Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

jueves, 23 de junio de 2011

LA CAMISETA MOJADA



   Derrota.
   Otra vez ese sabor amargo tan conocido, demasiado conocido. El deambular perdido en esta maldita ciudad, las preguntas sin respuesta al final de la noche, reflexión, autocrítica, el cabreo conmigo mismo, ¿acaso era tan difícil o, por el contrario era yo el que lo complicaba tanto?
Me sentía mal por la razón de siempre, habría sido tan fácil decir alguna chorrada, intentarlo, "el que no llora no mama", ¿por qué no lloraba un poco si lo que quería era que me consolaran? ¿Por qué no lo había intentado si estaba tan seguro de que funcionaría? Tampoco era para tanto, ¿miedo al fracaso? Supongo que si, pero eso tampoco tiene sentido ya que no intentarlo equivale ya a una derrota.
   Había que echarle un par de huevos a la vida. Yo sabía sin lugar a dudas que tenía un par de testículos, los veía todos los días colgando ahí abajo, de echo eran una de las primeras cosas que veía al inicio de un nuevo día, como casi todas las personas del mundo una de las primeras cosas que hago por las mañanas es ir a mear, y entonces puedo verlos, siento su peso, no son excesivamente grandes pero están ahí, peludos, colgando en su envoltorio de piel, si, estaba totalmente convencido de poseer testículos, entonces, ¿por que no le echaba un par de huevos a la vida y me ahorraba todo esto? En fin, las preguntas de siempre aderezadas con el mareo de siempre, ¿debería haber bebido mas? se supone que el alcohol da seguridad, desinhibe y suelta la lengua, no obstante me sentía ya bastante pedete, unas copas mas habrían significado pasar al punto del balbuceo y no creo que una cosa compensase la otra.
   Hay una meditación bastante extendida entre los jóvenes sexualmente fracasados como yo, se basa en las leyes de la probabilidad y reza así: "Si en un garito lleno de chicas vas tranquilamente preguntando a cada una de ellas si se quiere acostar contigo alguna te acabará diciendo que si". Tanto mis amigos como yo solíamos recurrir a esa máxima cuando, ensimismados, nos apoyábamos en algún rincón de un garito (esquina, columna, barra....) a observar los contornos de tiernas mancebas, amargándonos bebiendo e intentando sacar fuerzas para reclamar aquello que estaba ahí, al alcance de la mano, y del pene. Todos estábamos convencidos de su veracidad pero ninguno se atrevía a ponerlo en practica. La cosa se ponía mucho mas jodida cuando observabas algún gesto de complicidad del objetivo a batir, una mirada, varias miradas, una sonrisa. Entonces la cosa se ponía angustiosa de verdad, las pajas mentales se sucedían a velocidad de vértigo, te subían y presionaban el córtex como una enredadera.
   Sorbías tu alcohol con mas fuerza, te encendías un cigarro y buscabas otra mirada, alguna más para estar seguro, hacías como si no pero la buscabas, "¿habrá sido producto de mi imaginación?"  Pero no, no lo era, ahí estaba otra vez, rápida pero intensa, dos miradas que se cruzan entre la multitud ajena, entre el ruido ensordecedor. Entonces lo comentabas con tu escudero buscando apoyo:
   -Tío, esa de ahí me está mirando.
   -¿Quién?
   -Ahí, la morena de la camiseta verde.
   - .......Mmm.....No esta mal. Dile algo.
   Nuevo sorbo a la copa. Ya tenías el apoyo y la aprobación. Nueva calada. Sigues ahí, meditando cuando no hay que meditar sino actuar, piensas que el problema reside en el entorno, si estuviera sola sería mas fácil de abordar, pero no esta sola, sus amigas la acompañan, lógicamente, y eso es como una muralla, piensas qué decir, rebuscando esa frase maestra, pero no hace falta una frase maestra, cualquier cosa servirá, la cuestión es empezar una conversación, aunque, tampoco es cuestión de hacer el ridículo, bueno, y qué mas da, piensa, reacciona, ¡¿cabrones peludos donde estáis?¡
   Todas estas meditaciones te invaden mientras pasa el tiempo y sigues ahí. "Venga va, me termino la copa y le digo algo" , pero ya es tarde, la ves levantarse y coger el abrigo, "maldita sea, se pira, a ver, quizás solo busca algo en un bolsillo", pero no, las amigas la imitan y se alejan, tu buscas esa ultima mirada antes de que desaparezca para siempre y si la obtienes es aún peor porque solo reafirma tu fracaso, tu imposibilidad de actuar, esas dos esferas peludas han vuelto a fallarte, o, mejor dicho, tu las has vuelto a fallar a ellas.
   En fin, la historia de siempre mientras caminas por la calle al final de la noche, derrotado.
   Y a ellas les pasa igual, es todo tan triste. Ellas también están salidas, no terminan de admitirlo porque está muy bien que se suponga que somos nosotros los pajilleros pero cuando se juntan un grupo de mujeres las conversaciones suelen girar alrededor de las pollas, los chorros de ducha y, si alguna se acaba de echar novio, de las supuestas proezas sexuales del susodicho. No hay nada malo en todo esto, somos animales, necesitamos follar o ser follados, todas las barreras sociales y de decoro que nos hemos impuesto han sido piedras sobre nuestro propio tejado, elementos de autofrustración, masoquismo.
   Pensaba en todas estas mierdas mientras me deslizaba renqueante calle abajo en busca de la parada de autobús, estaba tremendamente lejos, solo quería llegar, esperar y largarme a casa cuanto antes. Esta ciudad acrecienta enormemente la depresión, como todas las megalópolis. Encima la climatología no acompañaba, hacía frío, el cielo estaba gris, no llovía pero todo estaba ligeramente mojado, quizás había llovido un poco mientras estaba dentro de esa maldita discoteca.
   Mi paso distaba mucho de ser recto y firme aunque tampoco era mi peor momento, al menos aún mantenía el equilibrio y podía desplazarme, era bastante tarde, no obstante al ser fin de semana aún podía ver algún grupo de gente en mi peregrinaje, de vez en cuando pasaba algún coche a gran velocidad y oía ruidos de risas lejanas, la noche seguía para algunos pero no para mi, yo ya había tenido bastante por hoy.
   Me sentía con ganas de huir, mandarlo todo a la mierda y largarme, a un sitio con playa quizás, alguien me habló con acento peruano:
   -Hey compadre, ¿un cigarrito tienes por ahí?
