1.
Todo se desmorona. Todo va mal. Estoy tumbado en la cama de mi habitación de alquiler, no he pagado la mensualidad y no se cómo voy a hacerlo. No tengo tabaco. Ni drogas. Me queda medio litro de cerveza marca emdbrau. Me acompañan los cascos vacíos de diversas botellas. Su tristeza y la mía se hermanan. La tristeza de un casco vacío, testigo mudo de un momento mejor. También me acompaña el ruido de la calle y el ruido de la vida y padecimientos de los habitantes del resto de habitaciones, que principalmente se reduce a sonidos provenientes de televisores o radios coronados con algún suspiro ocasional. Yo, afortunadamente, no tengo tele. Tampoco tengo nada de comer. Eso sí, tengo varios libros tirados por los suelos. Una biografía de Wittgenstein y Popper, las meditaciones de Marco Aurelio, el último Vinalia Trippers, a tumba abierta de Oriól Romaní en edición fotocopiada, uno de relatos y poemas de Bukowski, la cámara de niebla de Xen Rabanal, también está Tom Wolfe por ahí tirado. Alimento para el espíritu no me falta, más o menos digerible, ¿pero quién le explica a mi impaciente estómago que ruge furioso este desequilibrio entre mente y cuerpo? Quizá pueda intentar comerme el de Tom Wolfe, creo que ciertos insectos se alimentan del papel, la comida enlatada de perros y gatos también contiene un cierto porcentaje de celulosa, me parece recordar que un 0.7%, no hay que pasar por alto la fuente energética de ese grueso tomo, 460 deliciosas páginas, quizá con mayonesa....Aunque de la celulosa no se puede extraer energía ahora que lo pienso, solo es útil como digestivo, volvemos a necesitar algo que digerir, es una calle sin salida.
Escribo esto con la esperanza de sortear la locura y el suicidio durante un rato, un día más, no se muy bien por qué. Intento no darme por vencido, pero es bastante difícil.
El tema está así ahí fuera: Las calles se llenan de mendigos. El paro aumenta cada día en una sociedad hundida en una profunda crisis económica. La gente sueña con conseguir un curro de esclavo mientras los bancos se llevan todas las ayudas económicas en un vano intento de perpetuar un sistema inviable que agoniza. Estamos sembrando las semillas de un futuro de dolor, pobreza y desigualdad en una tierra presente cada vez más árida. Revueltas, protestas, frustración, dolor, todo ello forma parte de los indignados. El pasotismo, la autocomplacencia, la indiferencia y el egoísmo forman parte de los beneficiados. Mientras, la policía carga contra los ciudadanos. La gente se sumerge en su estupidez. Sus culos engordan frente a la televisión mientras sucios reptiles les recortan los derechos y libertades en oscuros despachos al amparo de la noche. Ya todo el mundo sabe lo que es un E.R.E. Nos aguarda el desastre nuclear, o el climatológico, la ley de la selva, cabezas cortadas, miembros amputados, latas de conserva, hogueras a lo lejos que presagian amenazas. No es una situación irreversible, el futuro depende de nosotros, de nuestra capacidad de lucha, hay una mínima esperanza, siempre la hay, pero, lo siento, no tengo ninguna fe en el ser humano, soy schopenhaueriano. El puto Mad Max se aproxima irrefrenable mientras moscas se posan en los ojos de niños con vientres hinchados y niñas sorben esperma de viejos en yates de Marbella. Yo estoy en medio de toda esta mierda sin saber cómo ni por qué.
Era un técnico de laboratorio respetado y aposentado. También era cocainómano. Ahora ya no hay nada de eso. Hace casi tres años que no trabajo, para bien o para mal, y es un misterio y un milagro cómo sigo aquí escribiendo esto. El principal motivo es que no me llega la pasta para comprar una pistola y no veo claro lo de arrojarme al vacío ya que vivo en un primero. Opto por tirarme un pedo solitario y triste que huele a vacío en lugar de a alimentos digeridos. Nada que digerir. Un callejón sin salida.
Hace unos días me dieron tres gatitos recién nacidos, su madre murió al darlos a luz. Tuvo seis, sacrificaron a tres y el veterinario me dio a los otros tres para que intentase sacarlos adelante advirtiéndome de que era una tarea casi imposible. Las probabilidades de éxito eran prácticamente nulas. La mortalidad en gatitos huérfanos ronda el 70%, quizá más. No obstante decidí intentarlo, al fin y al cabo, en mis delirios, me creo capaz de todo. Les compré una leche especial a base de proteínas lácteas y aceite de pescado, similar a los batidos de los culturistas, el pack incluía un biberón y dos tetillas, cogí todo y lo llevé a casa de mi chica. Su casa era más acogedora que mi cuartucho de alquiler y sus padres estaban de vacaciones así que era la opción más lógica. Había que darles de mamar cada dos o tres horas y hacerles mear y cagar pasándoles un algodón húmedo por el culo y dándoles masajes, imitando los lametones que debería darles su madre. Resumiendo, había que imitar una vida que sigue su curso de forma normal, crear un sucedáneo de normalidad, engañar.
Jodidas bolitas de pelo inocentes. Seguimos los pasos al pie de la letra, tuvimos éxito y nos emocionamos cuando empezaron a mamar del biberón, pero a los pocos días se nos murió el primero, uno blanco con un mechón rubio. Fue un día triste, muy triste. Fuimos a enterrarlo a la orilla del río, en un sitio bastante bonito, rodeado de vegetación, un pequeño oasis en medio de la urbe, mucho más hermoso del sitio donde acabaremos todos nosotros. Mi chica y yo lloramos como unos cabrones ese día. No podía dejar de pensar en su triste y breve vida, venir al mundo huérfano para acabar muriendo a los pocos días sin siquiera haber llegado a abrir los ojos, con un biberón en lugar del pecho de una madre y una botella de agua caliente en lugar del calor del cuerpo de una madre ¿qué sentido tenía algo así? ¿Qué clase de mierda de vida es ésa? ¿Y ésta?
