Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

jueves, 9 de mayo de 2013

EL DIOS DE LOS POLLOS









Nunca fue fácil ser un dios.


El dios de los pollos no era consciente de ser una deidad cuando atravesó por primera vez la puerta de la granja. Estaba perdido y confuso, arrastrado por las despiadadas olas de este mar enfurecido que llamamos vida, naufragando durante años sin ningún puerto en el que reposar sus jóvenes huesos. En el mundo de los humanos no había llegado a ser nada, una insignificante pieza cebada y adoctrinada desde sus primeros días para recorrer el panteón sirviendo dócilmente a todas sus pequeñas deidades, la educación, la sociedad, la industria, el capital... todas comandadas con puño de hierro por el único e indiscutible gran dios de los humanos, el Dinero.
Su paso por la escuela de esclavos no fue especialmente meritoria y no se veía con fuerzas para seguir adelante en su camino a esclavo armado, pero habiendo realizado las ofrendas y rendido la debida pleitesía al gran dios se ganó el derecho a comenzar su peregrinación por las tierras desoladas de la industria, un vasto y oscuro páramo plagado de templos erigidos sobre carne y sangre, una tierra marchita y sin piedad en la que los esclavos marchaban juntos, tal como se les había enseñado, como una gran masa deglutidora bajo el sol abrasador. Una masa unida por los lazos de sus penas, sin descanso, agotados y resecos, mirando ocasionalmente al cielo e implorando a su dios para que se manifestase en sus bolsillos y poder ascender por la pirámide, aun a costa de pisar los cráneos de sus hermanos.
Los esclavos se contaban por millones, eran cifras sin rostros, y su paso por las ciénagas industriales eran la prueba de fuego en la que solo los más fuertes y despiadados podían luchar para ganarse los favores del gran dios y poder reclamar su derecho a tener un nombre y ser considerados personas, con lo cual recibirían su ejército de esclavos y podrían saborear las mieles de los favores del gran dios. Este hecho era la excepción, reservado como he dicho para unos pocos escogidos, la mayoría estaban destinados a un mendigar eterno sin ninguna posibilidad de redención, pero el gran cerebro había ideado con el caer de los siglos todo un sistema para controlar sus mentes e inculcarles el espejismo de la esperanza a base de mensajes de pertenencia e ilusión para hacerles creer que luchaban por un bien común. Sus mentes eran bombardeadas con ideas de necesidades superfluas y engaños para drenar sus vidas y alimentar al gran engranaje evitando su inevitable oxidación, de esta forma el veneno poco a poco vertido sobre los sentidos de los esclavos los hacía caer en un estado de letargo y sumisión anulando su razón y eliminando de sus mentes cualquier acto de rebeldía que pudiese destronar algún día al gran hacedor.
El dios de los pollos contaba no obstante con una pequeña ventaja para recorrer sus primeros pasos por estas tierras industriales, otro esclavo, mayor que él y con el que compartía lazos de sangre, que le sirvió como comodín y le ahorró parte del camino elevándolo ligeramente de la masa esclava, así pudo adentrarse en uno de los templos de la industria con un trato de favor y conseguir un puesto de pequeña deidad menor que en principio estaba destinado a esclavos de más experiencia.
Así es como se convirtió en el dios de los pollos.
Los pollos eran pequeños seres emplumados de escasa inteligencia que también eran criados para servir los propósitos del gran hacedor. En el fondo no eran muy distintos de los esclavos humanos pero ya que su labor era meramente alimentaria requerían de una menor atención por parte de los medios del gran engranaje. Su destino era de servir de combustible a los esclavos humanos y hacia tal fin eran conducidos sus destinos.
Cuando el dios de los pollos aceptó su nombramiento fue conducido a uno de los templos de carne y sangre para regir el destino de una masa de pollos esclavos. Ahora ante él se erigían 50000 cabezas emplumadas, chillando y revolviéndose.