   -Que va tío, lo siento.
   Un sitio con playa, no es que me gustase la playa, era por cambiar, esta ciudad me estaba quemando, aunque quizás era simplemente que estaba deprimido y ebrio, esto es, doblemente deprimido.
   Hacía bastante que no me acostaba con una mujer, bastantes meses, me aterrorizaba echar la cuenta del tiempo exacto. Está claro que lo necesitaba, ¿quien no necesita el sexo? Si me ponía romanticón pensaba que lo que necesitaba era amor, si, bueno, seguramente, pero el amor surgido tras una relación sexual. Ah mis pobres e hinchadas pelotas.
   "Si en un garito lleno de chicas vas tranquilamente preguntando a cada una de ellas si se quiere acostar contigo alguna te acabara diciendo que si".
   ¡Maldita sea, seguro que era cierto, eran matemáticas diablos, la única ciencia exacta! Había tenido varias oportunidades aquella noche, estaba seguro, mas allá de las inevitables pajas mentales, me habían mirado bastante unas cuantas.
   "Hola, ¿que tal llevas la noche? ¿Te apetece que te invite a algo?" Acaso era tan difícil, en el peor de los casos me dirían que no con lo cual volvería a mi rincón a sorber mi copa pero el mundo seguiría allí y podría intentarlo con otra. Si sabía que necesitaba ligarme a una chica ¿por que demonios no lo intentaba? ¿Acaso pretendía que el cielo me lo diera todo hecho? No creo gustarle a Dios hasta tal punto de esperar algo así, las cosas no caen del cielo.
   Entonces escuché una voz femenina proveniente del cielo.
   -¡Hey, hey chico, aquí arriba!
   Me detuve y miré confundido hacia arriba, había estado mirando al suelo todo el rato meditando mi fracaso y ahora no focalizaba.
   -¡Aquí, aquí, oye!
   Entonces la vi. De la ventana de un edificio gris a mi izquierda surgía un busto femenino, debía de ser un segundo o tercer piso, arrugué la frente forzando la vista y se fue dibujando una sonriente cara envuelta en una melena rubia, me quedé tan confundido ante esa aparición repentina que no pude decir nada.
   -Perdona, ¿podrías alcanzarme mi camiseta?
   -¿Que?¿Como?.
   -Mi camiseta, esta ahí, a tu derecha.
   -¿Que?
   -Mi camiseta, ahí, a la derecha.
   Reaccioné y miré a mi alrededor, hacia donde ella señalaba, vi un bulto rosa a pocos pasos, me acerqué a examinarlo, evidentemente había una camiseta tirada en el suelo, estaba mojada, empapada, me agaché y la cogí con la punta de los dedos, era una pequeña camiseta de chica, tenía un dibujo de trazos infantiles que me pareció una especie de cerdito alado, volví a mirar hacia arriba alzandola.
   -¿Esto?
   -Si, si, gracias, se me ha caído.
   Me volví a quedar colgado sin saber que hacer, ella estaba demasiado alta para lanzarla.
   -¿Que hago, te la lanzo?
   -No, no, sube, joder, no tengo llaves y no puedo salir, por favor sube, es el tercero A.
   -Vale.
   -Gracias, es esa puerta, espera un momento.
   Desapareció, yo me acerque a la puerta, aquello era extraño, quizás si que caían cosas del cielo al fin y al cabo. Me planté en la puerta y a los pocos segundos sonó el telefonillo, empujé y la puerta se abrió. Penetré en aquel portal, parecía un edificio viejo y algo cochambroso, el típico del centro, olía a humedad. Me detuve ante la primera prueba, ¿ascensor o escaleras? Opté por las segundas y comencé el ascenso, no se oían ruidos en las casas sólo la vibración de las bombillas, cuando llegué al tercero vi la luz de una puerta abierta al fondo, había alguien esperándome, una chica.
   -Ja, ja, ja, joder muchas gracias tío.
   -No hay de qué.
   Le alcancé la camiseta, ella la alzó a la altura de su cara y la extendió frente a si.
   -Joder, está empapada.
   Aproveché que estudiaba su camiseta para estudiarla yo a ella, lo que estaba viendo me estaba dejando patidifuso. Ante mi se erigía una autentica diosa: Unos centímetros más baja que yo, delgada, con una impresionante melena ondulada color oro que le descendía como una cascada hasta el pecho, y que pecho, con la apretada camiseta de tirantes blanca que llevaba podía adivinar perfectamente los pezones que coronaban unos pechos de medidas perfectas, ni grandes ni pequeños, unos hombros y unos brazos finos y blancos como el marfil, ojos azules, pómulos altos, labios rosados que cubrían una dentadura perfecta, naricilla de ratoncito. Llevaba un pantalón de chándal de color negro con franjas blancas a los lados, mas bien ancho, que imposibilitaba hacer un examen tan profundo de la parte inferior como de la superior, no obstante parecía igual de exuberante, estaba descalza y podía ver asomarse los pequeños dedos de los pies perfectamente alineados, no solo el cuerpo era perfecto, destilaba una especie de halo de pureza, como una brisa que me golpeara en la cara, frescor. Nuevamente me quedé ahí sin saber que hacer.
   -Muchas gracias, no podía bajar porque no tengo llaves, si se me cierra la puerta voy lista hasta que venga mi compañera de piso, llevaba ya un buen rato esperando a que pasara alguien, jijiji.....
   Yo habría puesto un zapato en la puerta para evitar que se cerrase pero no se lo dije, no quería hacerme el listo.
   -Bueno, me alegro de haber sido de utilidad.
   -Joder me has salvado la vida.
   -No creo que sea para tanto.
   -Jijijiji, si lo es, adoro esta camiseta, imagínate que me la roban o algo.
   -No creo que nadie te la robase.
   -Bueno, tu no lo has hecho..... y me alegro.
   Al decir eso me miró fijamente y sonrió de forma maliciosa, todo mi ser se estremeció ahogado en esos ojazos.
   -Te gustaría pasar, estoy sola en casa, puedo ofrecerte una cerveza si quieres.
   -Claro.
   En ese momento mi vida se iluminó, ¡gracias, gracias oh señor! Sabía que estabas conmigo, sabía que no me dejarías, gracias señor de los cielos, amo de los vientos cuyas ráfagas arrojan al vacío camisetas de cerdos voladores que no pueden volar.