Los otros dos evolucionaron mejor. Resultaron ser un macho y una hembra preciosos. Cuando al fin abrieron los ojos fue un momento muy emocionante, también empezaron a desarrollar cada uno su propia personalidad. Nos llenaba ver todo el proceso. La hembra era temeraria, un poco tonta, ansiosa y muy pesada, sobretodo a la hora de comer y cagar. El macho era tranquilo, callado, inteligente y con el porte de un aristócrata. A mi chica y a mí nos vino que te cagas tenerlos ya que no atravesábamos nuestro mejor momento, últimamente discutíamos mucho más que antes, por multitud de chorradas, estábamos tensos y paranoicos y el cuidado de los cachorros marcaba una tregua y nos hacía tranquilizarnos y enternecernos, supongo que activaba algunos de nuestros ancestrales instintos paternofiliales. Nos metimos en una rutina sencilla y feliz, cuidar a los gatitos, saquear la nevera de sus padres, fumar maría, dormir juntos... Una rutina plena, sencilla y agradecida...Casi olvidé mi situación metido en aquella burbuja, ya no me acordaba de mi nevera con eco y el ruido de los pedos y eructos de las habitaciones colindantes. Pero, ay, nada dura eternamente. Los padres de mi chica volvieron de sus vacaciones y los gatos y yo tuvimos que salir de allí escopetados antes de que nos vieran, huimos como fugitivos en mitad de la noche. Me los traje al cuartucho. Ellos no hacían mucha vida más allá de su pequeña cuna así que no se quejaron del desorden y la suciedad, sus necesidades me mantenían ocupado y su presencia me hacía compañía en las frías noches de lectura y meditaciones pesimistas, tenían ya veinte días, estaban gordos y hermosos, lo habíamos logrado, habíamos sorteado a la estadística.
Estaba tumbado en la cama jugueteando con ellos, mi chica había quedado con unas amigas para tomar algo y hablar de sus cosas. La gatita hembra no estaba con el animo habitual, se encontraba mucho más apagada, como ya he dicho era un animal muy inquieto, ahora en cambio estaba acurrucada y apática, estaba claro que algo no marchaba bien, quizá una ligera indigestión, no tenía ganas de comer y tampoco había logrado hacerla cagar, además se quejaba sonoramente cada vez que lo intentaba, un quejido extraño, triste, de derrota, de mal rollo. Cogí su pequeño cuerpo peludo de pocos gramos y lo coloqué sobre mi pecho para darle calor, agarré su cabecita e hice que me mirara fijamente.
-Oye tía, ni se te ocurra morirte, ¿me oyes? Estoy aquí contigo. Ya verás, te buscaré un bonito hogar, serás feliz. Te lo prometo. Cazarás mariposas, vendrán gatos a verte al jardín.
Su mirada era una mezcla de ternura y cansancio, emitió un suspiro y se acurrucó sobre mi pecho. No estaba bien e iba empeorando por momentos, emitía quejidos que te helaban la sangre, yo no sabía que hacer, llamé a mi chica.
-¡Hey!
-Oye tía, la gatita está mal, está empeorando, no sé que hacer, me estoy poniendo muy nervioso.
-Bah, seguro que no es nada.
-No sé, no me gusta, está jodida, en serio.
-Tranquilo, mira, vente, estoy aquí con estas, nos tomamos unas cervezas y te da un poco el aire que lo necesitas y luego ya veremos.
-No sé, no quiero dejarla sola, empeora por momentos.
En ese momento la gatita emitió un quejido estremecedor.
-Joder sí, ya la oigo.
-Ven aquí tía, que se nos muere.
-Vale, vale, tranquilízate, ahora voy para allá.
Colgué y continué acariciando al gato y poniéndome cada vez más nervioso. Llevaba unos días en mi cuartucho, fumando, bebiendo, sin poder dormir, dándole vueltas y más vueltas a mis problemas, todo eso no ayudaba a mi estabilidad mental, lo que menos necesitaba era que les pasase algo a los gatitos. Eran un asidero, un reto que había que superar para no sentir que mi vida era un gran vacío. Puede parecer que exagero, pero así era, no era solo el evidente cariño que les había cogido, era mucho más, una metáfora de algo mucho más grande. No hace falta que te diagnostiquen cáncer de colon para hundirte, son las mierdas del día a día, la nula esperanza, el futuro incierto, la sospecha del fracaso inminente e infinito. Y cuando estás al borde pierdes la perspectiva, pierdes el equilibrio, de ahí lo de desequilibrado. Tienes que agarrarte a pequeñas cosas que te hagan olvidar el atroz todo. La cordura necesita cimientos, asideros. En el caminar a través de la derrota lo más habitual es beber para olvidar, siempre ha sido la opción más divertida, aunque lógicamente buscar el equilibrio en la ebriedad es un contrasentido, un error típico que carece de importancia no obstante una vez sumergido en el acto en sí. Si crees tener algún talento también te agarras a eso, es más sano y consecuente. ¿Recuerdas lo que he puesto al final del primer párrafo? Son pequeños asideros para sortear la quizá inevitable locura. “Si, no tengo futuro y mi pasado es una mierda, toda una vida de frustraciones y pesares a mis espaldas. Me dieron consejos útiles, pero me creía muy listo. Ahora estoy aquí, tirado, sin un duro, en la miseria corporal y espiritual. Sí, es cierto, pero, ¡hey! He salvado a unos gatitos de la muerte. ¡Jódete!” Son pequeñas cosas como ésta, intentar hacer algo bien, intentar burlar un destino cruel y oscuro. Las pequeñas cosas son las que te salvan de la muerte, también son las que te pueden arrojar al abismo, ya lo dijo Bukowski en un poema llamado El cordón del zapato:
“...No son las cosas importantes las que
llevan a un hombre al
manicomio. Está preparado para la muerte o para
el asesinato, el incesto, el robo, el incendio,
la inundación.
