Masaccio: Adán y Eva expulsados del Paraíso.

martes, 25 de junio de 2013

SE MUERE







1.




La definición más precisa sería: Al borde del colapso.

Y no era para nada una sensación nueva, era el puto pan de cada día. El-puto-pan-de-cada-día. Un mendrugo mohoso y duro, sin nada líquido para pasarlo. El puto pan de cada día...
El caso es que me estaba muriendo, cada día un poco más, como tú sin ir más lejos. Era un hecho. Era la única certeza. Por dentro se iban averiando cosas, se rompían conexiones, se ennegrecían las paredes, se me caía el pelo, se me caía la piel, se me roían los huesos.
Polvo somos y en polvo nos convertiremos.
Me levanté de la cama siendo consciente de que poniendo el pie en el suelo entraba automáticamente en la partida, en la guerra, en la lucha sin cuartel. En realidad no había escapatoria, solo saltabas de un nivel a otro, cambiabas de tablero, a veces de reglas, nada más. Solo cambiaba la situación, el decorado, los objetivos, los cadáveres. Pero seguía siendo la lucha eterna.
Me esperaba un día agotador de miseria cotidiana, otro más, intentando atravesar la pared de granito. La partida en ese momento consistía en escapar del Engranaje y, joder colega, la cosa se estaba poniendo chunga, chunga de verdad, casi podía sentir las ráfagas de aire que provocaban sus afiladas garras tratando de agarrarme, así de cerca estaba. Llegaban facturas, las mismas facturas en nuevos avisos, más despiadados que los anteriores, terceros avisos, cuartos avisos, avisos de embargo, se acumulaban en la mesita, ahí, al lado de los libros, las colillas y la mugre.
Me levanté, no había escapatoria. Abrí la ventana y miré al exterior. Míralos. De un lado para otro, ¿a dónde irán? Frenéticos y alocados, perdidos, atrapados... Me fijé en las chicas del instituto, también eran unas miserables como nosotros, pero en el espejismo de sus carnes podías soñar con algo y evadirte de las bocinas y las voces.
Repasé mentalmente los quehaceres, la lista de objetivos. Todo se reducía, como siempre, al puto dinero, a la forma de conseguirlo con el mínimo esfuerzo para estar dentro sin estar totalmente dentro. Tenía que ir a un par de sitios a mendigar, no me refiero a extender la mano en la calle con un cartel de cartón, todavía no, tenía que acudir a sitios oficiales a llorarle a la burocracia para que dejase caer un par de migas, ¿habría suerte? Joder, lo necesitaba, maldita sea, ya había ido con mi currículo a pedir curro al matadero de pollos, eso era lo último, el no va más, para que veas que la cosa iba en serio, estaba a punto de perderlo todo.
Comprendí que una leche con cola cao y un cigarro me ayudarían a lanzarme al océano, lavarse la cara también activaría zonas útiles, y necesitaba mear, así que, muy a mi pesar, salí de la habitación.
Lo más urgente era la meada así que atravesé el pasillo de los horrores en cuyo final me aguardaba el retrete redentor, sed partícipes del horror que observé.
Al empujar la puerta me encontré a Manuel sentado en la taza, dormido, roncando.
Manuel era uno de los inquilinos de la pensión, el tío de la habitación 5, tenía cincuenta y tantos pero aparentaba al menos una década y media más, no se cuidaba mucho, nadie lo hacía en el hogar de los malditos, eramos el bastión de la miseria. El cabrón tenía sobrepeso, yo le echaba unos 130 kilos, así, a ojo. Y allí estaba, en la taza, como una jodida ballena varada, con la cabeza colgando hacia atrás, emitiendo profundos mugidos. Su calzoncillo acartonado a la altura de los tobillos. Sus órganos sexuales ocultos bajo la panza, no se por qué miré allí, fue inevitable. También lo acompañaba allí donde fuera una película de hedor espeso, solido, casi tangible, formaba parte indisoluble de él, salía en despiadadas oleadas de su cuarto repleto de basura, y si su olor ya era desagradable en cualquier situación cotidiana imagínate allí, varado en la taza, era una peste más allá de la literatura, podría dar rienda suelta a todas mis artes literarias sin conseguir que te aproximases a ese olor casi místico, legendario, no lo intentaré.
Cerré la puerta y me alejé unos pasos intentando en vano olvidar, pero necesitaba realmente mear joder, podría hacerlo en la bañera, no sería el primero, en un par de ocasiones había pillado al de la habitación 6 haciéndolo, otro viejo apestoso, pero estaba mal, ¿qué hacer? ¿qué demonios hacer? La lucha había empezado mucho antes que otras veces, la derrota era inminente.
En ese momento se materializó Iván al otro extremo del pasillo como un serafín alado.
Iván también vivía allí, en la habitación 4, era más joven que yo, para variar, y también estaba gordo, el cabrón. Era el rey de los escapistas, conocía y usaba todas las ayudas estatales habidas y por haber, llevaba años sin currar, viviendo del tarro. No había sido fácil, pasó una temporada en la calle, durmiendo en el parque y pidiendo en una iglesia cercana. Ahora había conseguido que la beneficencia le pagara la habitación durante unos meses, pero se le había acabado el chollo, no obstante estaba pendiente de que esa labor la continuase una asociación religiosa. Todo su volumen rodó hasta mí con pasos sonoros y torpes.

