Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

domingo, 23 de diciembre de 2012

BLANCA NAVIDAD







No se bien qué había pasado, simplemente se me estaba escapando de las manos, estaba perdiendo totalmente el control. Me encontraba totalmente atrapado en multitud de jaulas, tanto físicas como mentales. Dicen que todo tiene un porque, traumas infantiles, malos recuerdos... Quizás sólo era el boleto que me había tocado, la marca en mi frente, la sangre en mis venas, mi lotería no premiada.
Vivía atrapado en una fábrica de tuberías. El principio había sido una auténtica pesadilla pero poco a poco me había labrado un camino hasta un puesto más cómodo y mejor remunerado, lo peor había pasado, no obstante a pesar de ser un puesto indefinido, respetado y bien pagado sentía que no era el lugar en el que desperdiciar mi tiempo, mi vida. No quería morir allí, entre polietileno y antioxidante, no quería esa vida, una vida vulgar siendo una pieza más de un gran engranaje defectuoso. Una vida de turnos rotativos, de fichar cinco minutos tarde todos los días y recibir luego mails de mis superiores quejándose por ello... Aun con eso se me podría considerar afortunado, mucha gente ni siquiera tenía un trabajo, mucha gente vivía en la calle, alimentándose de embutido y cartones de vino, viviendo en cajeros y hablando solos. Sí, a la vista de la sociedad creada a mi alrededor era una persona medianamente respetable, una persona con un contrato indefinido. Me había buscado un sitio seguro en el que aposentarme, ahora podría pedir dinero al banco, comprarme un coche, una casa, buscarme pareja y procrear, era lo que los demás estaban haciendo, pero por más que lo pensaba no lo veía, no lo veía en absoluto, me resultaba tan tremendamente triste... ¿Era esa la finalidad para la que fuimos creados? ¿Era eso con lo que soñaban los demás, a lo que aspiraban?
Un universo eterno e ilimitado... Millones de estrellas y planetas... En un rincón un pequeño planeta azul, ni muy grande ni muy pequeño... El milagro de la vida (algo que no ocurría en todos los planetas, algo bello e inusual)... Truenos, lava, miles de años, millones de años... Especies barridas por la adversidad, extintas para siempre... Ceniza, polvo... Una especie que supera retos, que esquiva a depredadores, que evoluciona, que avanza, que crea y descifra, que se mata, guerras, catástrofes... Cientos de años, miles de años, evolución... Y todo, ¿para qué? ¿Para levantarse tembloroso a las 6 de la mañana, lavarse la cara, tomarse un café y correr hacia una fábrica, llegar tarde, fichar poniendo la mano en una máquina introduciendo una clave personal y sentarse frente a un ordenador a medir tuberías y realizar ensayos químicos durante horas, días, meses, años? No lo veía, no podía verlo... Cada mañana deseaba la muerte, pensaba en ello, se me ocurrían maneras de hacerlo, pero algo dentro de mi me lo impedía, me gusta pensar que era fuerte, que no quería rendirme del todo, aunque también puede que fuese sólo miedo, miedo a lo desconocido, a una vida de ultratumba aún peor que la presente.
Por unos días tenía una tregua de todo eso, estaba de vacaciones, estábamos en navidad.
A mi empresa, como gran multinacional que era, le gustaba el rollo sectario, nos hacían reunirnos a menudo para maquinar nuestros planes de dominación, se celebraban seminarios y juegos para fomentar la camaradería y el sentimiento de hermandad. La cena de navidad era el colofón anual a todo eso y nunca se escatimaban medios.
Se celebró una enorme y fastuosa cena de empresa en un restaurante de lujo, se fletaron autobuses para llevarnos a todos hasta allí. Mi empresa era importante, tenía fábricas y sucursales por todo el mundo, miles y miles de empleados, miles de vidas sacrificadas a la causa. Teníamos una importante misión, vital para la historia de la humanidad y su carrera hacia la inmortalidad: llevar los grandes avances en el campo de la fontanería, la calefacción y la refrigeración radiante hasta todos los hogares del planeta. Y estábamos en el buen camino, eramos los primeros del sector, el puto number one, había que celebrarlo por todo lo alto.
Teníamos barra libre, cena y baile. Todos acudimos con nuestras mejores galas. Al principio, durante el coctel, se formaban los inevitables corrillos, los de producción y almacén no gustaban de mezclarse con los de oficinas, los supervisores de producción hacían todo lo posible por acercarse y lamer los anos de los directivos, todo seguía su curso, pero según avanzaba el tiempo y la gente se emborrachaba la situación se volvía más abierta y graciosa, empezaban las escapadas al baño donde corría la cocaína, la gente se empezaba a desmelenar.
Pasado el coctel llegaba la cena, a la que muchos llegaban ya bastante tocados. Aunque yo era de calidad me llevaba mejor con los peones ya que habían sido mis compañeros, era el único que había llegado al laboratorio proveniente de la fábrica así que me respetaban. Yo prefería su compañía porque me resultaban personas más auténticas, menos presa de las apariencias. Me senté con ellos.
Empezaron a traer la comida, bandejas repletas de lujosos embutidos y mariscos, sopa de pescado, coctel de gambas, solomillo con salsa roquefort... Era fácil distinguir a los cocainómanos terminales como yo porque eran los que no paraban de jugar con la comida sin decidirse a llevársela a la boca en ningún momento... De momento me alimentaba de vino... La gente reía sin parar, las conversaciones se superponían estruendosas e ininteligibles, veías a la gente masticar y deglutir a tu alrededor, trozos de gamba caían de sus bocas mezclados con saliva y salsa rosa, empecé a sentirme mal, me levanté y me fui al baño. No era el único en esa tesitura, me encontré con un compañero del almacén y otro de producción encerrados en uno de los retretes, golpeé la puerta furioso.
-¡Policía! ¡Salgan inmediatamente!
-¡Maldito hijo de puta! -Contestó uno de ellos mirándome con ojos de psicópata por entre la rendija de la puerta -No ha sido gracioso.
-Calla de una puta vez y echa más material ahí.
Lo que iba a ser un tirito rápido se transformó en tres gruesas rondas, era lo que pasaba en estos sitios, cada vez que acudías al baño ya había alguien allí haciendo lo mismo y, como buenos caballeros, cada uno invitaba a los demás. A pesar de lo romántico de estar encerrado con dos hombres en el mismo retrete decidimos concluir la reunión rápidamente y volver a nuestras mesas.
Al salir del baño agarré del brazo a uno de los camareros de nuestra zona, ya había reparado en el, un tipo joven con cara de estar harto de servir a otros.
-Hey, ¿qué tal el currele amigo?
-Bueno, podría ser peor.
-¿Te apetece una pausa para refrescar la velada? -Dije rascándome la nariz.
El tipo miró a su alrededor, luego a mí, dudó.
-Está bien. Pero rápido, estoy trabajando.
Volví a entrar al baño con el, me incliné en el retrete y serví otro par sin escatimar, enrollé un billete de 10, esnifé mi parte y se lo tendí. El tipo la hizo desaparecer con un sorbo fuerte y preciso, era un profesional.
-Muchas gracias colega, lo necesitaba. Mmm... Es buena.
-Sí, lo es.
-Toma, guárdate el turulo.
-No, quédatelo como propina por tu buen trabajo.
-¿En serio? Joder, gracias de nuevo.
-Sí, oye, quizás podrías hacer algo por mí a cambio.
-¿Algo como qué?
-Bueno, tu y yo sabemos que el vino que nos estás poniendo no es exactamente el mismo que en la mesa de los directivos, ya se que te habrán dado orden de ello, pero no pasaría nada si los pobres esclavos saboreáramos un poco de los placeres reservados a los de arriba, ¿no crees?
-Claro amigo, veré que puedo hacer.
Volví a mi mesa eufórico, tenía ganas de desnudarme y retozar sobre los platos de las hermosas chicas de recepción, pensé seriamente en hacerlo, la gente estaba muy pedo ya a esas alturas y seguramente mi acto sería recibido entre vítores y aplausos. Mi nuevo amigo el camarero se acercó a mi mesa.
-Señor -Dijo mientras llenaba mi copa de un fantástico tinto.
-Mmmm... Excelente -Paladeé.
-Le dejo aquí tres botellas, cuando las terminen les traeré más.
-Gracias caballero, un gran servicio.
-Es un placer señor -Dijo mientras se retiraba.
Vacié mi copa y la volví a llenar, serví a mis compañeros. Era el puto amo, el rey, incluso me aventuré a probar el solomillo. Tras la octava botella un compañero y yo empezamos a lanzar gambas hacia las mesas de los directivos, se estima que unas 24,000 personas mueren al día de hambre o de causas relacionadas con el hambre, pero esos infelices estaban muy lejos ahora y en un golpe magistral conseguí acertarle al director general en su reluciente calva con una gamba voladora cargada por el mismísimo diablo.