No, es la serie continua de pequeñas tragedias
lo que lleva a un hombre al
manicomio...
no es la muerte de su amor
sino el cordón del zapato que se rompe
cuando tiene prisa...”
Finalmente llegó mi chica y me sacó un poco de toda esta espiral descendente.
-Hey, ¿qué tal cariño? He venido lo más rápido que he podido.
-Mal, muy mal, estoy mal, estamos mal. Tía, ¿tienes tabaco?
-Claro, toma. ¿Dónde está la gatita?
-Ahí.
-A ver...
La examinó pacientemente, la acarició.
-¿Cómo la ves?
-No sé, está mal, se nota, pero bueno, puede que solo sea una indigestión.
-No sé, puede.
-Joder Carlos, tú también tienes muy mala cara.
-Creo que me estoy volviendo loco al fin.
-Siempre has estado loco.
-Sí, pero me refiero a la parte que ya no es divertida.
-Deberías haberte venido, ¿cuánto llevas encerrado en este cuarto?
-Ya, pero no tengo ni un pavo.
-Joder, tranquilo, un par de cervezas te las puedo pagar yo, necesitas que te de el aire.
-Te lo agradezco, pero no soporto que mi chica de 20 años tenga que pagarme las cervezas.
-No digas gilipolleces anda, estás pasando por muchas cosas y aquí encerrado solo no vas a llegar a ninguna parte, solo a amargarte.
-De todas formas paso de moverme con el gato así.
-Lo podemos llevar al veterinario.
-¿A esta hora?
-Alguno habrá de urgencia.
-Joder, ¿tú sabes lo que cuesta eso?
-Y dale, Carlos, no te preocupes, yo lo pago.
-De eso nada. Mira, esperamos a mañana y la llevamos a primera hora al veterinario de mi hermana, el que me los dio, y así no me cobra.
-Como quieras.
-Joder, deberías haber venido antes, parece que te la suda.
-¡Oye, no la pagues conmigo eh! Tranquilito.
-Mierda, tienes razón, lo siento, estoy paranoico.
-Venga, cálmate, estoy aquí.
Me acarició el pelo y ambos, la gatita y yo, nos acurrucamos en su regazo. Por un instante las tinieblas se alejaron, ella podía hacer estas cosas. Era la mejor. La única. Acabamos durmiéndonos junto a ella.
Me pude haber despertado antes, pero no lo hice.
Cuando finalmente me levanté de la cama fui a ver a la gatita. Estaba muy débil, no había mejorado en absoluto, puede que incluso hubiese empeorado algo. Nos vestimos para ir al veterinario. Muy probablemente su estado de debilidad se debiera a que prácticamente no había comido en todo un día así que antes de irnos preparé un biberón. Cogí a la gatita en mi mano, era como un trapo, no tenía apenas fuerza. Intenté hacerla comer, no quería, apartaba la cara y se quejaba, la leche le caía por la cara.
-Venga tía, tienes que comer para ponerte bien.
Se resistía. Lo hice a la fuerza y conseguí introducir un poco de leche en su boca. Se la tragó y me miró fijamente. Su mirada era tristísima. Mientras me miraba emitió un profundo quejido y se murió. Ahí, en mi mano. Lo ví claramente, cómo se apagaba.
-Mierda, no.
-¿Qué pasa?- Preguntó mi chica mientras se vestía.
-Se nos ha muerto.
Dejé a la gata en la cama. Empecé a ver borroso. Me giré y pegué un puñetazo de rabia sobre lo primero que me encontré, que resultó ser el armario.
-¡Eh Carlos, creo que todavía está viva, la noto respirar!
-¿Seguro?
-¡Sí, venga, vámonos rápido!
Salimos del cuarto, nos montamos en el coche y fuimos a toda prisa al veterinario. Pasamos sin esperar pero ya llevábamos un cadáver. El veterinario sólo lo confirmó.
-Lo siento, ya os dijimos que con gatitos huérfanos es muy difícil sacarlos adelante.
-Pero si hasta ayer estaba bien.
-Pero con los gatitos es de un día para otro. Si queréis podemos encargarnos del cuerpo.
-No, gracias, iremos a enterrarlo.
-Como queráis.
Y allí nos fuimos, otra vez rumbo al río. Íbamos callados, sollozando, con la gata envuelta en una camiseta. Hacía un bonito día, la gente paseaba por los alrededores disfrutando de la mañana y el sol, con sus parejas, con sus mascotas, haciendo deporte, ajenos, lejos.
-Mierda, nunca pensé que haríamos este camino otra vez -Dijo mi chica.
-Yo tampoco, parecía fuera de peligro ya.
-Era tan bonita... Tenía pensado quedármela.
Se echó a llorar.
Nos adentramos en el borde del río y buscamos el lugar en el que habíamos enterrado al primero. Llevábamos un cuchillo para hacer el agujero y me puse a cavar deprisa, rabioso y frustrado, acuchillando a la madre tierra, a toda la naturaleza. Cuando estuvo hecho el agujero la metimos allí y la cubrimos para siempre. Se me empezaron a caer las lágrimas. Mientras mi chica buscaba una flor que poner encima de la tumba yo elevé mi vista al cielo.
-Tú, maldito hijo de puta, algún día me las pagarás, me las pagarás todas juntas, te lo prometo.
Dudo que me oyese, tampoco creo que lea esto.
