñaladas el vagabundo se había resignado a su destino, acurrucado en el suelo hecho un ovillo, tapándose el rostro con las manos ante los insultos y mofa de los jóvenes. 
     El vídeo recopilaba otros tres apuñalamientos a otros tantos indigentes, grabados por los mismos jóvenes, a los que en ningún momento se veía la cara, aunque se escuchaban perfectamente sus voces. Por su conversación e insultos se apreciaba perfectamente que se trataba de un rollo supremacista. El método de actuación era siempre el mismo: se acercaban por detrás y propinaban por sorpresa una patada en la cabeza a la víctima, luego otro par de golpes junto a diversos insultos para, finalmente, abalanzarse sobre él y coserlo a puñaladas. Siempre era uno de los chicos quien hacía el trabajo sucio mientras el otro lo grababa todo con el teléfono móvil. En las puñaladas al torso no apreciabas la sangre, debido a los gruesos abrigos con los que los indigentes se protegían del frío, pero cuando el acero penetraba en el cuello podías ver la sangre brillante saliendo a presión, como al pinchar un globo lleno de agua. Con este tipo de vídeos siempre daba la sensación de que fuese una película mal hecha, parecía que fuesen unos efectos especiales cutres, de serie B, no obstante era todo real. La realidad no era tan vistosa como las películas. 
     El vídeo llegó a su fin, mostrando la opción de reproducirlo de nuevo. Alex apagó la colilla en el cenicero, se encorvó en el sofá, cerró los ojos y colocó sus manos sobre la cabeza, intentando controlar el torrente de pensamientos desesperanzados que martilleaban en su cabeza. Tras un par de segundos en esa posición emitió un profundo suspiro y se puso en pie. Caminó hasta la ventana del salón y observó el mundo exterior. 
     La gente seguía ahí, como siempre, caminando de un lado a otro bajo la turbadora noche estrellada, confiados, ignorantes. Pensó en que si cogiese un objeto lo suficientemente pesado, como por ejemplo el cenicero de mármol, y lo dejase caer al vacío, quizás le diese a alguien en la cabeza, acabando así con su historia para siempre. El pobre incauto jamás sabría qué demonios pasó. Daba que pensar. Todo pendía de un fino hilo. Todo dependía del azar. Tu vida podía estar en manos de un puto zumbado al que ni siquiera conocías. Era absurdo, terrorífico. Resultaba muy sencillo que a cualquiera se le cruzasen los cables sin que lo vieses venir. 
     Alex se apartó de la ventana y fue hacia la mesa, hacia donde estaba el cenicero de mármol. Alargó la mano hasta él para coger el paquete de tabaco que había a su lado. Se encendió un cigarro y volvió a la ventana. 
     Podía ver la muerte por todas partes. Detrás de cada persona, esperando su momento. Siempre le pasaba lo mismo tras ver esos vídeos de mierda, le afectaban demasiado. No obstante no dejaban de reflejar una realidad silenciosa. Ahí estaba la cabrona, con su capa y su guadaña, esperando para asestar el tajo en cualquier momento, sin avisar, sin opciones, sin segunda oportunidad. Y luego el vacío, el vacío eterno... 
     Un súbito sonido estridente lo arrancó de sus cavilaciones, el sonido de un frenazo. Observó hacia el exterior, hacia la calle, y vio la escena. Un conductor despistado había estado a punto de saltarse un semáforo. Los transeúntes, asustados, le recriminaban desde el paso de peatones. Los veía arremolinados ahí abajo. Habían tenido suerte, esta vez... 
     Alex arrojó la colilla por la ventana y volvió al sofá. Agarró el cedé de música en el que reposaban tres gruesas rayas, introdujo el turulo en su nariz y dio buena cuenta de la primera. Tras el gemido de rigor dejó el cedé a su lado y volvió la vista a la pantalla del ordenador. Ahí seguía la opción de reproducir el vídeo de nuevo. No le apetecía seguir viendo vídeos de muertes, así que cerró la página de Bestgore. Un par de páginas de spam publicitario se había abierto en su navegador. Los anuncios publicitarios eran el reflejo de las ansias y preocupaciones del grueso de la población, y sus promesas se alzaban como falsos faros para los incautos: «Si no follas es porque no quieres. Fóllate a la mujer de alguien. Consigue contactos cerca de ti. Sin mentiras. Sin tarjeta de crédito». «Pierda el exceso de peso sin esfuerzo mientras descansa gracias a esta receta milenaria». «Esta chica aún no ha cumplido 25 años y ya ha amasado una fortuna de más de dos millones. Entérate cómo». Por lo visto esos eran los problemas e inquietudes de la gente. Alex cerró todas las pestañas y puso un poco de música. 
