Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

sábado, 13 de septiembre de 2014

PIE DE FOTO





     ¿Qué empuja a alguien a escribir? Supongo que las razones serán diversas. En mi caso en concreto responden a una necesidad de expresar algo, ¿el qué? Eso ya es más complicado.
No me puedo meter en las mentes de los demás, pero la experiencia me hace sospechar que la gente siente una necesidad intrínseca de expresarse, de plasmar su individualidad de alguna forma y, por supuesto, una necesidad de ser aceptados para (erróneamente) aceptarse a sí mismos. Eso podría explicar el auge de las redes sociales donde la gente publica entradas sobre lo que va a comer hoy o suben fotos de ellos mismos en cualquier tesitura, buscando expresarse, reafirmarse y buscando de paso el comentario, el “me gusta”, buscando en definitiva la atención, la aceptación.
La manera de expresar una angustia interior de una manera un poco más compleja suele ser el arte, de cualquier tipo.
En mi caso todo empezó en el cole. Me dio por dibujar. Fueron mis primeras creaciones. No lo hacía por la aceptación, ya que casi nadie veía mis dibujos ni yo me molestaba en enseñarlos, era esa ebriedad de crear, de hacer surgir algo que antes no estaba allí, algo que me expresase de algún modo, que reafirmase mi existencia en este plano de la realidad por así decir. Al principio solo dibujaba lo que me venía a la mente, sin conexiones, más adelante intenté hacer cómics. Recuerdo la primera vez que maté a un personaje. Joder, lo recuerdo como si fuese ayer, y yo debía tener 11 años. Fue una sensación extraña, había creado un personaje que venía a ser el prototipo de maestro del héroe de la historia y en un determinado momento aparecía el malo de turno y con un fulminante rayo láser surgido de su dedo le atravesaba el pecho provocando el dolor y la ira del héroe, vamos, la típica historia de venganza. Recuerdo estar dibujando esas viñetas. Mientras lo hacía no le di importancia, pero cuando acabé y admiré mi obra me sobrevino un peso moral, ¡yo era un asesino! Revisé las páginas. Sí, me había cargado al pobre viejecillo. Ahí estaba, tan tranquilamente en una viñeta y en la otra ¡zas! Rayo atravesando el pecho, su cara de incredulidad, la sangre... Por una parte me sentí poderoso, pero también culpable. Fue un inesperado trauma que me enseñó el poder de la creación.
Lo de buscar la aceptación vino más tarde, con los primeros picores de entrepierna provocados por esa chica que parecía ser transportada por la divinidad. Ni siquiera recuerdo ya su nombre, algo que me habría parecido imposible en aquella época en la cual seguramente el mero sonido de su nombre en cualquier contexto me habría hecho suspirar profundamente, encogiéndome el estómago. Un nombre por el que habría matado, un nombre que ya ni siquiera recuerdo. Sí, yo era un chavalillo de 13 años profundamente enamorado de una chica de clase a la que apenas conocía. Era un chico tímido, delgado, feo, sin interés. ¿Cómo podría alguien fijarse en mi?
Estamos hablando del año 93, y por aquella época el no va más tenía un nombre: Guns n' Roses. Sí, a aquella chica le encantaban, como a todos. Lo extraño es que no babeaba por Axl, el cantante mojabragas, sino que babeaba por Slash, el monstruo peludo encargado de la guitarra. En mi mente infantil la cosa estaba clara, para ligarme a esa chica, para tenerla a mi lado, necesitaba ser Slash. Por aquella época visioné una entrevista al susodicho por la tele y aprendí otra lección aún más valiosa, aunque no lo pensé en aquel momento. Resulta que el tipo, Slash, acudió a la entrevista con un pedo de escándalo, con una botella de Jack Daniel's en la mano, fumando Marlboros, con una maraña de pelo que impedía que vieses su rostro, pantalones ajustados, camiseta roída de vagabundo. La entrevistadora no sabía donde meterse, pero resulta que ÉL era la estrella, y podía hacer lo que le saliese del nabo. Nunca había visto tanta desfachatez por la tele, ese medio que era como algo mágico e inalcanzable a los ojos de un niño inseguro a comienzos de los 90, época más inocente que la actual, sin la sobrecarga de información y la inmediatez que ha dado Internet. Lo que me enseñaba Slash de manera inconsciente era: “Se puede ser relevante sin dejar de ser uno mismo”. Pero bueno, como digo eso vendría luego, yo solo quería estar con esa chica de nombre desconocido, simplemente estar con ella, que me aceptase, era algo más allá del sexo, algo mucho más inocente y puro. Resumiendo: me compré una guitarra e intenté aprender a tocarla.