Nos sentamos a fumar un cigarro, el sonido del agua nos arropaba. Yo, inevitablemente, pensaba en la muerte. La muerte de un animal, o de una persona, eran todas iguales, absurdas. ¿Por qué unos sobreviven y otros no? En este caso no había razones. Sin llegar a demostrar capacidad de adaptación alguna. Era una lotería. La jodida lotería de la vida. Absurda, sin razones, sin explicación. No había sentido ni causa. El caos, o el orden superior e indescifrable, lo mismo me da. Es el motor primordial. El marco. No conviene olvidarlo. La aparente fría crueldad de la muerte no es más que la sombra silenciosa bajo nuestros pies. Todos nos creemos eternos, perdemos el tiempo porque estamos convencidos de que nos queda una vida larga y plena, experiencias fascinantes por vivir, gente a la que conocer y amar, cosas que descubrir. Vivimos en una dulce mentira y nos acomodamos. Todo puede acabar bruscamente ahora mismo. Sin sentido. Sin causa. Sin explicación. Quizás no llegues a acabar de leer este relato, ¿a que no lo has pensado? Claro que no, te crees que te queda mucho por leer, mucho por vivir. Quizá no sea así amigo. Tu tiempo se acaba, nadie girará el reloj de arena cuando caiga el último grano. ¿Qué vas a hacer con tu insignificante puñado de arena? Una explosión de gas causada por el idiota del piso de abajo te lo puede arrebatar todo en unos minutos. O el tipo completamente derrotado porque tiene un pene pero nada que hacer con el, ningún sitio donde meterlo, y sale a la calle armado con una escopeta y la esperanza de no marcharse solo, no esta vez. O la señora que no ve el paso de cebra. O el fanático que se inmola en el metro para ir a un lugar mejor, casualmente lleno de vírgenes complacientes. O, simplemente, tu corazón que no aguanta ya más y decide pararse sin preguntar. Piensa en ello, a cada instante le toca a alguien, ¿por qué no ibas a ser tú? No eres mejor, ni más listo, y, aunque lo fueras, eso no importa una puta mierda. ¿Cómo quieres que te encuentre la muerte? ¿Fichando a las siete o abrazando a tu chica? ¿Fumándote un peta en el parque o viendo la tele? ¿En un centro comercial o viendo el amanecer? ¿Masturbándote o limpiando las cortinas? Yo por suerte lo tengo claro.
Por cierto, el tercer gatito está sano y precioso, es la monda.
2.
La tumbé sobre la mesa y me arrodillé. Genuflexioné. Me disponía a orar. Me disponía a beber el cáliz sagrado de la santa copa. Los rayos del sol me iluminaban bendiciendo mi frente. Era observado y bendecido por la divinidad. Su respiración acelerada como banda sonora a la eucaristía. Saqué la lengua y empecé a comerle el coño. Suavemente, con delicadeza, despacio. Respondía a mi llamada desesperada brindándome su néctar, derramándose por mis labios. No pudo evitar agarrarme de la cabeza, intentando dirigir mi boca. Aceleré el ritmo para no perder mi posición de poder. Cerraba los ojos y me recreaba en mi labor mientras ella gemía desesperada en su desbocado viaje hacia el placer, perdiendo las riendas y deseando la colisión.
-Métemela, por favor.
-Aún no.
Continué sorbiendo desesperado, abrazando a través de mi lengua toda su existencia, intentando llevarla lejos. Me levanté con la barba chorreando y me bajé los calzoncillos. Mi polla estaba dura como un garrote, enloquecida como un animal acorralado. Miré a ambas. Ella estaba completamente a mi merced, tumbada sobre la mesa. Me puse en posición y la penetré. Su coño me abrazó y besó satisfecho, noté la agonía de su impaciencia mientras me abría paso. Ella gritó y me abrazó con el resto de su cuerpo. Era estupendo estar allí dentro, formar parte de ella. El mundo giraba alrededor nuestro, en ese momento eramos el eje del universo. Quería correrme e inundarla de esperma, que manara dentro de ella y su calor le llegase hasta el alma. Me concentré para no hacerlo y poder seguir penetrándola un poco más.
-¡Oh Dios, joder, joder!
-¿Te gusta verdad?
-Me encanta.
-Dilo.
-Me encanta que me folles.
-¿Notas como la tengo?
-Está durísima.
-Mira como entra toda.
-¡Sí joder, no pares!
-No pienso hacerlo.
Estaba estupenda sobre la mesa, me encantaba follar ahí, estando yo de pie, abrazado por sus piernas, con las manos sobre sus tetas. La besé mientras empujaba hasta todo lo que daba de sí mi polla, introduciendo hasta el último milímetro mientras la miraba a los ojos. Gimió. La tuve que sacar deprisa para no correrme. La agarré de la cintura y la dí la vuelta sobre la mesa. Me relamí observando su espalda y su culo y volví a penetrarla. En esta postura me costaba algo menos aguantar, con cada embestida la mesa golpeaba en la ventana. Era de día y podía ver a la gente paseando mientras yo follaba. Tenía un instituto justo en frente y veía a los chavales corriendo por el pasillo. La gente caminando, los coches, todos perdidos de un lado para otro como insectos, todos jodidos pero yo jodiendo. Al menos esto no me lo podían quitar. Una señora miró hacia mi ventana incrédula por lo que veía. Estuve tentado de saludar. Cuando se dio cuenta que verdaderamente lo que veía era lo que estaba pensando bajó la mirada y continuó su camino. Yo continué el mío. Volví a girarla sobre la mesa. Estaba sudorosa y exhausta pero no le concedí clemencia y volví a metérsela. Aceleré el ritmo mientras observaba su cara convulsionarse. La gente seguía caminando ajena, más lejos que nunca.
-¡Dios, me voy a correr!
-Venga, córrete tía y me correré contigo.
-¡Me voy a correr!
Cuando sentí su orgasmo me corrí yo también, expulsando mi esperma plenamente, como si lo hiciera sobre la tierra misma como un poderoso dios. Me corrí sobre las calles y las plazas, sobre el instituto, sobre la parada de taxis, sobre la señora y su marido, me corrí sobre todos vosotros.
Luego nos fundimos en un abrazo y noté todo el cansancio, mi corazón desbocado llamando sobre mi pecho como un vecino cabreado por el ruido de una fiesta. Podría morir allí mismo, y lo intenté.
-¿Te ha gustado?
-Claro.
Estuvimos así unos minutos, disfrutando de nuestra plenitud, luego tuvimos que volver aquí y vestirnos. Ella miraba por la ventana mientras se vestía.