Ahora él controlaría sus vidas.
Ahora él era su único dios.
El cambio de entorno sufrido en tan corto periodo de tiempo fue un shock para el dios de los pollos, él había recibido su aprendizaje en una de las academias de esclavos de mayor prestigio y allí no le habían aleccionado para soportar el irrespirable olor reinante en el templo de carne polluna. Un olor que embotaba sus sentidos, un olor a muerte, a heces y a miedo que impregnaba toda la realidad del templo y al que tardó bastante en acostumbrarse.
La vida de los pollos esclavos era una vida breve y triste, eran traídos a millares en los monstruos de hierro rodantes. Los pollos llegaban a su templo destinado con tan solo 20 horas de vida. El templo de carne en el que se encontraba el dios de los pollos recibía sus victimas desde las lejanas tierras de Orense, allí se encontraba una de las mayores madres de pollos del reino desolado de España, LA MEGAINCUBADORA, de la que salían en torno a 1000000 de huevos incubados al día. De las entrañas de LA MEGAINCUBADORA partían 20 monstruos de hierro rodantes diariamente, cada uno llevando en su interior 50000 pequeños pollos esclavos que eran repartidos por los distintos templos de carne para completar su destino como aceite engrasador para el gran engranaje.
Una de las misiones como dios de los pollos, la más básica y esencial, consistía en llenar los comederos de estos abriendo los silos de pienso. En ese momento era cuando el dios de los pollos era consciente de su poder como soberano y designador de destinos, también era el momento en el que su voluntad declinaba y sentía piedad hacia esas pobres criaturas marcadas. Solo los dioses más despiadados y experimentados tenían la capacidad de abstraerse de la piedad, capacidad que se conseguía con el tiempo. El tiempo borraba todo rastro de inocencia y la costumbre siempre llevaba al conformismo y al olvido. El engranaje lo sabía y obligaba a los esclavos a actividades mecánicas para anular su voluntad y llevarlos, poco a poco, a la nula respuesta ante el horror. Con el debido tiempo hasta el infierno podía ser un lugar apacible, con el debido tiempo... todo era cuestión de tiempo.
Nuestro pequeño dios aún no podía alejar esa sensación de cariño alimentada por el poder de tener miles de vidas en la palma de su mano. Sí, les cogía cariño, pero era de una manera grupal, hacia la masa, esa sensación de plenitud e importancia cuando llegaba jodido a las 9 de la mañana y al abrir la puerta veía como miles de pequeñas pupilas brillaban de dicha en su dirección esperando que apretase el botón que activaba la comida. Toda esa gratitud irracional hacia el incomprensible ser superior. Podía sentirla, podía sentir su poder. Podía sentirse como un dios.
Sí, al principio no podía evitar responder con cariño a esa adoración incondicional, el tiempo aún no había anulado por completo su humanidad. Y es que, al llegar, los pequeños pollitos resultaban unas criaturas entrañables, tan pequeños e indefensos, pero, con el paso de las horas, de los días, se iban volviendo una especie de monstruos enajenados, y era extraño ver ese cambio tan rápido en sus mentes y cuerpos. Este fue el segundo y terrible shock que sacudió al dios de los pollos en su camino como divinidad.
Gracias a la alimentación basada en los piensos compuestos, compuestos, para el que no lo sepa, principalmente de vísceras de otros animales (aún cuando se supone que los pollos son animales granívoros) los pequeños pollitos pasaban de 40 gramos a 2,5 kilos en tan solo 50 días, tiempo de duración de la crianza y por tanto de la vida preparatoria de los pollos antes de ser consumidos por el engranaje. Estamos hablando de una especie de pollos culturistas, pollos Schwarzenegger, sobrealimentados, gigantescos, seres deformes y asexuados que debido a la alimentación con este tipo de piensos pueden desarrollar enfermedades propias de mamíferos y diversas malformaciones.