     Se encendió otro cigarro y, mientras el humo ascendía en espiral, una imagen se aferró a su mente: su vida era un patético bucle infernal y vacío. Consistía en perder el tiempo en Internet, añorar el amor perdido, buscar trabajo, intentar conseguir dinero, ponerse pedo y hacerse pajas. Era un desecho total, un engendro de la más baja ralea. No era posible que la vida se redujese a eso, que su realidad fuese únicamente esa mierda. Pero así parecía ser. 
     Se puso en pie de un salto y vagabundeó por los márgenes del salón para, finalmente, acabar como era de esperar inclinando la cabeza nuevamente ante el cedé con la droga. Tras esnifar con ansia continuó girando sobre sí mismo como una peonza. Debía escapar de ahí, de esa angustia, de esas cuatro paredes que solo revelaban sus vergüenzas. Comenzó a prepararse para salir a la calle, al mundo exterior. Sabía que no hacía más que seguir la inercia del bucle infernal en el que se encontraba atrapado, pero creía que, al menos ahí fuera, podía presentarse alguna sorpresa, alguna situación inesperada, algún cambio. Existía esa mínima posibilidad. La muerte estaba cerca, no sabía cuánto tiempo le quedaba, de modo que había que continuar la búsqueda en pos de la felicidad, la tranquilidad, la iluminación, o lo que cojones fuese. Llegado este punto le valía casi cualquier cosa, incluso que le atropellase algún imbécil sería un cambio agradable en esa monotonía asfixiante en que se había convertido su vida. No podía quedarse en casa con cara de idiota angustiado, tenía que vivir, que jugar, que arriesgarse, volverse loco, follar... Debía escapar del tedio en la tela de araña. Probaría suerte, probaría suerte una vez más. 

     There's no logic here today 
     Do as you got to, go your own way 
     I said that's right 
     Time's short your life's your own 
     And in the end We are just 
     Dust n' bones 
     Dust n' bones 
     Dust n' bones 

     Unas horas después se encontraba acodado en la barra de un garito, intentando que el bullicio caótico arropase su soledad, disimulando su patente cogorza, en busca de un faro, de un lugar en el que atracar el zozobrante y dañado navío. Reposó su mirada en una pandilla de adolescentes que conversaban y reían sonoramente en una de las mesas del local. Eran unos diez, chicos y chicas. Uno de ellos regresó de la barra cargado con un montón de chupitos que posó torpemente sobre la mesa, junto a otros tantos que ya habían sido vaciados previamente. Estaban todos visiblemente borrachos, pero no se apreciaban signos de angustia o paranoia, sino una felicidad plena, simple y distendida. Por los gestos y movimientos se adivinaba que estaban jugando a algo, algún tipo de juego que involucraba a los chupitos. Desde su posición Alex no llegaba a escuchar las reglas del juego, pero lo que sí veía era como al final acababan besándose unos con otros entre risas y júbilo. Alex apartó la vista y la fijó en su copa a medio beber, sentía una profunda envidia, se sentía desplazado y solo, ajeno a esos momentos de camaradería y risas. La edad no perdonaba, y estaba claro que él se había quedado descolgado del transcurso lógico de los acontecimientos. Su antigua pandilla se había fragmentado con el paso de los años, la mayoría de colegas habían sentado la cabeza, habían formado familias y se habían concentrado en sus trabajos o, simplemente, se había perdido el contacto de forma gradual. El tiempo pasaba más rápido de lo que parecía, y no había piedad para los solitarios. 