-Que canteo, ¿crees que nos habrá visto alguien?
-Seguro, yo he cazado a una señora que se ha enterado.
-¿En serio?
-Claro, seguramente nos habrán visto desde el instituto también.
-Jajajaja.
-Que les jodan a todos.
-Te quiero.
-Y yo a tí, tía, y yo a tí.
-Bueno, me largo que he quedado para comer con mi madre.
-Venga, pues ya nos vemos luego.
Después de que se fuera me tumbé en la cama y me quedé mirando al techo, la vida se veía de otra forma tras follar, todo era ligeramente mejor, más tranquilo. El poder de un buen polvo con una buena chica, todos deberían tenerlo, sería una sociedad más feliz, amable y realizada. Rebusqué un cigarro por la habitación, encontré uno encima de la mesita, me lo fumé tranquilamente mientras olisqueaba mi mano que aún olía a coño fresco. Cuando se me acabó el cigarro volví a esnifar el aroma de mi mano para coger fuerzas y me puse en marcha.
En la calle el sol iluminaba las penurias de la humanidad. Puse rumbo a la biblioteca municipal para ojear la sección de empleo del periódico. Era una tarea deprimente, un bucle de desesperación, no obstante seguía haciéndolo porque nunca sabes cuando sonará la flauta pero no podía quitarme el barniz del escepticismo que se adhería a mi como una apestosa costra. La cosa estaba jodida, bien jodida. Nuestro sistema daba sus últimos suspiros. Eran tres años ya de una crisis económica brutal, escuchabas historias de familias que sobrevivían a duras penas, echando mano de los menguantes ahorros, agotando los subsidios y ayudas, acudiendo a los amigos o la mendicidad. Una de cada tres familias caminaban en los límites de la pobreza, perdían sus casas a manos de los bancos sin escrúpulos, gente sin posibilidad de ahorro, viviendo al día, un gasto inesperado suponía la ruina y la desesperación. Ninguno de mis amigos curraba, la gente se veía de vuelta en casa de los padres con treinta y tantos años. El alcoholismo y los suicidios aumentaban. Un panorama desolador, pre apocalíptico.
La sección de empleo del periódico se había convertido en la sección de oferta de cursos y estafas varias. Ya me conocía todos los anuncios de memoria: “Gane 2500 euros trabajando cómodamente desde su casa” “Próxima convocatoria de plazas para correos, guarda forestal, hospitales, oportunidad única” la misma mierda día tras día. De repente ví algo nuevo, “Se necesita personal para fábricas, cadena de montaje, no necesaria experiencia, varios puestos” Parecía real, no era una puta academia. Yo ya había estado en fábricas, desperdicié toneladas de tiempo en ellas, era un puto infierno, reducía tu vida a la de una insignificante pieza del engranaje, la transmutación en tuerca. Pero era lo que había, la gente se mataba por un curro así. Al menos contaba con experiencia en el sector y era algo de dinero para seguir malviviendo. Me apunté el número. Ojeé el resto del periódico, era deprimente, pero entre toda la información sobre crisis, muertos y corrupción encontré una noticia que me sacó una sonrisa: “Epi y Blas ya no son pareja. Los creadores de 'Barrio Sésamo' desmienten en facebook la homosexualidad de sus personajes a los que tildan de “amigos” EFE Los Angeles” En fin, todos sabemos que no es cierto, pero bueno.
Ya en el exterior de la biblioteca aspiré hondo, desenfundé mi móvil y marqué el número del curro con la esperanza de transformarme en tuerca una vez más.
-¿Sí?
-Buenas, llamaba por...
-¿Está interesado en el trabajo ofertado para fábricas?
-Err...Sí.
-Tiene que llamar al número 902183765, referencia 3355.
-¿Peroo...?
La tipa al otro lado me colgó antes de que pudiera balbucear. Ahí estaba el truco, un puto 902. Lo pensé durante un rato, sabía perfectamente de que iba la cosa, no obstante llamé ansiando el dulce sonido de la flauta travesera, me contestó una voz pre grabada.
-El coste de esta llamada es de 1.57 euros por minuto desde teléfono ordinario y de 2.18 desde teléfono móvil, permanezca a la escucha e introduzca el número de referencia cuando sea indicado.
Acto seguido comenzó a sonar una melodía de ascensor. Confirmado el hecho de que se estaban riendo en mi puta cara colgué furioso. Nada más colgar me llegó un mensaje. “El saldo de su tarjeta es inferior a dos euros, si necesita un anticipo de saldo llame al 2233”
Necesitaba un cigarro, ¿me lo darían en el 2233?
Volví a mi cuartucho furioso, sorteando mendigos y gente sin cara. Había gente aprovechándose de la desesperación de los pobres diablos, de los parados desesperados, podía oír sus risas, podía oler sus puros humeantes. ¿A qué esperábamos para afilar los cuchillos y prender las antorchas? ¿A QUÉ COJONES ESTÁBAMOS ESPERANDO?
Al acercarme al portal ví que la casera estaba en la puerta, nuestras miradas se cruzaron antes de que pudiese reaccionar y darme la vuelta, me habían cazado, no había vuelta atrás, me acerqué disimulando.
-Buenos días.
-Hombre Carlos, he estado llamándole.
-¿En serio?
-Sí, va atrasado en el pago de la habitación.
-Sí, verá, ahora mismo no tengo el dinero, pero estoy pendiente de una cosilla.
-¿Cuándo podrá pagarme?
-El lunes, el lunes sin falta.
-No es la primera vez.
-Sí, pero ya sabe, son malos tiempos.
-Sí, la verdad es que está el país que da pena, pero comprenderá que yo también tengo facturas que pagar.
-No se preocupe, el lunes le pago.
-Eso espero.
-Bueno, si me disculpa...- Intenté sortearla sin éxito.
-Una cosita más.
-Dígame.
-Vera, esto es un poco embarazoso.
-¿Sí?
-He recibido quejas.
-¿Quejas?
-Sí, del director del instituto.
