Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

sábado, 23 de julio de 2016

HORA DE AVENTURAS






Indianápolis, Indiana. 26 de Octubre de 1965.


John, de trece años, observa como su amigo Greg, el menor de los hermanos Baker, surge de uno de los extremos de la enorme y oxidada tubería que han encontrado tirada en mitad del campo. «Y así es como entraba en el castillo, detrás de los guardias, y luego ¡zas! ¡zas!» Greg da golpes al aire con su palo. John deja de mirarle y dirige su vista hacia el cielo. Ve un par de gorriones pasando velozmente de un árbol a otro. Baja la cabeza y escupe, se levanta y da un par de golpes en el suelo con su palo. «Oye Greg, esto es un rollo, vámonos ya de aquí.» «Vale.» Greg da una patada a la tubería y camina hasta donde está John, luego ambos continúan la marcha. Atraviesan el riachuelo y pasan por detrás de la granja de los Vonnegut hasta llegar a la carretera de tierra, allí un pequeño montículo llama su atención y deciden acercarse para inspeccionarlo más de cerca.
«¡Oh vaya, mira eso!» exclama John.
Greg observa con la boca ligeramente abierta. A sus pies se extiende el cadáver de un perro arrollado. El cuerpo, partido en dos, se extiende a lo largo de varios metros. Ambos observan la mitad superior, más cercana a su posición. Tras unos segundos John camina siguiendo el rastro de las vísceras hasta la mitad inferior del cuerpo. Greg continúa observando la mitad superior fascinado por la mueca de terror que aún se observa en el cráneo del animal. John vuelve a la carrera y se sitúa de nuevo junto a Greg.
«Está destrozado, ¿eh?», le dice. «Sí», contesta Greg.
John acerca su palo y lo introduce por el ojo del cadáver haciéndolo reventar. Al retirar el palo la punta está cubierta de un líquido marrón.
«¡Qué asco!» dice Greg.
«Ya», contesta John dando un par de golpes con el palo a la cabeza del perro. Luego da un par de pasos y vuelve a introducir el palo, esta vez por la parte segada, revolviendo entre las vísceras. Intenta enrollar en el palo lo que parece parte de un intestino. Finalmente lo consigue y levanta el palo con la víscera enrollada. Se aproxima con ello a Greg y se lo pone frente a la cara, este da un gran salto hacia atrás.
«¡Quítame eso de la cara!»
«¿Qué pasa, no te gusta?» John vuelve a aproximarse, Greg se aleja.
«¡Qué asco! ¡No me acerques eso!»
«¡Jajajaja! ¿no tienes hambre Greg?»
«Te lo digo en serio.»
«Jajajaja. Vale. Tranquilo.»
Ambos continúan observando el cadáver durante un rato. Greg también le da un par de golpes con su palo. De repente John levanta su palo, el que tiene la víscera enrollada, y dice: «Oye, ¿y si le damos esto a Sylvia?» «¿A Sylvia? ¿Para qué?» contesta Greg. «Para ver si se lo come.» «¿Tú crees que se lo comerá?» «No sé, siempre dice que tiene hambre.» «Bueno, vamos.» John y Greg se ponen en camino, esta vez caminan más aprisa que antes.
No se habían alejado demasiado y en algo menos de quince minutos divisan la casa de John a lo lejos dibujándose junto a los árboles. Se dirigen directamente a la parte de atrás, abren la verja y atraviesan el jardín hasta llegar a la puerta del sótano. Abren la puerta y descienden por las escaleras. Aún llega bastante luz del exterior así que no consideran necesario encender la bombilla.
El cuerpo de Sylvia está ahí, como siempre, desnudo y atado a uno de los postes. Su pálida piel está cubierta de cortes y quemaduras, además de diversas manchas de sangre reseca y suciedad. John y Greg se acercan a ella. Sylvia parece dormir, tiene la cabeza ladeada hacia un lado y su pelo impide verle el rostro. Cuando están a su altura se percatan del mal olor y apartan sus caras con una mueca de asco.
«Jo, qué mal huele», dice Greg. «Sí, huele muy mal», contesta John, luego apunta con su dedo y dice: «¡Mira, es que se ha cagado!» «¡Qué guarra!», contesta Greg.
John acerca el palo con la víscera enrollada hasta el rostro de Sylvia, lo coloca junto a su boca. «Mira Sylvia, comida», susurra. La chica no reacciona. John acerca el palo un poco más. Nada. Otro poco más, a la expectativa. «Syyylvia, comiiiida...». Nada. Finalmente pasa la víscera por la boca de Sylvia, la restriega contra los labios de la niña, esta sigue sin reaccionar. «¿Qué pasa? ¿Está dormida?» pregunta Greg. «Sí... No sé», contesta John. «Ahora verás.»
John deja el palo a un lado y saca el paquete de cerillas que tiene en el bolsillo trasero del pantalón. Enciende una y la acerca hasta uno de los muslos de Sylvia. Se oye un chisporroteo. Un olor a carne y pelo quemados comienzan a inundar el aire. La chica no emite ningún sonido. La piel comienza a burbujear. John se ve obligado a tirar la cerilla antes de quemarse los dedos. «¿Qué pasa John?», pregunta Greg intranquilo. «No lo sé... Voy a avisar a mamá».
John sube corriendo las escaleras y sale del sótano. Bordea la casa y entra por la puerta principal. «¡Mamá! ¡Mamá!», exclama. Se dirige al salón. Gertrude está sentada en un desvencijado sillón marrón fumando un cigarrillo, un fino hilo de humo envuelve su delgado cuerpo. John se acerca a ella. «¡Mamá! ¡Mamá!» «Por Dios John, no grites. Me duele la cabeza», dice Gertrude acariciándose la frente. «Mamá, Sylvia no se mueve.» «Estará durmiendo.» «No mamá, la he quemado y no hace nada.» Gertrude da una calada al cigarrillo y observa la pared ante ella. Coge el vaso de cristal de la mesa y se bebe su contenido de un trago. Se levanta del sofá. «¡Maldita puta desagradecida!», exclama mientras apaga con violencia el cigarrillo. Sale de la casa con paso firme y se dirige hacia el sótano, John la sigue. Descienden las escaleras. Gertrude se acerca a Sylvia: «A ver, ¡despierta niña!» La zarandea del pelo. Sylvia no reacciona. Gertrude le da un par de sonoras bofetadas. «¡Venga, despierta pequeña zorra!» Le da otra bofetada con más violencia. Greg se asusta con el sonido del golpe.
Gertrude observa a Sylvia. Aparta el pelo de su rostro. Le levanta los párpados y observa sus ojos. Suspira y se coloca la mano sobre la frente, dándose un masaje en las sienes. «John, vete a buscar a tu hermano», dice. «¿Dónde está?» Pregunta John. «¡No sé dónde esta! ¡Búscalo!» grita Gertrude. «Voy mamá.» Jonh sale a la carrera. Greg lo sigue. Gertrude se masajea la frente con movimientos circulares.