-¿Que tal tío?
-El puto Manuel está tirado en el váter, está ahí, roncando el muy cabrón.
-Jajajaja, no jodas.
-Sí.
-¿A ver?
-No te lo aconsejo.
Se asomó al barranco y empezó a reírse, se tomaba las cosas con humor el Iván, no le afectaban como a mí, no era tan lúgubre y melancólico, no escribía poesía por las noches, podía adaptarse, salvarse.
-Jajajajaja -golpeó la puerta -¡vamos Manuel, cabrón! Levanta de la taza joder. Jajajajaja.
Escuché sonidos guturales a modo de respuesta.
-Venga coño, ¿Cuanto llevas ahí? Levanta hombre.
Iván abrió la puerta de par en par y se aproximó a Manuel, me giré para no verlo, pero lo escuchaba.
-Venga coño, levanta, ¿Estás bien? Carlos, échame una mano.
“No, no dios mío, no”
-Como pesa el cabrón, ¿estás gordo eh Manuel? ¿las cervecitas eh? Venga, por un poco de tu parte.
-Grueeee, gñaauh.
-Carlos coño, échame una mano.

Era inevitable.



Por suerte cuando llegué ahí ya le había subido los calzoncillos. Iván y Manuel se mecían de un lado a otro como si bailaran, mis dos ballenas. Era peligroso, extremadamente peligroso. Agarré tímidamente a Manuel por un brazo, no se por qué miré al interior de la taza, no pude evitarlo. Lo transportamos hasta su cuarto, que afortunadamente estaba cerca del baño.
La habitación de Manuel era como un enorme contenedor, había montañas de ropa, la mesita rebosaba de objetos, envases y papeles tirados por todas partes, moscas revoloteando, manchas en las paredes, vasos y platos sucios... El hedor antes mencionado nos abrazaba, nos arropaba. Una pequeña tele sobre una mesa emitía anuncios de gente perfecta envuelta en una claridad irreal. Lo sentamos en la cama sobre sábanas sudadas. No tenía buen aspecto, ninguno lo teníamos, la realidad no tenía buen aspecto.

-¿Estás bien Manuel? ¿Cuánto llevabas ahí?
Tardó un poco en arrancar, balbuceaba, aún estaba sobado. Finalmente lo consiguió y nos abofeteó con su aliento.
-¿Que hora es? -fue lo que dijo.
-Er... las 11:15 -le contesté.
-No se... una hora.
-Joder, ¿te has tirado una hora durmiendo en el baño? -dijo Iván.
-Sí, no se...
-Jajajajaja.
-¿Pero te ha pasado algo? -pregunté.
-No... no se... me he dormido...
-Tienes mala cara.
-Estoy... cansado...
-Nah, pues tumbate a dormir un rato.
-Sí.
-Joder macho, que peste coño, Manuel tío no puedes tener la habitación así, nos estás atufando la casa.
-Sí, sí.
-De este finde no pasa, me vengo con el Iván y te echamos una mano, mira a ver qué es lo que necesitas y el resto a la puta basura.
-Ya... lo se...
-¿Necesitas algo?
-Sí. Azúcar, traed algo con azúcar.
-¿Un bollo?
-Algo con azúcar, azúcar...
-¿Algo más?
-Unas manzanas.
-¿Y algo más?
-No, azúcar y manzanas, eso es...
-Pues venga, danos pasta... ahora venimos.
-Estoy cansado...