Terminada la cena nos tambaleamos hacia el gran salón para el baile. Ya se habían roto todas las normas del decoro y la decencia, la gente se caía al suelo y rodaban sobre sí mismos, los hombres se arrancaban las corbatas y se abrían las camisas sudorosos, las mujeres se subían las faldas y abrían sus escotes, eramos cientos de esclavos borrachos y drogados disfrutando de nuestros miserables logros. Las pocas personas grises que se mantenían sobrias miraban el panorama a su alrededor aterrorizados. Un tipo del almacén, con una borrachera descomunal, agarró de la cintura a la responsable de recursos humanos y empezó a zarandearla violentamente al ritmo que su cabeza hervida en vino creía que era el que marcaba la orquesta, la gente se bebía los cubatas de un trago, algunos salían a los enormes jardines con fines malévolos, corría el rumor de que la jefa de calidad se estaba follando a uno de los peones encargados de pegar las cajas de cartón, se supone que estaban encerrados en una pequeña caseta del jardín, el rumor me parecía fiable, estas jodidas arpías triunfadoras cuando se tomaban cuatro copas se volvían locas por el salami de los pobres obreros desgraciados, les daba morbo, por otra parte el peón de las cajas era un enorme y fornido senegalés, saca tus propias conclusiones. Yo por mi parte trataba de escapar de una responsable de marketing que quería violarme, a cada paso que daba para huir de ella me encontraba con alguien que me tendía una copa o me invitaba a ir al baño.
Lo siguiente que recuerdo es despertarme en mitad de un jardín a las once de la mañana, a varios kilómetros de donde se había celebrado la cena, ni el más leve atisbo de qué hacía allí ni por qué. Por suerte no había perdido la cartera, pero sí la corbata y la americana, conservar la cazadora me había librado de una lipotimia mortal. Alguien, seguramente yo, había vomitado sobre mi camisa y mis zapatos. La resaca era brutal, completamente increíble, estaba seguro de estar a las puertas de la muerte. Intentaba vomitar sin éxito metiéndome los dedos en la boca cuando reparé en una señora acompañada de un perrito terrier que me miraban incrédulos a unos metros de distancia, supe que era el momento de salir de aquel jardín y esconderme en alguna parte. Busqué un taxi y le rogué que me llevara a mi casa.
No podía dormir a causa del dolor, por suerte siempre tenía algo de droga en casa y acudí a ella buscando su comprensión, fue entonces cuando me llamó mi madre por teléfono.
-¿Qué tal?
-Bien.
-¿Cuando coges el tren para venir?
-Verás mamá, no se si voy a ir a la cena.
-Pero es navidad.
-Da igual, es sólo una fecha.
-Es uno de los pocos días del año en que podemos estar todos juntos, en familia.
-Pero ya sabes que a mi no me gustan esas cosas.
-Nunca has faltado a la cena de navidad, ¿cómo voy a explicarlo?
-No se, di que tenía que currar o algo.
-¿Qué pasa? ¿Estás haciendo algo muy importante, algo como para no poder venir a ver a tu familia el día de nochebuena y cenar con ellos?
-No, no es eso, es que son tres horas de viaje y no me apetece.
-Por favor, hazlo por mi, por tus hermanas, llevamos trabajando desde ayer para tenerlo todo listo, vendrán amigos y familiares, tu hermana lo ha organizado todo, seremos unos 15, estarán los primos, los niños... ¿No quieres ver a tus sobrinitos? Tu hermana no para de preguntar a qué hora llegas. Y yo... Yo tengo muchas ganas de verte, te echo mucho de menos hijo.
-Bien... Ya... Ya te llamaré cuando sepa a que hora llego.
-Sí, haz un esfuerzo, es lo que tienes que hacer, ya verás que bien... Luego nos vemos. Te quiero.
-Te quiero mamá.
No podía moverme, estaba destrozado física y mentalmente, pero sobre todo estaba triste, muy triste. No tenía nada preparado, no había comprado ningún regalo para nadie, lo había intentado hacía unos días, pero tuve que escapar del centro comercial debido a las nauseas. Esta mierda, todo este rollo no era nada más que una fecha inventada para hacernos gastar más y más y no provocaba más que traumas.
Siempre había odiado las navidades desde que era pequeño, eramos muy pobres en casa y no solía haber dinero para los regalos, yo no entendía nada de la situación, sólo sabía que a mis amigos les traían muchos regalos y a mí no. Recuerdo una vez en la que sólo recibí un pequeño spiderman de goma, era un muñeco feo y tosco, de esos que vendían antes en las pastelerías, no estaba articulado, ni siquiera su estática postura estaba lograda, la pintura no tenía brillo y se desprendía con el tiempo. Bajé al parque con mi spiderman de goma y allí estaban todos esos hijos de puta, traían bicicletas, muñecos articulados con sus vehículos, armas de tamaño real que producían sonidos y luces y siempre la puta pregunta una y otra y otra vez: “¿Y a ti qué te han traído?” “¿Y a ti qué te han traído?” Y yo nunca quería contestar porque me avergonzaba mi miseria.
¡Que se metan su puta navidad por el culo!
Me eché a llorar, sólo, en medio del salón. La resaca, los recuerdos, tenía los nervios destrozados. Tras el llanto vino la ira, me incorporé, di puñetazos a las puertas, giré sobre mí mismo, me estaba volviendo loco, volví a sentarme, traté de calmarme, la cabeza me daba vueltas, quería vomitar, corrí al baño, no salió nada, sólo arcadas, volví al salón y me lié un porro enorme, apagué el móvil y me puse a fumar como loco, en algún momento, no se cuando, me desmayé.
Cuando me desperté todo era confuso, miré por la ventana, había anochecido. Busqué mi móvil para comprobar la hora, estaba apagado, lo encendí. Miré aterrado. Las 10,38 de la noche. Había perdido el tren hacía horas. Empezaron a llegarme llamadas perdidas, alrededor de treinta eran de mi madre, otras tantas de mis hermanas, seguían llegando avisos cuando volví a apagar el móvil presa del terror y la angustia. Medité la situación. La había cagado. Otra vez. “Bien, ¿no querías pasar las navidades solo? Pues ahí lo tienes”
Volví a pensar en acabar con todo este sufrimiento, el mío y el que provocaba en los demás. Me agarré la cabeza intentando colocar todo en su sitio. Reparé en una colilla que reposaba a medias en el cenicero, la encendí.
Cuando fui consciente de la situación fui corriendo a la habitación y abrí el cajón de la mesita, cogí los dos gramos de reserva y me marqué una bien gorda, aspiré y miré al cielo mientras una lágrima se me caía del ojo izquierdo, no se si por la coca o por la desesperación, poco importaba.
Salí a la calle. Frente a mi casa había una tienda de ultramarinos regentada por dos chinos, padre e hija. Estaba abierta, ellos tampoco celebraban la navidad. Saludé al padre que como siempre estaba en la puerta fumando cigarrillos sin parar. Cogí dos botellas de ron, un pack de 12 latas de cerveza, patatas fritas y tres pizzas precocinadas, me dirigí al mostrador. Siempre me atendía la hija, una chinita de unos 13 o 14 años, siempre te atendía ella, daba igual la hora a la que fueses, trabajaba en la tienda en turnos de 15 horas, sin infancia, sin amigos, al calor del horno donde calentaban el pan, a veces te la encontrabas dormitando. Cogió el billete, me dio la vuelta.
-Glasias, felí navidá.
-Sí... Feliz navidad.
Subí a mi casa y di buena cuenta de todo aquello y de las drogas que tenía, celebrando la noche en soledad, a mi sórdida manera. Me asaltaba el recuerdo de mi familia, pero lo ahogaba en cuanto venía a base de ron o lo que tuviese más a mano.
     Cuando avanzó la noche decidí salir a la calle en busca de humanos. La ciudad de Móstoles era un puto aparcamiento gigante, una ciudad dormitorio gris donde nunca había nada interesante que hacer. Me encaminé a uno de mis locales habituales, un garito de música metal ya desaparecido. Me encontré con amigos y conocidos, la puta pregunta no paraba de salir de sus bocas: “¿Y a ti qué te han traído?” “¿Y a ti qué te han traído?” Me di cuenta que hay cosas que nunca cambian. Yo intentaba ahogar la pena haciéndome el simpático, “coca” les contestaba y luego les invitaba a un tirito.
La noche siguió su curso lógico, copas, cigarros, porros, tiros, risas, tropiezos, buscar chochitos, llamar al camello, música, abrazos, chupitos...
Cuando volví a mi casa, ya entrado el día, estaba otra vez solo y las paredes volvían a juntarse peligrosamente, intentando alcanzar mi cuello. Cogí el móvil de la mesa y lo encendí, empezaron a llegar avisos de llamadas perdidas, decenas, de mi madre la mayoría... Saqué la bolsita, quedaba poco ya pero me hice una. Fue entonces cuando me llamó mi madre al teléfono.
-¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡¿Dónde estabas?!
-Verás... Lo siento.
-¿Dónde estabas? ¿Por qué no lo cogías? Pensábamos que te había pasado algo, algo malo.
-Lo siento, tuve un problema, yo... Verás, me dormí...
-¡Dios mío! ¡Dios mío!
-Lo siento...