     Pasó la vista por la barra del local y se topó con otro naufrago como él. Era un tipo algo más mayor, rechoncho y ya casi sin pelo. También estaba solo, solo junto a su copa. Sus resignados sorbos y miradas furtivas a las jovencitas revelaban su angustia interior. Nuevamente Alex sintió hallarse ante una visión horrible del futuro. El tipo estaba bastante borracho, en ocasiones parecía hablar solo, incluso parecía reírse de sus propios comentarios. Alex lo observaba en silencio, embriagado por el desamparo que irradiaba. El tipo vació el contenido de su copa de un trago y levantó la mano intentando llamar la atención del camarero. No tardó mucho en tener otro vaso lleno frente a sus ojos. Sacó torpemente dinero de su cartera y pagó la bebida. Al recibir el cambio agarró por el brazo al camarero y, con ojos de profundo agradecimiento, comenzó a contarle alguna historia. El camarero, claramente acostumbrado a estos arrebatos etílicos, se desembarazó hábilmente de la presa pasados unos segundos y continuó a su trabajo. El tipo, con una extraña sonrisa en el rostro que solo mostraba abandono, levantó la copa, como brindando con un amigo invisible, y se la llevó a los labios para dar un profundo trago, luego volvió a posar el vaso sobre la barra y continuó su monólogo solitario. 
     Poco después un par de chicas jóvenes y sonrientes pasaron junto a él camino a otro lugar y el tipo, queriendo evaluar los contornos de sus lozanos traseros, se giró sin ningún disimulo, con tan mala fortuna que perdió el equilibrio y se cayó del taburete, golpeándose la cabeza contra el suelo y quedando patas arriba, balanceándose de un lado a otro como un escarabajo que no pudiese darse la vuelta. Algunos jóvenes que se encontraban a su alrededor lo señalaban mientras reían sin ningún tipo de pudor. Alex se llevó la copa a los labios, dio un trago y se levantó de su taburete poniendo rumbo al lugar en el que el pobre tipejo intentaba levantarse. Le tendió una mano. 
     -Hey amigo, ¿estás bien? 
     El hombre, aturdido, miró a Alex e intentó incorporarse sin éxito nuevamente. Alex se aproximó un poco más hasta que el pobre tipo finalmente agarró la mano que le tendían. Alex tiró con fuerza, intentando levantar el peso muerto, pero el hombre no era precisamente liviano. Lo tuvo que agarrar por los sobacos y tirar de él con fuerza para, finalmente, conseguir devolverlo a su posición sobre el taburete. 
     -Menuda hostia me dao -gruñó el tipo. 
     -No ha estado mal -contestó Alex. 
     -Oye, que gracias eh, muchas gracias. 
     -No es nada. 
     -Te invito a una copa, ¿qué bebes? ¡Eh! ¡Eh camarero! Vente paca. 
     -No hace falta, gracias. 
     -Qué sí qué sí, ¿qué bebes? 
     -No hace falta, tengo mi copa allí. 
     -Pues un chupito, un chupito joder. ¡Camarero! Un chupito para mi amigo. ¿Qué bebes? 
     -Venga va, uno de ron. 
     -¡Camarero! Un chupito de ron y... Un chupito de ron y uno de bourbon para mi. ¿Seguro que no prefieres un pelotazo? 
     -No, tranquilo, un chupito está bien.
     -¡Camarero! ¡Un chupito de ron y uno de bourbon para mi amigo!
     -¡Ya te he oído! -gritó el camarero desde el otro extremo de la barra.
     -Sí hombre, unos chupitos, ¡alegría joder! 
     Algunos chavales continuaban mofándose del tipo que, tambaleándose de forma ebria, intentaba acceder al contenido de su cartera. El camarero les sirvió los chupitos con evidente hartazgo mientras intercambiaba una mirada cómplice con Alex. Finalmente el hombre consiguió sacar la cartera y pagar la ronda con evidente esfuerzo. El camarero cogió las monedas y se alejó de ahí, dejando a Alex solo ante el peligro. El tipo cogió uno de los chupitos y se lo dio a Alex, derramando parte del contenido en el proceso, luego cogió el otro y lo elevó en el aire. 
     -Por las personas amables que aún quedan en el mundo -sentenció mientras rodeaba a Alex con uno de sus rollizos brazos.
     -Salud -dijo Alex. 
     Vaciaron el contenido de un trago y posaron los vasos en la barra. 
     -¡Ah! Delicioso, sí señor -bramó el tipo a la par que atraía a Alex hacía sí con la presión de su brazo-. ¿Cómo te llamas amigo? Yo soy Javier.
     -Alex. 
     -Encantado Alex, encantado, yo Javier -dijo tendiéndole una mano peluda que estrechó con fuerza-. Pues muchas gracias Alex, amigo, por echarme una mano, ha sido todo un detalle. 
     -No exageres, no ha tenido importancia. 