   -Entra y cierra. - Sentenció.
   Obedecí cual cachorrillo, ella caminaba delante sin mirarme, yo miré sus hombros, intenté adivinar su espalda oculta tras la cascada dorada y su culo oculto tras el pantalón negro, no me cabía duda de que serían perfectos como el resto, giro a la derecha entrando en una habitación, yo la seguía de cerca, hipnotizado por su brisa, me invadía su olor dulce, olía como huelen las chicas perfectas, a melocotón, a gominolas, a inocencia.
   -Siéntate si quieres. - Dijo señalando una cama sin hacer, yo me senté en la punta, ella me acercó una litrona abierta que tenía encima de una mesa, se apoyó en ella inclinándose hacia atrás y cruzo los pies, en esa postura su pecho y sus piececitos se elevaban mirándome fijamente, yo no cabía en mi de gozo, abrí la botella y di un generoso trago, luego otro, se la devolví.
   -¿Bueno y como se llama mi apuesto salvador?.
   -Octavio
   -¿Octavio?, vaya, jajaja, que nombre tan original.
   -A mi no me gusta nada pero es el que me pusieron, mi tío se llamaba así, ¿y tu?
   -Svetlana.
   -Vaya, tampoco te quedas corta en originalidad.
   -Bueno, es que soy rusa.
   -Me lo imaginé, tienes un poco de acento, un acento precioso por cierto.
   -Jijij, que majo eres, gracias.
   -Jajaja.
   -Te importa esperarme un momento, voy a por mas cerveza.
   -No me moveré de aquí.
   En cuanto salió de la habitación no pude reprimir más mi emoción y alcé los brazos al cielo en señal de agradecimiento, ¡una preciosa diosa rusa! Tenía que jugar bien mis cartas, aprovechar este repentino giro en los acontecimientos, debía emplear mi mejor léxico, no se podía escapar, esta no, ¡jamás! Intenté pensar en algo de lo que hablar, vamos a ver, ¿que sabía yo de Rusia? Pufff, poca cosa en realidad, no sabía nada de su política ni de la situación de la gente allí, me sonaba que no estaban demasiado bien las cosas, que había pobreza y represión, pero no convenía hablar de ello a ver si voy a entristecerla, está claro que si se ha ido de allí será porque las cosas no la irían muy bien, quizás padres y hermanos a los que echar de menos, duros inviernos, aunque, por otra parte si su historia es triste eso me daría pie para consolarla. Ya se, claro, alabaría la literatura rusa de la que por suerte sabía algo, Dostoievski, con el podía enrollarme un rato, desde luego, Tolstoi, Ostrovski, Chéjov....Si, alabaría las letras de su país lo cual la llenaría de orgullo y me valdría para hacerme el intelectual, luego mencionaría a Nabokov y la llamaría mi pequeña Lolita...jo, jo, jo......
   Escuché que se acercaba por el pasillo, mi pequeña Lolita, pero lo que surgió por la puerta distaba mucho de la creación de Vladimir.
   Me quedé de piedra una vez más, ante mi se alzaba un tipo, gigante cual oso salvo que sin pelo, con la cabeza rapada y cara de pocos amigos, era inmenso, se la marcaban todos y cada uno de los músculos del cuerpo, bíceps, tríceps, trapecios, deltoides, femorales......Me miraba fijamente con sus ojos azules, ¿no se supone que estaba sola? No había escuchado la puerta de la calle, tampoco venía de esa dirección, el gigante procedía del otro lado del pasillo, ya estaba allí, la que ya no estaba era Svetlana, era una puta encerrona.
   -¿Que tal tío? Soy Octavio.
   -Calla gilipollas y dame todo lo que lleves encima.
   -Donde está Svetlana.
   -Dame todo ahora.
   Se acercó unos pasos, yo me levanté como si tuviera un resorte en el ojete, se acerco otro par de pasos, su enormidad absorbió toda la luz, tenía campo gravitatorio propio.
   -Escucha tío, no tengo nada, me largaba a casa, no tengo ni un duro.
   -Cazadora, cartera, móvil, dame todo ahora.
   -Venga tío, no jodas.
   -Entonces te lo saco a hostias.
   Se abalanzó sobre mí y cual si fuera Neo en Matrix la realidad se ralentizó y con una pirueta imposible me escabullí bajo el, aterrizando con la cara contra la pared del pasillo, no sé de donde saque los reflejos, del miedo seguramente, el pánico hace que saquemos lo mejor de nosotros mismos, en mi caso fue una flexibilidad imposible y unos reflejos gatunos para evitar las zarpas de aquel oso de las estepas.
   -¡Govniuk!
   Salí corriendo como un loco, notaba que el gigante se daba la vuelta y me seguía pero preferí no mirar atrás, me concentré en la puerta de salida al final del pasillo, me abalancé sobre ella y giré el pomo, gracias a dios no estaba con llave. Me arrojé hacia el exterior bajando las escaleras como un poseso, ignoraba que pudiera ser tan veloz, ahora sabía sin lugar a dudas que tenía un par de testículos, podía notarlos en mi garganta, llegué abajo y abrí la puerta, no oía que me estuviesen siguiendo, no obstante no paré de correr, corrí calle abajo durante un buen rato hasta que la fatiga pudo conmigo, la cabeza me latía como una bomba hidráulica a punto de explotar, no podía respirar, me detuve agarrándome las rodillas y soltando un par de poderosas arcadas, miré tras de mí, no me seguían, la calle estaba en calma, gris y húmeda como antes pero en calma, me incorporé jadeando e inspeccioné mi cuerpo, si aquel mastodonte me hubiese arrancado un brazo no me hubiese dado cuenta hasta ese preciso instante, por suerte todo parecía en su sitio. Intenté caminar a prisa, notaba sombras amenazantes del este cerniéndose sobre mí, podía escuchar mi corazón.
   Maldita sea, sales de casa buscando el amor, consumes el dinero en alcohol al no encontrarlo y ahora encima esto. Maldita ciudad, jodida y gris megalópolis llena de peligros y frustraciones, debería irme a algún sitio con playa.
   La estación de autobuses estaba a tomar por culo, vi un chico frente a mí, cuando estuvo a mi altura me comuniqué con el.
   -Perdona tío, ¿tienes un cigarro?
   -No.
   Continué calle abajo.

viernes, 10 de junio de 2011

COSAS NAZIS






   Gueto de Lodz. Polonia. 1942.