El tiro de coca estaba puesto encima de la mesa. El y yo nos miramos fijamente mientras oía a mi madre llorar a través del teléfono.




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lunes, 26 de noviembre de 2012

DEUDA PÚBLICA






Con una pena tan grande
como para ocultar el odio al sol
camino.

En el cielo
cientos de pájaros coordinados
danzan en perfecta unidad,
como un ballet,
tan sencillo,
tan sincero,
que he de apartar la mirada.

Nosotros,
reptamos,
nosotros,
la humanidad,
nos deslizamos,
a una muerte evidente.
Todos juntos sin saberlo
hacia el rojo crepúsculo
caminamos.
Un matadero inmenso ante mis ojos,
maquinas deglutidoras de hombres,
ojos vacíos en cascaras roídas,
seres licuados 
perdiendo todo a cada paso,
bolsillos repletos de agujeros,
horarios que despedazan sus articulaciones,
¡Moloch!
¡Moloch!

No puedo soportarlo
y escapo temblando de angustia.
Maldita cobardía que no me permite
ser libre y reír
ante la ceguera y la evidencia,
disfrutar del espectáculo
en mi privilegiado palco.
La hora se acerca.
Quién tenga oídos que oiga.

Ubres como conchas resquebrajadas,
injurias, maldiciones y automutilación,
patetismo que me hace
arrancarme la cara
sentado en el escalón de tu portal,
despreciado,
golpeado,
llorando piedras como puños.

Praderas de huesos porosos.
Meadas de absenta manchando mis pantalones
al amanecer.
Otro yo en mí
violando a la arrogante
de sobacos peludos.
La cohorte cocainómana
temblando ante el cajero.
La lucha sin cuartel de mi sangre
en mi sangre.

He intentado ser sincero
y aún cuando no era consciente
todo ha sido para pagar mi deuda
contraída con Dios.
Sólo intento dar las gracias
de manera odiosa y honesta,
tal como merece el páramo infinito.

Y
para vosotros,
que el miedo os impide
pagar el tributo
y saborear la bendita maldición
de la existencia,
para vosotros
¡panda de Judas!
Cuyas riquezas tienen menos valor
que una montaña de oro
y diamantes,
para vosotros
van mis maldiciones.

Castígalos señor
pues bien saben lo que hacen.

Camino.

Con estas letras
que no cambian ni el color de tus ojos
siquiera.
Un fracaso honesto.
Otro anhelo sacrificado
al gran volcán.
Saboreo
la derrota más dulce de la historia.
Brindando con los poetas de alcantarilla.
Buscando ojos abiertos en la oscuridad.
El bastión,
la esperanza desesperada de la carne
y el alma.

Vosotros.
Reptiles.
Tranquilos como jueces,
en vuestros tronos de sangre y cráneos,
cucarachas que quisieron ser hombres.
Vosotros,
maquinando ocultos en aquelarres nocturnos,
besando el ano del diablo,
frotando vuestras huesudas manos,
alevosos.
Vosotros,
tristes criaturas,
no os merecéis chupar
mi polla,
y aún así
es mi único deseo esta noche.


Chupad

                     pues esta es mi carne.

Leed

                     pues esta es mi sangre.


lunes, 12 de noviembre de 2012

HISTORIA DE UNA IDA Y UNA VUELTA







Había cientos de ratas asesinas por todas partes, salían furiosas de detrás de las paredes, surgían a millares de las alcantarillas, chillando, con los ojos inyectados en sangre. Eran como una riada peluda, una marea negra y apestosa que se extendía por las calles. La gente gritaba histérica presa del pánico, pero nada podían hacer contra su furia. No había sitio alguno al que huir, eran demasiadas. Inevitablemente acorralaban a los incautos y pasaban por encima de ellos como una gran ola y entonces el cuerpo desaparecía debajo de ellas y cuando volvías a verlo sólo quedaba algún jirón de ropa que temblaba agarrado a los huesos ensangrentados. Era el Apocalipsis, la naturaleza no había aguantado más. Podrían haber sido las cucarachas, o las abejas, incluso los canarios, seguramente todos los seres de la naturaleza nos despreciaban, pero habían sido las ratas las que decidieron poner orden. Durante siglos habíamos despreciado a esos bichos acorralándolos y ellos habían crecido a millares ocultos a nuestros ojos, preparando su venganza. Y su momento había llegado. Yo había conseguido librarme por los pelos pero sabía que solo era cuestión de tiempo. Me había encerrado en la azotea del edificio y desde allí observaba el caos en el que se había sumido la ciudad. Las escuchaba arañando la puerta y correteando tras las paredes, podían olerme y se excitaban con el festín que les proporcionaría mi carne. Estaba sentenciado, solo era cuestión de minutos que me alcanzaran, ¿qué podía hacer? No quería morir. Siempre hablando sobre el suicidio y el deseado fin del mundo, pero ahora que había llegado mi hora no quería morir, y menos aún siendo devorado por miles de ratas. Lo lograron. Abrieron un hueco en la puerta y venían hacia mí con sus ojos brillantes. Retrocedí, me encaramé al balcón y me arrojé al vacío. Abajo había más, pero el golpe me mataría y solo podrían alimentarse de carne muerta. Cerré los ojos sintiendo el aire en mi rostro hasta que sentí como mi cráneo chocaba contra el suelo abriéndose como una sandía podrida.


