Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

martes, 18 de febrero de 2014

VIAJE A NINGUNA PARTE




A Alfonso Xen Rabanal.





Céline. Maldito por excelencia. Misántropo empedernido. Solo por eso ya lo podría considerar un viejo amigo, un hermano a través del tiempo, las letras y la angustia de la hoja en blanco.
Nunca ha sido mi escritor favorito, pero sí lo era de mi escritor favorito, mi idolatrado Bukowski. Es desternillante la anécdota que cuenta Hank en sus libros de cómo dio con este ilustre francés. Cayó en sus manos una copia de Viaje al fin de la noche y se lo zampó de una tacada, junto con un enorme tarro de galletitas saladas. Como bien sabréis, la obra más famosa de Céline tiene un tamaño considerable, no quiero ni pensar la cantidad de galletitas saladas que ingirió el viejo indecente mientras se lo leía, el caso es que dichas galletitas regadas, por supuesto, con abundante cerveza, se hincharon en el estómago del viejo, y cuando la puta con la que estaba en esa época volvió a casa se encontró al viejo Hank tirado en el suelo, agarrándose el estómago, girando sobre sí mismo presa de unas dolorosas convulsiones provocadas por aquella enorme masa de harina y sal. La mujer, preocupada, preguntó: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué te pasa?” A lo que Bukowski contestó desde el suelo: “Que he descubierto a alguien que escribe mejor que yo”
Para mi todo lo que diga Bukowski va a misa, así que me apresuré a buscar una copia de aquel libro. No me costó encontrar una, ya que está considerado una de las obras maestras del siglo xx.
Recuerdo que me enfrasqué en su lectura en un viaje larguísimo que tuve que realizar hasta Galicia desde Madrid. Horas y horas. Pero el caso es que nada más abrir el volumen me di cuenta de que estaba ante algo grande, muy grande. Y me perdí todos los paisajes por los que pasaba. Incluso me jodió llegar a mi destino ya que aún no había acabado de leerlo. Me bajé del bus y me senté en la estación, ignorando la nueva ciudad, metido en mi burbuja, hasta que me lo acabé. La conclusión a la que llegué fue la misma que la de Hank. He ahí un cabronazo que sabe escribir. Por suerte no me dio por comer galletitas saladas durante ese viaje.
Es imposible que no te atrape ese libro, su inicio es magistral y resume toda la filosofía de Céline. En unas pocas páginas pone de manifiesto todo el absurdo de la existencia y las motivaciones humanas, en el marco incomparable de la guerra, el acto absurdo por excelencia de nuestra especie. El protagonista se ve en medio de todo el meollo por una estupidez, por un momento de flaqueza, por dejarse arrastrar por una masa ciega pero de contagiosos cánticos, y entonces, de repente, las balas y las bombas volando, los miembros mutilados saltando por los aires, y la eterna pregunta que resume la vida misma: ¿Cómo cojones he llegado hasta aquí?
Es imposible no sentirse identificado, aunque no estemos en la guerra nadie nos quita el campo de batalla que es la vida, el día a día. Todos nos vemos de repente en un engranaje absurdo, construido a base de mentiras y equívocos, con balas silbando a nuestro alrededor, balas disparadas desde la frustración por otros tantos seres asustados que no saben cómo han llegado hasta aquí, ni mucho menos cómo bajarse de este trasto averiado antes de la colisión, pataleando ciegos y sordos, mutilados de por vida. Una guerra sin cuartel en pos de ídolos de barro, de promesas de goma. No somos mucho más complejos que los insectos que alucinan girando alrededor de una luz cegadora que acaba por achicharrarlos con un fogonazo... Y fin de la historia. A las pruebas me remito.
Así estamos hermano. Mira a tu alrededor y dime que no es cierto.
