Gueto de Lodz. Polonia. 1942.
-Toma cariño, necesitas beber un poco de agua, te ha subido la fiebre.
-¿De dónde, de dónde has sacado el agua?
-Me la ha dado Otto, de su reserva.
-No, guárdala.
-Hazme caso Jozef, tienes mal aspecto, necesitas ponerte bien.
-No.
-Solo un poco, por favor, hazlo por mí.
Lucille cogió la cabeza de su esposo y le ayudó a levantarse, estaba débil, ambos lo estaban. Apoyó el cuenco en sus labios y le observó dar un pequeño trago. Los labios de Lucille realizaron el movimiento de beber como pretendiendo compartir el trago, ella también estaba sedienta. Jozef tragó penosamente y luego dio otro pequeño sorbo antes de derrumbarse nuevamente en el duro catre. Lucille acarició la cabeza de su esposo, estaba ardiendo, pasó su mano por el pelo sudoroso de Jozef, este abrió los ojos y miró a su esposa.
-Te amo Lucille. Lo siento. Lo siento de veras, todo esto.
-No es culpa tuya Jozef.
-Debimos habernos marchado, debí hacerte caso.
-No te preocupes por eso ahora.
-Es culpa mía Lucille.
-No es culpa de nadie, descansa.
-Llevo ocho días sin poder trabajar.
-Te recuperarás.
-Estoy tan cansado.
Jozef volvió a cerrar los ojos. Lucille se levantó y respiró profundamente, no quería llorar. Escondió cuidadosamente el cuenco en el hueco de la pared. Aun quedaba un poco de agua pero no quiso bebérsela, ella podía aguantar un poco más. Miró a su alrededor, el silencio en la habitación solo era roto por alguna tos ocasional. Casi todos los presentes miraban al suelo o a sus manos, con los cuerpos encorvados. El aire era pesado, enfermo y agotador. Sus ojos se cruzaron con los de Eva que en una cama cercana cuidaba también de su esposo Franz. Franz tenía muy mal aspecto, peor que el de Jozef. Lucille le sonrió y Eva le devolvió la sonrisa. No necesitaron las palabras.
Lucille volvió a sentarse junto a Jozef que parecía dormir. Observó su rostro y recordó tiempos mejores. Se acordó de su casa y de la tienda de ropa que regentaban. Recordó aquella tarde de verano, con la luz del sol filtrándose por la ventana del salón mientras cosía y observaba a Jozef practicando al violín la sonata nº 1 de Handel. El la miraba mientras el sol y la música decoraban la estancia. Recordó la fuerza de la mirada de Jozef mientras creaba las notas y se acercaba a ella. La última vez que se amaron buscando al primogénito que nunca llegó. Por primera vez se alegró de no haberse quedado embarazada aquella tarde.
La puerta de la habitación se abrió de repente y la luz cegó por un momento a los presentes. Cuatro sombras se formaron bajo la puerta. Era el sargento Landers acompañado por tres soldados. El sargento Landers miró al interior y elevó la nariz.
-Aquí apesta.
Instintivamente todos los presentes se pusieron en pie y miraron sumisos al suelo, todos excepto Franz. Jozef consiguió incorporarse a duras penas. Luchó contra el vértigo y se apoyó ligeramente en el cuerpo de Lucille para no caerse.
El sargento Landers avanzó unos pasos adentrándose en la habitación. Los soldados imitaron sus pasos aferrando amenazantes sus fusiles.
-Josef Stein y Franz Heifetz. Acompáñennos.
Lucille agarró fuertemente la mano de su marido.
-¿Dónde los llevan?
-Vienen con nosotros.
-¿Pero dónde los llevan?
-Maldita judía. Las preguntas las hacemos nosotros, ellos vienen con nosotros. -Dijo Landers mirando con desprecio a Lucille.
-Tranquila cariño. Yo soy Jozef Stein, iré con ustedes -Dijo avanzando unos pasos.
-¿Y dónde está Franz Heifetz?
Eva avanzó unos pasos y con ojos suplicantes se dirigió al general.