Cayeron los años, esa chica nunca me hizo caso, vinieron otras, también desaparecieron sin mirarme. Pero todo eso importaba menos porque había encontrado algo, la música, que me llenaba de una forma que no había sentido antes porque me permitía, en tiempo real, expresar todas mis angustias e inquietudes simplemente poniendo unas notas tras otras, y escuchando el resultado conocerme de alguna extraña manera, en una especie de bucle conmigo mismo.
Me obsesioné con la música y con llegar a hacer algo relevante. Ahí cometí un gran error. El arte ha de nacer de la necesidad y la honradez. En el momento que te obsesiona el reconocimiento y lo ansías prostituyes tus aspiraciones y, por lo general, el regalo que viene con eso es la frustración. Sería muy bonito pensar que cada uno tiene lo que merece y que el trabajo duro da resultados, y aunque eso, en cierto modo, es cierto, no implica para nada el reconocimiento. El reconocimiento depende de la suerte y de la gente, y ambos se mueven por el caos. El hecho de que haya tantos genios desconocidos como artistas mediocres adorados por las masas reafirma mi teoría. Si tus aspiraciones a la hora de crear son el reconocimiento en plan mediático y monetario amigo, te sugiero que lo dejes, por tu bien y por el nuestro.
Total, que la música me salió rana por obsesionarme, por buscar el reconocimiento y al no lograrlo frustrarme.
Vino una época de cambios. Cambio de ciudad, de estado laboral. Y pensé que me vendría bien un cambio en mi manera de crear para airearme y no acabar quemado. Aparqué la música un poco y me puse a escribir, algo que me había llamado la atención hacía tiempo. Llevaba unos años leyendo, primero me aficioné a la filosofía. Algunos me gustaban, como Nietzsche, Hume, Schopenhauer, La Rochefoucauld, Marco Aurelio... Otros no los entendía en absoluto, como a Kant o Heidegger, pero en cualquier caso me resultaban lecturas estimulantes por cómo hacían que me plantease las cosas. Tiré tanto por el lado “oficial” como por la vertiente ocultista y mística: Levi, Ouspensky, Jodorowsky, Blavatsky, Crowley... También textos religiosos, sobre todo orientales, el Tao, los Upanishad, el Baghavad Guita, toda esa mierda. Comprobé el afán por buscar un significado al mundo. La gente llevaba siglos buscando respuestas, sacando conclusiones y plasmándolas y seguramente todos estos pensadores no eran más que unos zumbados, unos locos al margen, unos tipos del underground como se puede comprobar en las divertidas anécdotas del libro Vidas de los más ilustres filósofos de Diógenes Laercio. La narrativa vino luego, empujado por los existencialistas: Camus, Sartre, Unamuno, que cultivaban la filosofía pero también la narrativa. Llegó Dostoyevski, el único escritor que me ha hecho llorar. Pero fue con Bukowski cuando cambió todo. Por aquel entonces yo comenzaba mi romance con el alcohol y las drogas, estaba atrapado en curros de mierda, odiaba a la gente y leía a filósofos. En Bukowski encontré un alma gemela, alguien que había recorrido esos mismos caminos décadas antes y que encima hablaba de ello sin tapujos, ¡y resultaba interesante! No eran necesarios personajes complejos ni estructuras enrevesadas, no eran imprescindibles giros sorpresivos ni escenarios de fantasía, de hecho todo aquello comenzaba a revelarse para mi como algo superfluo, incluso nocivo. Se podía escribir sobre la calle, sobre el bar de abajo, sobre los vecinos discutiendo, sobre el vagabundo de la esquina que habla solo. Se podía hablar de todo ello y reflexionar, siguiendo con esa búsqueda del significado, incluso se podía emocionar. La literatura se me reveló como un medio perfecto de expresión de inquietudes y a la vez de búsqueda de respuestas. No era algo meramente contemplativo y etéreo como la música, aquí podías plantearte preguntas concretas sobre la gente y el mundo y plantear teorías al respecto. A los aspirantes a escritores les asusta la falta de imaginación para crear situaciones, historias, pero lo importante no es la forma sino el fondo, se puede escribir sobre cualquier cosa, incluso sin ningún hilo narrativo aparente, se puede meditar sobre lo cotidiano y hallar lo universal en los detalles, de eso es un maestro Carver, otro que me ayudó. El caso es que me vi con posibilidades de hacerlo, y como quería alejarme un poco de la música pero seguía teniendo inquietudes me puse a darle a las teclas a ver qué pasaba. Escribí unas cuantas historias, cultivaba la ficción y la autobiografía, al igual que Bukowski, pero aunque fuesen historias de ficción intentaba que expresasen la realidad, me basaba en cosas que me contaban, que leía, no quería fantasear demasiado porque al fin y al cabo se trataba de buscar el significado de las cosas para poder entenderlas y manipularlas. Le pasé las historias a los colegas, me decían que no se me daba mal, así que seguí.