Se podría hablar del heroísmo de la guerra. Cualquier veterano chocheará al respecto, con la autoridad que le da ser presa de sus propias justificaciones y mentiras construidas durante interminables noches en vela. “Había que arreglar el mundo, derrotar al malvado” Cuando lo cierto es que tal malvado no existe como ente fuera de nuestra ceguera y estupidez, el malvado somos todos, alguien suelta una payasada con suficiente retórica como para convencer a un puñado y ya está liada sin remedio, luego simplemente es una bola de nieve imparable que engorda y acelera según va cayendo sobre nuestras cabezas. Céline escribe: “Somos vírgenes del horror, igual que del placer.[...]¿Quién iba a poder prever, antes de entrar de verdad en la guerra, todo lo que contenía la cochina alma heroica y holgazana de los hombres? Ahora me veía cogido en aquella huida en masa, hacia el asesinato en común, hacia el fuego... Venía de las profundidades y había llegado.” Tras lo cual solo queda correr, si tenemos suficiente suerte como para tener ese momento de claridad, pero es una huida hacia ninguna parte, es como intentar escapar del aire. Podemos vernos arrastrados por esa bola de nieve de la manera más absurda e inmediata. Cualquiera de nosotros podría estar mañana cogiendo un fusil y corriendo alocado por un campo de minas puesto hasta arriba de speed o coca, quizás no por la patria, esa mentira ya no da mucho más de sí, pero sí podría hacerlo por venganza. Todos. La venganza es un sentimiento demasiado arraigado aún, que combinado con la frustración ha llevado al ser humano a lugares de fantasía dantesca. Nadie está a salvo de ella. Si asesinasen a nuestros amigos y violasen a nuestra mujer, si nos quitasen nuestras cosas, aquellas que erróneamente hemos puesto como soporte de nuestra existencia, hasta que no nos quedase nada a lo que aferrarnos... ¡Zas! Ya está liada. En un momento parecido se debate la sociedad actual, el proceso de pérdida, con la crisis económica provocada por las miserias del capitalismo, cuya mugre asoma ya inevitablemente desde debajo de la alfombra en la que se ha intentado ocultar hasta ahora.
Venganza. Ciega y rabiosa. Un instrumento terriblemente poderoso. Sólo hacen falta un par de dementes visionarios y frustrados, que acaben volviéndose lo suficientemente poderosos o mediáticos como para hacerse con las riendas de la sociedad en cuestión. Un ente extraño al que llamar “enemigo”. Que te hagan creer que se te está robando. Un puñado de ciegos que disparen primero... Y ahí estás de repente, hundiendo la bayoneta en el cuerpo de un jodido infiel. Así ha funcionado el mundo hasta ahora. Esa es la historia de Hitler, de quien hablaremos luego. Todo es una gran tontería, un sketch. Así es la guerra. Así es la vida. Idiotas manejados por idiotas. Ciegos siguiendo al tuerto. El odio y la rabia conforman la parte oscura del ouroboros, que pese a ser la parte oscura se ve más claramente que su reverso de luz, hasta ahora solo teórico, con el que sueñan los que ansían una revolución y un despertar de las conciencias. No sé si existe esa posibilidad, ese despertar, me cuesta creerlo, mi romanticismo se fue con tantas otras cosas, lo que sí está claro es que somos presas de la confusión, la ceguera que nos guía implacablemente, que lleva haciéndolo desde siempre y nos ha traído a este erial.
En Viaje al fin de la noche, el protagonista se alista en el ejército en un momento de euforia. Presa de los cánticos y el romanticismo de los soldados que le rodean se deja arrastrar por el ideal romántico de la batalla. Esta parte está ligeramente novelada, pero no se aleja demasiado de la realidad de la vida de Céline, que según sus palabras se alistó “porque soy un poeta, y por ello un poco gilipollas” Nuevamente vemos el absurdo en toda su magnitud, la ceguera que nos arrastra a lugares sombríos de los que luego no podemos salir. Toda la sociedad capitalista actual está cimentada en un absurdo parecido, el de las brillantes lucecitas de neón y las modelos de blancas sonrisas. Y nos dejamos arrastrar porque, a fin de cuentas, somos tristes insectos que solo buscan una luz redentora, y nos la acaban metiendo doblada por todas partes. Esa brillante luz se nos mete por el culo, ahonda cada vez más hasta llegar hasta nuestro alma y acaba haciéndonos estallar con un triste sonido como de pedo... Luego el vacío.