-Franz está muy enfermo, no puede salir de la cama.
-Soldados, cojan al enfermo y llévenlo con nosotros. ¡En marcha!
Los soldados avanzaron hacia la cama, Eva se interpuso en su camino.
-Pero no pueden llevárselo, está muy enfermo.
-Les llevamos a la enfermería para acelerar su recuperación, no podemos permitirnos más días sin mano de obra. ¡Soldados! ¡Obedezcan!
Los soldados apartaron violentamente a Eva de su camino y agarraron a Franz por los brazos arrancándole de la cama. Franz soltó un terrible gemido. Se lo echaron a los hombros y lo sacaron a rastras del cuarto.
-Jozef, venga con nosotros. El resto permanezcan aquí.
Landers se giró y salió con paso firme de la habitación. Jozef miró a su esposa y le dedicó una última sonrisa antes de ser empujado hacia el exterior. Lucille no pudo devolverle la sonrisa y cuando un sonoro portazo la devolvió a la oscuridad cayó al suelo, no pudo contener las lágrimas por más tiempo.
La luz del sol cegaba a Jozef que por un momento solo pudo fijar la mirada en las negras botas de Landers, que caminaba delante de el. A su lado dos soldados arrastraban el cuerpo de Franz, sus pies arrastrándose por el suelo levantaban una fina cortina de polvo. Otro soldado tras el le apremiaba dándole ligeros golpes con la culata de su fusil.
Los ojos de Jozef empezaron poco a poco a acostumbrarse a la claridad y pudo mirar a su alrededor. Caminaban por la vía principal del gueto. Todos sus compatriotas se callaban y apartaban a su paso dejando un amplio pasillo para no entorpecer a Landers y los soldados. Los niños miraban curiosos a los prisioneros mientras sus padres agachaban la cabeza para no cruzar sus miradas con la comitiva por miedo a ser apresados también.
Atravesaron toda la vía principal y llegaron a la parte en la que los que conservaban alguna posesión de valor la extendían en improvisados tenderetes para cambiarlas por comida. Relojes, ropa, libros, todo ello se ofrecía a cambio de algo que llevarse a la boca. Jozef pasó por delante del tenderete de libros de Otto, esté se levantó sorprendido al verlos llegar y buscó los ojos de su amigo, ambos se miraron. Otto apretó los labios viendo cómo se llevaban a su viejo compañero sin poder hacer nada. Se lo dijeron todo con los ojos y ambas miradas se hicieron compañía hasta que la comitiva torció a la derecha perdiéndole de vista, entonces Jozef volvió a estar solo y miró al frente, hacia las botas de Landers, acompañado por el ruido de los pies de Franz arrastrándose por la tierra.
Atravesaron otra calle hasta los portones. Los soldados se cuadraron saludando a Landers y abrieron las puertas. Era la primera vez que Jozef salía del gueto desde que entró allí en lo que parecía una eternidad echando la vista atrás. Llegaron a unos furgones negros que estaban aparcados y custodiados por media docena de soldados, estos abrieron las puertas de los furgones.
-Métanlos dentro. - Dijo Landers
Arrastraron el cuerpo casi inerte de Franz y lo empujaron al interior del furgón. Jozef entró por su propio pie solo ligeramente apremiado por las culatas de los soldados. Una vez estuvieron dentro cerraron las puertas. Jozef comprobó que en el interior aparte de el y Franz había otras once personas, ancianos y enfermos, algunas le sonaban de vista, reconoció a Jacob, el hijo retrasado de los Wasser, con los que tenía una buena amistad.
-¿Alguien sabe a dónde nos llevan? -Preguntó Jozef.
-Quién sabe, esperemos que a algún sitio mejor, aunque lo dudo. -Le respondió un anciano tuerto.
En el exterior Landers miraba hacia el cielo. Hacía un día precioso, el cielo estaba despejado y el sol bendecía su causa. Se metió la mano en el bolsillo, sacó su pitillera plateada y se encendió un cigarrillo. Aspiró profundamente y lanzó el humo. Se miró las botas, luego nuevamente al cielo, lo pensó un instante y se dirigió hacia el soldado Schroen.