Un día buscando en la biblioteca algo interesante que llevarme a casa di con un libro que no sabía que existía, Resaca/Hank Over, una antología de autores españoles actuales que rendían homenaje a Charles Bukowski. Como admirador de la obra de Hank no dudé en llevarme el volumen para ver qué se estaba cociendo en el mundillo. Como en cualquier antología había de todo, algunos textos me parecieron muy buenos, otros mediocres. Pero la sorpresa vino cuando al leer los créditos resultó que uno de los artífices de la antología era Vicente Muñoz Álvarez, un leonés. Como dije antes yo estaba en época de cambios, de inflexión. Había dejado el grupo, el trabajo y me había cambiado de ciudad. Había huido de Madrid para volver a León, mi lugar de nacimiento, aquí me había dado por empezar a escribir, y resulta que de repente encontraba un libro perdido, una antología sobre mi autor favorito de narrativa y estaba perpetrado por un paisano. Eran señales demasiado claras como para pasarlas por alto. Volví a la biblioteca y busqué algún libro del tipo, tenían varios. Miré las fotos de la contraportada, no me sonaba la cara del menda, pero intenté recordarla porque estaba seguro de que en una ciudad tan pequeña acabaría encontrándolo por algún bar y tenía intención de que viese mis cosas y me diese su opinión. Por supuesto así pasó poco después. Resultó que Vicente era un tipo muy cercano y amable, me dio su dirección para que le mandase mis cosas. Le mandé un relato bastante sórdido, autobiográfico, de mi época más jodida con la cocaína, puro realismo sucio. Resulta que le encantó, lo subió al blog de Hank Over y me animó a seguir.
El poder de alcance y accesibilidad de Internet y las redes sociales también han sido muy importantes, casi determinantes, para expandir mi visión. Creé un par de blogs, un grupo en Facebook, les mandaba mis cosas a otros escritores que iba descubriendo, ellos me mandaban las suyas, se hacían proyectos digitales, se tramaban antologías, me pedían textos para fanzines, compartían otros en blogs... Me metí en lo que llaman underground. Ya escribí sobre el underground en otro texto titulado Underground Manifesto, está en mi libro y mi blog, si te interesa búscalo, paso de contar lo mismo otra vez. La cuestión es que la bola siguió rodando hasta que un día me escribió Ricardo Moreno Mira para proponerme editar mi primer libro en su recientemente creada editorial. Y bueno, ahora estoy tumbado en la cama en calzoncillos, ligeramente resacoso, son las 17:48, no he comido aún (me desperté a las 13:00) y tengo que acabar este texto ya que es un encargo que debí entregar hace tres días. En un rincón de mi habitación alquilada, en medio del desorden y la mugre, tengo una caja de cartón con varios de mis libros que intento vender a los incautos que me encuentro por los bares, siempre que me presentan a alguien intento colarle un ejemplar, y bueno, a grandes rasgos esa es la vida del escritor, o al menos es la manera en que yo he llegado a ser un escritor, signifique lo que signifique eso, suponiendo que signifique algo.
Me hacen preguntas a veces, que cómo he conseguido publicar, que cuáles son mis técnicas de escritura, que de dónde viene la inspiración... Yo qué sé colegas, yo solo intento expresar algo, intento crear historias entretenidas, fáciles de leer y que tengan algún significado, doy mi visión del mundo y saco a la luz toda la miseria humana para que nos avergoncemos de nosotros mismos e intentemos cambiar esta sociedad enfermiza y nociva que hemos creado, no creo que sirva de mucho, pero algo es. Me tomo la literatura un poco a coña, no quiero obsesionarme como con la música, puedo pasar grandes temporadas sin escribir, me hacen encargos a los que siempre llego tarde y pasado de extensión, y me importa un bledo, de momento me ha salido bien y no hay una explicación clara y determinante para dicho fenómeno.
Si planeas escribir hazlo desde el corazón y no te preocupes de nada más, no te obsesiones, te vas a comer los mocos seguramente. Que escribir no sustituya al vivir porque entonces no tendrás nada que contar y lo que cuentes no tendrá trasfondo, será una sombra, un castillo de cartón. Olvida la pasta, aquí no la encontrarás, ni siquiera su rumor, los escritores son unos muertos de hambre. Puede sonar la flauta, claro, pero también puede tocarte la lotería algún día y si tus motivaciones artísticas son la pasta mejor compra lotería, tienes las mismas posibilidades y es menos agotador. Prepárate a penar y a ser visto como un tío raro. Preparate para el nihilismo, el pesimismo, el odio, la frustración, las facturas, la resaca, la promiscuidad, la soledad, el vacío, el alcoholismo, la enfermedad, la drogadicción, la locura, la angustia, el nerviosismo, el hambre, las preocupaciones... Pero bueno, esas cosas te iban a tocar de todas formas, lo que distingue a un creador es que sabe qué cojones hacer con todo eso.
¿Lo sabes tú?