-No entiendo.
-Por lo visto le han visto en actitud, como decirlo..., bueno, le han visto con una mujer, en la ventana.
-No me diga.
-Sí, y por lo visto es algo habitual. Yo comprendo que cada uno hace su vida, y que tiene necesidades, pero entienda que ahí estudian niños y, claro, no es agradable de ver, si usted tiene compañía sería conveniente que eche las cortinas.
-Ya entiendo...
-Dicen que si continúa así podrían denunciarle por exhibicionismo.
-No creo que sea posible, estoy en mi habitación.
-Sí, pero no me conviene crearme mala fama con la comunidad, usted lo comprende ¿verdad?
-Por supuesto, intentaré ser más cuidadoso.
-Se lo agradezco.
-Bueno, si me disculpa...- Intenté sortearla sin éxito.
-Una cosita más.
-Dígame.
-Respecto a los ruidos.
-¿Ruidos?
-Sí, se han quejado de las otras habitaciones de que viene gente a verle, traen botellas y causan molestias a los otros inquilinos.
-Bueno, tengo que hacer vida social.
-Sí, lo entiendo, pero es que eso ocurre entre diario y hay gente que madruga y necesita dormir.
-Está bien, tendré más cuidado. ¿Algo más?
-No, eso es todo, entonces tiene pensado pagar la mensualidad el lunes ¿no?
-Sí, el lunes.
-El lunes pues.
-El lunes.
-Bien, intente no posponerlo.
-Se lo prometo, el lunes.
-El lunes.
“¿Qué día será hoy?” Pensaba mientras subía las escaleras.
Ya en mi cubil empecé a pensar, a pensar en las pequeñas cosas. Las paredes se me echaban encima. Nada de beber, nada de comer, nada de fumar. Me olisqueé la mano, la fragancia vaginal aún estaba ahí, me alimenté de ello. Me acerqué a la ventana y miré a la calle. Los putos insectos deambulando perdidos, a pie y en coche. Miré hacia el instituto, había un par de chicas en una de las ventanas, me lanzaron un beso y empezaron a reírse, yo las saludé con la mano. Desengañémonos, seguro que ningún chaval se había quejado, las sesiones de porno en mi ventana eran lo mejor del día para ellos, mirar hacia mi ventana los sacaba de su aburrimiento escolar. Eran los putos profes carcas y envidiosos los que no podían aguantarlo. Jodidos insectos y roedores. Maldita sociedad de mierda. ¿Por qué el ser humano nunca se lo curra? En toda la historia de la evolución no habíamos aprendido absolutamente nada, ni una maldita cosa. Así es el ser humano, así ha sido siempre. A la avaricia se le suma la torpeza, ambas son inherentes al ser humano, y ambas son incompatibles. El buscar el amor verdadero pero también follárselas a todas. Eramos muy torpes.
Me giré, los cascos vacíos me miraban fijamente. Las paredes se estrechaban. Decidí salir de nuevo.
Gente por la calle, en todas partes, y, no obstante me sentía solo. Las pequeñas cosas. Sentía frustración, rabia, odio. Si este es el juego juguemos. La camaradería de los derrotados había desaparecido. Estaba rabioso. Quería esparcir el mal y el dolor a mi paso, no quería que fuese solo mío, ¿no se supone que hay que compartir? Quería arrojarlo desde cada uno de los desbordados poros de mi piel a la cara de cada ser a mi paso. Frustración, rabia, odio. Hacía mías las palabras del gran Mike Tyson: “Da igual lo que yo diga, a vosotros no os importa, porque solo os importa el dinero. Por eso, de vez en cuando, os doy una patada en el puto culo y os pisoteo, os hago algún tipo de daño, porque os merecéis sentir el dolor, parte del dolor que yo siento. Me gustaría que tuvierais hijos para partirles la puta cabeza y romperles los testículos, para que sintieseis mi dolor, porque eso es lo que siento cada día al levantarme.”
3.
Volvemos al río. Por suerte esta vez no iba para enterrar a ningún gato, simplemente vagaba por ahí sin rumbo concreto, bebiendo la melancolía del inicio del otoño. Ahora oscurece antes, empieza a hacer frío, ya no hay tanta gente paseando con los perros ni haciendo footing. Me siento más acompañado ahora que hay menos gente, no me gusta la gente en general, y raras veces en particular, siempre ha sido así. Algunas personas se alimentan de otras, son los que necesitan pasar la tarde en el centro comercial. Ruidos, luces, voces, todo ello les relaja ya que con tantos reclamos sensoriales evitan replegarse sobre sí mismos, evitan reflexionar. La reflexión en soledad suele ser compañera de la depresión y claro, nadie quiere sentirse mal. Creo que es un error, la soledad es un bien escaso en nuestro tiempo porque obliga a pensar, y pensar te hace rebelde y combativo, te hace difícil de controlar, es más cómodo que estemos todos juntitos paseando entre electrodomésticos, consumiendo sin cuestionarnos las cosas. La soledad y la reflexión a priori no te hacen feliz, pero el consumismo y las aglomeraciones desde luego tampoco, es un callejón sin salida, no lleva a ninguna parte como bien sabrán quienes estén metidos en ese círculo. Los medios te manipulan para que creas desear cosas que se acaban transformando en objetos inútiles una vez conseguidos y son reemplazados por otros hasta el inevitable y vacío final. Se supone que existe un estado de plenitud y está relacionado con el vacío, o eso dicen ciertos místicos, no conozco ningún profeta que se iluminase en un burguer o en medio de una tienda de ropa. Esos sitios solo son granjas de contención dirigidas por las corporaciones alienadoras, los que manejan el cotarro, les ha llevado tiempo, pero parece que ha resultado eficaz. De vez en cuando la gente parece despertar, en situaciones al límite como la actual. Uno se entusiasma pero resultan ser espejismos, es simplemente cambiar un sistema por otro que tras el entusiasmo inicial se volvería a revelar erróneo. Cuando vuelves de una manifestación sintiendo la embriaguez de la lucha y la camaradería enciendes la tele y te das cuenta de la inutilidad de todo ello, percibes que nada cambiará, todo se derrumba. El afán de dominación y poder están demasiado arraigados en el ser humano, en lo más profundo de su ser y no solo en el ser humano. La lucha por la existencia es el motor del universo, da igual como lo adjetives, es la “cosa en sí”. La diferencia para el ser humano la marca la inteligencia, la suerte, a veces el entorno, de ello depende estar en un extremo o en otro, ideales como la justicia están muy por debajo de este magma primigenio e inalterable. En el fondo cualquier tipo de lucha a cualquier nivel se reduce a un ansia de dominación. Quizá como dicen los místicos la salida esté en la negación, salir de la rueda, quedarte sentado en la orilla de un río viendo el movimiento de las aguas hasta que mueras de hambre, hasta que te desintegres en la nada, la negación de la voluntad que diría el tío Arthur. Es la única lucha posible y aun así es absurda por su muy probable condición de mera rabieta existencial. No hay salida. ¿A qué se reduciría pues la vida? ¿Por qué cosas o estados merece la pena luchar? Si es que merece la pena hacerlo por algo. Yo no tengo ni idea y no me importa, son conceptos que están en mí y a la vez por encima de mí, son pasatiempos mientras sigo muriendo. Lo único cierto, mi fecha de caducidad, como la de un yogur.