-Soldado, procedan con el Zyklon b.
En el interior del furgón Jozef intentaba poner a Franz en una posición medianamente cómoda, tenía muy mal aspecto, no parecía que fuese a salir bien de esta. Observó a Jacob que se mecía hacia adelante y hacia atrás.
De repente sintió como que el aire se hacía más y más pesado, tosió, miró extrañado al resto de pasajeros para intentar adivinar qué estaba pasando. El resto de pasajeros empezaron a aflojarse el cuello de las camisas, las toses se multiplicaron. Jacob se mecía hacia adelante y hacia atrás. El anciano tuerto cayó al suelo. Un hombre se levantó e intentó abrir la puerta.
-Aire, no puedo respirar.
Otros hombres se levantaron y comenzaron a golpear la puerta. En el exterior del furgón Landers daba otra bocanada a su cigarro. Los ojos de Jozef comenzaron a llenarse de lágrimas, le picaban los ojos y la garganta, se arrojó al suelo. Los prisioneros comenzaron a mearse y cagarse encima. Jacob se mecía hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás. El aire se espesaba rápidamente. Los hombres golpeaban la puerta cada vez con menos fuerza, algunos dejaron de toser definitivamente. Landers fumaba. Jozef, tirado en el frío suelo del furgón, recordó la cara de su amada Lucille mientras los prisioneros morían a su alrededor. La recordó aquella tarde de verano, cosiendo en el salón de casa. La amaba tanto. Pero la imagen de los soldados se introdujo en su mente. Vislumbró las botas brillantes de Landers y un profundo odio comenzó a nacer en su pecho y a llenarlo todo. La imagen de Lucille se desvanecía y era ocupada por soldados y más soldados, ejecitos enteros comandados por Landers, los soldados que le sacaron de su casa, los que le llevaron a el y a Lucille al gueto, la gente que le escupía por las calles, todos reaparecieron mirándole fijamente y burlándose de nuevo de el, y sobre todos ellos la imagen del führer planeando como un espectro.
El cuerpo de Jacob cayó golpeando sonoramente con la cabeza el suelo del furgón.
El odio crecía más y más en el interior de Jozef, acabó llenando todo su ser, toda su alma, y así, repleto de odio, murió.
Moncloa. Madrid. 2007
-Toma tío, salud.
-Salud.
-Bueno, ¿qué tal lo llevas?
-Depende Víctor, algunos días mejor que otros, aún es muy pronto. Lo llevo mejor cuando no estoy solo, cuando estoy solo en casa es cuando peor lo llevo.
-Joder tío, sabes perfectamente que puedes contar con nosotros, ¿verdad?
-Claro camarada, se que puedo contar con vosotros, y no dudes que lo hago.
-No quiero meterme pero esa chica no te convenía, nunca fue como nosotros, no estaba metida en el rollo.
-Ya. Lo sé, pero... No sé, la quería de verdad, creo que es la primera vez que he querido a alguna más allá de unos polvos y un poco de diversión. Tenía algo especial, no sé como explicarlo, como si hubiésemos estado predestinados el uno para el otro.
-No sé qué decirte, ya sabes lo que opino yo de las relaciones, cuanto más lejos mejor. Además, es muy bonito lo que dices y tal, pero visto lo visto está claro que no estabais predestinados tío.
-Ya.
-Venga joder, no te derrumbes, seguro que esa tía está haciendo su vida, ha sido ella la que te ha dejado, así que... ¡Que la zurzan! Hay más peces en el mar, y nos tienes a los colegas. Hoy vamos a divertirnos, ahora lo que necesitas es echar un buen polvo, uno de esos salvajes, ya sabes. Por cierto, un pajarito me ha dicho que la Sarita va a ir al concierto.
-¿Si?
-Ya te digo, y esa chica siempre ha estado colada por ti, además te pega mucho más que Lucía, Sara es como nosotros, está en el barco, joder, sin ir más lejos Lucía nunca iría contigo al concierto.