Recuerdo cómo acabé yo en el ejército. Fue igual de absurdo.
Resulta que había dejado los estudios y andaba saltando de curro en curro, a cada cual más sórdido, y en los huecos entre medias me pasaba el día tirado en el parque, holgazaneando con los colegas, fumando y bebiendo en abundancia. Vivía con la vieja, y claro, nada preocupa más a una madre que ver a su hijo holgazanear, sin ninguna perspectiva viable de un futuro socialmente aceptado en el que encajar y morir poco a poco. Ello hacía la convivencia tensa en el hogar. Recuerdo los gritos todas las mañanas, el nerviosismo de la resaca, las discusiones sin objetivo ni final concretos. En el fragor de la batalla ya me había echado de su casa un par de veces, o me había ido yo, vaya usted a saber, recuerdo haber tenido que dormir un par de veces en los bancos de un parque, pero claro, acababa volviendo siempre, ¿dónde iba a ir si no? No tenía ningún sitio con nevera que me acogiese, las lentejas de mamá estaban tan ricas tras un par de noches al raso... El caso es que pusieron ese puto anuncio en la tele, que si trabaja por la paz, que si lucha contra la injusticia, que si forma parte de algo importante, que si lábrate una profesión de futuro, segura y para toda la vida... No recuerdo si fue idea mía o de la vieja, pero el caso es que eché la solicitud y me fui a opositar a El Ferrol, a la marina, en la tierra del caudillo, en todo el meollo. En mi caída conseguí arrastrar a un viejo amigo de la infancia, Luis, y allí nos metimos los dos. La verdad es que el cuartel estaba que te cagas, era bastante moderno. Nos metieron a todos los opositores en un barracón separados de los militares profesionales. Eramos un jodido montón. Hacía poco que el ejército se había profesionalizado, la mili obligatoria había quedado atrás y ahora buscaban carne fresca de forma voluntaria. Todos nos habíamos sentido atraídos por las promesas del maldito anuncio de la tele. Toda una envidiable labor de marketing, sin duda. Había algún vocacional, pero en general éramos un montón de estiércol que buscaba un lugar seguro en el que asentarse y dejar de dar tumbos.
Las pruebas de acceso duraban varios días, nos dieron una taquilla y una cama que, todo hay que decirlo, ya es más de lo que te dan en cualquier curro de mierda. La rutina era que nos levantaban al alba, nos hacían formar e íbamos a desayunar, luego comenzaban las pruebas por la mañana y nos dejaban la tarde libre. Había gente de toda la península y el ambiente era muy agradable, desde el primer día se creó un sentimiento de hermandad, la típica camaradería entre perdidos. Recuerdo eso con gran cariño, y es una de las bazas con las que el ejército sabe jugar muy bien, el sentimiento de hermandad, de pertenecer a algo, a algún sitio, un jodido punto de apoyo, que hasta los perros más solitarios ansían en algún momento. No hacía falta ser un genio para darse cuenta del percal, todos los que estábamos allí eramos unos tiraos de la vida, unos fracasados que habían dejado los estudios y no encontraban ningún curro decente en el que sentirse algo más que una mera tuerca de un gran engranaje. Estábamos hartos de ir a la deriva y sentirnos inferiores e inútiles, el ejercito te prometía un halo de romanticismo, un aura de héroe anónimo y noble. No obstante, a pesar del embriagador aroma del ambientador de nobleza y santidad no tardé mucho en verle las orejas al lobo. Ése no era mi sitio, nunca lo sería, debía huir, pero, ¿cómo? Percibirás la eterna pregunta existencial de la vida, ahí estaba de nuevo: “¿Cómo he llegado a esta fiesta de locos? ¿Y por dónde se sale?”