Lo dejamos ahí, con la cabeza baja, en su habitación, rodeado de mierda, con su cuerpo meciéndose como el de un flan, con chicas en bikini comiendo cereales en la televisión.
La calle, la gente, la nausea.
Fuimos hasta el supermercado, cientos de colores y productos bañados por una luz cegadora, gente dubitativa entre frutas del bosque o melocotón, cestas de plástico verdes con ruedas surfeando los pasillos, señoras, dependientes vestidos como payasos, queriendo escapar, señoras, productos de limpieza que Manuel nunca usaba, ni Iván, ni yo, cerveza (me agencié un par de litros), señoras, dulces, pescados de grandes ojos, monedas, nunca billetes, monedas, la tarjeta del club ahorro, monedas, menos que antes, bolsas de plástico, señoras, colores, carteles, la salida al fin.
De nuevo en la pensión Manuel seguía sentado en la cama acompañado por su hedor y un par de moscas juguetonas embriagando sus sentidos.

-Toma, manzanas y unos bollos de chocolate, ¿estás mejor?
-Sí, mejor mejor, un poco cansado aún, pero bueno, me echaré una siesta.
-Pero no te sobes en el váter otra vez. Venga, yo me piro, si me necesitáis llamadme.
-Venga tío, hasta luego, ¿te veo luego en el comedor? -dijo el Iván.
-Sí.

La calle, la gente, la nausea.
Me estaba muriendo, era la única certeza, al igual que todos estos capullos, dentro de cien años ni uno solo, ni esas niñas risueñas de ahí, mira que culito, pues nada, en cien años solo huesos, puede que ni siquiera huesos, polvo.