-Ni de coña, de echo fue una de nuestras ultimas discusiones, ella no entendía todo este rollo.
-Somos un ejercito, tenemos una causa joder, solo defendemos nuestro puto país, la gente no lo entiende, pero bien que se quejan luego de que no hay trabajo y que está todo lleno de moros y negros, alguien tiene que estar en la línea de fuego, hacer el trabajo sucio, tenemos mala prensa pero sabes que hacemos bien, incluso los que no lo entienden ahora nos lo agradecerán en el futuro.
-Va a estar guapo el concierto.
-Ya te digo, los putos solución final.
-Los putos solución final.
-¡Salud!
-¡Salud!
Entrechocaron sus pintas con fuerza y dieron un buen trago justo en el momento en el que una figura familiar entraba en el garito.
-¡Eh Adolf, estamos aquí tío!
Un tipo enorme y musculoso sonrió y se acercó hacia ellos, era Adolf, los tres se saludaron efusivamente. Adolf agarró una silla y se quitó su chupa apoyándola en el respaldo y dejando ver unos enormes brazos tatuados.
-Puto Adolf, ¿qué tal tío?¿Lo has hecho?
-¿Acaso lo dudáis mariconas?
-Joder, enséñanoslo, enséñanoslo.
-Tendréis que darme algo a cambio.
-¡Johnny, ponte una pinta para el Adolf!
-Maaarchando.
-Eso es otra cosa, mirad y flipad.
Adolf se quitó su camiseta de tirantes, se podía ver un buen trozo de papel de cocina ligeramente ensangrentado pegado con papel de esparadrapo sobre su pectoral derecho. Comenzó a despegarlo cuidadosamente mientras los otros dos miraban con suma atención, cuando quitó el esparadrapo alzó el papel dejando ver el dibujo.
-¡Hostia puta!
-Joder, está de putísima madre, mierda, es perfecto.
-¿Os gusta eh zorras?
-Joder, el puto Rudolf Höss, es el puto Rudolf Höss.
-Esa tatuadora es la hostia, esta hecho de puta madre Adolf, de puta madre.
-Y el siguiente Hitler, a la mierda, no me lo he hecho porque no me decido a si hacerlo en el lado izquierdo o en la espalda.
-Joder Adolf, eres el mejor.
-Ya lo se tío. Oye, me ha dicho Sergio que los putos guarros nos están buscando por lo de la zorra aquella a la que "tatuamos", pillaron al Ernesto por banda y le dieron una paliza el viernes, el cabrón cantó como un castrati, saben que fuimos tu y yo y por lo visto nos están buscando.
-Me la suda, que vengan, esa zorra se lo merecía, ahora llevará la esvástica en la cara toda su puta vida. Que vengan, nosotros también tenemos amigos, sin ir más lejos Víctor aquí presente, el no tuvo nada que ver pero podemos contar con su apoyo, ¿verdad?
-Claro tío, hicisteis bien, aquí todos somos uno.
-Nos buscan a ti y a mi Adolf, pero si nos tocan tendrán al ejercito detrás, no pienso acojonarme por unos guarros fumetas pacifistas que se tiran el día vagueando y haciendo malabares en el parque, nosotros estamos organizados, somos luchadores de familias trabajadoras, no puta escoria como ellos, estamos acostumbrados a la lucha, si quieren guerra la tendrán, coño, yo lo estoy deseando.
-A mi no me acojonan, solo te lo digo para que lo sepas.
-Que vengan joder. -Dijo levantando su pinta, Adolf y Víctor hicieron lo propio y brindaron por la guerra inminente.
Los tres continuaron un rato más en el bar, pidieron un par de rondas y finalmente decidieron marcharse rumbo al concierto. Eran tres grupos los que tocaban esa noche, pero a ellos solo les interesaban los cabezas de cartel, solución final, y seguramente estarían a punto de tocar. El sitio estaba lejos, se montaron en el coche de Adolf y atravesaron la ciudad rumbo a las afueras. Pasaron la autopista y llegaron al sitio de reunión, un almacén en un polígono industrial semiabandonado. Tras aparcar y bajarse del coche Víctor se indignó.