Había una importante alambrada electrificada en mi camino a la libertad, era el hecho de que por aquel entonces cualquier idiota podía superar las pruebas de acceso para entrar en el ejército profesional. Yo no quería entrar, pero tampoco podía renunciar así como así ya que eso atraería una poderosa nube de ira y decepción cargada de truenos sobre mi cabeza provocada por mi santa madre. Mi salida de allí tenía que parecer algo ajeno a mis designios. No tenía ninguna enfermedad que me imposibilitara para morir por la patria, había superado tranquilamente las pruebas médicas, que consistían en un simple análisis de sangre y en una curiosa prueba en la que nos hicieron formar una larga fila delante un médico del ejército, una fila de cientos de personas. Al llegar tu turno frente a la mesa del médico este te pedía que te bajases los pantalones y los calzoncillos, lo hacías, y te quedabas con la minga fuera a la altura de su cara. Era una situación bizarra: El médico, tu polla y una fila de personas detrás tuya. El tipo te la miraba durante unos segundos y daba su veredicto. “¡Siguiente!” Así que pasé también esa prueba, que aún hoy no entiendo que pretendía dilucidar.
Así que estaba sano como una puta manzana.
Tampoco di positivo en drogas, a pesar de consumirlas. Había tenido un breve periodo de desintoxicación que parecía haber dado sus frutos ya que como comprenderás que me echasen por consumo de drogas tampoco era una opción de cara a evitar la nube de ira materna. Fue una bendición que las pruebas de sangre fuesen las primeras en realizarse, entre los opositores había un gran nivel de toxicómanos, todos habían pasado un periodo de desintoxicación para poder pasar el análisis de sangre, pero la mayoría ya no aguantaban el mono, y cuando nos dijeron que estábamos limpios salimos en tropa del cuartel, entre cánticos, a buscar drogas por todo El Ferrol. Esa noche acabamos todos pedo acosando y siendo acosados por las lugareñas, que estaban terriblemente disponibles. Para ellas el periodo de opositores era una oportunidad única de pasarse por la piedra a futuros militares de toda España, chicos jóvenes y apuestos de altos ideales.
La mañana siguiente fue un cuadro, con todos afrontando las pruebas físicas en un estado de resaca lamentable, ojerosos, traspirando ginebra y vodka, con aliento a cenicero y presas de espasmos y tics de lo más variado. Pero una vez más las pruebas eran un ridículo trámite, una carrerita, un par de flexiones, unos tristes obstáculos... Todo al alcance de cualquier disminuido, ni los tíos en peor forma de la tropa fallaron aquí y, por supuesto, yo tampoco lo hice.
Así que cada vez estaba más sumergido en el lodo, estaba casi dentro, mi reluciente uniforme azul me esperaba a la vuelta de la esquina y un poco más lejos la tercera guerra mundial o algún tipo de absurda cruzada imperialista.
Entonces encontré la solución. La demencia. Sin duda la locura sería mi puerta de salida de ese lugar maldito.
Empecé a comportarme de forma extraña, no quería que fuese demasiado evidente pero sí lo suficientemente rara como para encender algunas alarmas. Me vestí todo de negro, pantalones, camisa, calcetines, zapatos, también una larga gabardina negra que me llegaba hasta el suelo, y me paseaba de esa guisa por las instalaciones. Me acercaba a los militares profesionales y me quedaba horas mirándolos en silencio desde la distancia, y cuando menos lo esperaban pegaba un grito inteligible, o me tiraba al suelo y empezaba a girar sobre mí mismo, lo hacía durante unos segundos y luego me levantaba y volvía a mi posición en silencio, como si no hubiese pasado nada. Me acercaba a los mandos y les preguntaba alguna chorrada:
“¿Qué tal todo señor?”
“Bien”
“¿Bonito día verdad?”