Soy un yogur.
Los místicos proponen la negación, la disolución, o si lo quieres más optimistamente expuesto la conexión con la plenitud. El rollo taoísta de la gota de agua que se disuelve en el mar. Pero, si esa disolución llegara de un modo u otro con la muerte, ¿qué diferencia hay en buscarla premeditadamente o simplemente dejar que venga? Bueno, ahí ya entraría el rollo de la reencarnación, y no hablo de ello, por supuesto, de un modo meramente corporal o de consciencia sino en toda la amplitud de la existencia. Si llegas a la nulidad por la vía de la iluminación sales de la rueda de la reencarnación, eso es lo que dicen. La cosa entonces se complica y hay que recurrir a la figura del alma como unidad valiosa con posibilidad de escape, como una capsula que escapa de una nave a punto de colisionar, la cuestión es ¿para ir a dónde? Volvemos al absurdo. Volvemos al río.
La cuestión es que me hice un porro y me lo fumé escuchando el correr del agua. Es relajante, un sonido inalterable en la infinitud del tiempo, el rumor del habla de los dioses, creo que Tolkien decía algo así en el Silmarillion, pero a lo mejor me lo estoy inventando, no he vuelto a leerlo desde que era pequeño gracias a dios. Luego volví a ver en el agua el ansia de dominación inherente a la existencia. El agua atraviesa el terreno, perfora hasta las piedras en su lucha por llegar al mar y disolverse, volvemos a lo mismo. Me estoy rayando.
Tiré la colilla al agua deseando que encontrase el mar, la plenitud cósmica de la colilla, o lo que fuese, la tiré y me largué a casa de mi piva antes de que me acabase arrojando yo también al río.
Sus padres se habían vuelto a largar unos días. Otra vez intimidad y nevera llena, pero no podía disfrutarlo, se notaba la tensión en el ambiente. Habíamos discutido por la mañana, además yo estaba dándole vueltas a lo que acabo de escribir y mi estado era de un pesimismo máximo. Intentamos follar pero no cuajó, mi voluntad de vivir era escasa, quizás estaba alcanzando el zen mediante la negación de las pasiones, pero no lo creo porque el caso es que estaba cabreado, mucho, conmigo y con el mundo.
-¿Qué te pasa cariño?
-Todo es inútil.
-Joder, ya estamos.
-No se tía, estoy de bajón, me resulta difícil abstraerme del vacío y el absurdo de toda la existencia.
-¿Por qué no te relajas?
-Porque es inútil, todo es inútil.
-Ya veo. ¿También lo nuestro lo es?
-Todo lo es.
-Joder, entonces no se qué estamos haciendo.
-Pasar el tiempo supongo.
-¿Eso es lo que haces conmigo, pasar el tiempo?
-Como tú.
-Yo puedo pasar el tiempo de muchas formas, si estoy contigo es porque te quiero.
-No me vengas con esas.
Me dí cuenta que la estaba cagando, pero en mi nihilismo me la sudaba todo.
-Carlos.
-Dime.
-Eres un gilipollas.
-¿Por?
-¿Cómo que por? Vas y me sueltas esta perla, mira tío, si estás conmigo sólo para pasar el rato búscate otra, yo no voy a estar aquí dándolo todo por alguien que no cree en esto.
-¿En esto?
-Sí.
-¿Y qué es esto?
-¡Una relación joder! El estar aquí por algo, un cariño, una necesidad, querer estar con la otra persona porque la consideras especial, ¡yo qué coño sé! Pero desde luego no por “pasar el rato”
-Sí tía, todo eso es muy bonito, pero inútil, es ley de vida, la puta mierda de siempre, discutiremos cada vez más, follaremos cada vez menos y nos mandaremos a la mierda tarde o temprano, siempre ha sido así, me encantaría ser optimista, me encantaría vivir en una peli de Walt Disney, pero te hablo de lo que conozco, no me puedes echar la bronca por ser sincero, tarde o temprano todo acabará, mientras tanto pasamos el rato.
-Desde luego va a acabar pronto con esa actitud.
Se levantó furiosa y comenzó a vestirse. Muy bien Carlos, ya has tenido que arrojar tu mierda sobre ella. La verdad es que soy un capullo integral, al fin y al cabo qué sé yo de nada.
-Hey tía, lo siento, es lo que pienso.
-¡Que te jodan!
-¿Dónde vas?
-No sé, a la cocina, a comer algo.
-¿Quieres que me marche?
-Haz lo que quieras Carlos.