-Joder, estoy hasta la polla de que tengamos que hacer las fiestas en el culo del mundo, los guarros pueden montar sus movidas ateas en cualquier antro y nosotros tenemos que escondernos en estos putos polígonos de mala muerte.
Llamaron a la puerta, varias veces, finalmente Adolf empezó a aporrearla, y casi la tira abajo cuando por fin se abrió una ranura desde donde un tío les habló.
-¿Qué coño queréis?
-Tu que crees gilipollas.
-No se de que hablas.
-¿Eres Juanma? Abre la puerta imbecil.
-Coño Adolf, no te reconocía, pasad.
-Idiota.
-No os rayéis tíos, ya sabéis como está el patio, los putos reporteros de callejeros y toda esa mierda que ven nuestras madres se mueren por entrar aquí y ponernos luego a parir en la tele. Pasadlo bien.
Atravesaron un largo pasillo y otra enorme puerta, tras ella estaba, por fin, la fiesta.
El almacén era amplio y había acudido bastante gente a la llamada a pesar de haberse convocado de forma privada y selecta a través de internet. A la derecha se había montado una barra, sobre la barra había una enorme bandera con la foto de Hitler en posición desafiante, dominando su imperio de los mil años, al fondo estaba el escenario, coronado por una enorme esvástica, estaba tocando un grupo, pero no eran solución final, eran los teloneros, Belsen beast, en las primeras filas un enorme enjambre de cuerpos se empujaban sudorosos, meneando sus cabezas rapadas y agitando violentamente brazos y botas en un brutal mosh.
-¡Genial! -Rugió Adolf antes de quitarse la camiseta y abalanzarse hacia las primeras filas, varios cuerpos salieron despedidos por el aire a su llegada.
-Voy palante, ¿vienes? -Dijo Víctor.
-No tío, voy a la barra a pedirme algo.
Al llegar a la barra se pidió una pinta de cerveza y observó desde allí el espectáculo, no distinguió a Víctor entre la masa, en cambio Adolf era perfectamente visible ya que su envergadura le hacía ser igual de discreto que una ambulancia, se había formado un pequeño perímetro de seguridad a su alrededor y quien osaba traspasarlo era brutalmente despedido hacia la atmósfera. Continuó disfrutando de la pinta y la música desde la barra cuando tuvo la sensación de que alguien lo observaba, se giró y pudo ver al otro extremo de la barra a Sara mirándole fijamente, alzó la mano al reconocerla, ella sonrió y se acercó a el.
-Que pasa tío, ¿qué tal?
-Salud Sarita, ya ves, aquí ando.
-¿Has venido solo?
-No, que va, con Víctor y Adolf, están ahí desfasando.
-Si, ya había visto a Adolf, no pasa desapercibido precisamente.
-Jajaja, no, claro que no, ¿tu estás sola?
-Que va, están Sofía y Carmen por ahí, oye, me he enterado de lo de Lucía, lo siento mucho.
-Gracias, no pasa nada, se veía venir, éramos muy distintos.
-Ya te digo si lo erais, oye, si puedo hacer algo para que te sientas un poco mejor.... -Dijo esto acercándose bastante a el y rozándole sin ningún pudor la polla con la mano.
-Te lo agradezco Sara, pero, es un poco pronto, pero no dudes que te llamaré.
-No lo dudo. Bueno, voy para allá con estas, nos vemos.
Suspiró mientras la miraba alejarse, la verdad es que Sara estaba bien buena, y era del rollo, con sus mismas pintas, estaba claro que necesitaba una chica así, pero no podía dejar de pensar en Lucía.
Terminaron Belsen beast y solución final subieron al escenario recibidos por una tromba enloquecida que los saludó extendiendo su mano derecha al cielo, cuando sonaron los primeros acordes el público se volvió loco.