Una de las malformaciones más típicas consistía en un enorme bulto en el cuello de los pollos que hacía que no pudieran soportar el peso de su propia cabeza, imagínate tener los huevos como pelotas de baloncesto y arrastrarlos a ras de suelo, pues algo así.
Los días 18 al 26 de la crianza eran los designados por el gran hacedor para localizar y sentenciar a estos seres deformes. La manera de sacrificarlos era simple, se les cogía de las patas y se les golpeaba contra el suelo, delante de sus congéneres, intentando que resultase un golpe único y certero en la nuca que acabara para siempre con su vida. Esa también era la labor del dios de los pollos como responsable de sus destinos. Las primeras veces fueron lamentables, el dios de los pollos no poseía aún la técnica adecuada y los golpes contra el suelo no resultaban eficaces, causando gritos y sufrimiento en la víctima a la par que un miedo y nerviosismo descontrolado en los compañeros cercanos, que se revolvían y piaban descontrolados, eso acompañado de la sensación de desagradable brutalidad hacía mella en la aún latente humanidad del dios causándole terribles depresiones que se fueron mitigando con el tiempo, la costumbre y el perfeccionamiento de la compleja técnica de “hostia contra el suelo”.
El tiempo y la costumbre, como hemos apuntado, era una de las técnicas del engranaje para controlar las mentes de los esclavos haciendo que sucesos terribles acabasen careciendo de importancia a base de repetirlos indiscriminadamente. Transformar lo aborrecible en inevitables costumbres es una de las ruedas básicas que hacen girar las pesadas ruedas del gran engranaje, es uno de sus viejos trucos de dominación, uno de los importantes.
Para el gran engranaje vale todo, crece con la reducción de medios y el aprovechamiento de materia, y por lo tanto aún la vida de estos pobres pollos lisiados sigue siendo útil como engrasador, así sus cuerpos se mutilan para varias funciones, los pequeños brazitos son consumidos en forma de alitas, y ahí vemos que el engranaje a veces es totalmente sincero ya que se venden como “alitas” y no “alas”, por otra parte los cuerpos deformes y enfermos se pulverizan para crear el aglomerado que posteriormente será servido en forma de nuggets, pastillas para caldo y polvo para sazonar.
A pesar del esfuerzo diario del engranaje por destruir su humanidad a base de costumbres, el dios de los pollos no podía evitar sentirse mal con su función y plantearse los métodos y designios tanto del engranaje como del gran hacedor. Numerosas preguntas acudían en tropel a su mente por las noches incapacitándolo para conciliar el sueño. Empezó entonces a ir más allá de las doctrinas, empezó a hacerse preguntas y ver la realidad más allá de lo inculcado tras años en la academia de esclavos y el incesante bombardeo de los dioses de la publicidad. Llegó a la gran pregunta, a la gran verdad, y vio la luz:

“¿Y si todos nosotros no somos mejores que los pollos para el despiadado engranaje?”

Mientras tanto en el templo de carne continuaba la crianza con paso firme.
Los pollos tenían a su disposición comida y agua las 24 horas del día, una temperatura agradable y suelo de paja mullida, pero nunca llegaban a conocer la oscuridad en sus 50 días de vida. Eso minaba sus mentes de forma irremediable. Eran habituales las siestas grupales, en grupos de unos 200 ejemplares, que dormían plácidamente solo hasta el momento de digerir lo que tenían en el estómago para luego, bañados por la luz eterna, dirigirse a comer más ya que, privados de un horario biológico, su vida se había reducido a un incesante comer y engordar. Su mente enferma les creaba accesos de violencia y cambios de humor. Los pollos dementes se cebaban con los individuos diferentes, y el hecho de ser de un color extraño, de ser un miembro ajeno a la masa o poseedor de un olor peculiar hacía que se dirigiesen hacia ellos los accesos de violencia de la masa. Varias veces el dios de los pollos pudo ver cómo un grupo de exaltados descuartizaban a picotazos a estos miembros diferentes del resto entre espeluznantes chillidos provocados por la locura.
