Ante todo, la mierda prevalecerá.
Trevor Kusuhara.
Trevor se limpió la cara con la manga de su camiseta. Hacía ya varias semanas que había pasado y la mayor parte del tiempo lo llevaba bien. Era lo que tenía que pasar, lo mejor para todos. No obstante era inevitable levantarse algún día más débil y sensiblero.
Hoy era un día de esos.
No pudo evitar acordarse de todo ello y una cosa llevó a la otra, se metió en el bucle de la desesperación y ya no pudo salir de él. La bola de nieve siguió rodando colina abajo y, bueno, el caso es que se le acabó cayendo la lagrimilla y ahora se sentía como una puta mierda.
Miró a su alrededor. Una casa vacía puede ser una inexpugnable fortaleza o una solitaria prisión según el estado de animo. Todo le parecía silencioso y vacío, el blanco de las paredes, la mesita, el sofá. Paquetes de tabaco vacíos. Litros de cerveza vacíos. Cajones vacíos. Bolsillos vacíos. Espacios vacíos. Personas vacías. Le gustaba dárselas de duro. Lo era. Pero lo exageraba un poco más a la hora de escribir su poesía. Por muy duro que fuese también había días de estos, más melancólicos y frágiles. Le pasaba a todo el mundo. Raul Nuñez también era un llorón a veces. En su novela “La rubia del bar” hay momentos bastante lloricas. Y en David González. Y en Vicente Muñoz Álvarez hay lloriqueos. Y en Trevor Kusuhara. Joder, hasta en Bukowski los hay. Es como el titulo de la autobiografía de Klaus Kinski “Yo necesito amor” El rollo de siempre, sí. Al fin y al cabo todas las aguas fecales acaban desembocando en el mismo mar. Ya lo dijeron los Beatles “All you need is looove...Tí...Torirorí” En fin. Pensó en que le vendría bien tener un gato. Una pequeña bola de pelo que se alegrase al verle, que ronroneara mientras le abría una lata de comida y se abría otra para él. Que le diese un amor sencillo y sincero. También necesitaba cambiar de camello. Esta marihuana le ponía triste y paranoico. Se levantó del sofá y fue al baño a lavarse la cara. Se miró al espejo. Una nariz. Dos orejas. Tenía los ojos enrojecidos de las lágrimas y la fumada, sobretodo por la fumada. Abrió el grifo y arrojó agua sobre todo aquello. Se secó la cara y volvió a mirarse en el espejo. Se vio igual que antes. Necesitaba afeitarse. Lo había dejado pasar y ahora tenía todo ese pelo negro y duro como clavos. No bastaría con la cuchilla, estaba demasiado largo ya, habría que cortarlo primero con las tijeritas. Giró la cara hacia un lado, luego al otro. Se miró en el espejo. Demasiado trabajo. Dio la espalda a su reflejo y salió de allí.
Hoy era un día de esos.
No pudo evitar acordarse de todo ello y una cosa llevó a la otra, se metió en el bucle de la desesperación y ya no pudo salir de él. La bola de nieve siguió rodando colina abajo y, bueno, el caso es que se le acabó cayendo la lagrimilla y ahora se sentía como una puta mierda.
Miró a su alrededor. Una casa vacía puede ser una inexpugnable fortaleza o una solitaria prisión según el estado de animo. Todo le parecía silencioso y vacío, el blanco de las paredes, la mesita, el sofá. Paquetes de tabaco vacíos. Litros de cerveza vacíos. Cajones vacíos. Bolsillos vacíos. Espacios vacíos. Personas vacías. Le gustaba dárselas de duro. Lo era. Pero lo exageraba un poco más a la hora de escribir su poesía. Por muy duro que fuese también había días de estos, más melancólicos y frágiles. Le pasaba a todo el mundo. Raul Nuñez también era un llorón a veces. En su novela “La rubia del bar” hay momentos bastante lloricas. Y en David González. Y en Vicente Muñoz Álvarez hay lloriqueos. Y en Trevor Kusuhara. Joder, hasta en Bukowski los hay. Es como el titulo de la autobiografía de Klaus Kinski “Yo necesito amor” El rollo de siempre, sí. Al fin y al cabo todas las aguas fecales acaban desembocando en el mismo mar. Ya lo dijeron los Beatles “All you need is looove...Tí...Torirorí” En fin. Pensó en que le vendría bien tener un gato. Una pequeña bola de pelo que se alegrase al verle, que ronroneara mientras le abría una lata de comida y se abría otra para él. Que le diese un amor sencillo y sincero. También necesitaba cambiar de camello. Esta marihuana le ponía triste y paranoico. Se levantó del sofá y fue al baño a lavarse la cara. Se miró al espejo. Una nariz. Dos orejas. Tenía los ojos enrojecidos de las lágrimas y la fumada, sobretodo por la fumada. Abrió el grifo y arrojó agua sobre todo aquello. Se secó la cara y volvió a mirarse en el espejo. Se vio igual que antes. Necesitaba afeitarse. Lo había dejado pasar y ahora tenía todo ese pelo negro y duro como clavos. No bastaría con la cuchilla, estaba demasiado largo ya, habría que cortarlo primero con las tijeritas. Giró la cara hacia un lado, luego al otro. Se miró en el espejo. Demasiado trabajo. Dio la espalda a su reflejo y salió de allí.