     -Sí, sí ha tenido importancia. Y no exagero. El mundo se va a la mierda, ya nadie tiene ni un puto detalle con nadie, esto es una basura. Pero tú has venido a echarme una mano. No como esos críos riéndose ahí como gilipollas. Putos chavales que ya se creen la hostia y no son una mierda, se creen algo y me pueden comer la polla, ¿me oís? Me podéis comer la polla, ¡me podéis comer la polla todos! -gruñó Javier, elevando conscientemente la voz para ser escuchado. 
     -Bueno, ya te digo que no ha sido para tanto, aunque gracias -dijo Alex mientras se desembarazaba un poco del abrazo, ya que la halitosis de Javier resultaba demasiado patente y molesta. 
     -Nada nada, al César lo que es del César. Ha sido un bonito gesto que no ha tenido ninguno de estos hijos de su madre que se creen algo. 
     -Bueno, tú intenta mantener el equilibrio y ya está. 
     -¿El equilibrio? El equilibrio... Jajaja, podría contarte un par de cosas del equilibrio, ¿sabes? -se ofreció Javier, aproximando su rostro al de Alex, arropándolo con su fétido aliento. 
     -Sí, no lo dudo -dijo Alex apartándose. 
     -No te apartes, ven aquí. ¿Sabes una cosa? Un hombre debe aprender a manejarse en mitad de la tempestad. Yo aprendí a nadar en el océano atlántico, en una playa preciosa, como un marinero de agua dulce. ¿Tú sabes nadar? 
     -Sí, más o menos, pero yo aprendí en la piscina. 
     -En la piscina... Eso es una mierda, para los peleles de ciudad. A lo que iba es que yo soy una persona justa, ¿me entiendes? Una persona justa... 
     -Me imagino... 
     -Yo soy una persona justa. Y a mi no me tose ni dios, nunca me ha tosido ni mi padre, me van a toser esos pringaos. ¿Es que uno no puede estar a lo suyo? 
     -Sí, claro... 
     -Nunca bebo vino y nunca olvido. Pero esa peña me va a recordar siempre, les espero como agua de mayo. 
     -Es toda una historia colega -dijo Alex apartando el brazo de Javier de encima suyo-, pero voy a volver a mi sitio que he dejado la copa sola. 
     -¡Que le den por culo a la copa! ¿Quieres una copa? ¡Camarero! 
     -No, no te molestes, me voy a ir para allí... 
     -Ven aquí hombre, joder -Javier alargó el brazo y volvió a atraer a Alex-. ¿Sabes cual es el problema? ¿Sabes cual es el problema de este mundo? 
     -¿Cual es el problema de este mundo? 
     -Que la gente va a lo suyo, ya nadie se preocupa por nadie, nadie quiere oír las historias del otro. 
     -Ya... 
     -¿Quieres oír mi historia? 
     -No hace falta tío... 
     -Te voy a contar mi historia. Es importante, todo tiene un porqué. Mírame -Alex suspiró y observó a Javier con gesto cansado-. Bien. Como te digo todo tiene un porqué. Me ves aquí y piensas: «este pesao borracho ahí solo», ¿a que lo piensas? 
     -No hombre... 
     -Sé que lo piensas. Pero no sabes el porqué. Es el karma. ¿Sabes lo que es el karma? 
     -Más o menos. 
     -Pues yo estoy solo por el karma. Porque me porté muy mal, porque hice daño a la gente y me porté muy mal. Y por eso ahora estoy solo. Pero bueno, lo acepto joder, no me importa. Me lo merezco porque me porté muy mal y ya está. 
     -Bueno tío, todos cometemos errores. 
     -No sé que errores habrás cometido tú, pero yo me porté muy mal, ¿sabes qué hacía? ¿Sabes qué hacía? -Javier acercó el rostro un poco más al de Alex, mirándolo fijamente, de forma grave y suplicante. 
     -A ver, ¿el qué? 
     -Le pegaba a la gente. Le pegaba a la gente sin conocerla. Los dejaba ahí tirados, con sangre por todas partes. Me tenían miedo, y yo disfrutaba con ello, disfrutaba y les pegaba más. 
     Alex se apartó un poco y observó de nuevo a Javier. Solo era un tipo gordo, medio calvo y borracho que no intimidaba demasiado. Aunque era corpulento, y sin duda algo más joven y en forma podría haber inspirado un poco de respeto. 