El percance del retrete me había retrasado, tuve que correr, cruzar en rojo, esquivar personas. La burocracia como siempre implacable, agotadora, como un bostezo, me da pereza hasta escribirlo, ya lo he hecho antes, no lo haré ahora, me aburre, me harta, impresos, miradas, esperas, preguntas, respuestas, callejones sin salida.
Cabreado y con la certeza de encontrarme en el mismo punto muerto que antes de sacar el pie de la sábana me encaminé al comedor social. Para hacerlo tuve que atravesar la zona turística. Hacía un día cojonudo, las terrazas rebosaban de apestosa humanidad. Los ingleses, con sus miradas de lerdos, sus colores suaves, disfrutando de la spanish tapa. Los alemanes, grandes y rosados, luciendo pantorrilla, enrojeciendo como termómetros, ¿no se supone que estos cabrones perdieron la guerra? ¿Por qué les va tan bien? Me los cargaba a todos. Y mis compatriotas, país de bandoleros y capullos, míralos, con la camiseta de la selección y las zapatillas blancas. Mujeres, hombres, niños y niñas, estupidez, inercia. Estábamos todos atrapados, jodidos de veras, pero no sentía compasión porque no eramos más que unos capullos chapoteando en un caldero de mierda. Estábamos todos muriéndonos, el planeta entero, unos más rápido, otros más lentamente, algunos agonizaban más que otros, pero muriéndonos y con los ojos cerrados.
Pasé por la catedral, que bonita la jodía, la verdad es que, de vez en cuando habíamos hecho cosas hermosas, pero hacía mucho tiempo y por razones equivocadas.
Al lado de la catedral, en una callejuela, estaba el comedor social, pasabas de los guiris a los yonkis desdentados como el que va de la cocina al pasillo, no dejaba de resultar curioso.
Me puse a la cola, todos estos capullos indigentes, aún con todo parecían personas más vivas que los de las terrazas del centro, sí, alguno que otro veías abrumado por la culpa, cavilando torturado, con ojos vidriosos, como esa pareja mayor a los que habían desahuciado por avalar a su hijo, joder, se ve que les costaba, el tío estaba destrozado, podías sentirlo, eran gente mayor que, tras una vida de sacrificios de repente, sin saber muy bien cómo, se veían aquí, a mi lado, al lado de los vagabundos, la vida les había tomado el pelo, se ve que el tipo conservaba un orgullo, una culpa que lo estaba devorando por dentro de forma despiadada, seguramente ya se habría suicidado si no fuese por su mujer, que lo llevaba todo con más firmeza y cargaba con el cuerpo semi-inerte de su compañero. Pero bueno, el caso es que casi todos lo llevaban con más entereza y alegría, hablo de los pobres profesionales, con años de experiencia, bromeando entre ellos, despreocupados, también había algún que otro zumbado total que estaba por encima de las preocupaciones cotidianas y simplemente se mecía en su universo particular de espera eterna. Me percaté de que cada vez eramos más, ¿dónde nos llevaría todo esto? Con lo fácil que sería crear un ejército de perdidos, de hartos. Cada día sueño con una pirada de olla global que lo derrumbe todo y construir sobre las cenizas un mundo de alegres vagabundos, currando lo mínimo, sin el yugo del consumo inútil, parques atestados de gente ebria, tumbados al sol enfrentando la resaca, sin neveras, comiendo en comedores sociales, hablando y bromeando, fumando canutos, desplazándonos a pie, con calma, niños jugando entre las ruinas, bibliotecas abiertas 24 horas, con todos los volúmenes habidos y por haber para los que quieran cultivar el espíritu, con salas para fumar y debatir y camas para echarte la siesta, gimnasios gratuitos con grandes saunas mixtas, que nadie tenga nada pero disponga de todo, sin propiedades que te esclavicen, habitaciones con cama y sillones donde poder quedarte un día, o un año, y luego largarte, sin más. Quimeras... quimeras... Nos encanta controlar y ser controlados, seguimos embobados creando pirámides para algún faraón inútil bajo el restallar de los látigos, cagados de miedo, y muriendo, siempre muriendo...

Me senté en una mesa con una yonqui y un artista (también yonqui). Combustible. Dirás lo que quieras de la religión, pero esas jodidas monjas me daban comida y cena a diario, y ya es mucho más de lo que la mayoría hacía por mí. Benditas sean.

Corrí a casa esquivando a los guiris. Fui a ver a Manuel. Ahí estaba, sus 130 kilos, vencido totalmente, tumbado en la cama, roncando como una morsa. Se había comido un bollo y un par de manzanas. De este finde no pasaba lo de ordenarle el cuarto, la peste y el desorden eran abrumadores. El cabrón se había dejado, le pasaba a mucha gente mayor, lo veía en la pensión, era inevitable, la soledad, el cansancio, la derrota, la realidad abriéndose paso, el paso del tiempo... acumulaban cosas mientras se transformaban en cosas, se mimetizaban con esa mugre. Abandono. Habían sido abandonados por todo y por todos y no podían evitar abandonarse también ellos mismos... me pasaría a mí también, me pasaba a mí también. No hay tregua y las fuerzas son limitadas, hay un momento en que no sueñas, ya solo esperas.
Cerré su puerta. Seguía roncando.
Por suerte yo la tenía a ella y podía seguir soñando.
La quería de verdad. Era preciosa. También se estaba muriendo pero era hermosa, su cara cuando sonreía, cuando dormía espatarrada dejándome la franja justa para no caerme de la cama, cuando sentía que estaba a mi lado. Me jodía tanto no poder ofrecerle nada más que delirios, no soportaba el inevitable ocaso, el despiadado reloj de arena y el choque de locuras, no obstante aquella noche soñamos.
Aquella noche soñamos.
Juntos.
Nos emborrachamos, lo pasamos bien, escapamos todo lo que pudimos, todo lo que nos dejaron, malditos cabrones. Luego nos fuimos tambaleándonos ebrios hasta mi habitación. Su cuerpo alimentando mi alma. Combustible. Me corrí sobre la vida y la muerte, abrace su cuerpo caliente y me dormí. Las facturas seguían sobre la mesa, la habitación de Manuel seguía siendo un desastre, las monedas habían rodado de mi bolsillo al de otro cabrón, había perdido los filtros, el papel y un par de porros de hachís, los vagabundos dormían en los cajeros y los ricos dormían en casas de 15 habitaciones vacías, nos seguían dominando, nos seguían matando, pero no llegaban a la cama en la que, abrazados, dimos carpetazo a otro día de lucha de la mejor forma posible.