Pero aún nada había preparado al dios de los pollos para el terrible suceso ocurrido aquella tarde de agosto.
Esa tarde se unieron dos desdichas, como planeadas de antemano por un ente superior. Por una parte fallaron los sistemas de ventilación del templo y por otra se vivió una ola de calor en la región. Esto provocó que casi 1000 pollos murieran por asfixia de manera casi simultanea debido al calor y al exceso de calorías. Los mandamases del templo se vieron sobrepasados por el hecho, sin tiempo de reaccionar y sin medios para aprovechar los cuerpos tomaron una decisión drástica y ordenaron al dios de los pollos realizar un enterramiento colectivo a las afueras del templo, por supuesto las autoridades sanitarias no habrían permitido esto pero, bueno, no se veía ninguna autoridad sanitaria por los alrededores así que un poco de arena y cal viva dieron por zanjado el asunto.
Los 50 días de crianza pasaron y el dios de los pollos se despidió de sus fieles compañeros, aquellos primeros pollos que le habían acompañado en su bautismo como dios superior. Estos fueron enviados rápidamente al matadero más cercano, sin ninguna posibilidad de redención. Una posibilidad que jamás habían tenido.
Tras ellos llegaron otros, y luego otros. Se realizaban 5 crianzas al año, una cada 2 meses, chillidos, luz, comida, demencia, golpes contra el suelo, cadáveres, enfermedad, orines, heces, miedo... eternamente... eternamente...
Finalmente, con el propósito de salvar su mente de esta espiral sin sentido, el dios de los pollos renunció a su estado de deidad y abandonó el templo buscando refugio en la industria de la construcción, en ese momento en auge, pero la pronta llegada del terrible monstruo de nueve cabezas llamado crisis le imposibilitó para haber llegado algún día a ser el dios del ladrillo.





El dios de los pollos está ahora sentado frente a mí, y ya no es el dios de los pollos. Se bebe mi cerveza y se fuma mis porros mientras me cuenta su última estrategia para hacerse rico, porque en el fondo de su enfermedad inculcada por el engranaje sigue adorando al gran dios y ansía, como todos nosotros, enfermos, sus favores. Tiene varias de esas estrategias, pero siempre chocan con el escollo de la inversión inicial, que siempre es de varios miles. El dios de los pollos vive con sus abuelos y dispone de la friolera de 100 euros al mes para sus gastos. Y estamos sentados aquí, arreglando el mundo. Ay amigo, tenemos grandes ideas, si tan solo nos dejasen las riendas...
Cada vez que me cuenta su pasado como deidad o incluso cuando pienso en mi propio pasado como dios de los tubos no puedo evitar que mi mente se oscurezca y vague por los terrenos de la depresión, no puedo evitar que mi aliento se corte desesperado por la angustia y la vergüenza, por este tremendo peso en mis hombros, por tener que cargar con el pecado original, que no es aquél que nos dicen las escrituras sino aquel que escribimos todos a diario, la terrible vergüenza de mi raza, los seres humanos. La terrible forma en la que hemos creado un engranaje que ya escapa a nuestro control y nos devora y que no es más que el acto de devorarnos a nosotros mismos, y nada importa una mierda. Somos una masa enferma y egoísta, un destructor de mundos. Individualmente algunos pueden salvarse, pero como ente no tenemos remedio. Soy un depredador carnívoro, no me avergüenzo de ello, pero este engranaje que he construido para mi bienestar es un cáncer de mi propio espíritu. No hace falta dejar de comer chuletas, pero, ¿en serio es necesario matar a las vacas a martillazos? ¿Hemos creado una tecnología capaz de crear artefactos inútiles que nos dan los buenos días pero no podemos mitigar este sufrimiento? Por no hablar de todo ese sufrimiento sin razón ni