                                                         MAÑANA


Me desperté sobresaltado, empapado en sudor. Me palpé la cabeza para ver si seguía siendo una unidad. Busqué ratas entre las sábanas. Me llevé un susto tremendo al ver un calcetín, negro y sucio, apestoso, en una esquina de la habitación, por un momento pensé que era una de ellas. Cuando me hube aclimatado a la realidad pensé que quizás debería de dejar de fumar porros antes de acostarme, existía la posibilidad de que ellos fueran la causa de estas jodidas pesadillas.
Salí de la cama muy a mi pesar, aún con las pesadillas era el sitio más seguro y confortable del mundo, fuera de allí me esperaba otro día de pesadilla, quizás no con ratas mutantes, pero sí con otros animales, peludos y hediondos e igualmente hostiles, los humanos.
Atravesé el pasillo rumbo a la cocina y me preparé un café, no se oía nada, no había nadie ya en la pensión, todo el mundo madrugaba menos yo. Era ya un poco tarde y tenía que hacer un par de trámites mañaneros que había estado evitando durante demasiados días, debía darme prisa en ponerme en marcha o habría perdido la mañana. Volví a mi habitación con el café humeante, lo posé en la mesa y me fijé en la chusta que había dejado a medias en el cenicero la noche anterior, dudé, tenía cosas que hacer y ya se sabe: “porro mañanero, fumado el día entero”, pero acto seguido pensé: “¿a quién le importa?” y me lo encendí.
Descorrí las cortinas. El día era soleado y acogedor. Frente a mi ventana había un instituto, me bebí el café y apuré la chusta mirando a los jovenzuelos apostados a las puertas del instituto, miraba sobre todo a las niñitas. Cómo había pasado el tiempo... Hace no tanto yo estaba en la misma situación que ellos, si hubiese sabido entonces lo que sé ahora...
Me vestí y salí de allí. En el exterior la gente seguía a lo suyo, todos parecían tener cosas que hacer, parecía que seguían algún tipo de coreografía que se me escapaba, los esquivé hasta llegar al edificio de asuntos sociales. Nunca había estado allí. Era un edificio moderno y brillante que contrastaba con la miseria de la gente que se agolpaba a sus puertas. Allí estábamos lo peor de lo peor, negros, moros, yonkis, gitanos, artistas... Por fin había descendido hasta lo más bajo de la sociedad, ahí estaba mi sitio. Esta gente se desparramaba en las escaleras de la entrada, revisando papeles o simplemente mirando a su alrededor, bebiendo vino, fumando, meditando. Me dejé engullir por el edificio, avancé hasta información, me puse a la cola y esperé. Los yonkis eran los más graciosos, eran como niños pequeños. Había una pareja de ellos al lado mío, no esperaban en la cola, estaban apoyados contra una pared, intentando explicarse el mundo, ella era pequeña y pelirroja, con el pelo como un matojo de hierbas resecas, el era alto y moreno, de envidiable melena, estaban delgadísimos, podía apreciarse incluso bajo el enorme número de capas de ropa que les cubrían, tenían los ojos acuosos y perdidos, sus caras se caían a pedazos. Miraban incrédulos un puñado de folios color amarillo llenos de indescifrables jeroglíficos. Los miraban una y otra vez, por delante y por detrás, buscando respuestas. Entonces la chica del pelo de paja habló a su compañero.
-Pero cari, te lo han dicho, teníamos que haber venido antes.
-No lo entiendo, ¿qué más dará?
-Sí cari, lo pone en la tarjeta.
-¿Dónde?
-Mira, aquí. Lo pone en la tarjeta, hay que hacer lo que pone en la tarjeta.
-¿Qué pone?
-El día 2, se te acababa el plazo el día 2, teníamos que haber venido antes del día 2.
-¡Pero si todavía estamos a 29! Estamos a 29 ¿no?
-Sí cari, pero de hace dos meses, estamos en Septiembre.
-Ah ¿Septiembre ya?
La chica entonces se puso a llorar, algunos se giraron para ver el espectáculo.
-Pero cari, te lo dije, teníamos que haber venido antes ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡¿Qué vamos a hacer ahora?!
-No lo sé.
-¡¿Qué vamos a hacer ahora?!
-Schhh, tranquila cariño, pequeña, tranquila.
-Teníamos que haber venido antes.
Se abrazaron cariñosamente y se fueron, derrotados. Al menos se tenían el uno al otro.
Tuve que esperar un buen rato por culpa de una gitana escandalosa que estaba delante de mí y que caldeó los ánimos de la chica de información, estuvieron gritándose la una a la otra hasta que los de seguridad la echaron de allí a empujones, siguieron gritándose en la distancia hasta que la gitana desapareció. Era mi turno.
-Hola, buenos días, he venido para solicitar la renta garantizada de ciudadanía.
-Bien, tiene que rellenar estos impresos y traerlos para que estudiemos su caso. ¿Conoce los requisitos?
-Creo que sí, pero recuérdemelos.
Me los fue recitando, cumplía todos, pero al llegar al punto de mi residencia habitual la cosa se complicó.
-¿Pero dónde vive usted?
-En una pensión.
-¿Tiene recibos que lo demuestren?
-Bueno, verá, en realidad es una especie de piso compartido, no me dan recibos, no es totalmente legal.
-Pero tiene que demostrar que vive ahí, ¿está empadronado en ese lugar?
-No, estoy empadronado en casa de mi madre.
-Ah, entonces no tiene derecho a la ayuda.
-Pero no vivo con ella, solo estoy empadronado allí porque no me llega el correo a la pensión y ya tuve problemas al respecto con hacienda por eso.
-No es nuestro problema, a efectos legales si usted está empadronado con su madre significa que ella lo mantiene.
-¿Que me mantiene? Mi madre está jubilada, cobra 600 euros y paga 500 de hipoteca, ¿cómo se supone que me mantiene con eso?
-Le repito que ese no es nuestro problema, si usted está empadronado con su madre a efectos legales ella lo mantiene.
-Entonces si me empadrono de nuevo en la pensión todo solucionado ¿no?
-Debe usted estar empadronado allí durante al menos dos años.
-¡Dos años!
-Sí, hasta entonces no tiene derecho a la ayuda.
-Pero es absurdo.
-Así son las cosas. Rellene los impresos y cuando los traiga exponga su caso que será estudiado, pero no creo que tenga usted derecho a nada. ¡Siguiente!
-Gracias maja.
Me largué de allí yo también, derrotado. Mi primera misión del día, que consistía en intentar sacarle algo de dinero al estado para asegurar mi subsistencia, parecía abocada al fracaso. Al salir me encontré con los yonkis sentados en la escalera de fuera, seguían abrazados.
Seguí mi peregrinaje burocrático mañanero, ahora tenía que ir a otro edificio. Revisé mientras andaba los impresos que me habían dado, hojas de diversos colores, llenas de amenazantes espacios que había que rellenar, redactadas por psicópatas. Se suponía que estos impresos debían ser rellenados por perdedores, por desechos sociales al borde de la locura que buscaban una frágil balsa a la que aferrarse, temblorosos, en medio de la tempestad, gente como la pareja de yonkis, los vagabundos dementes que se apostaban en las escaleras abrazados a un brick de tinto o extranjeros perdidos, sabiendo eso ¿no podrían redactarlos de tal forma que se simplificara su explicación en lugar de oscurecerla? ¿Sería un retorcido método de criba para probar la determinación del solicitante? He leído a Kant y a Heidegger pero me costaba descifrar algunos párrafos de las instrucciones. Suspiré y continué mi camino aquella soleada mañana.
Pasé por la calle comercial. Estábamos en crisis, pero de las tiendas de ropa no dejaban de salir chicas y mujeres cargadas de bolsas, al salir se encontraban con los mendigos, que cada vez eran más, y no les daban ni una mirada compasiva, ni una de desprecio, no hablemos ya de dinero, la mierda que cargaban en sus bolsas las bastaba para vestir su indiferencia, su ceguera, su inevitable condena. Era triste y fascinante verlo tan claramente, ver su estado de indiferencia ante su propia descomposición. Yo intentaba echarles alguna moneda cuando podía, a los vagabundos, pero cada vez podía menos, ahora los miraba como quien mira hacia un futurista espejo, no me costaba verme sentado al sol con la mano extendida, no me costaba nada imaginarlo.
Llegué a otro edificio oficial cuya mera visión ya daba pereza, además este era menos brillante que el anterior, sin el colorido de los locos despojos sociales su frialdad era absoluta, era un monumento al absurdo tallado en un bloque de metal oxidado. Para entrar en esta fortaleza tuve que despojarme de todos mis objetos metálicos ante la perezosa mirada de una vigilante de seguridad, luego me metí en un ascensor y apreté un botón que decía “3”. Ascendí, salí de ahí y me dirigí a una ventanilla desde la cual unos fríos ojos me miraron encerrados en unas feas gafas.
-¿Qué desea?
-He venido a entregar esto -dije enarbolando una hoja.
-Déjeme ver... Pero... ¿Esto para qué es?
-Para denunciar un impago.
-¿Un impago de una empresa?
-Sí.
-Vamos a ver, por lo que veo usted reclama una cantidad no percibida por un trabajo.
-Sí, verá, estuve trabajando en...
-Esto no le va a servir.
-¿Cómo dice?
-Que esto no le va a servir, este impreso es para mandar una inspección de trabajo a la empresa en cuestión.