En la calle todo como siempre. A nadie le importaba nadie una vez más. El sol seguía saliendo y poniéndose. Y algún día, se supone que dentro de millones de años, pero algún día, acabaría explotando. Mientras tanto la gente seguía sacando al perro y comprando palmeras de chocolate. Había toda una sociedad, agitación política, guerras en países lejanos y toda esa mierda, también había niñitas rubias de piel de melocotón y coñitos prietos. ¿Qué podría significar? Seguramente nada.
Instintivamente acabó en el portal de Velpister, y, como ya estaba allí, llamó al timbre.
-¿¡Quién coño es!?
-Velpister abre.
-¿¡Quién coño es!?
-Trevor.
-Joder, sube.
Velpister le abrió la puerta en calzoncillos y albornoz. Velpister también escribía, principalmente relatos y alguna reseña, también componía música electrónica y pinchaba de vez en cuando en algún que otro garito, también curraba en una empresa de limpieza, también necesitaba afeitarse, bueno, Velpister hacía muchas cosas, como ahora veréis.
-Coño Trevor, ¿qué tal cabrón?
-Aquí.
-Joder, hacía por lo menos tres semanas que no te veía.
-He estado de reflexión.
-Pasa pasa.
Trevor entró. La casa apestaba a marihuana.
-Estaba dándole a la pipa de agua, ¿te hace?
-¿Es de la marihuana paranoica?
-Sí.
-Me pone triste.
-A mí me pone triste no fumarla.
-Bueno, ¡qué coño!
-¡Di que sí joder!
Velpister vivía en una casa que había heredado de su abuela, era pequeña, de una sola habitación, pero acogedora. Velpister vivía allí solo rodeado de mierda, miraras donde miraras encontrabas montículos informes de revistas, cedés, vinilos, libros, cajas, botellas, cuencos, papeles, muñequitos, mecheros, un biberón, toallas, cables, cubiertos, bolígrafos... Siempre era interesante mirar a tu alrededor. Tomaron asiento en el desvencijado sillón. Para poder sentarse Trevor tuvo que apartar un puñado de revistas.
-¿Dónde te dejo esto?
-Bah, en cualquier parte. Toma, fuma.
Trevor aspiró, la pipa de agua comenzó a burbujear furiosa, una calada que se incrustó en sus pulmones.
-Bueno Trevor, ¿qué te cuentas?
-Pues nada, ya te digo, he estado en casa, no he salido ni nada, no tengo ni un duro, solo me quedan tres meses de paro así que ahorrando, fumado, bebiendo litros, he escrito un par de poemas, normalitos. Hoy más jodido de la cabeza, triste, agobiado, por eso he salido un rato, necesitaba aire, ver a alguien.
-¿Estás jodido por la movida?
-Sí, ya sabes.
-Bueno, tranqui, es normal, ya lo superarás.
-Sí, si es lo mejor, pero hoy me ha afectado un poco más, ya sabes.
-Sí, un día de esos.
-Un día de esos.
-Bah, pues yo estoy que me salgo.
-¿En serio?
-Ya te digo, estoy de racha, mecido por todo tipo de musas, estoy escribiendo un relatazo alucinante, lo mejor que he escrito, ya lo leerás, trata de un tío que tiene que deshacerse del cadáver de su hermana.
-Qué bonito.
-Mogollón de reflexión, un monólogo interior, me está quedando largo, ya lo leerás.
-Sí, a ver.
-Y ya casi he terminado también un tema nuevo, luego te lo pongo.