Intentó quitarse de la mente la imagen de Lucía echándole encima un par de chupitos de whisky y corrió hacia las primeras filas a desfasar junto a Adolf y Víctor. Los temas clásicos del grupo caían uno tras otro y se dejó llevar, se comió unas cuantas patadas y puñetazos y asestó otros tantos, el concierto resultó memorable y su hora y media de duración pasó enseguida. Al acabar los tres acudieron a la barra, se pidieron unas pintas e hicieron balance de las heridas de guerra mientras comentaban los puntos álgidos de la actuación. La gente comenzó a abandonar el recinto. Por más que la buscó no volvió a ver a Sara, ahora que estaba un poco más desinhibido por el alcohol no le importaría intentar olvidar a su ex con la ayuda de ese prieto culito. Se terminaron las pintas y decidieron largarse ellos también de allí.
Montaron en el coche y comenzaron a vagar sin rumbo hasta que Adolf decidió hacer de las suyas y tirar hacia el polígono de las putas. Una vez allí comenzaron a insultarlas a través de las ventanillas, las putas intentaban ignorarlos, ya estaban acostumbradas.
-Adolf, tuerce donde los camiones, por ahí se suelen poner los travelos.
-Mira, acércate a ese, dale las luces.
El travestí se acercó al coche contestando la llamada, pero cuando pudo ver la pinta de los que estaban dentro volvió sobre sus pasos y comenzó a alejarse.
-¿Qué pasa guapetón? No tengas miedo, solo queremos pasar un buen rato.
-¿Qué pasa maricón, no somos lo bastante buenos para ti?
-Por favor dejadme, estoy trabajando.
-¿Trabajando? Tu lo haces por vicio puta.
-Enséñanos el rabo maricón.
-Iros a la mierda putos críos.
El travesti les extendió el dedo índice y girándose sobre sus tacones comenzó a alejarse en dirección contraria al coche.
-Hijo de puta, se va a enterar. -Dijo Adolf mientras detenía el coche y se bajaba. Comenzó a andar hacia el travesti, este cuando le vio comenzó a correr, pero no podía correr mucho con los tacones y poco pudo hacer ante las enormes zancadas de Adolf que lo apresó enseguida del cuello.
-Para ser un maricón le echas huevos ¿eh?
-Por favor, no me hagas nada, lo siento.
-Seguro que te gusta meterte enormes pollas negras por el culo ¿verdad?
-....
-Contéstame zorra, se nota que adoras las pollas grandes, ¿te gustaría sentir la mía?
-Por favor, si quieres follar follamos, pero no me hagas daño.
-Que puto asco, no la metería ahí ni por todo el oro del mundo.
Adolf comenzó a tirar del pelo al travesti, este comenzó a chillar, en ese momento Adolf le asestó un fuerte puñetazo en la cara, notó perfectamente como su nariz crujía y volaban varios dientes, el trevesti cayó al suelo con los ojos repletos de lágrimas y una mueca de horror e incredulidad en su rostro.
-Te vamos a quitar las ganas de comer semen.
Los otros dos comenzaron a patearle mientras Adolf hurgaba en su bolso y cogía el dinero. Vieron como un grupo de putas les gritaban desde una calle cercana.
-Venga vámonos, estas putas seguro que han llamado a la pasma.
Se montaron en el coche y salieron de allí. La recaudación no estaba mal, la repartieron en tres partes iguales. Pararon el coche en un sitio tranquilo y comentaron la jugada mientras fumaban unos cigarros y se bebían unas cervezas tibias que Adolf guardaba en el maletero. Rieron y brindaron durante un rato, luego Víctor pidió que lo acercaran a casa. Se pusieron de nuevo en marcha hasta casa de Víctor y lo dejaron allí, se despidieron hasta la próxima.
-Bueno tío, ¿te llevo a casa?
-¿Te importaría que me quedase un rato en tu casa Adolf? Solo hasta que abra el metro.
-Joder, claro que no hermano, quédate el tiempo que quieras.
Se pusieron en camino y llegaron en poco tiempo a casa de Adolf.