“En efecto”
“Con un exceso de violetas en mi opinión”
“¿Cómo dice?”
“El color violeta, quizás sea excesivo, en el cielo, a lo lejos.”
Y me quedaba mirándole fijamente a los ojos con mi mirada más profunda.
“¿Se encuentra usted bien?”
“Afirmativo señor, todo fluye de manera correcta, como el universo.”
“Bien. Continúe así.”
Y volvía a quedarme mirándole fijamente.
“¿Seguro que se encuentra usted bien?”
“Afirmativo señor.”
“Bien. He de irme.”
Y me quedaba ahí plantado mirando cómo se largaba, solían girarse un par de veces y lo que veían era a mí, a lo lejos, una figura negra e inmóvil, mirándoles. No tardó en extenderse el rumor de que dentro de los opositores había un tipo un poco extraño.
Entonces llegó mi gran oportunidad, el examen psicotécnico. En las preguntas de habilidad, como las de series de números, ordenar piezas de dominó según un patrón y toda esa mierda no fallé, pero en las de carácter personal intenté ser un poco más ingenioso, ambiguo, por ejemplo:
¿Escucha voces en su cabeza que le indican qué debe hacer?
No escucho voces extrañas ajenas a mí, me dejo guiar únicamente por el camino de la bondad absoluta y la justicia implacable.
Ello provocó que me mandasen un día al hospital militar a tener una entrevista informal con el psicólogo. Charlamos durante un rato, fingí algún tic e hice comentarios que no venían a cuento. Este me envió al psiquiatra. Curiosamente con él me comporté de manera normal, me refiero a que no pretendí aparentar nada, ni para bien ni para mal.
Cuando llegaron los resultados definitivos de las pruebas me tendieron una carta en la que decía que no era admitido en el ejército profesional, que no había superado las pruebas psicotécnicas, que no estaba capacitado para los rigores de la vida militar y mucho menos para el manejo de armas peligrosas.
Misión cumplida. Ahí os quedáis.
Llamé a mi madre compungido y le expliqué los resultados, me escudé en que seguramente me habían echado a ojo, amparados en la ambigüedad del estado mental, solamente para que mi lugar lo ocupara algún enchufado.
Nos metieron en un tren a todos los que no habíamos sido admitidos, la mayoría por no haber superado el test de drogas o por problemas médicos, y nos mandaron de vuelta a casa. En el tren se produjo la anarquía, eramos muchos e hicimos nuestro el tren, todo el mundo despotricando del ejército y sacando las drogas y el alcohol, aquello se transformó en una fiesta. Toda la gente gritando, fumando y bebiendo por los pasillos, asustando a los pasajeros comunes que eran clara minoría. Lo último que recuerdo es que me metí en un camarote con otros cinco, echamos a una pareja que tenía esos asientos, ocupamos su lugar y empezamos a hacer absurdas apuestas con chupitos de tequila. Lo siguiente que pasó fue que me desperté tirado en el pasillo del tren, ya habíamos llegado a Madrid y la gente pasaba sobre mí cargando sus maletas e intentando no pisarme. Tuve la mala suerte de que cuando me incorporé y miré confundido por la ventana lo primero que vi fue a mi madre tras el cristal y su mirada acusadora ante mi cara de borracho.
Y ahí se acabó mi breve romance con el ejército.