destino, todos esos alimentos que no se consumen y acaban en la basura porque son únicamente vehículos para perpetuar un consumo desbocado alejado por completo de la función de cubrir una necesidad vital, unicamente destinados a la acumulación inútil e infantil. Miles de millones de cadáveres, ríos de sangre sin sentido. Y la fábula sobre los alimentos no es más que un mísero ejemplo, una vulgar excusa, pero el vacío lo cubre todo, todas las áreas, todas las esquinas del día a día y el miedo me impide, ahora mismo, adentrarme en el terreno del espíritu, que también hemos infectado. Estamos enfermos como sociedad, el engranaje nos devora y pide más y más porque su oxidación cada vez es más rápida y necesita más aceite, aceite que le damos abriendo nuestras venas en canal, sacrificando por completo nuestras vidas, nuestro tiempo, nuestro espíritu, nuestra humanidad, y la mayoría ni siquiera es consciente, y esa es mi labor, siempre he sido un aguafiestas y solo sonreiré si os hago avergonzaros de la misma forma en que me avergüenzo yo cada día que me levanto y salgo a la calle y os miro, cada día que me limpio el culo y en el papel solo veo mi reflejo. Esta estupidez que se propaga sin descanso dentro de las jóvenes mentes cuya educación se basa en los programas de la mtv destinados a crear seres atormentados por infinidad de necesidades inútiles que encima no serán saciadas ni en un millón de años. Consumidores impulsivos. Seres perdidos. Soledad infinita. Piedad amputada. Oigo gritos por todas partes y me estoy volviendo loco, mis clavículas se astillan por el peso abrumador, pero no me iré sin antes señalaros con el dedo, malditos hijos de puta, es mi deber, es el vuestro aunque lo hayáis olvidado. Esta es la triste historia del ser humano, que tuvo la capacidad de crear un mundo justo y habitable pero se dedicó a arrojar las cabezas de sus hijos al becerro de oro y bañarse ebrio en la sangre de sus iguales para luego, embriagado de poder, fornicar y reproducirse sin medida olvidando el hecho de que nunca fue nada más allá de un puñado de polvo. Nunca fuimos más que un puñado de polvo. No lo olvides.


Aquí estamos, como he dicho, el dios de los pollos y yo, en mi habitación de 180 euros al mes, que obviamente no he pagado aún, con nuestra cerveza de supermercado, en medio de ninguna parte, intentando escapar del engranaje y señalados por él como escoria, sin nada que hacer o desear, a un paso de la mendicidad, como todas esas personas que se agolpan en las calles extendiendo la mano hacia los indolentes desconocidos que caminan hacia sus templos paganos. El engranaje es un ente sin piedad, no la tiene para con sus adeptos y menos aún para aquellos que buscan otras vías en su camino hacia la inevitable putrefacción.
No hay salida.
El humo flota a nuestro alrededor, nos abraza y se mezcla con el olor a ropa sucia y repito, tenemos grandes ideas para el mundo, el dios de los pollos y yo, dos fracasados, dos fumetas. Si nosotros llegamos a ciertas conclusiones ¿no llegan a ellas personas con más poder social y una mente menos embotada por los vicios y la depresión? Claro que llegan, pero las desentierran de su mente porque no son más que esclavos del engranaje a los que no les importamos ni tú ni yo, ni se importan a sí mismos, pero no lo ven porque viven en la mentira, porque sus ojos están cegados con monedas, y si pones tu vida en sus manos, con la cabeza agachada y el culo encogido, solo conseguirás ser lo mismo que ellos, un montón de aceite para engrasar este oxidado engranaje que se desmorona por momentos como un gigante leproso.
Y quizás ya no sirva de nada, quizás ya no haya remedio.
Quizás nunca lo hubo.
Y el mundo gira y gira.
Y todo va bien
para unos pocos humanos
y muy pocos pollos.