2.




No recuerdo lo que soñé pero sí lo que viví, esa sensación de ir caminando rozando apenas el suelo, esa sensación de que pasaba algo, de saberlo, estaba como en trance, lo achaqué a la resaca y a las escasas horas de descanso, y si bien todo eso estaba allí también había algo más, algo inexplicable pero certero.
Me levanté y la observe, su cuerpo desnudo, suave, frágil, lleno de vida, su pelo cayendo por su espalda. Me acerqué y la besé en un hombro, emitió un pequeño gemido, sentí deseos de penetrarla mientras dormía, pero me estaba meando. Salí de la habitación. El pasillo. Me preguntaba si Manuel estaría otra vez dormido sobre la taza, pero sabía que esta vez no estaría allí, pude corroborarlo al pasar junto a su puerta, la había dejado un poco abierta y al pasar pude ver por la pequeña abertura su panza en la cama, exactamente igual que la última vez que lo vi. Continué por el pasillo y entré en el baño, levanté la taza y expulsé una abundante y satisfactoria meada, mientras el chorro caía supe que era el final, lo sabía perfectamente, no sabría explicar cómo ni por qué, simplemente lo sabía. Me tiré un pedo y me la sacudí. Tiré de la cadena y salí del baño.
El pasillo.
Al realizar el camino inverso hacia mi habitación me detuve un segundo a la altura de la puerta de Manuel, empujé la puerta y entré, el par de moscas y el olor me dieron la bienvenida. Me acerqué hasta su cama y me quedé mirándole desde arriba.
Ahí estaba, sus 130 kilos, vencido totalmente, tumbado en la cama, ya no roncaba.
Los que alguna vez hayan visto un muerto sabrán de lo que hablo, los demás lo imaginareis hasta que llegue el día, el caso es que la falta de vida, aunque sea inesperada, se reconoce perfectamente, esa persona sigue ahí, sus rasgos, su volumen, pero ya no es una persona, es como un traje, por supuesto lo compruebas, te fijas en si el vientre se mueve, si hay signos de respiración, puede que te asegures físicamente, en mi caso le di una pequeña hostia en la cara, lo llamas, pero sabes que es inútil, lo haces por inercia porque al primer vistazo sabes y sientes, sin lugar a dudas, que no hay nadie allí, quizás eso pruebe la existencia del alma, o quizás solo percibas inconscientemente los cambios químicos, en cualquier caso lo sabes perfectamente.

-Maldito cabrón -fue todo lo que dije.

Cerré su puerta y caminé hasta mi habitación. Abrí la puerta. Ahí estaba ese otro cuerpo, tan distinto, tan hermoso, lleno de vida.