He pensado cómo habría sido mi vida amamantado por la teta militar. Me habría ahorrado infinidad de trabajos de mierda y periodos de deambular sin rumbo, pero por otra parte ahora podría estar luchando contra los árabes, o alguna otra amenaza invisible igual de furibunda, opción que tampoco parece nada envidiable. Aunque bien pensado los militares no viven mal, y algunos valores tales como la disciplina, la camaradería y la actividad física, todo en su justa medida, son costumbres que deberían auto imponerse todas las personas, más en estos tiempos de gordos culos marchitos y perezosos que se auto idiotizan mientras son despojados de todo y en su ignorancia y pereza encima aplauden a sus captores e ignoran el complot que se cierne para transformarles a ellos, y a los que vengan detrás, en esclavos, en fuentes de energía desechables, en tuercas, en pilas, en sombras. La perspectiva de acabar en una cruzada absurda echa para atrás, pero a pesar de las promesas y besos a la bandera que hayan hecho estoy convencido de que si mañana se declarase la guerra la mayoría de los militares, si han conservado algo de sentido común, saldrían del cuartel a comprar tabaco y nunca más se les volvería a ver por allí. No creo que la vida militar me hubiese resultado del todo inútil de haber optado por ella, es un riesgo exponerse al inevitable lavado de cerebro, pero creo que habría salido airoso de ese trámite. Por otra parte tampoco me he librado de la guerra, de la guerra silenciosa y sin cuartel que significa el mero hecho de vivir entre los humanos, la más sangrienta batalla de todas. Céline escribe: “De los hombres, y de ellos sólo, es de quien hay que tener miedo, siempre”
Céline, el cabrón de Céline. Qué gran escritor. Sin duda su manera de escribir, sincera hasta el extremo, sin ocultar nada de su visión del mundo, por socialmente detestable que fuera, y su estilo, descarnado y certero, pionero del lenguaje soez y realista, de la jerga de la calle, han influido enormemente en la literatura posterior, en la literatura sucia y realista, la única que merece la pena tener en cuenta. Sin él, sin su inevitable influencia, que se te mete en los huesos desde que te enfrentas por primera vez a cualquiera de sus páginas, gente como Bukowski y tantos otros no serían lo mismo. También le debe un saludo respetuoso su discípulo más aventajado dentro de nuestra narrativa underground actual, el gran Alfonso Xen Rabanal, el detective de la niebla y el blues. Otro cabronazo de los buenos que, a diferencia de Céline, es capaz de terminar la mayoría de sus blues con un acorde mayor.
El puto Céline. Encima era nazi. ¿Qué más se puede pedir?
Su simpatía por el nazismo es uno de sus rasgos que más opiniones encontradas ha tenido. Sin duda es un buen bastón para que se apoyen sus detractores y la gente en general, tan acostumbrados a quedarse en la superficie y enarbolar este tipo de detalles con fingida autoridad. El gobierno francés, hace no mucho, se vio incluso obligado a retirar un homenaje que tenía planeado para el bueno de Louis, debido a su postura antisemita, alarmados por las inevitables muestras de ira de la gente para la cual ese detalle ensombrecía el todo. No pretendo meterme en el debate absurdo de si las opiniones ético-políticas deben ser ignoradas en el juicio del arte, dirán algunos que el arte está por encima del artista, de su moral, yo considero el arte como expresión del artista, y por tanto ligado intrínsecamente a todas las aristas de su personalidad, sin ocultar aquellas más afiladas o desagradables, ya que el arte que considero verdadero ha de venir de la angustia del artista y su afán por expresarse. Si alguien pretendiese defender el arte de Céline ocultando sus ideales también debería defender los ideales de Hitler, ya que éste no era más que un artista frustrado. No, no caigamos en eso, Céline era nazi, ¿y qué? Con su episodio militar observamos que Céline era una persona visceral, pasional e ingenua, y por ello cayó en el nazismo, Céline solo era un misántropo que simplemente se dejo arrastrar por una visión romántica, como tantos otros, al igual que hiciera antes con la vida militar.
Por otra parte si solo nos quedamos en la superficie y el arquetipo y consideramos el nazismo como la intolerancia y el odio llevados al extremo, en tal caso considero que es algo intrínseco a la mayoría de los humanos. Sí, has leído bien, yo creo que en el fondo TODOS SOMOS NAZIS. ¡HAIL! ¿No me crees? Bien, juguemos.