   -Toma cariño, necesitas beber un poco de agua, te ha subido la fiebre.
   -¿De dónde, de dónde has sacado el agua?
   -Me la ha dado Otto, de su reserva.
   -No, guárdala.
   -Hazme caso Jozef, tienes mal aspecto, necesitas ponerte bien.
   -No.
   -Solo un poco, por favor, hazlo por mí.
   Lucille cogió la cabeza de su esposo y le ayudó a levantarse, estaba débil, ambos lo estaban. Apoyó el cuenco en sus labios y le observó dar un pequeño trago. Los labios de Lucille realizaron el movimiento de beber como pretendiendo compartir el trago, ella también estaba sedienta. Jozef tragó penosamente y luego dio otro pequeño sorbo antes de derrumbarse nuevamente en el duro catre. Lucille acarició la cabeza de su esposo, estaba ardiendo, pasó su mano por el pelo sudoroso de Jozef, este abrió los ojos y miró a su esposa.
   -Te amo Lucille. Lo siento. Lo siento de veras, todo esto.
   -No es culpa tuya Jozef.
   -Debimos habernos marchado, debí hacerte caso.
   -No te preocupes por eso ahora.
   -Es culpa mía Lucille.
   -No es culpa de nadie, descansa.
   -Llevo ocho días sin poder trabajar.
   -Te recuperarás.
   -Estoy tan cansado.
   Jozef volvió a cerrar los ojos. Lucille se levantó y respiró profundamente, no quería llorar. Escondió cuidadosamente el cuenco en el hueco de la pared. Aun quedaba un poco de agua pero no quiso bebérsela, ella podía aguantar un poco más. Miró a su alrededor, el silencio en la habitación solo era roto por alguna tos ocasional. Casi todos los presentes miraban al suelo o a sus manos, con los cuerpos encorvados. El aire era pesado, enfermo y agotador. Sus ojos se cruzaron con los de Eva que en una cama cercana cuidaba también de su esposo Franz. Franz tenía muy mal aspecto, peor que el de Jozef. Lucille le sonrió y Eva le devolvió la sonrisa. No necesitaron las palabras.
   Lucille volvió a sentarse junto a Jozef que parecía dormir. Observó su rostro y recordó tiempos mejores. Se acordó de su casa y de la tienda de ropa que regentaban. Recordó aquella tarde de verano, con la luz del sol filtrándose por la ventana del salón mientras cosía y observaba a Jozef practicando al violín la sonata nº 1 de Handel. El la miraba mientras el sol y la música decoraban la estancia. Recordó la fuerza de la mirada de Jozef mientras creaba las notas y se acercaba a ella. La última vez que se amaron buscando al primogénito que nunca llegó. Por primera vez se alegró de no haberse quedado embarazada aquella tarde.
   La puerta de la habitación se abrió de repente y la luz cegó por un momento a los presentes. Cuatro sombras se formaron bajo la puerta. Era el sargento Landers acompañado por tres soldados. El sargento Landers miró al interior y elevó la nariz.
   -Aquí apesta.
   Instintivamente todos los presentes se pusieron en pie y miraron sumisos al suelo, todos excepto Franz. Jozef consiguió incorporarse a duras penas. Luchó contra el vértigo y se apoyó ligeramente en el cuerpo de Lucille para no caerse.
   El sargento Landers avanzó unos pasos adentrándose en la habitación. Los soldados imitaron sus pasos aferrando amenazantes sus fusiles.
   -Josef Stein y Franz Heifetz. Acompáñennos.
   Lucille agarró fuertemente la mano de su marido.
   -¿Dónde los llevan?
   -Vienen con nosotros.
   -¿Pero dónde los llevan?
   -Maldita judía. Las preguntas las hacemos nosotros, ellos vienen con nosotros. -Dijo Landers mirando con desprecio a Lucille.
   -Tranquila cariño. Yo soy Jozef Stein, iré con ustedes -Dijo avanzando unos pasos.
   -¿Y dónde está Franz Heifetz?
   Eva avanzó unos pasos y con ojos suplicantes se dirigió al general.
   -Franz está muy enfermo, no puede salir de la cama.
   -Soldados, cojan al enfermo y llévenlo con nosotros. ¡En marcha!
   Los soldados avanzaron hacia la cama, Eva se interpuso en su camino.
   -Pero no pueden llevárselo, está muy enfermo.
   -Les llevamos a la enfermería para acelerar su recuperación, no podemos permitirnos más días sin mano de obra. ¡Soldados! ¡Obedezcan!
   Los soldados apartaron violentamente a Eva de su camino y agarraron a Franz por los brazos arrancándole de la cama. Franz soltó un terrible gemido. Se lo echaron a los hombros y lo sacaron a rastras del cuarto.
   -Jozef, venga con nosotros. El resto permanezcan aquí.
   Landers se giró y salió con paso firme de la habitación. Jozef miró a su esposa y le dedicó una última sonrisa antes de ser empujado hacia el exterior. Lucille no pudo devolverle la sonrisa y cuando un sonoro portazo la devolvió a la oscuridad cayó al suelo, no pudo contener las lágrimas por más tiempo.
   La luz del sol cegaba a Jozef que por un momento solo pudo fijar la mirada en las negras botas de Landers, que caminaba delante de el. A su lado dos soldados arrastraban el cuerpo de Franz, sus pies arrastrándose por el suelo levantaban una fina cortina de polvo. Otro soldado tras el le apremiaba dándole ligeros golpes con la culata de su fusil.
   Los ojos de Jozef empezaron poco a poco a acostumbrarse a la claridad y pudo mirar a su alrededor. Caminaban por la vía principal del gueto. Todos sus compatriotas se callaban y apartaban a su paso dejando un amplio pasillo para no entorpecer a Landers y los soldados. Los niños miraban curiosos a los prisioneros mientras sus padres agachaban la cabeza para no cruzar sus miradas con la comitiva por miedo a ser apresados también.
   Atravesaron toda la vía principal y llegaron a la parte en la que los que conservaban alguna posesión de valor la extendían en improvisados tenderetes para cambiarlas por comida. Relojes, ropa, libros, todo ello se ofrecía a cambio de algo que llevarse a la boca. Jozef pasó por delante del tenderete de libros de Otto, esté se levantó sorprendido al verlos llegar y buscó los ojos de su amigo, ambos se miraron. Otto apretó los labios viendo cómo se llevaban a su viejo compañero sin poder hacer nada. Se lo dijeron todo con los ojos y ambas miradas se hicieron compañía hasta que la comitiva torció a la derecha perdiéndole de vista, entonces Jozef volvió a estar solo y miró al frente, hacia las botas de Landers, acompañado por el ruido de los pies de Franz arrastrándose por la tierra.