El agente Montgomery se acerca a la ventana mientras exhala el humo de su octavo cigarrillo de la mañana. Deja que el sol se pose en su rostro y observa el exterior. Ve un par de gorriones pasando velozmente de un árbol a otro. El inspector Letterman se sirve otro café, derrama parte del contenido de la jarra al hacerlo mientras exclama: «¡Joder! ¡Es que de verdad no lo entiendo! ¿Cuánta gente había pasado por allí? ¿A nadie se le ocurrió decir nada? ¡¿Por qué siempre tenemos que ser la última mierda en enterarse?! ¡Maldita sea!» «Tranquilizate Wes. Estás asustando al chaval», le indica el agente Montgomery.
John tiembla sentado en la fría silla. No sabe lo que va a pasar. Se agarra los pulgares y mordisquea su labio inferior. Quiere irse a casa.

El agente Montgomery arroja el cigarrillo por la ventana y gira sobre sus talones. Comienza a caminar. Bordea a Letterman, que en esos momentos limpia los restos de café de la mesa, y se acerca hasta John. El niño no le devuelve la mirada. Montgomery flexiona sus rodillas y pone su cara a la altura de la del chico. Este lo mira al fin. «Tenías miedo de tu madre, ¿verdad? Ella te dijo que os haría algo malo si lo contabais», pregunta con voz suave Montgomery. «No señor», contesta John asustado. «¿Entonces? ¿Por qué no dijiste nada a la policía?» «No... No sé señor...» «¿No te dabas cuenta de que le estabais haciendo algo malo a esa chica?» «Yo... Yo... Solo.. Solo estábamos jugando...», contesta John mientras baja la mirada de nuevo.


  
Relato breve escrito como colaboración para Vinalia Trippers Nº15 Healter Skelter. Número especial en el que más de 60 autores dan su visión sobre los asesinos en serie, psicópatas, políticos y demás fauna similar. Puedes informarte sobre cómo conseguir un ejemplar siguiendo este enlace:

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