-Pero en la primera planta les conté mi caso, me dieron esta hoja y me dijeron que la entregase aquí debidamente cumplimentada.
-Hombre, puede presentarla si quiere, pero no va a servir de nada, usted lo que tiene que hacer es pedir una conciliación.
-¿Y eso cómo se hace?
-Vaya a la segunda planta, ventanilla B, pida un impreso y rellénelo.
-¿Entonces este no me sirve para nada?
-No. Vaya a la segunda planta y pida un impreso para una conciliación.
El tipo se giró y me olvidó para siempre. Me monté en el ascensor y apreté el botón que decía “2”. Una vez allí me dirigí a la ventanilla B desde la que el tipo H me miró con cara de ?
-¿Qué desea?
Mujeres, dinero, paz de espíritu... Pensé, no obstante dije:
-Quería un impreso para una conciliación.
-¿Un impago verdad?
-Sí.
-Vaya panorama.
-¿Cómo dice?
-Están viniendo muchos últimamente, por lo visto nadie paga.
-Pues qué bien.
-Tenga, rellene esto y preséntelo en la cuarta planta.
Miré la hoja, era prácticamente igual que la que ya había rellenado previamente, la que no me sirvió de nada, las diferencias entre ambas eran casi imperceptibles, el encabezado, la tipografía y la disposición de un par de huecos a rellenar, por lo demás eran idénticas. Me senté en una mesa, cogí un bolígrafo y vertí a mano los datos de una hoja a la otra. Entré en el ascensor y apreté el botón que decía “4”. Volví a precipitarme sobre otra ventanilla, esta vez al otro lado había una mujer, fea, marchita.
-¿Qué desea?
-Me han dicho en la planta dos que entregue esto aquí.
-Por triplicado.
-¿Cómo dice?
-Tiene que entregarlo por triplicado.
-¿No podría usted hacerme unas fotocopias?
-Aquí no estamos para eso.
-Está bien, ahora vuelvo.
-Dese prisa, cerramos a en punto.
Salí corriendo de allí, tenía diez minutos para hacer las fotocopias y volver. Salí del edificio y corrí por las calles, jadeando, hasta llegar a la tienda de fotocopias. Estaba cerrada. Me encendí un cigarro y me encaminé a mi casa vencido por la burocracia.
Estaba rabioso. Todos estos trámites eran inútiles para la consecución de mis fines. Lo que me había llevado hasta ese último edificio infernal era un trabajo que me salió montando el escenario en el que actuaría Julio Iglesias, el cantante hispanohablante con más éxito comercial de todos los tiempos, más de 300 millones de álbumes vendidos, 2.600 discos de oro y platino certificados. Curré como una mula montándole el chiringuito durante cuatro días, el último de ellos, el día de la actuación, trabajé durante veinte horas seguidas, cargando y descargando camiones, colocando equipo, al final de la jornada sufría de múltiples alucinaciones ópticas y auditivas que me asaltaban desde todos los flancos, gente que no estaba allí me susurraba al oído. El tipo que me contrató, a mí y a otros treinta perdedores, nos llevaba dando largas desde hacía semanas hasta que en un momento dado desapareció sin dejar rastro. Ninguno cobramos. Una vez más se habían reído de los perdedores. Menuda cuadrilla estábamos hecha, jovenzuelos que solo podían trabajar de pascuas a ramos en mierdas como ésta, un par de expresidiarios, un rumano... Ninguno cobramos, ni cobraremos, los que tengan la paciencia de meterse en recursos y peregrinajes jurídicos interminables puede que vean la pasta, sus putos cuatro duros raquíticos, su mínimo sueldo posible, dentro de tres, cuatro o cinco años. Recuerdo ese día. Recuerdo al bueno de Julio. Llegó una hora antes de la actuación, su mercedes se introdujo por la parte trasera del estadio y aparcó en los camerinos, bajó del coche escudado por dos top models y nos dedicó su famosa sonrisa y un leve gesto con la mano antes de desaparecer por la puerta de los camerinos. Seguramente él y su cohorte habían cobrado una suma insultante con anterioridad, ahora para los curreles no quedaban ni las sobras del cátering. Días de angustia y de mirar los movimientos de mi raquítica cuenta bancaria, rumores, llamadas, y el desenlace más triste a la velada, el silencio, la huida, imaginar la sonrisa del ladrón, sentirte como un puto estúpido. El dinero ya no importaba, únicamente conseguiría poner paz en mi alma inflando a hostias al tipo que me contrató. Es triste, “no es el camino” dicen por ahí “la venganza y la ira no llevan a nada” dicen. Pero ¿qué hacer? ¿cómo remendar esta sensación de burla sin consecuencias? Todos estos papeles no servían de nada, miles más se acumulaban en los escritorios de funcionarios hastiados. Los de abajo siempre tendríamos las de perder. Los reptiles estaban blindados. Conocía varios casos, un colega tenor al que un ayuntamiento de Madrid le debía su actuación desde hacía meses. Una empresa de estructuras metálicas a la que el ayuntamiento de León debía miles de euros desde hacía años. Multitud de conocidos que trabajaban sin cobrar desde hacía meses para, al final, encontrarse con un patrón que se declaraba insolvente y huía con el botín a un país más cálido. Todo eso estaba a la orden del día mientras nuestro ridículo presidente blindaba los bancos y amnistiaba a los corruptos entre cortinas de humo. Una justicia leeeeeeeenta e inútil. Un panorama desolador, surrealista, en el que los ladrones llevaban corbata y tenían total impunidad para reírse de una masa asustada e idiotizada despojada por completo de su dignidad. La jugada maestra de los poderosos seguía su curso imparable entre risas de un bando y llantos del otro. Y la gente que permanecía al margen de la situación continuaba dormida, en su burbuja de excusas, sin admitir la inviabilidad del sistema. Típico del ser humano, el no ser consciente del fuego hasta que te quema los pies. El cuestionamiento de nuestro sistema de valores solo llegaba cuando te salpicaba la mierda, ahora la gente se echaba a la calle y se hacía preguntas, era triste que no se las hubiese hecho en las épocas de bonanza, pero es lo que pasa, nunca se ve más allá de nuestras narices. Egoísmo. Egoísmo infinito, intrínseco al ser humano, tan fácilmente alimentado por las quimeras capitalistas. La crisis económica europea que tantos ojos ha abierto no deja de ser una broma comparada con la que ha sufrido Sudamérica con anterioridad, por no hablar de África, nada ha cambiado en la historia de la humanidad, coge lo que puedas y corre, corre, y pisa a quién sea necesario, esas son las directrices grabadas a fuego en una especie capaz de destruirlo todo y luego a sí mismo y que luego pone cara de incredulidad ante el espectáculo de su obra. Ya no hay salida, no hay vuelta atrás, el fin de todo nos espera y caminamos hacia el con paso firme. Somos una especie que se lo ha currado muy mal, ante la inmensidad del cosmos y la certeza de la muerte uno no puede por más que preguntarse cómo las aspiraciones del ser humano medio no pasan de levantarse por la mañana y dirigirse a algún trabajo estúpido que le proporcione la dudosa posibilidad de comprarse alguna gilipollez inútil. Entidades ajenas a todo mientras su culo repose en lugar mullido.
Recuerdo cuando tenía un trabajo fijo bien remunerado, cómo me gastaba la pasta en objetos absurdos... El único dinero que empleé bien fue el destinado a desfasar con los colegas, por suerte lo hice con asiduidad. ¿Cómo es posible que haya personas que trabajen en turnos de 12 horas habiendo una tasa de paro del 25%? ¿No sería mejor que tres personas currasen 4 horas y se repartieran la pasta? Claro, en tal caso el poder adquisitivo de esas personas sería menor y les imposibilitaría el tener acceso al último gadget tecnológico y cuando se ha lavado el cerebro de la gente a base de publicidad y luces de colores esa posibilidad es inviable, porque el cáncer está muy extendido y ya solo se ve el último objeto brillante que nos dará la felicidad, aquel que manufacturan esclavos en países a miles de kilómetros de nuestros culos cuya lejanía les confiere un aura irreal, intangible, hablar de China es como hablar del país de Oz, algo lejano que quizás no exista, pero existe, y allí hay un chaval currando por 70 céntimos ahora mismo para que tú tengas tu puto iPod.
Necesito más. Quiero más.
¿Cómo podemos reproducirnos sin medida minando los recursos de nuestro planeta sin siquiera haber averiguado la manera de salir por patas cuando no haya vuelta atrás? Bah, no importa, yo no lo veré... Pero llegará un día en que serás testigo amigo, ese día quizás esté cerca. Es fácil decir que nos han engañado, que tenebrosas manos manejan los hilos, cuando en realidad cosechamos lo que sembramos. La historia de la humanidad siempre se ha escrito con sangre, sangre derramada hacia las cloacas. Estamos corriendo ciegos hacia muros de hormigón, nada ha servido, nada se ha hecho correctamente, cagada tras cagada en un viaje alucinado y alucinógeno hacia la destrucción total. Dame la mano, iremos juntos y por fin podremos derramar unas lágrimas totalmente sinceras, por primera vez en nuestras tristes vidas.