   Atravesaron otra calle hasta los portones. Los soldados se cuadraron saludando a Landers y abrieron las puertas. Era la primera vez que Jozef salía del gueto desde que entró allí en lo que parecía una eternidad echando la vista atrás. Llegaron a unos furgones negros que estaban aparcados y custodiados por media docena de soldados, estos abrieron las puertas de los furgones.
   -Métanlos dentro. - Dijo Landers
   Arrastraron el cuerpo casi inerte de Franz y lo empujaron al interior del furgón. Jozef entró por su propio pie solo ligeramente apremiado por las culatas de los soldados. Una vez estuvieron dentro cerraron las puertas. Jozef comprobó que en el interior aparte de el y Franz había otras once personas, ancianos y enfermos, algunas le sonaban de vista, reconoció a Jacob, el hijo retrasado de los Wasser, con los que tenía una buena amistad.
   -¿Alguien sabe a dónde nos llevan? -Preguntó Jozef.
   -Quién sabe, esperemos que a algún sitio mejor, aunque lo dudo. -Le respondió un anciano tuerto.
   En el exterior Landers miraba hacia el cielo. Hacía un día precioso, el cielo estaba despejado y el sol bendecía su causa. Se metió la mano en el bolsillo, sacó su pitillera plateada y se encendió un cigarrillo. Aspiró profundamente y lanzó el humo. Se miró las botas, luego nuevamente al cielo, lo pensó un instante y se dirigió hacia el soldado Schroen.
   -Soldado, procedan con el Zyklon b.
   En el interior del furgón Jozef intentaba poner a Franz en una posición medianamente cómoda, tenía muy mal aspecto, no parecía que fuese a salir bien de esta. Observó a Jacob que se mecía hacia adelante y hacia atrás.
   De repente sintió como que el aire se hacía más y más pesado, tosió, miró extrañado al resto de pasajeros para intentar adivinar qué estaba pasando. El resto de pasajeros empezaron a aflojarse el cuello de las camisas, las toses se multiplicaron. Jacob se mecía hacia adelante y hacia atrás. El anciano tuerto cayó al suelo. Un hombre se levantó e intentó abrir la puerta.
   -Aire, no puedo respirar.
   Otros hombres se levantaron y comenzaron a golpear la puerta. En el exterior del furgón Landers daba otra bocanada a su cigarro. Los ojos de Jozef comenzaron a llenarse de lágrimas, le picaban los ojos y la garganta, se arrojó al suelo. Los prisioneros comenzaron a mearse y cagarse encima. Jacob se mecía hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás. El aire se espesaba rápidamente. Los hombres golpeaban la puerta cada vez con menos fuerza, algunos dejaron de toser definitivamente. Landers fumaba. Jozef, tirado en el frío suelo del furgón, recordó la cara de su amada Lucille mientras los prisioneros morían a su alrededor. La recordó aquella tarde de verano, cosiendo en el salón de casa. La amaba tanto. Pero la imagen de los soldados se introdujo en su mente. Vislumbró las botas brillantes de Landers y un profundo odio comenzó a nacer en su pecho y a llenarlo todo. La imagen de Lucille se desvanecía y era ocupada por soldados y más soldados, ejecitos enteros comandados por Landers, los soldados que le sacaron de su casa, los que le llevaron a el y a Lucille al gueto, la gente que le escupía por las calles, todos reaparecieron mirándole fijamente y burlándose de nuevo de el, y sobre todos ellos la imagen del führer planeando como un espectro.
   El cuerpo de Jacob cayó golpeando sonoramente con la cabeza el suelo del furgón.
   El odio crecía más y más en el interior de Jozef, acabó llenando todo su ser, toda su alma, y así, repleto de odio, murió.



   Moncloa. Madrid. 2007


   -Toma tío, salud.
   -Salud.
   -Bueno, ¿qué tal lo llevas?
   -Depende Víctor, algunos días mejor que otros, aún es muy pronto. Lo llevo mejor cuando no estoy solo, cuando estoy solo en casa es cuando peor lo llevo.
   -Joder tío, sabes perfectamente que puedes contar con nosotros, ¿verdad?
   -Claro camarada, se que puedo contar con vosotros, y no dudes que lo hago.
   -No quiero meterme pero esa chica no te convenía, nunca fue como nosotros, no estaba metida en el rollo.
   -Ya. Lo sé, pero... No sé, la quería de verdad, creo que es la primera vez que he querido a alguna más allá de unos polvos y un poco de diversión. Tenía algo especial, no sé como explicarlo, como si hubiésemos estado predestinados el uno para el otro.
   -No sé qué decirte, ya sabes lo que opino yo de las relaciones, cuanto más lejos mejor. Además, es muy bonito lo que dices y tal, pero visto lo visto está claro que no estabais predestinados tío.
   -Ya.
   -Venga joder, no te derrumbes, seguro que esa tía está haciendo su vida, ha sido ella la que te ha dejado, así que... ¡Que la zurzan! Hay más peces en el mar, y nos tienes a los colegas. Hoy vamos a divertirnos, ahora lo que necesitas es echar un buen polvo, uno de esos salvajes, ya sabes. Por cierto, un pajarito me ha dicho que la Sarita va a ir al concierto.
   -¿Si?
   -Ya te digo, y esa chica siempre ha estado colada por ti, además te pega mucho más que Lucía, Sara es como nosotros, está en el barco, joder, sin ir más lejos Lucía nunca iría contigo al concierto.
   -Ni de coña, de echo fue una de nuestras ultimas discusiones, ella no entendía todo este rollo.
   -Somos un ejercito, tenemos una causa joder, solo defendemos nuestro puto país, la gente no lo entiende, pero bien que se quejan luego de que no hay trabajo y que está todo lleno de moros y negros, alguien tiene que estar en la línea de fuego, hacer el trabajo sucio, tenemos mala prensa pero sabes que hacemos bien, incluso los que no lo entienden ahora nos lo agradecerán en el futuro.
   -Va a estar guapo el concierto.
   -Ya te digo, los putos solución final.
   -Los putos solución final.
   -¡Salud!