-Levanta tronca, tienes que largarte... ¡Vamos coño, despierta, vístete!
-Mmmm...
-Venga coño, levanta, tienes que largarte.
-¿Qué pasa?
-Vamos joder, toma -empecé a tirarle su ropa -fuera de aquí.
-¿Pero qué pasa?
-Tienes que irte ya, va a haber movida, venga, rápido, vístete. -me dejé caer en el sofá. Ella empezó a desperezarse, me miró preocupada.
-¿Qué coño pasa Carlos?
-Manuel, el viejo, la ha palmado, está muerto.
-Venga ya, no jodas.
-Está ahí, en la habitación, muerto.
-...
-Está más tieso que la mojama, jajajaja, ¡jajajajaja! ¡¡JAJAJAJAJA!!
-¡Hijo de puta, me has asustado! -se levantó de un salto y vino hacia mí con intención de darme una hostia, agarré su mano antes de que impactara.
-Jajajajaja, está muerto jajajaja, no se por qué coño me río, pero te juro que es verdad jajajajaja.
-Joder.
-Mierda, maldita sea, mierda.
-Que movida. ¿Qué hacemos? ¿Habrá que llamar a alguien no?
-Vístete y vamos a tomar un café.
-¿Un café?
-Sí, estoy de resaca, no puedo enfrentarme a esto todavía y el cabrón no va a moverse.

La calle, la gente, la nausea.
Nos fuimos a tomar un café y un pincho de tortilla, nuestros cuerpos moribundos mecidos por el sol siguiendo la implacable cuenta atrás. Manuel no era el único, la naturaleza era implacable y eramos muchos, mucha gente fallecía a cada giro de la cucharilla en la taza del café, y, en realidad no pasaba nada, la vida seguía su curso, unos reemplazaban a otros, nada cambiaba.
Ella se largó y me quedé con el marrón. Era la hora de comer. Los fines de semana no servían cena en el comedor social, en su lugar tras la comida te daban una bolsa con un bocata, una naranja y una bebida energética para que cenases, si no acudía al comedor significaba que me quedaría sin comer todo el día, todavía no quería enfrentarme al horror que me esperaba en el piso, y menos aún con el estómago vacío, y como ya he dicho Manuel no iba a irse a ninguna parte, así que me fui hasta allí, atravesé la zona turística apretando los puños y me puse a la cola con los yonkis, mendigos y perdedores. Iván había llegado antes que yo, lo miré desde mi posición.
-Tenemos que hablar -sentencié.

Cogí mi bandeja, había espaguetis de primero y carne de pollo muerto de segundo. Me senté en la misma mesa que Iván.

-¿Que pasa tío?
-¿Has visto a Manuel?
-Lo vi ayer.
-¿Cuando?
-Estuve un rato con él después de irte tú, luego me largué, hoy no dormí en casa, ¿por?
-Está muerto.
-¡No jodas!
-Sí.
-¡Venga ya!
-Está muerto, lo he visto al levantarme, está en la habitación, tumbado en la cama.
-¿Y no has llamado a nadie?
-Aún no.
-Pero, ¿seguro que está muerto?
-Sí, estaba azul.
-Jajajajaja.
-Jajajajaja.
-Joder, joder, mierda, ¿qué hacemos?
-Yo que se.
-Jajajajaja, mierda, no es para reírse pero... jajajaja.
-Ya, me pasó lo mismo, supongo que son los nervios.
-Mierda, pobre Manuel, mira que me imaginaba algo, no se cómo, pero me imaginaba algo.
-Ya, también noté algo al levantarme, bueno, desde ayer de hecho.
-Mierda, ¿qué coño hacemos? ¿había alguien en casa?
-Creo que no.
-Joder, qué asco, pobre Manuel, joder, joder.
-Ahora vamos para allá.

Salimos del comedor, nos dieron la bolsita con la cena, decidí que antes pasáramos por el super para agenciarnos unas cervezas, las necesitaba. Llegamos a la pensión, efectivamente no había nadie allí, solo un cuerpo sin vida. Nos metimos en mi cuarto y nos abrimos las cervezas, por suerte tenía algo de marihuana así que me hice un par, seguíamos demorando el momento e intentando que nos pillara medianamente colocados para hacerlo más llevadero. Estuvimos hablando de Manuel, el cabrón era un buenazo, nunca se quejaba de nada, recuerdo cuando llegaba del bar por las noches y traía palmeras y ensaimadas que le daba el dueño porque iba a tirarlas, siempre nos llamaba para repartírlas, rememoramos su falta de higiene, su generosidad, a Iván siempre le prestaba algún que otro euro cuando lo necesitaba, a mí me jodía mucho pedir pasta a la gente, pero seguro que me habría dejado lo que le pidiera. Era un pobre hombre, no se merecía morir allí solo, entre basura. Pensaba en todos esos hijos de puta, gente cruel y despiadada que ahora mismo estaría disfrutando de una buena vida, políticos, banqueros, pseudoartistas, mercenarios, cardenales, empresarios, todos con su cohorte de lameculos orbitando a su alrededor, estarían ahora tumbados en algún sitio soleado mientras algún pobre esclavo les limpiaba la casa y otro pequeño esclavo les chupaba la polla, riendo sonoramente como hienas escandalosas, toda esa gente que merecía morir pero que se aferraban a la vida pisando cráneos y a los que el destino nunca alcanzaba, el mundo era injusto, tremendamente injusto.
Apuramos las cervezas y las caladas.