-Vaya.
-Y bueno, lo mejor de todo, flipas, vas a flipar en colores.
-¿El qué? ¿Qué pasa?
-Tengo otra.
-No.
-Sí.
-Venga ya, ¿otra?
-Sí.
-¿De quién?
-Ni te lo imaginas..
-¿De quién?
-Ni te lo imaginas. La mejor. La más grande del lote de momento.
-¿De quién?
-Ven que te la enseño.
-No se si quiero verla.
-Que sí joder.
Velpister se levantó de un salto, la cara le brillaba bañada por el sol de la tarde, el albornoz ondeaba al viento.
-Venga coño ven a verla.
Trevor dio otra calada y se levantó lentamente mientras exhalaba el humo.
-Está bien, me voy a arrepentir, pero veámosla.
Velpister se frotó las manos y atravesó el salón al trote, tras el Trevor le seguía tropezando con varias cosas en su camino. Giraron por el pasillo y entraron en la cocina. Ambos se detuvieron frente al frigorífico.
-Disponte a flipar.
Velpister, con una amplia sonrisa en el rostro, abrió la puerta del frigorífico, la luz de su interior le rodeó como un aura divina, se dirigió al estante del medio, en el había medio paquete de pan de molde, tres latas de foiegras, un cuarto de pechugas de pollo y varios tarros de cristal. Cogió uno de los tarros, lo sacó del frigorífico y lo alzó sobre su cabeza con expresión extasiada.
-Helo aquí.
Ambos miraron atónitos el tarro de cristal, la luz lo iluminaba, casi se podían oír los cánticos. En su interior. Una enorme mierda humana. Marrón oscura. Una plasta. Un excremento. Un cerote. Ahí, en el tarro de cristal. Flotando despreocupado e inerte en un liquido transparente. Velpister lo contemplaba lleno de orgullo, Trevor con una mueca de asco, el cerote los miraba indiferente.
-Joder Velpister, qué asco.
-Asco no, es hermoso.
-¿Y de quién es?
-George Clooney
-¡Venga ya!
-De George Clooney.
-¿Pero cómo?
-Como siempre. Resulta que el cabrón está rodando una peli aquí, llevan dos semanas, no se cuanto va a estar, y mi empresa es la que lleva lo de la limpieza, me aseguré de que me tocara la limpieza de las caravanas y, bueno, aquí está.
Y sin duda, ahí estaba, flotando en el tarro de cristal.
-Joder. -Exclamó Trevor.
-Y también está Nicole Kidman, lo que pasa es que la zona de su caravana no la llevo yo, pero tengo que conseguir llegar hasta ahí, algo tengo que hacer, ¡no puedo dejar pasar esa oportunidad! ¡Una cagada de Nicole Kidman sería la hostia! La colección ya adquiriría otro nivel... ¡Estrellas de Hollywood! Ya tengo la de David Bisbal, la de Elsa Pataky, la de Bunbury, la de Vargas Llosa y ahora tú, mi pequeña.
Velpister pegó la cara al tarro que contenía la cagada de George Clooney y lo meció, acurrucándolo.
-Velpister tío, necesitas ayuda.
-¿Es que no ves el potencial de esto? ¡Es el autógrafo definitivo! Hay gente que me dará mucha pasta por esto, vi que vendieron un mechón de Elvis por una millonada, ¡y esto es mejor! Más íntimo, es el interior mismo de tu ídolo. Su ser más profundo.
-¿Tú crees que alguien te dará algo por una cagada de Mario Vargas Llosa?
-Hay gente para todo, y sino me la quedo yo, las estoy cogiendo cariño.
-¿Y cómo piensas venderlas?
-Por Internet.
-¿Y cómo vas a probar que son de sus dueños? ¿Tienes pruebas? Quiero decir, venga tío, yo se que estás loco, pero otra persona que no te conozca....Esa mierda podría ser mía.
-Crearé un blog contando toda la historia, las fechas y lugares, con todo lujo de detalles.
-En serio, estás como una puta cabra.
-Un visionario es lo que soy. Ven, ahora voy a enseñarte mi tema nuevo.
Velpister devolvió cuidadosamente el tarro con la mierda de George Clooney al frigorífico, junto al resto de cagadas ilustres, todos los cerotes juntos, el de George, el de Elsa, el de Mario, el de David y el de Enrique, todos juntitos y marrones, con sus curiosas formas y tonalidad, al lado del pan de molde, el foiegras y las pechugas.