                                                         TARDE


Con la risa de los ladrones martilleando mi cerebro, presionándolo hasta el extremo, volví a la pensión, intentando mirar al suelo durante todo el camino, agotado, hastiado de miradas vacías y elucubraciones tormentosas. Para mí es importante matizar que todo esto no son lloriqueos, no voy de víctima de la crisis, ni de víctima de nada, no quiero que nadie se compadezca de mí. Dada la situación y mi devenir por la vida puedo afirmar que en estos momentos me siento hasta cierto punto privilegiado y realizado, encontré una rendija por la que ver y escapar ¡He visto la luz! Soy yo el que se compadece del mundo, mi dolor siempre está provocado por terceros, por poder ver y sentir lo que mis iguales están haciendo consigo mismos y con los demás, en ambos bandos, de una forma o de otra. Toda esta estupidez, avaricia y egoísmo me pesan como una terrible mochila, pero es una mochila con las cargas de otros, sus putas piedras lapidarias. No siento pena ni dolor por mí mismo, quizás pereza, me da pereza existir, existir aquí y ahora, eso es todo. Es mirar a mi alrededor lo que me angustia y aflige, ver tan claramente reflejada la tristeza y la derrota en los débiles, sentir la indiferencia y el egoísmo de los fuertes. Hay que acabar con este sistema desde los cimientos. Pocos, muy pocos, merecen ser salvados (quizás ninguno), ninguna reforma parcial es válida, se necesita una revolución total, tanto del sistema como de las mentes, la enfermedad está demasiado extendida, hay que amputar. Tabula rasa.
Entré en mi habitación y me dispuse a alimentarme, guardaba la comida en el armario, miré el menú y opté por una lata de fabada. Salí de la habitación, atravesé el oscuro pasillo y llegué a la cocina. Vacié la lata en un plato y le dí una pequeña dosis de radiación no ionizante a una frecuencia de 2,45 gigahercios (Ghz) para hacerla más apetecible. Volví por el pasillo rumbo a mi habitación. Escuché una tos moribunda que salía de una de las habitaciones y no pude evitar pegar la oreja a la puerta, escuché de nuevo la tos y percibí el olor nauseabundo del interior. Me retiré a mi cuarto. Puse el plato humeante sobre la mesa, encendí la radio y me senté. Nunca había nadie en la pensión a esas horas, pero la tos moribunda me había indicado la presencia de otro ser humano tras una de las puertas, una persona que, como yo, como todos, se debatía en soledad en una lucha perdida contra la vida. Pensaba en el pobre Blas.
En mi pensión casi todos los habitantes eran hombres jubilados solitarios, era el ambiente más agradable al que un misántropo podía aspirar ya que nunca estaban en casa. Salían pronto, al alba, rumbo a alguna cafetería y no les volvías a ver el pelo hasta entrada la noche, cuando regresaban del bar o de las salas de juego. Eran personas afrontando el final de una vida de penurias. Vivir allí, entre ellos, me había enseñado grandes cosas acerca de la vida. Esta gente, los pobres viejos, habían sido completamente abandonados por todos y finalmente se habían rendido llegando incluso a abandonarse a sí mismos, alcanzando con ello, quizás, la santidad. Era la última estación. Por alguna extraña razón les gustaba acumular cosas, a veces alguno estaba en el baño y se dejaba la puerta abierta de su habitación y si, casualmente, pasabas por allí podías asomarte a su interior, a su mundo, a su psique. Allí el hedor era insoportable, un aire espeso y viciado, similar al que surge al abrir un cubo de basura, te abofeteaba el rostro. Tras este bofetón inicial echabas una tímida mirada al interior de sus habitaciones y veías miles y miles de cosas tiradas por todas partes, un caos absoluto y sórdido, montañas de revistas y ropa que llegaban a tocar el techo, y estoy hablando de un edificio antiguo, de techos altos. Papeles, cartones, envases, colillas, botellas, figuras, emblemas, libros, basura y más basura, una vez llegué a ver en una de las habitaciones una cabeza de ciervo disecada. Si mirabas al suelo veías una especie de alfombra oscura, era la mugre que se había fundido al suelo, mierda traída pegada a la suela del zapato durante años que se había depositado allí, acumulado y fermentado, para dar lugar a una especie de moqueta. En estas habitaciones nunca entraba la luz del sol, y si entraba era absorbida y anulada como por arte de un agujero negro. De repente oías el ruido de la cadena del váter y debías dejar de husmear y perderte por el pasillo rumbo a tu morada, donde pensabas sobre ello. Supongo que la reacción más previsible en un primer momento era la incredulidad “¿cómo puede una persona vivir así?” Pero no había más que entender el contexto. Eran personas solitarias al borde de la muerte y todo había fallado, todos les habían abandonado. Envejecer es así, es ir perdiendo todo, como un árbol en otoño. Ya no interesas a nadie, a tu familia le importas una mierda y solo ansían el día de tu muerte elucubrando sobre tus posibles posesiones y la parte proporcional que les corresponderá tras tu muerte, las risas se han ido junto a los dientes, los achaques afectan a todas las zonas, la demencia senil que hace que no recuerdes si vas o vienes o qué desayunaste (si es que desayunaste) o qué cojones está pasando, el sabor de una mujer es ya como el sabor de la juventud, un recuerdo lejano que no volverá jamás. Schopenhauer alababa la vejez como la mejor etapa de la vida, por la tranquilidad que proporciona la falta de pasiones, quizás sea así, nunca he visto a ninguno de estos jubiletas quejarse por nada, nunca he escuchado discusiones ni risas ni llantos saliendo de sus puertas, son gente de rutinas sencillas, levantarse y disfrutar de su pensión dilapidándola en cafés, vinos, o en las tragaperras, la charla en el bar, la partida... Quizás alguno continúe viendo a alguno de sus familiares, algún nieto al que dará algo de pasta a cambio de una sonrisa. Todo se ha marchado, ya no hay objetivos, simplemente esperas la muerte, inevitable y tan cercana que casi puedes oírla y soñar con el calor de su abrazo.
Las habitaciones de estos hombres podrían resumir la vida de la mayoría de la gente, una constante acumulación de basura inútil que a nadie le interesa, hasta el momento en que te mimetizas con ese entorno y pasas a ser un desecho más. Eso es la vida y ese es el futuro que nos aguarda a todos, variará la escala de grises, pero puede resumirse a eso. Y supongo que no es malo, es la ley del cosmos, el problema viene cuando te ves ahí y te das cuenta, echando la vista atrás, que todo ha sido una pérdida de tiempo, que no has disfrutado de aquello que se te ofreció. El tiempo, tan escaso y etéreo que sólo lo percibes cuando lo has perdido. Mierda, esas cosas nunca se piensan, estamos aquí, siempre hay alguien que nos ríe los chistes, somos jóvenes, y aún no siéndolo creemos que nos queda un gran camino por delante, se dejan las cosas para mañana, se pierde el tiempo en estupideces, pero nuestro futuro ya está marcado, es una habitación oscura llena de mierda hasta el techo.
Blas vivía en la habitación número 3. No era el que tenía mayor síndrome de Diógenes, las veces que pude asomarme a su habitación tenía más bien pocas cosas, el hedor era insoportable, eso sí, esta gente espera la muerte, cosas como lavar las sábanas pertenecen ya a otra dimensión. Tenía un problema de incontinencia, el pobre Blas, la mayoría de las veces no llegaba al retrete y dejaba un intermitente reguero de orín por el pasillo, era una de las razones por las que no convenía caminar descalzo por el pasillo de la pensión.
Nadie sabe cuantos días llevaba muerto cuando lo encontraron, allí dentro, solo. Ese fue el final de su historia. Hoy su habitación la ocupa otro jubilado, un tipo tuerto y ludópata que se pasa la mayor parte de tiempo sedado por la enorme cantidad de pastillas que ingiere para la esquizofrenia, hace días que no le veo, por cierto.
Muchas veces, al pasar por alguna de esas puertas, cuando me llega el olor, pienso si en su interior se encontrará otro cadáver solitario abandonado a la putrefacción. Y me pregunto cuándo será mi turno. Estos viejos, descomponiéndose en sus habitaciones, son el producto de toda esta sociedad de mentiras, lo han dado todo, han sido exprimidos, para al final acabar así, sin nadie que les eche de menos excepto la casera a fin de mes. Esto no es la excepción, es la regla, el sustrato del mundo lo conforman los cadáveres de los malditos, esas pobres víctimas solitarias, y si tengo alguna misión como narrador es contar su historia, esa es la razón de que me decante por escribir sobre la sordidez y los personajes solitarios y creo que ha de ser la misión de todo narrador honesto.
Blas, colega, seguro que estás en un lugar mejor así que no voy a apenarme por ti, y me alegro mucho de no tener que volver a fregar tus meados viejo de mierda. Descansa en paz.