   -¡Salud!
   Entrechocaron sus pintas con fuerza y dieron un buen trago justo en el momento en el que una figura familiar entraba en el garito.
   -¡Eh Adolf, estamos aquí tío!
   Un tipo enorme y musculoso sonrió y se acercó hacia ellos, era Adolf, los tres se saludaron efusivamente. Adolf agarró una silla y se quitó su chupa apoyándola en el respaldo y dejando ver unos enormes brazos tatuados.
   -Puto Adolf, ¿qué tal tío?¿Lo has hecho?
   -¿Acaso lo dudáis mariconas?
   -Joder, enséñanoslo, enséñanoslo.
   -Tendréis que darme algo a cambio.
   -¡Johnny, ponte una pinta para el Adolf!
   -Maaarchando.
   -Eso es otra cosa, mirad y flipad.
   Adolf se quitó su camiseta de tirantes, se podía ver un buen trozo de papel de cocina ligeramente ensangrentado pegado con papel de esparadrapo sobre su pectoral derecho. Comenzó a despegarlo cuidadosamente mientras los otros dos miraban con suma atención, cuando quitó el esparadrapo alzó el papel dejando ver el dibujo.
   -¡Hostia puta!
   -Joder, está de putísima madre, mierda, es perfecto.
   -¿Os gusta eh zorras?
   -Joder, el puto Rudolf Höss, es el puto Rudolf Höss.
   -Esa tatuadora es la hostia, esta hecho de puta madre Adolf, de puta madre.
   -Y el siguiente Hitler, a la mierda, no me lo he hecho porque no me decido a si hacerlo en el lado izquierdo o en la espalda.
   -Joder Adolf, eres el mejor.
   -Ya lo se tío. Oye, me ha dicho Sergio que los putos guarros nos están buscando por lo de la zorra aquella a la que "tatuamos", pillaron al Ernesto por banda y le dieron una paliza el viernes, el cabrón cantó como un castrati, saben que fuimos tu y yo y por lo visto nos están buscando.
   -Me la suda, que vengan, esa zorra se lo merecía, ahora llevará la esvástica en la cara toda su puta vida. Que vengan, nosotros también tenemos amigos, sin ir más lejos Víctor aquí presente, el no tuvo nada que ver pero podemos contar con su apoyo, ¿verdad?
   -Claro tío, hicisteis bien, aquí todos somos uno.
   -Nos buscan a ti y a mi Adolf, pero si nos tocan tendrán al ejercito detrás, no pienso acojonarme por unos guarros fumetas pacifistas que se tiran el día vagueando y haciendo malabares en el parque, nosotros estamos organizados, somos luchadores de familias trabajadoras, no puta escoria como ellos, estamos acostumbrados a la lucha, si quieren guerra la tendrán, coño, yo lo estoy deseando.
   -A mi no me acojonan, solo te lo digo para que lo sepas.
   -Que vengan joder. -Dijo levantando su pinta, Adolf y Víctor hicieron lo propio y brindaron por la guerra inminente.
   Los tres continuaron un rato más en el bar, pidieron un par de rondas y finalmente decidieron marcharse rumbo al concierto. Eran tres grupos los que tocaban esa noche, pero a ellos solo les interesaban los cabezas de cartel, solución final, y seguramente estarían a punto de tocar. El sitio estaba lejos, se montaron en el coche de Adolf y atravesaron la ciudad rumbo a las afueras. Pasaron la autopista y llegaron al sitio de reunión, un almacén en un polígono industrial semiabandonado. Tras aparcar y bajarse del coche Víctor se indignó.
   -Joder, estoy hasta la polla de que tengamos que hacer las fiestas en el culo del mundo, los guarros pueden montar sus movidas ateas en cualquier antro y nosotros tenemos que escondernos en estos putos polígonos de mala muerte.
   Llamaron a la puerta, varias veces, finalmente Adolf empezó a aporrearla, y casi la tira abajo cuando por fin se abrió una ranura desde donde un tío les habló.
   -¿Qué coño queréis?
   -Tu que crees gilipollas.
   -No se de que hablas.
   -¿Eres Juanma? Abre la puerta imbecil.
   -Coño Adolf, no te reconocía, pasad.
   -Idiota.
   -No os rayéis tíos, ya sabéis como está el patio, los putos reporteros de callejeros y toda esa mierda que ven nuestras madres se mueren por entrar aquí y ponernos luego a parir en la tele. Pasadlo bien.
   Atravesaron un largo pasillo y otra enorme puerta, tras ella estaba, por fin, la fiesta.
   El almacén era amplio y había acudido bastante gente a la llamada a pesar de haberse convocado de forma privada y selecta a través de internet. A la derecha se había montado una barra, sobre la barra había una enorme bandera con la foto de Hitler en posición desafiante, dominando su imperio de los mil años, al fondo estaba el escenario, coronado por una enorme esvástica, estaba tocando un grupo, pero no eran solución final, eran los teloneros, Belsen beast, en las primeras filas un enorme enjambre de cuerpos se empujaban sudorosos, meneando sus cabezas rapadas y agitando violentamente brazos y botas en un brutal mosh.
   -¡Genial! -Rugió Adolf antes de quitarse la camiseta y abalanzarse hacia las primeras filas, varios cuerpos salieron despedidos por el aire a su llegada.
   -Voy palante, ¿vienes? -Dijo Víctor.
   -No tío, voy a la barra a pedirme algo.
   Al llegar a la barra se pidió una pinta de cerveza y observó desde allí el espectáculo, no distinguió a Víctor entre la masa, en cambio Adolf era perfectamente visible ya que su envergadura le hacía ser igual de discreto que una ambulancia, se había formado un pequeño perímetro de seguridad a su alrededor y quien osaba traspasarlo era brutalmente despedido hacia la atmósfera. Continuó disfrutando de la pinta y la música desde la barra cuando tuvo la sensación de que alguien lo observaba, se giró y pudo ver al otro extremo de la barra a Sara mirándole fijamente, alzó la mano al reconocerla, ella sonrió y se acercó a el.
   -Que pasa tío, ¿qué tal?
   -Salud Sarita, ya ves, aquí ando.
   -¿Has venido solo?
   -No, que va, con Víctor y Adolf, están ahí desfasando.
   -Si, ya había visto a Adolf, no pasa desapercibido precisamente.
   -Jajaja, no, claro que no, ¿tu estás sola?
