Diez
años le ha costado al carismático frontman de Korn perpetrar su
debut en solitario. Tiempo más que de sobra para meditar y
planificar su propuesta con calma. La gran incógnita respecto a este
disco estaba en ver si Jonathan tiraría por terrenos conocidos,
dando quizás una vuelta de tuerca a los sonidos que le han
encumbrado al estrellato con su banda principal, o si por el
contrario se dedicaría a ofrecer algo totalmente distinto a lo que
es su estilo habitual.
Tras
darle unas cuantas escuchas a este Black Labyrinth queda claro
que ha optado por la primera opción. De esta forma, todos los
recursos que ha desplegado a lo largo de la dilatada carrera de Korn
siguen presentes en este trabajo: su peculiar timbre de voz, su
manera de abordar las melodías y armonías, sus balbuceos, gritos y
susurros marca de la casa... todo está aquí y resulta perfectamente
reconocible. Desde un punto de vista vocal ha decidido permanecer en
terrenos conocidos y no explorar ningún tipo de registro que no
hubiésemos escuchado ya en sus anteriores trabajos con la influyente
banda de Bakersfield. No es arriesgado decir que un buen puñado de
los temas de este disco podrían haber entrado perfectamente en
alguno de los discos de Korn sin desentonar demasiado, al menos en
alguno de sus lanzamientos más experimentales como fueron por
ejemplo The Path of Totality (2011) o Untitled (2007).
De hecho parece ser que gran parte de las ideas que dan forma a este
lanzamiento provienen de la época de Untitled, y
efectivamente se puede apreciar una atmósfera parecida a la que
tenía aquel disco.
No
obstante, a pesar de lo dicho, tampoco sería justo calificar Black
Labyrinth como un mero refrito de su trabajo con Korn, al menos
en lo que a instrumentación y arreglos se refiere, ya que se aprecia
un espíritu más amplio y arriesgado. Jonathan, al no tener que
rendir cuentas ante nadie, da rienda suelta a sus conocida afición
por la música electrónica, los instrumentos étnicos y el ambient,
incorporando pasajes que habrían desentonado un poco en el concepto
y el sonido establecido por su banda principal, y que quizás habrían
desagradado a algunos fans de esta.
El
tema con el que se abre el disco, titulado Underneath My Skin, es
un buen resumen de lo que decimos, y sirve como declaración de
intenciones del álbum. El sonido de guitarra plagado de efectos, la
producción general y el tono de Jonathan recuerdan inmediatamente a
Korn, pero la elección de las notas y las melodías, sin duda más
desenfadadas y luminosas a lo que es habitual en Korn, nos hace
darnos cuenta de que estamos ante algo ligeramente distinto. Esto es
aún más patente en el siguiente tema, Final Days, composición
notable que muestra unas claras influencias de trip hop y
ambient, introduciendo sonidos procedentes de instrumentos tribales y
exóticos, algo que volveremos a encontrar en otros pasajes del disco
como Basic Needs, que cuenta con un interludio con un
delicioso sabor árabe, o también en la estupenda Gender, uno
de los temas más inspirados del disco, que coquetea de manera
excelente con sonidos exóticos y psicodélicos. Por supuesto
hay algunos trallazos como Everyone, esta sí puro Korn, o
Your God, otro tema notable que cuenta con una base
rítmica precisa y marchosa y una inspirada parte central. También
encontramos en Black Labyrinth momentos más intimistas,
relajados y ambientales, como la oscura Medicate, con
pinceladas a lo Nine Inch Nails, o la accesible y
melódica What It Is que se encarga de cerrar el álbum.
Los
textos por su parte también continúan en la estela de lo visto con
Korn y siguen siendo retorcidos, oscuros y melancólicos, como era de
esperar en un personaje tan torturado como Jonathan Davis.
Nos
encontramos ante un trabajo llamativo, bastante entretenido y
variado. Con buenas ideas y algunos desarrollos interesantes. Pero
por desgracia todos estos ingredientes no terminan de cristalizar en
temas especialmente pegadizos o memorables. Estamos ante una buena
colección de canciones pero que no dejan un excesivo poso en el
oyente. El disco resulta un poco inconexo en líneas generales, y
también se ve algo lastrado por su larga duración. Un par de temas
menos sin duda habrían dado como resultado un trabajo algo más
dinámico.
Se
aprecia el esfuerzo de Jonathan por alejarse un poco del concepto
sonoro de su banda principal, más pesado y oscuro, pero tampoco se
aleja tanto a lo ya visto anteriormente en sus múltiples discos y,
como ya apuntamos, este alejamiento concierne solo al plano
instrumental, ya que vocalmente sigue tirando de los mismo trucos y
recursos de siempre, por lo que tampoco podemos decir que estemos
ante un álbum especialmente sorprendente.
Finalmente
podríamos concluir que Black
Labyrinth es
un disco curioso y claramente disfrutable, sobre todo si eres fan de
la magnífica y peculiar voz de Jonathan Davis, pero por desgracia no
se trata de un disco especialmente memorable ni particularmente
revolucionario dentro de la carrera de este inquieto artista.
Texto escrito originalmente para la web musical Diablorock:
https://diablorock.com/2018/06/08/jonathan-davis-black-labyrinth-2018/
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