Si ahora mismo te digo que defiendo el nazismo como un sentimiento intrínseco y natural en el hombre te apresurarás a indignarte y colgarme de los huevos amparado en tu supuesta superioridad moral, con lo cual estarás dándome la razón, ya que así obraría un nazi. ¿Ves a dónde pretendo llegar? Ahondemos en ello. El nazismo es solo una palabra, una etiqueta que ha quedado estigmatizada con el tiempo, pero que responde simplemente a un sentimiento misántropo exagerado, y la misantropía es un pie del que todos cojeamos. La marca nazismo es solo una etiqueta que se ha creado para encerrar unas ideas en unos márgenes visibles y estigmatizar el todo, pero siempre que se crean márgenes lo que ellos encierran pierde su sentido y se expande silenciosamente por otras vías. Lo cierto es que aunque la esvástica esté pasada de moda sus premisas siempre han seguido presentes. El jefe cabrón que te pide, tras terminar tu jornada de ocho horas, que te quedes otras cuatro, por supuesto sin cobrar, ya que “en nuestro convenio no se pagan las horas” y así te esclaviza un poco más y encima gratuitamente ¿eso qué es? Un puto nazi. Observemos la sociedad actual. Vivimos gobernados por nazis, eso es un hecho que se demuestra más claramente a cada día que pasa. Nuestro ilustre presidente, esa jodida marioneta gangosa, esa mascota de poderes ocultos más elevados, está haciendo todo lo posible por llevar a su pueblo a la esclavitud absoluta con una sarta de medidas absurdas, con el terreno allanado por la política de haber transformado a la sociedad, ausente como dije de disciplina y fortaleza, en un rebaño dócil y completamente maleable ¿Qué puedes esperar de un país en el que el periódico más vendido es el deportivo, el programa más visto el de los chismorreos del corazón y los libros más vendidos absurdas epopeyas vampíricas en ficción y recetas de cocina en no ficción? Se ha conseguido incluso que nos esclavicemos personalmente, que sonriamos mientras nos colocamos nuestros propios grilletes en forma de obligaciones y deseos de propiedad absurdos. Todo es tan evidente que hasta los más ignorantes empiezan a darse cuenta del percal, pero incluso sabiéndolo se ven incapaces de actuar porque han perdido por completo su voluntad, están asustados y prefieren ser dominados, bajan la cabeza mientras se les despoja poco a poco de todo, abrumándolos con excusas incomprensibles por doquier, las presiones de los mercados, la esclavitud del dinero... Incluso se aprueba la esterilización de los discapacitados sin terminar de definir qué es un discapacitado, y aquí no pasa nada, oiga. La jugada les está saliendo bien, y entre risas nuestros dirigentes exprimen un poco más para ver hasta dónde pueden llegar mientras nadie hace nada. Al fin y al cabo, ¿por qué no hacerlo? El egoísmo y el ansia de poder del ser humano no conoce límites, y si no hay represalias se tiende a estirar de la cuerda al máximo, si dejas que se follen a tu mujer sin hacer nada el violador pasará seguidamente a probar el chochito de tu hija, luego de tu hermana, de tu madre, y al final te verás con un pene metido en el culo y quizás entonces hagas algo, o quizás no... Y si se produjese de repente el ansiado despertar de las conciencias ¿qué haríamos entonces? Coger las antorchas, salir a la calle, arrancar a los reptiles de sus sofás de cuero, sacarles de sus bunkers y arrastrarlos por los pelos hasta la plaza del pueblo, donde, entre cánticos, los condenaríamos a morir lapidados, con lo cual nosotros nos convertiríamos en los nazis.