Atravesaron el desorden y llegaron al ordenador. Velpister puso su tema nuevo, era una música completamente absurda, una especie de techno-pop sin pies ni cabeza, era horrible, cacofónica. Velpister gesticulaba alocadamente y Trevor fingía que le gustaba. Continuaron fumando y hablando de la salvación de la literatura y, por ende, del mundo, que inevitablemente caía sobre sus cansados hombros una vez más.
Al cabo de un par de horas Trevor decidió que era momento de marcharse.
-Bueno tío, ya nos vemos.
-¿Saldrás este finde?
-Quién sabe.
-Bueno Trevor, pues nos vemos.
-Nos vemos, cuida de tus pequeños.
-Lo haré.
Trevor volvió de nuevo a la calle, la gente seguía paseando al perro y comprando crema para los hongos de los pies.
Entró en un supermercado, se compró una litrona y un pack de tres pastelillos de chocolate. Tuvo que esperar en la caja, pero no le importó porque la cajera era una belleza, una estupenda morena de enormes pechos, Trevor la observó. Cómo manipulaba los productos de los otros clientes, su sonrisa al dar el cambio, el movimiento de su melena. Comenzó a empalmarse. Llegó su turno. Pagó. Sonrió. Y se fue.
Otra vez en casa saludó a su soledad. Se arrojó sobre el sofá, abrió el litro de cerveza y el paquete de bollos y comenzó a nutrirse. Seguidamente se hizo un porro y cogió un libro de Xen Rabanal “La cámara de niebla”. Xen estaba como una cabra, su escritura te exigía el máximo esfuerzo y atención para introducirte en su niebla de imágenes desoladas... Trevor tenía en la cabeza la imagen de la cajera y no podía dejarse envolver por la niebla, no paraba de pensar en esos pechos, esa melena negra... Cerró el libro y meditó. Evaluó el estado de su erección. Finalmente se incorporó y fue al cajón de su mesita, lo abrió y sacó una vagina en lata. Un coño de plástico dentro de una lata de refresco. Era un artefacto que compró en un sex shop porque le pareció gracioso y que luego acabó convirtiéndose en un poderoso aliado contra la adversidad. Se bajó los pantalones y los calzoncillos. Pensó en la melena de la cajera. Casi podía olerla. Puso un poco de saliva en el coño de plástico y comenzó a follarse a la lata. Las primeras despacio, mientras se imaginaba acariciándola el pelo. Luego fue aumentando el ritmo, ya se imaginaba que se la estaba follando, cada vez la embestía con más fuerza, ahora por detrás. Se corrió. Tras ello se sintió un poco ridículo, no obstante era ligeramente mejor que la mano. Desmontó la lata y fue a limpiarla al baño. Abrió el agua caliente y comenzó a limpiar la pieza de látex. Desde que tenía uso de razón todo había sido una grán broma, se preguntó si algún día cambiarían las cosas a mejor, sólo un poco.
Se miró en el espejo. Dos orejas. Una nariz.
Tal vez sacase un poema de todo esto, uno bueno, o uno normalillo. O quizá fuese el momento de dejarlo... No, era lo único que tenía.
Necesitaba un gatito.
En su mente sonaba una canción.
All you need is looove...Tí...Torirorí....
All you need is looove...Tí...Torirorí....
All you need is love...love..
Love is all you need...
Love is all you need...
C'mon everybody....
Me ha gustado. Aunque en este relato, he sentido cierta lástima de Trevor. No sé. Es como verme en tercera persona. Veo cómo la vida le ha tratado como una escoria y él solamente deja que la mierda fluya. Me ha dado curiosidad el libro que lee: La cámara de Niebla.
ResponderEliminarHasta la próxima odklas y cuídate, que para la próxima me toca visitarte a ti, y no me salgas con que coleccionas meados.
Abrazos.
has captado muy bien lo de la vida interior... buen ritmo, me gusta... Lo de la niebla, depende de la maría y del día, jeje... como todo..
ResponderEliminarfuerte abrazo
...
bien & bien, bro
ResponderEliminarestás in hank
http://hankover.blogspot.com/2011/09/mierda-by-carlos-salcedo.html
salud from hell
v
-¿Es de la marihuana paranoica?
ResponderEliminar-Sí.
-Me pone triste.
-A mí me pone triste no fumarla.
BIEN. me has hecho reir.
Me gusta, Carlos.
Buena mierda.