La fabada estaba deliciosa, pero me provocó gases, me tiré un par de pedos apestosos mientras me masturbaba. Cuando conseguí correrme me limpié, me lié un peta y me arrojé de nuevo al mundo con energías renovadas. Ya no miraba al suelo ¿Por qué evitar las miradas? Cada uno es responsable de sus actos y el despertar acabaría llegando para todos con alguno de los posibles finales.
Me introduje en un supermercado, esquivé rápidamente los estantes llenos de utensilios inútiles, esquivé a los enfermos terminales que pululaban por allí y llegué a la estantería de los productos razonables, pillé un pack de seis latas de cerveza tostada, hice la transacción lo más rápido posible y me largué de allí rumbo a casa de mi colega Emilio. Abrimos unas latas y nos liamos unos porros mientras en la tele mirábamos incrédulos los incidentes que el día anterior se habían producido en el centro de Madrid con motivo de la concentración del 25-S, una concentración que respondía al lema “ocupa el congreso” y que reflejaba el creciente malestar de la sociedad con sus gobernantes y sus métodos. Era una chispa de esperanza para el cambio social, pero los perros guardianes de los poderosos sabían bien lo que debían hacer y pronto desenfundaron las porras para dispersar a la masa descontenta. Ahora el debate se abría sobre si había sido correcta la actuación policial, y con ello se tapaba el verdadero tema de debate que es “qué hacía toda esa gente allí”. Se tachaba de ilícito el movimiento ya que no se podía intentar derrocar a un gobierno elegido en democracia, algunos incluso lo llamaban golpe de Estado. Bien, derrocar a un gobierno que ha ascendido hasta ese puesto a base de mentiras es totalmente lícito. Si compras una televisión de última generación, con HD, 3D y todas las estúpidas mierdas que se supone que traen, y al sacarla de su caja resulta que te han vendido una tele en blanco y negro que se sintoniza con una ruedecita y con un culo del tamaño de un camión, es lícito que la devuelvas y recuperes tu dinero. Por esa regla de tres un gobierno que pide el voto prometiendo una serie de cosas y luego se dedica a hacer todo lo contrario solo se merece una patada en el culo que lo envíe a pudrirse al octavo círculo del infierno de Dante. Y esto es así, no hay tu tía. El problema es la manga ancha de la gente, su permisividad y su estoicismo. Se les ha dejado tener demasiado poder sobre nuestras vidas y sociedades, se les ha dejado cortar y repartir, concentrarse en silencio y hermandad para mostrar el descontento no es suficiente, la gente está muriendo, se están volviendo locos, se suicidan, hay víctimas. El egoísmo es el que ha dado a luz toda esta situación, nuevamente el egoísmo, el querer tener, el querer tener cosas y más cosas y más cosas, eso ha hecho que las desigualdades se hayan hecho cada vez más evidentes, porque una balanza no asciende si la otra no cae. Antes, inmersos en la mentira de la bonanza, estábamos ciegos y despreocupados porque parte de nuestro egoísmo y afán de posesión estaban cubiertos. Recuerdo cuando cobraba mi amplio sueldo y corría al Media Markt a comprarme gilipolleces, gilipolleces que aliviasen el terrible trauma que me había supuesto conseguir un sueldo “digno”. Otros cientos y yo nos arremolinábamos allí, bajo un enorme cartel que ponía “yo no soy tonto” y comprábamos y comprábamos como si se fuese a acabar el mundo. Ahora todo ha petado y nosotros, tontos del culo, solo tenemos lo que nos merecemos. Los poderosos son como nosotros, humanos, y por tanto solo quieren tener más y más, y, mientras que ahora estamos en lo más bajo de la balanza, ellos siguen ascendiendo y su ceguera hace que nuestra vida o muerte se la sude ya que su situación no ha hecho más que mejorar, por tanto no hay crisis, todo va bien, todo sigue su curso. Ahora la parte baja de la balanza ha visto el sufrimiento de cerca, lo viven ellos o sus familiares, o sus amigos, ahora ven la injusticia y quieren cambiar el modelo, hacer un mundo más sostenible y justo, y está bien, lo malo es que ahora el enemigo es más poderoso que nunca. Por tanto el fallo general del movimiento indignado se puede resumir en un gesto, en un símbolo, las manos blancas. Las manos blancas no sirven para intimidar al enemigo, para hacerlo hay que mostrarle unas manos ensangrentadas que sujeten la cabeza cercenada de sus compinches, de otra forma lo único que se logra es que el enemigo siga brindando con la sangre de tus hermanos. “La violencia no es la solución” dirán algunos, pero no es violencia gratuita, es defensa propia, la violencia ya se ha usado con nosotros, la tortura no está prohibida, se nos aplica a diario, en interminables turnos de trabajo por cuatro duros para que, al llegar agotado a casa, encima te enteres que te han recortado mil derechos y han dado una inyección de capital a la banca mientras abres, aterrado, la factura de la luz.
Es normal huir de la violencia, pero los partos son dolorosos y esto es una guerra, como bien dice el artista Velpister en su poema Declaración:


                     Es una guerra

                     Lo es

                     Por mucho que
                     nos engañen

                     Por mucho que
                     censuren

                    Lo es

                   Una guerra
                   incruenta

                   Y ya tiene de todo
                   esta guerra

                   Tiene tiranos
                   Tiene soldados
                   Tiene perros
                   Tiene propaganda
                   Tiene sangre
                   Tiene daños colaterales
                   Tiene ruina

                   Y muerte

                   A esta guerra
                   ya sólo le falta
                   una cosa:
                  Que los enemigos
                  Los rebeldes

                  Nosotros

                 Pasemos
                de una vez por todas

               A la ofensiva






Llegaron unos cuantos colegas más, se abrieron birras y liaron porros, hablamos de varias cosas, de la situación del mundo y nuestro lugar en él. A veces, al dar un trago y pasar la vista sobre mis colegas, me asaltaba la lástima al ver a toda una generación perdida. Ninguno de mis colegas curraba, muchos de ellos no lo habían hecho jamás, no podían acceder a nada, ni planear nada más allá de reunirse para beber en algún oscuro rincón. Eso no es del todo malo ya que el trabajo, tal como se entiende actualmente, no puede ser por más que calificado como “El mal”. Sé de lo que hablo, no soy un hijo de papá, no soy un burgués que teoriza desde el sillón sobre el fin del capitalismo. He estado en las barricadas, más de una década desperdiciada en curros de mierda. He hecho de todo: peón de la construcción, albañil, peón de fábrica, dependiente, jardinero, enterrador, reponedor, técnico de control de calidad, segurata... Horas, horas y más horas robadas, desperdiciadas. La felicidad está en la libertad, y la libertad en la independencia, y es difícil equilibrar esto ya que la sociedad actual sólo te proporciona independencia tras trabajar, que es un acto que por definición roba tu libertad. La solución está en hacer que el golpe sea lo menos doloroso posible. ¿Cómo puede una persona ser feliz, sentirse libre y realizada si tiene que estar 12 horas en una cadena de montaje despiezando pollos? Eso solo crea psicópatas y suicidas. Nadie debería trabajar más de 5 ó 6 horas al día, ni una larga temporada realizando la misma actividad, de la misma forma no debería recibir exagerados sueldos por ello. El egoísmo, el afán de posesión, no conoce límites. Si tienes una casa querrás también una casa en la playa, ¿la necesitas? Pero es la sociedad capitalista, con su mejor arma, la publicidad, la que nos lava el cerebro y alimenta nuestras ansias de posesión, transformando a las personas en seres consumistas de ansias inagotables. Yo me he dado cuenta ahora de que no es necesario tener tanto, soy mucho más feliz ahora, con mis cuatro duros, pero con todo mi tiempo disponible para dormir, o leer, o emborracharme con los colegas, que cuando cobraba 1300 euros al mes metido todo el día en una fábrica de tubos y gastándome la pasta en mierda, una vez salía de allí, para aliviar mi vacío existencial. Había allí, en la fábrica, gente que echaba horas extra, tras turnos agotadores, sólo para tener más pasta y poderse comprar más mierda, estábamos atrapados en una demente espiral descendente que no llevaba a ninguna parte, como bien ha demostrado el tiempo, que nos ha dejado sin ninguna de esas absurdas posesiones, y a los más atrapados, endeudados de por vida. El trabajo es el mal. Bukowski lo ve de manera impecable en toda su obra, y concretamente en uno de sus mejores poemas:

              esta noche no he podido ir a trabajar
              porque no podía
              dejar de vivir



Trabajando un número razonable de horas, que no te hagan mirar el reloj deseando la muerte, y recibiendo un número razonable de pasta, que no te haga caer en el pozo de la avaricia, crearíamos una sociedad de seres más realizados, y no el apestoso engendro que somos ahora mismo, una sociedad más justa e igualitaria, y no la puta montaña rusa de desequilibrios en la que nos zambullimos cada día. Pero siempre el egoísmo, siempre hay alguien que desea más por menos y lo contagia por donde pasa. ¿Cuándo aprenderá la gente que lo único verdaderamente necesario es follar con regularidad, pillarte un pedo de vez en cuando con los colegas y, sobre todo, ser dueño de tu maldito tiempo? El egoísmo, ese cabrón hace que todo esto no sean más que utopías ya que siempre habrá quien desee dominar a los demás y joderlos, y exprimirlos, y sentirse superior. De esa forma tenemos a las personas desesperadas por encontrar un mísero trabajo, recorriendo las calles arriba y abajo en busca de uno, sin éxito, y si, por la gracia divina, encuentran uno, esta situación de desesperación y desamparo social hará que sea un trabajo en el que les metan una enorme polla por el culo, y deberán sonreír y aparentar disfrutar de cada embestida, y se correrán en su culo ensangrentado y a cambio les darán un mísero sueldo que no les llegará ni para pagarse los puntos.
¿Tendrá redención el ser humano? ¿Podrá salvarse?
Tras unas horas de agradable compañía alrededor de la cerveza y el humo me despedí de los compañeros que quedaban en pie y me encaminé de vuelta a la pensión cuando la noche se espesaba.