-Ponte cómodo tío, hay cerveza en la nevera, si quieres sobar el sofá es todo tuyo, también puedes ponerte una peli, yo me piro a la cama, nos vemos mañana.
-Que descanses Adolf.
-Tu también hermano.
Sacó una cerveza de la nevera y se puso el dvd de 'El sargento de hierro'. No hizo mucho caso de la peli, le dolía todo el cuerpo del concierto, se bebió la cerveza, se fumó un par de cigarros y se quedó dormido mientras pensaba en Lucía.
Soñó con ella, caminaban por una playa cogidos de la mano, sin decirse nada, entonces observó un furgón a lo lejos, un enorme camión parecido a los de la policía, de color negro. Un enorme rinoceronte estaba junto al furgón. Soltó la mano de Lucía y se encaminó hacia el furgón. "No vayas", le dijo ella. "Tengo que ir, me están llamando", replicó el. Se miraron a los ojos. Entonces una esvástica comenzó a aparecer en la mejilla de Lucía como si una mano invisible la tallara con una navaja, ella no emitía ningún quejido. El volvió sobre sus pasos y le limpió la sangre que caía de la herida, estaba desnudo pero tenía unos guantes de cuero negro en las manos que acabaron ensangrentados. "Te echo de menos" dijo ella. El no contestó, le dio la espalda y caminó hacia el furgón. Al llegar miró al rinoceronte que se desvaneció en una enorme nube de humo negro, entonces las puertas del furgón se abrieron y entró. Tomó asiento junto a otros doce hombres, todos permanecían sentados en silencio y quietos excepto uno, un niño, que se mecía hacia adelante y hacia atrás. El niño giró la cabeza y le miró mientras seguía balanceándose. Entonces la puerta del furgón volvió a abrirse. El chico que se balanceaba se levantó y bajó del furgón desapareciendo, otros dos hombres hicieron lo mismo a continuación. Tras ellos las puertas del furgón volvieron a cerrarse. Un viejo sentado frente a el levantó la cabeza, le faltaba un ojo, "así que te quedas" dijo dirigiéndose a el, "no tengo otra opción, tomé una decisión" contestó el, "todos la tomamos, pero podemos tomar otras" "¿sabes a donde vamos viejo?" "no, no lo se". En ese momento el coche arrancó y sus cuerpos empezaron a deshacerse, la piel y los músculos se desprendían de todos ellos, no realizaban ningún movimiento de dolor o queja mientras se desollaban vivos. A cada bache los trozos de carne humeante se desprendían y caían al suelo del furgón. Respiró profundamente y despertó.
Lo primero que hizo fue mirarse las manos, la carne seguía allí. La tele estaba encendida pero no emitía ninguna imagen. Tardó unos segundos en recordar que estaba en casa de Adolf. Fuera estaba amaneciendo, se incorporó y vació en su interior una lata de cerveza que había dejado a medias. Se acercó hasta la habitación de Adolf. Este dormía roncando sonoramente, su habitación era como un santuario, rodeado de todo tipo de parafernalia nazi. Salió de allí y puso rumbo al metro, la parada no estaba lejos.
El sol ya se alzaba sobre su cabeza. Mientras caminaba por la calle notó una voz a lo lejos desde la otra acera.
-¡Eh tu, hijo de puta, nazi de mierda!
Se giró y pudo ver un grupo de cinco punkis mirándole, decidió apretar el paso hasta la cercana estación mientras seguía oyendo los insultos hacia el. Llegó a la estación, bajó rápidamente las escaleras mecánicas e introdujo un bono de diez viajes en la ranura haciendo que las puertas automáticas le permitieran el paso, miró hacia atrás, nadie le seguía. El tren llegó a los pocos minutos, se montó y se dejó caer en uno de los asientos, solo eran un par de paradas.
Fijó la vista en el suelo y pudo ver enfrente de el unas botas negras de cuero, levantó más la vista y vio que quien las llevaba era una chica sudamericana. Volvió a fijarse en las botas negras, mirándolas fijamente. Sin razón aparente comenzó a sentirse nervioso y cabreado.