-Bueno Iván, ¿estás preparado?
-Mierda, sí.

El pasillo.
Abrimos su puerta, allí seguía, sus 130 kilos, vencido totalmente, tumbado en la cama.
Lo miramos en silencio. Desde que lo había descubierto al despertarme se había puesto más azul, cada vez se asemejaba más a un muñeco de cera y menos a una persona. Noté el estremecimiento de Iván, no había gran cosa que decir ante esa bofetada de realidad, no obstante Iván dijo algo, algo tremendamente sensato.

-¿Tendrá algo de valor escondido por aquí?
-No se, pero este es el momento de comprobarlo.
-Espera, tengo guantes de látex en la habitación.

Nos calzamos los guantes y comenzamos la rapiña buceando por entre los escombros, en fin, nosotros eramos pobres y él estaba muerto, así es la vida, así es la muerte... Abrimos cajones, revolvimos papeles, husmeamos en abrigos, de vez en cuando el olor circundante y la visión del cadáver embotaban mis sentidos y me hacían marearme y perder el equilibrio como si fuesen chupitos de algún oscuro licor, también acudían a mi mente recuerdos y meditaciones inesperadas, la vista de todos aquellos trastos era una perfecta metáfora de nuestra vida, al final lo único que certificaba nuestro paso por este valle de lágrimas era un puñado de objetos inútiles, un puñado de basura y una mancha de mierda en el calzoncillo producto de la relajación del esfinter (última bocanada de miedo). Notaba que mis nervios se derrumbaban, en un determinado momento abrí un cajón y vi un pequeño cuento infantil ilustrado, era una versión de la bella y la bestia, sin saber muy bien por qué me eché a llorar, luego continué con mi tarea.

-Venga Manuel, cabronazo, ¿no nos has dejado algún último regalo?

Tras un buen rato y habiendo escudriñado la totalidad de la habitación el botín había ascendido a la friolera de 1,5 euros para cada uno (en monedas de 5 céntimos) una colonia y un par de navajas. Encontramos la cartilla del banco, se confirmaba que Manuel era un pobre hombre pobre, estaba prejubilado y su pensión ascendía a unos escasos 500 euros, de los cuales 200 iban destinados al pago de la habitación, el resto se lo pulía religiosamente cada mes en su totalidad, hoy 10, mañana 20, pasado otros diez etcétera hasta llegar a cero y volver a empezar.

-Bueno, creo que podemos dejarlo ya tío, aquí no hay nada -dije dándome por vencido.
-Joder, habría estado guapo encontrar un buen fajo.
-Eso solo pasa en las películas Iván.
-Aquí está su móvil.
-Píllalo, habrá que localizar a los familiares.

Volvimos a mi habitación y me lie otro canuto, cogí mi móvil y marqué el 112.

-Emergencias, ¿qué desea?
-Err... sí, le llamo desde León, de la calle Ortega y Gasset, hay un cadáver en mi piso.
-¿Un cadáver?
-Sí.
-¿Quién es el fallecido, un familiar?
-No, es un compañero de piso.
-¿Cuál es su nombre?
-¿El mío o el del muerto?
-El suyo por favor.
-Carlos, Carlos Salcedo.
-¿Está seguro de que la persona ha fallecido?
-Sí.
-¿Cuál es la causa de la muerte?
-No lo se.
-De acuerdo, no toque nada, enviaremos un equipo médico cuanto antes.
-Gracias... Bueno Iván, comienza el show.