     -¿Y por qué les pegabas? -preguntó finalmente. 
     -Bueno, ya sabes, gilipolleces de chavales... mierdas de política y todo eso. En realidad me daba igual, yo solo quería ser aceptado, solo quería que me hiciesen un poco de caso porque me sentía solo. Y así me hacían caso. Mis compañeros me adoraban porque iba siempre delante y no tenía miedo de nada ni de nadie. Y salíamos por la noche a cazar a los mierdas y yo siempre estaba delante. Y siempre me la jugaba y la gente me respetaba y me tenían miedo, y todo el mundo me hacía caso, y cuchicheaban, y las chicas de la pandilla me miraban, y yo sabía que era porque les daba morbo, porque era un hombre de verdad, que iba de frente y aplastaba a quien hiciera falta, y eso las pone, eso las pone a mil. 
     -Si tú lo dices... 
     -Ya te digo yo que sí. Pero bueno, no quiero alardear porque ahora veo que no era más que un imbécil. 
     -Ya bueno, tú lo has dicho, eran gilipolleces de chavales... 
     -Ya, pero mira ahora. ¿Y ahora qué? Eso ya pasó y ahora me han olvidado todos, ¿ves lo gracioso del tema? El destino es retorcido pero sabio. Intenté que me quisieran pero lo hice por las malas y ahora todo el mundo me ha dejado solo. Todo el día solo en el trabajo, todo el día solo en casa... 
     -Al final todos estamos solos... -sentenció Alex. 
     -¿Tú trabajas? -preguntó Javier. 
     -Ahora mismo no. 
     -Pues yo sí, seis días a la semana, conduciendo un autobús, todo el día para arriba y para abajo, es un infierno. 
     -Yo también curré de conductor, de camiones. 
     -Pero eso no tiene nada que ver. Porque vas en tu camión a tu bola, te pones tu música o conduces en calzoncillos si te sale de la polla. Pero yo ahí en el autobús tengo que estar como en una oficina. Y la gente ni me mira, me dan la moneda, cogen el cambio y ni me miran a la cara, ni siquiera me miran a la cara joder, como si fuese una cosa ahí, una cosa. Yo soy una persona, una persona, ¿sabes? La de veces que he pensado en estamparme contra algo e irme a la mierda junto a todos ellos. Tengo ese poder, sería bonito, ¿verdad? 
     -No creo que lo fuese. 
     -Es sencillo, nadie está pendiente, confían. Solo tendría que acelerar un poco, tomar mal una curva y... ¡Boom! Fin de la historia. 
     -No digas eso joder. 
     -Ya... lo pienso, pero creo que en realidad nunca lo haría. Pobre gente... Ya han pagado muchos por mis mierdas. Supongo que ahora me toca pagar a mi... Pero lo merezco, lo merezco... 
     -Sí, es una putada... Oye tío, no te lo tomes a mal, pero voy a volver a mi sitio, tengo la copa ahí y me apetece beberla tranquilamente, ¿vale? Mira a ver, lo mismo es el momento de que te retires a descansar o algo, parece que ya vas bien servido...
     Alex comenzó a alejarse poco a poco. 
     -¡Espera! -Javier se abalanzó sobre Alex y volvió a agarrarle con fuerza del brazo-, perdona si te he molestado. 
     -No tranqui, solo quiero volver a mi sitio. 
     -Pero es que ya nadie se preocupa por nadie, y tú me has visto ahí tirado y me has echado una mano, y es el primer gesto amable que alguien tiene conmigo en meses. 
     -Joder, y en qué momento... 
     -Ya te he dicho que estoy solo, y lo acepto, pero me siento mal porque yo también soy una persona, ¿sabes? Yo también soy una persona... Y me siento solo joder, me siento muy solo... 
     Javier acercó el rostro al de Alex mientras lo miraba fijamente, por su expresión daba la impresión de que iba a ponerse a llorar en cualquier momento. En lugar de eso se acercó del todo y besó a Alex en los labios. Este instintivamente lo apartó de un fuerte empujón. Javier aún estaba aferrado al brazo de Alex y le desgarro la manga de la camisa antes de precipitarse hacia el suelo. 
     -¡Maldito hijo de puta! ¡¿Pero tú estás zumbado o qué te pasa?! 