Salió de la habitación. Yo me quedé ahí, tumbado desnudo en la cama, vacío y patético, con mis huevecillos arrugados e inútiles, con todas mis estupendas teorías pesimistas. Lejos de la iluminación.
Suspiré y entoné el Ohm. No resultó. Me miré el pene, pobrecillo. Me levanté y comencé a cubrir mis vergüenzas. Lejos de la iluminación.
Salí de la habitación y fui a la cocina, allí estaba ella, pelando patatas. No me miró cuando entré, me acerqué por detrás y le puse las manos sobre los hombros, ella no dejó de pelar patatas.
-Oye tía lo siento, soy un capullo, perdoname.
-Qué más da, todo es inútil.
-Venga, trato de arreglarlo.
-¿En serio piensas así?
-No me hagas caso, yo que sé, yo no se nada joder, sólo desvarío.
-No lo creo.
-Mira, lo que he dicho es cierto, pero también es cierto que no he conocido a nadie como tú, yo que sé lo que va a pasar.
-Pero no confías en ello.
-No sé, a veces, estoy rayado, tengo un mal día, no me hagas caso.
-Ya.
-Lo siento.
-Ya.
-¿Vas a hacer patatas fritas?
-Sí.
-Qué bien.
-Ya.
-Venga joder, anímate.
-No pasa nada.
Suspiré. Recurrí al Ohm. Lejos, muy lejos de la iluminación.
-¿Quieres que te ayude?
-No hace falta.
-Bueno, voy al salón.
Me escabullí de la espesa tensión rumbo al sofá de sus padres y me arrojé derrotado sobre él. Estuve un rato pensando en qué hacía allí, dónde podía ir, qué objetivo, qué hacer, dónde podría estar la maldita salida. Estuve un buen rato meditándolo. No llegué a nada, por supuesto, pero seguía intentándolo cuando ella entró por la puerta y se tumbó a mi lado. Apoyó la cabeza en mi hombro y me cogió la mano. ¡Qué loca estaba! ¿Cómo podía nadie buscar apoyo en alguien como yo? No tenía nada que ofrecer, estaba condenado.
-Carlos.
-Dime Paula.
-Mira, sé lo que dices, sé lo que te preocupa, pero si tengo algo claro es que te quiero, te quiero mucho, y dudo que quiera estar con nadie nunca más.
-Joder tía, eso es precioso.
Nos abrazamos.
Nos abrazamos.
Las pequeñas cosas son las que pueden hundirte,
el cordón del zapato.
Pero también hay otras,
éstas,
a veces.
Una frase.
Un abrazo.
Nos abrazamos.
No todo tiene por qué salir mal,
aférrate a ellas,
aférrate a ellas,
a esto,
a este abrazo,
fuera del tiempo y el espacio,
cerca de la plenitud,
cerca de la iluminación.
Entonces, de repente, se separó de mí, me apartó, su cara se convulsionó en una horrible mueca.
-¿Qué te pasa?
-¡Las patatas!
-¿Qué?
-¡El aceite!
Se levantó de un salto y salió corriendo, yo no entendía nada pero la seguí, ví cómo se adentraba en el pasillo.
-¡FUEGO! ¡FUEGO!
Corrí tras ella, el pasillo estaba lleno de humo, la cocina iluminada de rojos y naranjas danzando alocados, era la antesala del infierno, una enorme llama se elevaba hacia el cielo, riendo, calor intenso, confusión.
-¡Dios!
-¡Dame un extintor tía, rápido!
-¡No tenemos!
Abrí el grifo y eché agua en un plato.
-¡Qué haces, no eches agua, agua no!
-¡¿Y qué hago tía?!
-¡No sé!
-¡Joder, trae una toalla, rápido!
Se fue corriendo, yo miraba la enorme llama que salía de la sartén y empezaba a devorar el mueble de encima que crepitaba confuso, el humo me envolvía, era absurdo, de coña, no estaba pasando. Ella volvió con toallas, cogí una y la eché sobre la sartén, empezó a arder. Cogí otra, me acerqué más, la tiré encima, una enorme llama intentó lamer mi cara, falló por poco, pero retrocedí un poco acojonado, la llama menguaba pero el humo era más intenso. Mi chica se acercó con otra toalla, iba a tirarla.
-No tía, no te acerques, trae.
La arrojé encima. La llama desapareció al fín, o eso parecía. Me acerqué y retiré la sartén de la vitro, arrojamos agua sobre los muebles de madera que estaban sobre la cocina, el humo aumentaba pero no parecía haber fuego. Abrí la ventana y me retiré tapándome la cara, mi chica estaba paralizada mirándolo todo sin creerlo. Me puse tras ella.
-Mis padres me matan...Mis padres me matan -Decía.
Me senté en una silla y miré, ¿qué otra cosa podía hacer? Los muebles quemados, las paredes negras, mi chica alucinada.
-Mis padres me matan...
Las pequeñas cosas. Gatos que mueren. La ausencia de trabajo, o el exceso de trabajo. Cocinas que arden. Timos telefónicos. Neveras vacías. La casera a fin de mes. El cordón del zapato que se rompe cuando tienes prisa.
¿De dónde vendría el siguiente golpe? Me la suda, ya nos conocemos. Puedo encajar ese golpe y todos los que vengan. Soy un encajador. A cada puñetazo responderé con una sonrisa desdentada y demente. La sangre cayendo al suelo en espesas gotas. Mis venas abandonando mi cuerpo e incrustándose en la tierra como las raíces de un viejo y cansado árbol. Las lágrimas escapando en busca del mar. La luz al final del túnel es la llama en lo recóndito de mi alma. Son malos tiempos. Pero no lo olvides destino, este combate es mío. Nos vemos en el fin del mundo, doblando la esquina.
Sólo he leído la primera parte porque me he puesto a llorar como una descosida y con los ojos borrosos y el fondo negro no hay dios que lea.
ResponderEliminarhostia awixumayta, lo siento....no te quedes solo con el pesimismo, también hay un leve rayo de esperanza, siempre lo hay, un abrazo.
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