-Eh tu, panchita, ¿te has comido muchas pollas hoy zorra? Te hablo a ti. ¿Qué pasa, además de retrasada eres sorda? Me pones enfermo con esa cara redonda, parece que te hubiesen dado un palazo en la jeta. ¿Por qué no le dices a tus viejos que se larguen a su puto país miserable y nos dejen curro a los que lo merecemos?
La chica le ignoraba pero estaba visiblemente nerviosa. El tren llegó a su parada y el se levantó. Se acercó a la chica y empezó a tocarle un pecho, esta le apartó la mano violentamente. Entonces el, presa del odio, levantó la mano y le dio una enorme bofetada que la tiró del asiento justo cuando se abrían las puertas. Nadie movió un dedo de sus asientos, continuaron a lo suyo, leyendo el periódico o mirando al suelo vencidos. El la escupió antes de salir del vagón y encaminarse hacia la calle.
Atravesó un par de calles y por fin llegó a su casa. Abrió la puerta, se quitó la chupa y sacó un poco de leche de la nevera.
-Jose, Jose, ¿eres tu?
-Si, soy yo mamá, tranquila.
-Ven a saludarme.
-Ya voy, me estoy haciendo un café.
Se preparó el café y fue a la habitación de su madre, ella estaba tumbada en la cama.
-¿Qué tal Jose, como llegas tan tarde, no te habrás metido en líos?
-No mamá.
-Hueles a alcohol.
-Me tomé un par de cervezas, pero no muchas y me fui pronto.
-¿A dónde?
-He dormido en casa de Lucía.
-Me tenías preocupada.
-No te preocupes mamá, estaba con ella.
-Me gusta, es una buena chica, no como esos otros amigos que tienes.
-Ya, bueno.
-He llamado a tu hermana.
-¿Por?
-Mañana es el último día para pagar la luz.
-Joder.
-Dice que nos va a dejar algo de dinero
-Pufff, vaya una mierda, a ver si me sale algún currele pronto.
-Seguro que si, pero deberías dejarte crecer el pelo.
-No empieces mamá.
-Tienes un pelo tan bonito.
-¿Cuando tienes que ir a médico?
-El martes. Tranquilo, seguro que no es nada.
-Ya, oye mamá, no he dormido del todo bien, voy a tumbarme un rato, aun es pronto, despiértame para comer.
-Claro cariño, descansa.
-Te quiero mamá.
-Yo también te quiero.
Jose le dio un beso a su madre en la mejilla y salió de la habitación, se terminó el café y luego fue al baño. En el baño se puso delante del espejo y se quedó mirándose un rato, luego abrió el grifo, se mojó las manos y las pasó por su cabeza rapada, luego se mojó el cuello y la cara. Volvió a mirarse en el espejo.
Lo único que recordaba de su vida anterior era el odio, era lo único que se había mantenido inalterable a través del tiempo y la reencarnación. El odio y el amor eran lo único eterno, lo único que podía atravesar las barreras del espacio y el tiempo. Solo el sentimiento, no el objeto al que iba dirigido ni la causa de ello.
El destino se había burlado de Jozef transformándole en el objeto del odio al que se aferraba.
El odio siempre era más grande, siempre te atrapaba más fácilmente, anidaba más rápido y con más fuerza, y tras el, la apatía, el dolor, el sufrimiento, la frustración. Pocos dejaban espacio para un poco de luz.
El odio. El odio. Siempre ahí, eterno, creciendo cada vez más, extendiéndose y atrapándoles. Y ellos se dejaban atrapar. Ellos nunca lo entendían. ¿Encontraría la salida?
Reí y continué observando.
El puto Jozef tenía cojones. Es una mierda que tenga que morir como las grandes cosas. Es notable tu fluidez literaria con tendencias minimalistas. A lo Bukow. A mí también me jodió el cerebro. Sobre adolf ni qué decir, nunca le sentí desde esa perspectiva. Parece ser un buen chico.
ResponderEliminarSaludos, man.