Me he dedicado a preguntar por ahí, a hablar con la gente, tu también puedes hacerlo, la mayoría de personas se creen superiores a la masa, como de una raza superior, y meterían a los rebaños que les resultan molestos en cámaras de gas sin siquiera despeinarse. Es el odio y la frustración que todos tenemos metidos dentro, que crece y se expande por el alma en cuanto empiezas a ver y hacerte preguntas, en cuanto ves el panorama que hemos creado, que lleva inevitablemente a la rabia y la frustración, y de ahí al odio total. ¿Qué es este sentimiento intrínseco sino nazismo? Todos nos creemos de una raza superior, poseedores de la verdad, profetas entre asnos, cuando en realidad no hay ni raza ni verdad, solo penuria. Céline escribe: “La raza, lo que tú llamas raza, es ese atajo de pobres diablos como yo, legañosos, piojosos, ateridos, que vinieron a parar aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, que llegaron vencidos de los cuatro confines del mundo. El mar les impedía seguir adelante.”
Cuando Hitler asumió el poder el pueblo estaba sufriendo una profunda crisis de identidad en un panorama de crisis y pobreza desolador producto de la guerra, el pueblo desconfiaba del poder, que se había mostrado como un ente elitista y egoísta, entonces llegó el visionario, un tipo que pocos años antes soñaba con ser pintor y malvivía en una pensión de mala muerte, una persona que en su carrera militar había sido innumerables veces tildado de ser retraído y con nulas capacidades para el mando, y este pardillo fue elevado por las masas hasta inflarle el ego de tal forma que casi se carga el mundo, y lo hizo entre vítores, recordemos que Hitler tenía el apoyo de su pueblo, nunca hizo nada ilegal. Ya lo dije al principio, solo hace falta un panorama adecuado, un loco visionario y tres compinches para que la bola de nieve eche a rodar. Es todo tan absurdo e incontrolable que incluso Xen Rabanal podría transformarse en un visionario dictador, de momento ya ha escrito un par de obras con más fuerza y mala leche que el propio mein kampf. Nos encontramos en una situación parecida a la de la Alemania previa al auge del nazismo, el odio y la frustración acompañan a las personas desde que se levantan hasta que se acuestan, los partidos nazis adquieren presencia, el pueblo está idiotizado, como siempre, pero ahora, sorprendentemente, incluso los intelectuales duermen, lo dijo hace poco Luis Sáez Rueda ¿dónde están los intelectuales alemanes ahora? Con todo lo que está pasando, con la que está cayendo, con lo que se está tramando desde las sombras.
¿Adónde nos llevará todo esto? A una explosión inevitable, a un todos contra todos, a la completa aniquilación, que es lo que el hombre lleva buscando desde que puso el pie en la tierra.
Admite tu propia miseria, haz ver la de los demás y demuestra que es intrínseca, dejémonos de absurdas poses y quitemos el velo. Céline escribe: “La gran derrota, en todo, es olvidar, y sobre todo lo que te ha matado, y diñarla sin comprender nunca hasta qué punto son hijoputas los hombres. Cuando estemos al borde del hoyo, no habrá que hacerse el listo, pero tampoco olvidar, habrá que contar todo sin cambiar una palabra, todas las cabronadas más increíbles que hayamos visto en los hombres y después hincar el pico y bajar. Es trabajo de sobra para toda una vida.”
Y en ello estamos unos cuantos, encerrados en estas páginas, contando las cosas, quizás solo nuestra visión distorsionada y demente, es posible, lo admito, pero con sinceridad ¡Y que le jodan al gobierno francés! Céline no necesita sus elogios, estoy seguro que esté donde esté apreciará más nuestro homenaje que el frustrado homenaje de un gobierno de reptiles posadores, ya nos dará las gracias cuando nos encontremos en el infierno, allí escribiremos poemas malos mientras bebemos unas copas y damos collejas al idiota de Adolf, en el infierno están los mejores garitos, las mejores mujeres, la mejor música, lo pasaremos bien mientras los demonios nos arponean.

Resumiendo. Gracias por todo Céline, maldito por excelencia, misántropo empedernido, no te callarán, para eso estamos aquí tus discípulos, esta pandilla de escritores dementes, embarcados, al igual que tú, en un interminable viaje a ninguna parte.



Texto incluido en la antología El Descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis Ferdinand Céline. Editado por Lupercalia.