Los médicos tardaron un buen rato en llegar, y eso que venían en taxi. Solo pudieron constatar lo evidente. Me sorprendió que no viniese ningún policía con ellos. Estuvieron husmeando por la mesita y encontraron medicamentos que hacían adivinar que Manuel tenía problemas de corazón. Nos dijeron que localizáramos a los familiares, que los mandásemos al ambulatorio y que no tocásemos nada hasta la llegada de los del tanatorio. Lo de localizar a los familiares fue bastante patético, ni Iván ni yo teníamos saldo en el móvil y llamar desde el de Manuel nos parecía de mal gusto así que tuvimos que ir a una cafetería cercana y explicar toda la película para que nos dejasen llamar. Al final localizamos a algunos y les dimos la noticia y luego esperamos sentados en la calle. Llegaron los familiares, no los había visto en mi vida, ni siquiera sabían donde vivía Manuel, por supuesto lloriqueaban, pero ¿dónde habían estado todo este tiempo? ¿Por qué no vinieron antes a verlo, a estar con él, a limpiar su habitación? ¿Donde estaba yo cuando murió mi viejo? ¿Donde estuvo él toda mi vida? Eramos unos cabrones egoístas, todos nosotros, putos llorones de mierda, no merecíamos nada, no merecíamos una puta mierda, porque siempre llegábamos tarde, a todas partes. Al final no somos nada, cadáveres andantes, y nos queda tanto por sufrir... La muerte nos rodea, nos aguarda en cada esquina, y no se nos ocurre otra forma mejor de esperarla que siendo burlados y explotados, acumulando chorradas y pisando huesos, nuestra pequeña parcela de realidad, nuestro pequeño contenedor, con herramientas pero sin manos, rodeados de miseria, de vanidad, la implacable realidad, cruel, agónica, el pensamiento constante al caminar por la calle y mirar a tu alrededor: “esto va a acabar mal”.
Los familiares nos dieron las gracias y se largaron al ambulatorio, ninguno quiso subir a ver el cuerpo.
Los del tanatorio también tardaron bastante en llegar, eran dos tipos, uno mayor y otro más joven, vestidos con elegantes trajes negros, muy serios, el joven llevaba en el dedo un enorme anillo con una calavera bastante chulo. Mientras subían con la camilla yo ya sabía lo que iba a pasar, pero no dije nada, les conducí a la habitación y abrí la puerta.
-¡Jooooder! -dijo el del anillo -no vamos a poder con él, tendremos que llamar a unos compañeros.
-Ya.

Llamaron a otros dos y entre los cuatro lo levantaron y lo metieron a una bolsa de plástico blanca, vi por última vez el rostro céreo de Manuel mientras la cremallera se cerraba sobre él, luego lo pusieron en la camilla y lo llevaron a trompicones hasta la furgoneta. Y así acabaremos todos, metidos en una bolsa de plástico. El coche se alejó por la calle y desapareció en el horizonte.

-Iván, gracias por comerte el marrón conmigo.
-Joder, no hay de qué, pobre Manuel, qué rabia, era un buen hombre.
-Sí, lo era.





6 comentarios:

  1. Muy bueno, mamón. Se respira realismo en cada palabra.

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  2. Tal vez quitaría el último bloque, el 3. Creo que el relato queda más directo si lo terminas con" Sí, lo era."
    Aunque hay cosillas en este último bloque que molan, pero creo que sobran.

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  3. joder pepe, no sabes lo que me he comido la cabeza justo con eso, ya sabes que me gusta meter ese tipo de reflexiones a modo de epílogo... pero supongo que lo quitaré en la versión final...

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  4. He estado dudando si te lo decía porque yo mismo no lo tenía claro, quiero decir que hay cosas en el último bloque que me gustan como están escritas, pero luego, reflexionando, me he dado cuenta que hay que pensar en el relato como unidad y al relato le viene bien suprimir ese último párrafo.

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  5. Por cierto, este relato es de lo mejorcito que has escrito.

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