   -Que va, están Sofía y Carmen por ahí, oye, me he enterado de lo de Lucía, lo siento mucho.
   -Gracias, no pasa nada, se veía venir, éramos muy distintos.
   -Ya te digo si lo erais, oye, si puedo hacer algo para que te sientas un poco mejor.... -Dijo esto acercándose bastante a el y rozándole sin ningún pudor la polla con la mano.
   -Te lo agradezco Sara, pero, es un poco pronto, pero no dudes que te llamaré.
   -No lo dudo. Bueno, voy para allá con estas, nos vemos.
   Suspiró mientras la miraba alejarse, la verdad es que Sara estaba bien buena, y era del rollo, con sus mismas pintas, estaba claro que necesitaba una chica así, pero no podía dejar de pensar en Lucía.
   Terminaron Belsen beast y solución final subieron al escenario recibidos por una tromba enloquecida que los saludó extendiendo su mano derecha al cielo, cuando sonaron los primeros acordes el público se volvió loco.
   Intentó quitarse de la mente la imagen de Lucía echándole encima un par de chupitos de whisky y corrió hacia las primeras filas a desfasar junto a Adolf y Víctor. Los temas clásicos del grupo caían uno tras otro y se dejó llevar, se comió unas cuantas patadas y puñetazos y asestó otros tantos, el concierto resultó memorable y su hora y media de duración pasó enseguida. Al acabar los tres acudieron a la barra, se pidieron unas pintas e hicieron balance de las heridas de guerra mientras comentaban los puntos álgidos de la actuación. La gente comenzó a abandonar el recinto. Por más que la buscó no volvió a ver a Sara, ahora que estaba un poco más desinhibido por el alcohol no le importaría intentar olvidar a su ex con la ayuda de ese prieto culito. Se terminaron las pintas y decidieron largarse ellos también de allí.
   Montaron en el coche y comenzaron a vagar sin rumbo hasta que Adolf decidió hacer de las suyas y tirar hacia el polígono de las putas. Una vez allí comenzaron a insultarlas a través de las ventanillas, las putas intentaban ignorarlos, ya estaban acostumbradas.
   -Adolf, tuerce donde los camiones, por ahí se suelen poner los travelos.
   -Mira, acércate a ese, dale las luces.
   El travestí se acercó al coche contestando la llamada, pero cuando pudo ver la pinta de los que estaban dentro volvió sobre sus pasos y comenzó a alejarse.
   -¿Qué pasa guapetón? No tengas miedo, solo queremos pasar un buen rato.
   -¿Qué pasa maricón, no somos lo bastante buenos para ti?
   -Por favor dejadme, estoy trabajando.
   -¿Trabajando? Tu lo haces por vicio puta.
   -Enséñanos el rabo maricón.
   -Iros a la mierda putos críos.
   El travesti les extendió el dedo índice y girándose sobre sus tacones comenzó a alejarse en dirección contraria al coche.
   -Hijo de puta, se va a enterar. -Dijo Adolf mientras detenía el coche y se bajaba. Comenzó a andar hacia el travesti, este cuando le vio comenzó a correr, pero no podía correr mucho con los tacones y poco pudo hacer ante las enormes zancadas de Adolf que lo apresó enseguida del cuello.
   -Para ser un maricón le echas huevos ¿eh?
   -Por favor, no me hagas nada, lo siento.
   -Seguro que te gusta meterte enormes pollas negras por el culo ¿verdad?
   -....
   -Contéstame zorra, se nota que adoras las pollas grandes, ¿te gustaría sentir la mía?
   -Por favor, si quieres follar follamos, pero no me hagas daño.
   -Que puto asco, no la metería ahí ni por todo el oro del mundo.
   Adolf comenzó a tirar del pelo al travesti, este comenzó a chillar, en ese momento Adolf le asestó un fuerte puñetazo en la cara, notó perfectamente como su nariz crujía y volaban varios dientes, el trevesti cayó al suelo con los ojos repletos de lágrimas y una mueca de horror e incredulidad en su rostro.
   -Te vamos a quitar las ganas de comer semen.
   Los otros dos comenzaron a patearle mientras Adolf hurgaba en su bolso y cogía el dinero. Vieron como un grupo de putas les gritaban desde una calle cercana.
   -Venga vámonos, estas putas seguro que han llamado a la pasma.
   Se montaron en el coche y salieron de allí. La recaudación no estaba mal, la repartieron en tres partes iguales. Pararon el coche en un sitio tranquilo y comentaron la jugada mientras fumaban unos cigarros y se bebían unas cervezas tibias que Adolf guardaba en el maletero. Rieron y brindaron durante un rato, luego Víctor pidió que lo acercaran a casa. Se pusieron de nuevo en marcha hasta casa de Víctor y lo dejaron allí, se despidieron hasta la próxima.
   -Bueno tío, ¿te llevo a casa?
   -¿Te importaría que me quedase un rato en tu casa Adolf? Solo hasta que abra el metro.
   -Joder, claro que no hermano, quédate el tiempo que quieras.
   Se pusieron en camino y llegaron en poco tiempo a casa de Adolf.
   -Ponte cómodo tío, hay cerveza en la nevera, si quieres sobar el sofá es todo tuyo, también puedes ponerte una peli, yo me piro a la cama, nos vemos mañana.
   -Que descanses Adolf.
   -Tu también hermano.
   Sacó una cerveza de la nevera y se puso el dvd de 'El sargento de hierro'. No hizo mucho caso de la peli, le dolía todo el cuerpo del concierto, se bebió la cerveza, se fumó un par de cigarros y se quedó dormido mientras pensaba en Lucía.