     Alex se pasó nerviosamente las manos por la boca, intentando eliminar el rancio sabor de Javier de sus labios. Este por su parte volvió a su posición en el suelo, balanceándose boca arriba como un pobre insecto. Alex lo observó ahí tirado y, cegado por la descarga de adrenalina y los nervios, pensó en patearle la cabeza ahora que lo tenía en la posición correcta. Antes de que se decidiera a asestar el golpe el camarero surgió velozmente de su posición tras la barra y agarró a Javier con violencia. 
     -¡Bueno, ya está, a tomar por culo! Toda la puta noche tocando los cojones. ¡Hostia ya! 
    Rápidamente el camarero llevó a Javier en volandas hasta la puerta del local con Alex siguiéndolos de cerca. Una vez en el exterior lo echó con un fuerte empujón. Javier rodó por el suelo una vez más. 
    -¡Y ni se te ocurra volver por aquí! Ya te lo advertí antes cuando estabas molestando a las chicas, pero ahora ya te digo que como te vea asomar la nariz por la puerta te llevas una hostia. ¿Me has oído? 
     -Mira cabrón como me has dejado la camisa -intervino Alex-, puto zumbado de los cojones. 
     Javier intentaba a duras penas levantarse del suelo mientras reía tímidamente. 
     -¿Encima te partes el culo? ¿Quieres irte caliente a casa o qué? -preguntó Alex. 
     Javier lo máximo que consiguió fue arrodillarse en el suelo, y desde ahí, totalmente derrotado, observó a Alex y al camarero mientras esbozaba una sonrisa.
     -¿Vais a pegarme? -dijo- Venga, hacedlo ya, ¡hacedlo de una puta vez! ¡Pegarme joder! Me lo merezco y lo estoy deseando, venid a pegarme, ¡hacerme daño hostias! 
     Javier sacó la cartera de su bolsillo y de su interior sacó un par de tarjetas, parecían ser su documentación, las arrojó a los pies de Alex y el camarero. 
     -Ese soy yo, ¡ese soy yo! ¡Venid a pegarme hostias! No me voy a defender, me lo merezco, venid a darme una patada en la boca. 
     -Joder, este tío está como una puta cabra -dijo el camarero-. Tú haz lo que quieras, yo voy para adentro a atender mi local. ¡Y no quiero que asomes tu puta cabeza por aquí nunca más! -sentenció señalando a Javier. 
     El camarero se introdujo en el local. Alex se quedo ahí, observando el balanceo de Javier arrodillado a sus pies. 
     -Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad. Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad. Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad -era lo único que decía Javier, lloriqueando y balanceándose hacia los lados, repitiéndolo una y otra vez como si fuese un extraño mantra-. Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad. Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad... 
     Alex lo observaba. Ya no deseaba pegarle, era una escena demasiado triste, solo era un pobre hombre, uno más... Se había formado un pequeño corrillo a su alrededor. Un par de personas grababan la escena con su teléfono móvil. 
     -Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad. Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad... 
     Javier continuó recitando la ruta. Llorando. En el suelo. Solo. 
     Alex decidió regresar al interior del local, no podía hacer nada por ese hombre. Solo quería recuperar su bebida, y luego tomarse otra, y otra, y otra... 
     -Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad. Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad. Estación de autobuses, centro ciudad, centro comercial, centro ciudad... 

 Unas horas más tarde Alex estaba de nuevo en su casa, sentado en el sofá, mirando en silencio hacia la ventana. Tras el cristal se empezaba a observar como el astro rey asomaba por el horizonte. Los primeros rayos atravesaban el cristal mientras una fina raya de cocaína se abría paso por la nariz goteante de Alex. 
     Un nuevo amanecer. No era posible salir del bucle. Un nuevo amanecer. No era posible salir del bucle. El silencio era absoluto mientras la luz, poco a poco, se extendía por el decadente paisaje, atravesando edificios, calles y personas, reptando hasta el salón. Y todo ello conformaba una escena tan hermosa y perfecta que Alex solo sentía unas enormes ganas de llorar. 




Extracto de la novela Los Cuadernos Negros, de Carlos Salcedo Odklas. Próximamente.

Si quieres leer un poco más sigue los siguientes enlaces:

Los Cuadernos Negros. Arranque de la novela: 
http://odklas.blogspot.com/2015/05/los-cuadernos-negros-arranque.html

Los Cuadernos Negros. Extractos:
http://odklas.blogspot.com/2017/05/los-cuadernos-negros-extractos.html

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