                                                          NOCHE

Algunas cosas se ven más claramente al amparo de la oscuridad.

El camino de vuelta a la habitación fue triste. Podías ser consciente de la miseria actual al pasear por las calles y ver todos los cajeros con algún indigente en su interior intentando conciliar el sueño. Era una postal extraña. Las sucursales de aquel gran monstruo que les había quitado todo les servían ahora de hogar ante el frío y la desolación nocturnas. Muchas de esas personas no tenían el aspecto arquetípico de un indigente, eran personas como tú y como yo, algunos solos, otros con su pareja o algún compañero, algunos con mascotas. Y los ladrones seguían riendo y brindando. Sus risas acabarían si este ejercito de malditos despertara, pero no terminaban de despertar, se resignaban a su suerte.
Llegué al portal pero fui incapaz de entrar, quería que el frescor de la noche me purgara un poco más así que di un paseo nocturno. Llevaba puesta la música a toda hostia, sonaban Meshuggah, toda esa violencia sonora empezó a tejer imágenes en mi mente, imágenes de dolor y sufrimiento, imágenes desesperadas y extrañas. Comencé a visualizar a los seres humanos como cucarachas de ojos brillantes, rodeados de mierda, apareándose en los rincones, emitiendo extraños gemidos. Seres horribles y deformes que ingerían todo a su paso. Seres famélicos que reptaban por las paredes y comían otros insectos. Seres gordos como ballenas con extraños cables y conexiones enraizados en sus cerebros, babeantes, cagándose encima. Una noche eterna, maldita, de furiosos relámpagos. Huracanes y lluvia ácida. Padres devorando a sus hijos, violando a recién nacidos. Ancianas esqueléticas maquilladas como payasos y llenas de joyas cabalgando sobre musculosos afroamericanos. Engendros de dos cabezas sobre púlpitos aleccionando a huestes de seres sin ojos, boca ni oídos. Señoras ciegas y aterrorizadas andando a cuatro patas y alimentándose de restos humanos como carroñeros. Vi el futuro y supe que la humanidad no merecía salvarse, no de este modo.

Al entrar en la pensión vi luz en una de las habitaciones, al final del pasillo, me pareció extraño pero supuse que uno de los jubilados se había dormido con la luz encendida y no le di mayor importancia. Saqué la llave y me metí en mi cuarto, me tumbé en la cama y escribí un par de poemas, luego tomé apuntes para un futuro relato. Los poemas y el relato trataban sobre mí mismo y empecé a cuestionármelo, ¿de veras a alguien le interesaban mis mierdas? ¿Tenían valor literario? ¿Me estaré exponiendo demasiado, poniendo mis miserias en bandeja de plata para el disfrute de desconocidos? A veces estoy harto de pasearme tan en pelotas por las praderas de la literatura, me gustaría escribir sobre elfos y duendes y no volverme loco mientras tecleo embadurnado en nicotina a las 4,52 de la mañana. Pero era un acto inevitable, un acto de rebeldía, mi manera de gritar desde el silencio de la palabra impresa. “Escribirlo es soportarlo” escribí una vez, borracho y loco, en una servilleta arrugada. Este momento es mío y lo hago con total honestidad, ¿pueden acaso todos decir lo mismo? Es una lucha solitaria contra mi propio vacío y quizás pueda enseñar algo a alguien. Por otra parte cumplo una labor de archivo y reflejo social, leyendo esto los habitantes de otros mundos que se paseen por las ruinas podrán hacerse la idea de por qué sobrevino el desastre. Ese pensamiento me relajó al respecto de las dudas sobre la creación literaria. Me relajé y me puse a mirar al techo mientras fumaba. Entonces oí una puerta que se abría y unos pasos por el pasillo, quién los realizaba llevaba zapatos de tacón, aquello sí que era una novedad. Tras los zapatos de tacón sonaban otro tipo de pisadas, menos vivaces, ambas se pararon cerca de mi puerta, afiné el oído.
-¡Te he dicho que por follar son 30 euros!
-Schh, calla por favor, es tarde, aquí vive gente.
-Pero te lo he dicho antes de venir, lo sabías.
-Vale, vale, tranquila, ven a la habitación, por favor, aquí vive gente.
-Encima eres un cerdo, ¿no tenéis duchas aquí?
-Schh, por favor, ven a la habitación.
-Por follar son 30 euros.
-De acuerdo, de acuerdo, tranquila.
-¡Joder qué asco!
Tras un breve silencio los pasos se alejaron nuevamente por el pasillo y escuché una puerta cerrarse. Por lo visto uno de los viejos todavía se negaba a morir, al menos esta noche, bien por él.
Me tiré un sonoro pedo para reafirmar mi existencia, en ese momento una buena ración de metano era todo lo que podía aportar al cosmos. La fabada había hecho su trabajo, me tiré otro y dejé que me arropara. Sólo esperaba no soñar otra vez con las putas ratas.


viernes, 2 de noviembre de 2012

SALIR DE NOCHE (3 POEMAS)






TIMADORES Y TIMADOS



“¡Me han matado!”
decía
“¡Me han matado!”

Le habían metido
15 cm
de acero.
Las manos
ensangrentadas.

“¡Ayuda!”
decía.

Pero nadie le ayudó
cuando se desplomó
en medio
de la zona
de copas.
Pánico,
supongo.

“¡Me han matado!”
decía.

Y tenía razón,
a los pocos minutos
estaba
criando malvas.

24 años
comida de gusanos
pasaba coca
una vida breve
de trapicheos.

Otra noche,
cerca de allí,
yo estaba borracho,
muy borracho,
y me dio por pillar
coca.
Encontré a un gitano
parlanchín
que me dio
medio pollo
a 25.
Me timó,
no se qué me dio
pero desde luego
no era
coca.

Un truhan
un pillín
un timador
viviendo al día, despreocupado
ajeno al hecho
de que seguramente
no soy el único
con ganas
de matarlo.

Y así

por los siglos

de los siglos

amén.







ILUMINACIÓN



Era un día de fiesta
y estaba en una fiesta
rodeado
de gente.

Había razones
para la diversión
la despreocupación
la alegría
y las risas.
Razones
como el alcohol
o
sin ir más lejos
el mero hecho
de estar vivo
que si lo piensas
es algo
sumamente
extraño.

Pero se habían alineado
las galaxias
o qué se yo
y el caso
es que nadie se divertía
NADIE

En medio de la música
y las copas
     y los juegos
          y las drogas
               y las distracciones
                    y las luces bajas
todos se habían dado cuenta
a la vez
de su vacío
                 existencial
del absurdo
                 social
de lo inútil
                 de sus ilusiones
y el arraigo
                 de las mentiras.

Y nadie se divertía
NADIE

Se veía en sus caras,
sobretodo
en sus ojos
derretidos por la espera
y la angustia.

Fue doloroso
pero mágico,
un maravilloso
y extraño
momento
de lucidez
colectiva
que hacía albergar
esperanzas.

Me emborraché
hasta estar bien
jodido.
Me fui a casa.
Me desmayé.
Y al despertar
me hice
5 pajas.


El universo seguía su curso.







ESFUERZO



La otra noche
estaba sentado
en el suelo
en la calle
fumando

y un jodido borracho
se me cayó encima.

90 kilos de beoda frustración sobre mi mano.

Me rompió un dedo,
el meñique,
fractura oblicua falange primera 5 dedo mano izquierda.
Me han puesto una férula
y vendado
hasta el codo.

Y aquí estoy
intentando hacerme un porro
con una mano.

Intensos esfuerzos físicos,
esotéricas conjeturas mentales
y extraños malabarismos dementes
para conseguir
algo muy sencillo.

Vamos,
lo que viene siendo
un perfecto resumen
de mi vida.