   Soñó con ella, caminaban por una playa cogidos de la mano, sin decirse nada, entonces observó un furgón a lo lejos, un enorme camión parecido a los de la policía, de color negro. Un enorme rinoceronte estaba junto al furgón. Soltó la mano de Lucía y se encaminó hacia el furgón. "No vayas", le dijo ella. "Tengo que ir, me están llamando", replicó el. Se miraron a los ojos. Entonces una esvástica comenzó a aparecer en la mejilla de Lucía como si una mano invisible la tallara con una navaja, ella no emitía ningún quejido. El volvió sobre sus pasos y le limpió la sangre que caía de la herida, estaba desnudo pero tenía unos guantes de cuero negro en las manos que acabaron ensangrentados. "Te echo de menos" dijo ella. El no contestó, le dio la espalda y caminó hacia el furgón. Al llegar miró al rinoceronte que se desvaneció en una enorme nube de humo negro, entonces las puertas del furgón se abrieron y entró. Tomó asiento junto a otros doce hombres, todos permanecían sentados en silencio y quietos excepto uno, un niño, que se mecía hacia adelante y hacia atrás. El niño giró la cabeza y le miró mientras seguía balanceándose. Entonces la puerta del furgón volvió a abrirse. El chico que se balanceaba se levantó y bajó del furgón desapareciendo, otros dos hombres hicieron lo mismo a continuación. Tras ellos las puertas del furgón volvieron a cerrarse. Un viejo sentado frente a el levantó la cabeza, le faltaba un ojo, "así que te quedas" dijo dirigiéndose a el, "no tengo otra opción, tomé una decisión" contestó el, "todos la tomamos, pero podemos tomar otras" "¿sabes a donde vamos viejo?" "no, no lo se". En ese momento el coche arrancó y sus cuerpos empezaron a deshacerse, la piel y los músculos se desprendían de todos ellos, no realizaban ningún movimiento de dolor o queja mientras se desollaban vivos. A cada bache los trozos de carne humeante se desprendían y caían al suelo del furgón. Respiró profundamente y despertó.
   Lo primero que hizo fue mirarse las manos, la carne seguía allí. La tele estaba encendida pero no emitía ninguna imagen. Tardó unos segundos en recordar que estaba en casa de Adolf. Fuera estaba amaneciendo, se incorporó y vació en su interior una lata de cerveza que había dejado a medias. Se acercó hasta la habitación de Adolf. Este dormía roncando sonoramente, su habitación era como un santuario, rodeado de todo tipo de parafernalia nazi. Salió de allí y puso rumbo al metro, la parada no estaba lejos.
   El sol ya se alzaba sobre su cabeza. Mientras caminaba por la calle notó una voz a lo lejos desde la otra acera.
   -¡Eh tu, hijo de puta, nazi de mierda!
   Se giró y pudo ver un grupo de cinco punkis mirándole, decidió apretar el paso hasta la cercana estación mientras seguía oyendo los insultos hacia el. Llegó a la estación, bajó rápidamente las escaleras mecánicas e introdujo un bono de diez viajes en la ranura haciendo que las puertas automáticas le permitieran el paso, miró hacia atrás, nadie le seguía. El tren llegó a los pocos minutos, se montó y se dejó caer en uno de los asientos, solo eran un par de paradas.
   Fijó la vista en el suelo y pudo ver enfrente de el unas botas negras de cuero, levantó más la vista y vio que quien las llevaba era una chica sudamericana. Volvió a fijarse en las botas negras, mirándolas fijamente. Sin razón aparente comenzó a sentirse nervioso y cabreado.
   -Eh tu, panchita, ¿te has comido muchas pollas hoy zorra? Te hablo a ti. ¿Qué pasa, además de retrasada eres sorda? Me pones enfermo con esa cara redonda, parece que te hubiesen dado un palazo en la jeta. ¿Por qué no le dices a tus viejos que se larguen a su puto país miserable y nos dejen curro a los que lo merecemos?
   La chica le ignoraba pero estaba visiblemente nerviosa. El tren llegó a su parada y el se levantó. Se acercó a la chica y empezó a tocarle un pecho, esta le apartó la mano violentamente. Entonces el, presa del odio, levantó la mano y le dio una enorme bofetada que la tiró del asiento justo cuando se abrían las puertas. Nadie movió un dedo de sus asientos, continuaron a lo suyo, leyendo el periódico o mirando al suelo vencidos. El la escupió antes de salir del vagón y encaminarse hacia la calle.
   Atravesó un par de calles y por fin llegó a su casa. Abrió la puerta, se quitó la chupa y sacó un poco de leche de la nevera.
   -Jose, Jose, ¿eres tu?
   -Si, soy yo mamá, tranquila.
   -Ven a saludarme.
   -Ya voy, me estoy haciendo un café.
   Se preparó el café y fue a la habitación de su madre, ella estaba tumbada en la cama.
   -¿Qué tal Jose, como llegas tan tarde, no te habrás metido en líos?
   -No mamá.
   -Hueles a alcohol.
   -Me tomé un par de cervezas, pero no muchas y me fui pronto.
   -¿A dónde?
   -He dormido en casa de Lucía.
   -Me tenías preocupada.
   -No te preocupes mamá, estaba con ella.
   -Me gusta, es una buena chica, no como esos otros amigos que tienes.
   -Ya, bueno.
   -He llamado a tu hermana.
   -¿Por?
   -Mañana es el último día para pagar la luz.
   -Joder.
   -Dice que nos va a dejar algo de dinero
   -Pufff, vaya una mierda, a ver si me sale algún currele pronto.
   -Seguro que si, pero deberías dejarte crecer el pelo.
   -No empieces mamá.
   -Tienes un pelo tan bonito.
   -¿Cuando tienes que ir a médico?
   -El martes. Tranquilo, seguro que no es nada.
   -Ya, oye mamá, no he dormido del todo bien, voy a tumbarme un rato, aun es pronto, despiértame para comer.
   -Claro cariño, descansa.
   -Te quiero mamá.
   -Yo también te quiero.
   Jose le dio un beso a su madre en la mejilla y salió de la habitación, se terminó el café y luego fue al baño. En el baño se puso delante del espejo y se quedó mirándose un rato, luego abrió el grifo, se mojó las manos y las pasó por su cabeza rapada, luego se mojó el cuello y la cara. Volvió a mirarse en el espejo.
   Lo único que recordaba de su vida anterior era el odio, era lo único que se había mantenido inalterable a través del tiempo y la reencarnación. El odio y el amor eran lo único eterno, lo único que podía atravesar las barreras del espacio y el tiempo. Solo el sentimiento, no el objeto al que iba dirigido ni la causa de ello.
   El destino se había burlado de Jozef transformándole en el objeto del odio al que se aferraba.
   El odio siempre era más grande, siempre te atrapaba más fácilmente, anidaba más rápido y con más fuerza, y tras el, la apatía, el dolor, el sufrimiento, la frustración. Pocos dejaban espacio para un poco de luz.
   El odio. El odio. Siempre ahí, eterno, creciendo cada vez más, extendiéndose y atrapándoles. Y ellos se dejaban atrapar. Ellos nunca lo entendían. ¿Encontraría la salida?
   Reí y continué observando.